León Benavente: Abanderados del Bosque Sonoro

 

El Bosque Sonoro, Mozota, Zaragoza. Sábado, 12 de septiembre del 2020 

Texto y fotografías: Javier Capapé 

El nombre de la gira lo dice todo. “Extraordinaria” fue precisamente la noche que vivimos el sábado en el concierto de León Benavente, como extraordinaria es la iniciativa que arrancó con este mismo concierto llamada “El Bosque Sonoro”. En la pequeña localidad de Mozota, cercana a la ciudad de Zaragoza, aprovechando un meandro del río Huerva, se encuentra este remanso cultural que el pasado sábado 12 de septiembre inició su andadura. León Benavente, que estrenaban este magnífico escenario, cerraban al mismo tiempo su "Gira Extraordinaria" (que les ha llevado a múltiples escenarios en los reconfigurados festivales de este verano) jugando en casa, ya que Mozota no solo es residencia de su bajista Edu Baos sino también el lugar donde se ubica su cuartel de operaciones, el estudio “El Cariño”, donde el grupo pasa largas temporadas dando forma a sus trabajos, como ocurrió con “Vamos a volvernos locos”, que en este momento presentaban.

No podemos dejar de detenernos en “El Bosque Sonoro” en sí mismo más allá del concierto que vivimos el pasado sábado. Esta iniciativa cultural nacida de la mano de los zaragozanos “Desafinado Producciones” acogerá durante el mes de septiembre cuatro importantes eventos relacionados con la música (por aquí pasarán los directos de Coque Malla y Stay Homas, además del ya vivido de los "leones", más la séptima edición del festival “Zaragoza Feliz Feliz”), pero pretende seguir creciendo y ofrecer otro tipo de eventos que potencien la cultura en estos tiempos tan difíciles lastrados por el coronavirus. Visto el resultado del concierto inaugural solo podemos decir que esta iniciativa es todo un éxito: de afluencia de público (con el sold out de la otra noche) y de organización, buscando en todo momento un lugar agradable a la par que natural para hacer realidad el necesario apellido actual de “Cultura Segura”. Si los conciertos que quedan por celebrarse aquí en las próximas semanas mantienen el nivel de seguridad y profesionalidad no podremos poner ningún pero a este magnífico nuevo espacio vital en el entorno de la capital maña, al que esperamos le quede mucha vida por delante.

Pero centrémonos ahora en el concierto que nos ocupa, que para eso estamos aquí. Eran muchos meses sin música en directo. En el caso del que aquí escribe nada menos que seis meses desde que el 7 de marzo presenciara el paso de Izal con su gira “El final del Viaje” por Zaragoza. Tenía muchísimas ganas de volver a vivir esa sensación que te hace erizar la piel movida por la electricidad de la música en vivo. Y a la vez tenía mis dudas de si el primer concierto post-confinamiento iba a provocar en mí menos de lo esperado. Pero León Benavente son apuesta segura y con su torrente de potencia y descaro consiguieron que algo dentro de mí se revolviera y me hiciera sentir de nuevo como en casa, feliz y afortunado por presenciar este concierto único en directo. Como si fuera el primero. El concierto que siempre recordaré como el que dio al botón del reset y se ganó el calificativo de ser el nuevo comienzo de mi viaje musical y vital. León Benavente han sido de los pocos grupos que a pesar de las restricciones post-covid y de lo ajustado de los beneficios de conciertos con un aforo tan limitado han seguido ofreciendo lo mejor de sí mismos, su formato más visceral, sin renunciar a la electricidad y al exceso de watios. No se han reformado hacia una orientación más acústica o minimalista, sino todo lo contrario, han hecho de cada uno de sus conciertos de esta “Gira Extraordinaria” un espectáculo potente donde exorcizar nuestros miedos, cantar con el puño en alto y sacar fuera toda nuestra rabia contenida. 

Tan solo en el inicio de los intensos noventa minutos de espectáculo (retransmitido en directo por Radio 3) saboreamos cierta calma con el intimismo de “Siempre hacia delante”, cuyo mensaje bien podría ser una enseña que enarbole la bandera de estos días en los que parecemos querer salir de la oscuridad. Escuchamos en este arranque a un Abraham Boba más contenido que de costumbre, pero realmente esto fue casi un espejismo, porque desde que sonó a continuación “Cuatro monos” volvió la provocación a su discurso y el derroche enérgico a sus cuerdas vocales, junto a las posturas imposibles frente a su órgano farfisa. El cuarteto empatizó en todo momento con un público que canta como si fueran suyas (mascarilla mediante) cada una de las palabras que salen de su inigualable frontman y que se desinhibe (aunque sin levantarse de sus asientos) con cada acorde o línea de bajo incisiva. Una vez más volvimos a hacer realidad el sueño de poder dejar la mente en blanco por un breve espacio de tiempo y cada una de las ochocientas almas que poblábamos el bosque mozotino nos dejamos llevar a un estado mental que nos transportó a un viaje catártico. León Benavente tienen la llave que abre estas esencias, tienen el poder de remover internamente a todo aquel que les escucha en directo. Son una fiera indomable, un fenómeno de la naturaleza, la cuadratura del círculo que encajó mejor que nadie en los primeros pasos de este Bosque que ojalá no cierre sus puertas nunca. 

Hubo mucho espacio para desarrollar las virtudes de “Vamos a volvernos locos”, un disco que cada vez es más hijo de su tiempo, pero también para acometer los mayores aciertos de sus dos predecesores. Así despacharon, bajo un sonido encomiable en el que se podían apreciar todos los matices de lo acontecido (hay que quitarse el sombrero ante la espectacular sonorización al aire libre que consiguieron los técnicos a pesar de las dificultades que pueda ofrecer un evento de estas características), unas enérgicas “La Ribera” o “Ánimo, Valiente” como himnos generacionales donde a más de uno le costó contenerse en su asiento, así como las más incisivas “Aún no ha salido el sol” o “Tipo D”. De entre las canciones de su más reciente disco que más destacaron se encontraron la tremendamente actual “Tu vida en directo”, la cuasi-techno “No hay miedo”, la crítica “Disparando a los caballos” y, por supuesto, la que se ha convertido en un himno de los amantes de la noche, pero sobretodo de aquellos que, nacidos entre los setenta y los ochenta, han vivido en sus carnes la efervescencia de la noche como cómplice y que ya empiezan a peinar algunas canas. Me estoy refiriendo a “Ayer salí”, con la que cerraron el concierto dedicando un emotivo abrazo virtual a “su” gente de Mozota allí congregada. Como era de esperar el cuarteto resurgió para una acelerada tanda de bises donde se sucedieron sus temas más emblemáticos, empezando por la más comedida “La canción del daño” (¿quién no se ve reflejado inevitablemente en alguno de sus versos?) y rematando con “Ser Brigada”, con esa línea de bajo inquietante y a la vez seductora, y el grito generacional de “Gloria”.

Todo estuvo en su sitio, medido al milímetro (les perdonamos incluso ese fallo técnico en “Gloria” que les obligó a repetirla desde el principio para dejarnos con un mejor sabor de boca). El tiempo acompañó (aliado necesario en estos eventos al aire libre en los estertores del verano), la banda se entregó como nunca para poner punto y final a su gira (Eduardo Baos, vecino de Mozota, estaba exultante y a Luis Rodríguez, normalmente más hermético, se le vio disfrutar) y la organización cumplió y demostró que este tipo de eventos tan necesarios pueden y deben hacerse en estos tiempos, que la cultura es realmente segura y que, con un poco de esfuerzo, podemos colaborar para que todo fluya y podamos celebrar lo acontecido con un resultado más que sobresaliente (solo fallaron en momentos puntuales las comandas online desde la barra a los asientos).

“El Bosque Sonoro” se nos ha entregado como un espacio privilegiado, donde naturaleza, música y colectividad se juntan en comunión, se entienden, respetan y consiguen sacar lo mejor de sí mismos. Estamos viviendo nuevos tiempos, muy duros y restrictivos en algunos entornos (sobretodo para el sector cultural), pero el soplo de aire fresco que encontramos en la ribera del Huerva nos dio aliento y esperanza. Nos hizo imaginar un futuro cercano en el que podamos volver a vibrar con lo que más nos mueve, con lo que más nos emociona. La buena música en directo ha encontrado su sitio en estos oscuros tiempos que corren a orillas de un afluente del Ebro, en un pueblo acogedor y abierto, dispuesto a dar mucho más de lo recibido, a brindar un espacio libre dentro de esta realidad tan privada de libertades. Gracias a León Benavente por ser antena de nuestra realidad y sugerir un cambio con cada acorde, y al Bosque Sonoro por permitir que su espacio sea sinónimo de escape, convivencia y, al menos durante unas horas, felicidad.