Digital 21 vs Ana Curra

Del encuentro de este par de genios atemporales sólo podíamos esperar un álbum arriesgado, vanguardista, con un poso de oscuridad y densidad, pero sobre todo repleto de talento. De ese tipo de talento del que solamente unos pocos pueden presumir. Del que es capaz de unir con lazos invisibles a generaciones dispares como la suyas y a elementos tan alejados, a priori, como la música clásica y la electrónica, con parada obligatoria en el after-punk, dando forma a una colección de canciones notables.

Suponemos que no hará falta presentar a ninguno de los personajes que firman tan magna obra, pues son de sobra conocidos por el público. Aun así pasaremos a glosar parte de sus transgresoras trayectorias, ya que la grandeza de las mismas obliga a no pasar por alto un historial tan laureado como glorioso.

En un lado observamos la eterna belleza de Ana Curra, madrileña de nacimiento, pianista clásica de formación, mito musical y erótico de la movida de la que fue clara protagonista a través de su participación en bandas históricas como Pegamoides o los siempre añorados Parálisis Permanente. Al otro extremo encontramos a Miguel López Mora un genio multidisciplinar nacido en Málaga, cantante, compositor, director de clips y por encima de todo precursor de la música electrónica tocada en directo con instrumentos reales.

La unión hace la fuerza debieron pensar al encontrarse uno frente a otro, gracias, todo hay que decirle, a un consejo que les brindó Jesús Ordovás, mito radiofónico de nuestro país que azuzó lo necesario para que la unión fructificara. Dicho y hecho. Se pusieron manos a la obra y ante nosotros tenemos el resultado.

Un trabajo en el que los pianos de cola y la música electrónica se dan la mano bajo el particular prisma de dos músicos que parecen compartir coordenadas tanto musicales como artísticas comunes.

De otra manera no se entendería que un álbum tan heterogéneo y divergente en lo musical posea tal unidad, siendo capaz de hacernos pasar como si nada del desasosiego electrónico en “Mundo Perfecto” al clasicismo, devenido en música industrial, de “Requiem” o al toque psicodélico, sitar incluido, de “Nashik”, en una amalgama de sonidos que se sostiene por la calidad interna de cada corte.

Mención especial merece el punk hiperacelerado de “Bendígame Padre”, que entronca directamente con su “visita” al “I Wanna be your Dog” de los Stooges para, a la vez, contraponerse con el homenaje emocionado que tributan a Bach, en la única pieza que se asienta en su integridad sobre una base de piano clásico.

Un disco distinto, por arriesgado y valiente, que logra mantener la pulsión de intensidad necesaria del oyente en cada una de sus pistas, a través de un ejercicio de trapecismo vital que ha unido a dos personajes de distintas épocas y que sin embargo, gracias a este maravilloso disco, nos muestran que el suyo es un lenguaje común. Ojalá que su trabajo conjunto tenga continuidad en el tiempo por muchos años más. Nuestro panorama no debe permitirse el lujo de prescindir de proyectos que salten al vacío y sean capaces de aterrizar no solo con solvencia, sino además con buen gusto.

Por: Javier González.