John Hiatt. Cotidiana majestuosidad

Kafe Antzokia, Bilbao. Jueves, 2 de julio del 2015. 

Por: Kepa Arbizu
Fotografías: Lore Mentxakatorre

En el reciente documental sobre la figura de Nick Cave, 20.000 Days On Earth, aparece una reflexión sobre la dicotomía a veces existente en los creadores entre su vida rutinaria o cotidiana y aquella artística, además de la capacidad de saltar desde la primera a la segunda al entrar en contacto con ese entorno artístico. John Hiatt se presentó sobre las tablas del Kafe Antzokia el pasado jueves con aspecto de afable anciano, que de hecho no abandonó a lo largo del concierto, como uno de tantos hombres que nos podemos imaginar sentado en un porche de su casa con un perro bonachón a sus pies mientras contempla con tranquilidad el horizonte. Una imagen que sin embargo escondía a una de las grandes figuras del rock americano, poseedor de una carrera magistral y con una firme disposición por demostrarlo. 

Para la consecución de ese fin el norteamericano contó con varias bazas; por ejemplo la construcción a su alrededor de una banda ejemplar en cuanto a sonido y al manejo de cada canción según la situación lo requiriese. En ella brilló, ya por conocido, el excelente guitarrista, y mano derecha de Hiatt, Doug Lancio, y por sorprendente, Brandon Young, encargado de diferentes instrumentos y sobre todo llamativo su poderío a la hora de decorar las composiciones con sus coros. Pero por encima de todo la relevancia residía en que estábamos frente a un autor, creador de discos esenciales para el sonido americano como es Bring the Family, sobrado de canciones realmente inmejorables que recorren a la perfección el sonido de raíces. 

El concierto picoteó a lo largo de su amplia discografía, lo que deja bien a las claras la ejemplaridad de ella, alcanzando también, como no podía ser menos, a su excelente último trabajo, Terms of My Surrender. De él eligió Marlene, Face of God y Long Time Comin’, todas ellas marcadas por un registro de blues, que es el que domina dicho álbum; las dos primeras en su vertiente más amable y elegante mientras que la última con un tono más crepuscular.

Ahondando en esa parte más íntima, o cuanto menos relativa a tiempos medios/lentos, interpretó temas que poseen esa melancolía que sobrevuela buena parte de su cancionero, como sucede en la bella Buffalo River Home, armado con su armónica para la ocasión. Siguiendo con esa habilidad para fijarse en el paisaje que le rodea para entroncarlo con los vaivenes del alma humano, sonó la bucólica y deliciosa, a medio camino entre el folk y el blues, Crossing Muddy Waters. No pudieron faltar tampoco las auténticas punzadas emotivas que son Feels Like Rain o el himno impregnado de soul Have a Little Faith in Me

Pero a pesar de que la música del norteamericano, y por lo tanto su representación en vivo, se alimenta en buena parte de esa sentimentalidad perfectamente entendida y sin asomo de sensiblerías, el rock no es menos secundario en su propuesta. Así que no dejó escapar la oportunidad de soltar algunos ejemplos de ello, perfectamente integrados dentro de ese buen ánimo que en todo momento demostró y arropados por una banda con músculo suficiente, al igual que antes habían sabido trabajar lo emocional. Una parte significativa de esos arranques tuvieron lugar con Real Fine Love y la rotunda Paper Thin. Mientras que la siempre pegadiza Cry Love se deslizó por ritmos casi reggae, perfectamente inducidos por el sonido de la mandolina, las guitarras volvieron a tomar papel en Thing Called Love, con desbarre eléctrico incluido, y se empeñaron en adentrarnos en las largas carreteras con Tennessee Plates o Memphis in the Meantine, momento en que se produjo un jugueteo entre público y músicos. El punto y final lo puso evocando a B.B. King e interpretando, como no podía ser otra, Riding with the King

Así acababa un concierto apoteósico, que no fue anunciado en grandes titulares ni se vivieron interminables colas para acceder a él, pero que certificó que habíamos estado ante uno de los mejores ejemplos vivos que tenemos del rock americano y por lo tanto, en nuestro papel como espectadores, fuimos durante un instante parte de la historia de esta música, y eso es algo que ni todo el oropel del mundo podrá jamás competir contra ello.