The Bo Derek’s: “Inféctame, Baby!”



Por: Kepa Arbizu 

Más por suerte que por desgracia, no existe “libro sagrado” ni enciclopedia que en pleno 2022, cuando los estilos, formas y actitudes musicales conviven desacomplejadas, sea capaz de sentenciar taxativamente lo que es, y no, rock and roll. Con lo que sí contamos, y deberíamos de tenerlo en cuenta, es con una buena cantidad de nombres y referencias que se significaron como pioneros, o directos continuadores, de un género que, heredando las sabidurías de los sonidos negros, dio vida a todo un movimiento que en aquel entonces supuso zarandear los encorsetados preceptos morales (por lo menos de puertas hacia afuera) de una parte de la sociedad. Nacido hace unas cuantas décadas con la intención de liberar los instintos primarios a través de agitados ritmos propicios al baile y el desenfreno, todavía hoy en día sigue contando con fervientes admiradores, condición de la que hacen gala con pasión e intensidad el trío gallego The Bo Derek’s.

Formados por el inquieto Oscar Avendaño y los hermanos Jorge Lorre y Rufus ‘El Guarro’, de los también impulsivos The Wavy Gravies, no contiene esta propuesta sorpresivos ases en la manga ni conejos en la chistera que descubrir cuando se trata de desafiar a nuestros tímpanos con sus clásicos sonidos repletos de rabia y energía. Y es que el cementerio creativo está lleno de ideas ingeniosas lastradas por una deficiente ejecución, lo que ratifica la trascendencia que tienen los llamados “artesanos” -aptitud de la que el bajista de Siniestro Total ha dado sobradas y talentosas muestras a lo largo de su dilatada carrera- a la hora de aplicar su buen hacer a técnicas ya existentes. Pero más allá de una excelente utilización de pautas y constantes que la historia del rock and roll ha ofrecido, este terceto ha logrado en poco tiempo, ya que su actual “Infectame, Baby"! es su segundo trabajo, pandemia de por medio, una conexión y un entendimiento que se refleja en su efervescente y natural manera de agitar las líneas maestras del género. Y precisamente para corroborar esa realidad, más allá de sus incendiarios directos y un debut de gran altura, han presentado recientemente una continuación que, si bien no reniega de las directrices que marcaba su predecesor, decide expandir y añadir matices a una propuesta que sin embargo nunca olvida su correoso ADN.

Si explícito resulta el homenaje que hay tras el nombre de la banda respecto a la actriz norteamericana famosa en los años ochenta, no lo es menos, sobre todo teniendo en cuenta el tema encargado de abrir este nuevo álbum, deducir el amor que profesan hacia otro Bo, de apellido Diddley. Porque (“Hey Bo Derek!”) es precisamente un nada velado homenaje a tal figura y a su identificativo y carismático sonido. Bajo tal agitación comienza un disco que a pesar de la alternancia en cuanto a velocidades en el que se maneja, sigue contando con unos cuantos momentos que mantienen línea directa con su LP anterior. Sucesión perceptible mayormente en temas como “Godzilla Vs Kong”, donde la iconografía del cine de serie B utilizada como metáfora amorosa se pone al servicio de un cortante y adrenalítico rhythm and blues, con la vista puesta siempre en los totémicos Dr. Feelgood o los también imprescindibles Mermelada, o el no menos atropellado “Voy a reventar”, que pese a su incesante cadencia no deja de ser el retrato de la sofocante situación propiciada por la pandemia pero vista desde la inquietud por salir de ella a través de la puerta grande. No puede haber figura más representativa para una formación como ésta que la de Roy Loney, por lo que en esta ocasión no dudarán en versionar su tema “Don’t Believe Those Lies”, respetando casi escrupulosamente su esqueleto de rock and roll icónico, del que por otro lado se servirán, esta vez bajo esa trepidante y característica manera a lo Jerry Lee Lewis o incluso compartiendo enseñanzas de unos desmelenados Tequila, para continuar fotografiando ese micromundo que acontece cuando las luces se apagan a través de “En el wáter de señoras”.

Si muchas de las influencias y/o referentes que nutren a la banda hasta este momento habían permanecido latentes o directamente sepultadas por al paso arrollador que imponía el trío, a lo largo de este disco van a encontrar su espacio para asomar con mayor entidad propia, lo que además de una lógica variedad aporta un dibujo musical más plural y menos monocorde. Una situación que se va a manifestar, por ejemplo, en el mayor peso adquirido por el blues, ya sea tendiendo puentes que les permita alcanzar hasta un crudo hard- rock con reminiscencias a AC/DC en “Tirao” o de una manera mucho más pura en “Otro día de furia”, de nuevo exhibiendo el influjo cinematográfico, donde sus ademanes gritones y arrogantes nos sitúan en territorio inequívoco de Howlin’ Wolf. Algo similar va a suceder con el soul, ya que si casi con seguridad podemos atrevernos a afirmar que resulta parte de su bagaje personal, es en “Humo” donde se puede percibir una línea melódica con aroma a la Motown con la que dotar a la composición de un muy logrado regusto melancólico. 

Pero no van a acabar aquí los diversos acentos que decoran los cortes del álbum. Entre ellos vamos a asistir a la presencia de una evocación al glam rock, y por lo tanto un ejercicio de pegadizo boogie, en la declaración vital alrededor de la música que es “Recuerdos del paraíso”; a una ambientación casi latina que impone un paso chulesco, en perfecta consonancia con el contenido, en “El rey de la ciudad” e incluso la sutilidad armónica que demuestran en “Más rápido que tú”, pieza que perfectamente podría engrosar aquel “Country and Western” que editó Siniestro Total recolectando su apego al sonido americano. Y para cerrar este recorrido no se antoja mejor final que la canción cedida por Artemio (“Metido en un maletero”),miembro de Los Enemigos en sus primeras escaramuzas, que fiel a su retranca se convierte en la única interpretación acústica y de claro tono folklorista.

Si los míticos Burning señalaban los domingos como el momento idóneo para el baile, cuando uno escucha a The Bo Derek’s alberga la sensación de que sus discos tienen el poder de teñir de festivo cualquier fecha del calendario, haciéndonos olvidar obligaciones y horarios que pretenden limitar nuestro hambre de rock and roll. Una fórmula a la que, para este nuevo trabajo descreído y noctámbulo, han decidido aportar más colorido y diversidad en sus rotundos riffs y trepidantes bases rítmicas, logrando así lo que parecía imposible, superar el resultado de un primer álbum “diez”. Pero por encima de todo estamos ante tres irredentos, que en pleno siglo XXI y desde la Costa Oeste de la Península Ibérica, se empeñan en demostrar que este tipo de música no solo mantiene su vigencia en posters o vetustos vinilos, sino que sigue siendo un alimento de primera necesidad para todos aquellos que han elegido la perdición como modo de vida pero acompañada de la mejor banda sonara posible.