Entrevista: Flamaradas



"Una copia es una copia por muy bien hecha que esté"

Por: Kepa Arbizu

Sacar a colación en un mismo contexto nombres como Víctor Mauel, Nick Cave, Serrat, Tom Waits, Kiko Veneno o Caléxico puede incitar al lector a no tomarse en serio tal diversidad de referencias para un único proyecto, pero, si se quiere aceptar el arriesgado reto de enraizar el sonido de Flamaradas, es necesario recurrir a ellas. 

Y es que la propuesta encabezada por Daniel Magallón tiene un pie en la música popular ibérica y a su vez cuenta con el poso que aporta la tradición estadounidense. Un poco habitual híbrido que en sus manos alcanza un resultado fascinante y de una genuina originalidad, entre lo desértico, melancólico y reflexivo. 

 "El rumor eterno de la autopista" es un paso más precisamente en introducirse en ese mundo tan especial que ha ido forjando alrededor de sus discos. Porque si en la parte musical ya ha quedado patente su singularidad, algo muy parecido se podría extrapolar a sus letras, donde otro binomio, en este caso el de la ciudad, y su ruidosa condición, y el del campo, y su silencio universal, también tienen su idilio particular aquí. 

Todo resultan alegatos más que convincentes para acercarnos hasta este genial compositor y conocer de primera mano todos los secretos que esconde una de las propuestas más originales y subyugantes con la que contamos en nuestras fronteras. 

Tu anterior trabajo llevaba el significativo nombre de la propia banda. Como en aquel, creo que aquí sigues buscando un camino más orgánico, más profundo, ¿sientes que este álbum es continuador en ese sentido de su predecesor y de la instauración de ese estilo de hacer canciones? 

Daniel Magallón: Sí. Son dos discos que se han labrado de una forma similar. El proceso de creación ha sido muy parecido y la banda que los ha tocado también ha sido la misma. A nivel conceptual tampoco varía mucho. Igual sí que hemos buscado sonoridades más orgánicas. Además, en esta ocasión, hemos trabajado con la chelista Núria Maynou para los arreglos más finos que le ha dado al disco una sonoridad elegante que acentúa cierto aire de melancolía. 

¿Y en ese sonido cuánto ha tenido que ver el hecho de volver a repetir con los mismos productores (Ferrán Resines y Cristian Pallejá)?   

Daniel Magallón: Pues mucho. Ellos son los que acaban de ordenar los temas, buscando el sonido adecuado, y los que acaban  dando la pàtina final que lo unifique todo. Es una maravilla trabajar con ellos. 

Cuando piensas en Flamaradas, ¿lo haces como un grupo o como algo únicamente personal?

Daniel Magallón: Siempre que me preguntan por este tema digo que somos como Bon Jovi o Van Halen, un grupo que lleva el nombre de su cantante o guitarrista. Flamaradas empezó como un proyecto personal pero con el tiempo se ha ido conformando una banda que tiene mucho  peso en lo que hacemos. Sin ellos este proyecto no tendría sentido.

Citabas ese aire melancólico en la sonoridad, que además casa con unos textos donde se remite a los recuerdos, la añoranza... 

Daniel Magallón: Con tanto rollo que tenemos por aquí con las banderas cada vez estoy más de acuerdo con la frase de Rilke “La verdadera patria del hombre es su infancia”.    

Una de las virtudes y de las diferencias que aporta tu música es precisamente esa cierta reivindicación de la canción popular propia, ¿crees  que en muchas ocasiones la dictadura de lo anglosajón ha homogeneizado el tipo de música que escuchamos y se hace?   

Daniel Magallón: Por supuesto. Tenemos siempre, y yo el primero, la vista puesta en lo que sucede en el mundo anglosajón. Es una industria mucho más potente y deslumbrante, y en el fondo los músicos de aquí no hacemos más que replicar modelos que allí funcionan. Quizás el error está en copiar simétricamente las formas sin fijarse en el contexto y las intenciones por las cuales se crearon.  Por ejemplo, no hay nada que me parezca más ridículo que encontrarme músicos mesetarios haciendo música country rock en inglés  vestidos de cowboy .  Igual les va muy bien pero creo que no pasarán a la historia por ser un fiel reflejo de la sociedad  en que vivieron.

Yo vengo del mundo del arte y en él una copia es una copia por muy bien hecha que esté. Artísticamente tiene un valor escaso. Me cuesta entender por qué en  el mundo de la música de este país  se premia  tanto ejercicios de estilo que carecen de riesgo. Pero igual es un problema mío. 

Y en lo que respecta a tu aprendizaje-educación musical, ¿que fue primero, si es que hubo una cosa antes que otra, la música de origen latina/española o la anglosajona?    

Daniel Magallón: A mi lo que me gustaba de joven era el rock: MC5, los Stooges, Neil Young, la Velvet Undergound y esas cosas. El acercamiento a la música popular fue más tarde. En mi familia siempre se ha cantado. Jota Navarra sobretodo. Era algo que con quince años  me parecía bastante trasnochado, pero con el tiempo me fui dando cuenta que en esas canciones que cantaban mi padre y mis tíos alrededor de la mesa después de comer había más de mí que en cualquier canción de Lou Reed. De esta forma fui acercándome a la música popular. Además, cuando empecé a hacer canciones, al intentar copiarlas,  me di cuenta que lo que decían mis cantantes favoritos en inglés, si lo traducía, me sonaba a cuerno quemado.  

Empecé a indagar en cómo se cantaba la canción tradicional en nuestro idioma, a ver qué temas trataba, qué voces utilizaban... Y, poco a poco, me fui empapando de su dicción, de cómo encadenar las sílabas, de cómo entonar. Eso sin duda ha acabado definiendo mi estilo. No ha sido una cosa buscada sino que, con el tiempo, se ha ido conformando un poco sin darme cuenta.   

Y versionar un clásico como “Angelitos Negros”, ¿es una nueva reivindicación de esa cultura popular, simplemente te gustaba o incluso crees que encajaba de alguna manera en la idea del disco? 

Daniel Magallón: Me encanta introducir versiones en los discos. Es una costumbre que se ha ido perdiendo pero que creo que ayuda a entender, por comparación con el original, cual es estilo de un grupo. Además, como comentas tú, creo que da al disco una dimensión diferente, una lectura complementaria que aporta cosas.

Angelitos Negros siempre me ha parecido un tema precioso. De una actualidad rabiosa. Y que desde el mundo anglosajón había recibido varias adaptaciones a sonoridades jazz o rock alternativo pero que los músicos en castellano habían tratado con mucho respeto. Aquí llegamos los zafios, le quitamos la finura caribeña  y nos la llevamos a un terreno más sombrío y desnudo. De hecho tomamos como modelo la versión de Roberta Flack y no la de Antonio Machín. Ha sido un ejercicio muy divertido.   

Otro de los puntos llamativos de tu obra es la utilización de un ambiente muy particular, donde miras al extrarradio de las ciudades, allí donde campo y ciudad se juntan, ¿crees que el ambiente en el que uno ha crecido, o crece, determina su música? ¿Crees que harías otro tipo de música de haber nacido en otro entorno? 

Daniel Magallón: Yo no hago un esfuerzo por intentar retratar un contexto en particular. Resulta que nací, crecí y vivo en un pueblo de la periferia de una gran ciudad como Barcelona. Y funciona en mis canciones como un telón de fondo como algo que siempre está. Aquí han llegado diferentes oleadas de inmigración buscando trabajo y ese crisol de culturas te ayuda a entender la creación de una forma más heterogénea.

No cabe duda de que eres un rara avis dentro del circuito del pop-rock estatal, no sé si hay que ver en la canción “La jaula (lamento del cantor cautivo”)  una representación de esa condición, quizás no solo musical, y en cierta medida el proceso de adaptación por asumir esa diferencia. ¿Es algo que en algún momento te ha llegado a costar asumir?

Daniel Magallón: Una de las ventajas de ir haciéndote viejo es que cada vez te cuesta menos asumir como eres. Esta música que hacemos es la que nos sale de forma natural. Sé que pueda resultar extraño pero aprender a trabajar sin encajonarte en un estilo definido ha formado  parte de nuestro proceso de maduración como banda.

Siento que muchas veces esa singularidad de la que hablas va en nuestra contra. La gente prefiere proyectos más acabados, mejor definidos. Pero eso a mi me aburre mucho. Todavía nos divertimos haciendo música y  jugar con nuestras canciones llevándolas a terrenos insospechados es la base de nuestro estilo. En el estudio de grabación se vuelven locos con nosotros. Pero creo que esa es la gracia. 

Cuentas la anécdota respecto a la canción “Perro rojo” de que te refieres al perro que tenía tu abuelo y del que solo consigues acordarte de él a través de los sueños, ¿cuánto de onírico o de imaginación hay en la realidad que transmiten tus canciones? 

Daniel Magallón: Una canción es un artificio en el que intentas transmitir emociones. Hay veces que utilizas tus recuerdos, tus sueños, lo que ves, lo que te cuentan, lo que escuchas por la calle, y a partir de ahí creas algo que funcione. Pero en este caso la canción es literalmente un sueño que tuve. En él aparecía un perro que tenía mi abuelo en un pueblo de Navarra.  Apenas tengo recuerdos de él pero sale en algunas fotografías de cuando yo era crío.  En el sueño parecía tan real y yo ya no era un niño sino un adulto. Me encantan esas composiciones extrañas que crea nuestro cerebro cuando dormimos en las que se mezclan recuerdos casi olvidados con con cosas que nos han pasado hace cuatro días. Es maravilloso.  En el fondo, se parece mucho a la fórmula  que utilizo para componer canciones, donde pones en un mismo plano recuerdos, sensaciones y cosas imaginadas sin que haya ningún conflicto en ello.  

Cierras el disco con “Canciones de amor”, que no sé si es algo parecido a una declaración de intenciones a la hora de señalar el hecho de hacer canciones como un mecanismo que nunca se acaba y el último refugio frente a la realidad. 

Daniel Magallón: “Canciones de amor” habla del vacío en que muchas veces se convierte nuestro día a día  lleno de estímulos inocuos que no sirven más que para mantenernos entretenidos. Mientras vivimos alienados y a la deriva sin ser conscientes de ello. Igual no se entiende muy bien, pero esa era mi intención. 

Creo que este disco estaba preparado para salir antes de la pandemia, ahora se edita en un contexto totalmente distinto y desconocido hasta ahora, ¿qué sensaciones te crea ese hecho, crees que las canciones tienen, o pueden tener, significados distintos según el momento y la situación con la que convivan?  

Daniel Magallón: Sí, eso nos ha sucedido. El tono tristón del disco ha ayudado mucho. Es curioso cómo hay cosas que después de la pandemia parecen trasnochadas y otras cobran  actualidad sin pretenderlo. Con este disco nos ha tocado la segunda opción, algo que no sé si me hace mucha gracia. 

Y por hablar de esta llamada “nueva normalidad” que vivimos, ¿cómo crees que afecta toda esta situación a proyectos que siempre han estado en el underground y  relegados a espacios y públicos relativamente minoritarios como el tuyo? 

Daniel Magallón: Pues malamente. Con el anterior disco pudimos dar casi cuarenta conciertos por toda España, mayormente en locales de aforo pequeño o mediano. Y conseguimos que la cosa fuera rentable.  Pero ahora se hace muy difícil dar conciertos sin que el grupo o la sala salga perdiendo. Una pena. A ver si cambia pronto.