Rufus T. Firefly : “El Largo Mañana”



Por: Javier Capapé

Imprescindible. Excelso. “El Largo Mañana” genera una opinión unánime. ¿Es éste el mejor disco de la cosecha del pasado 2021? Lo sea o no es un álbum en el que cada segundo suma, con el que podemos fácilmente gozar por el mero hecho de degustar un disco como obra completa. Donde no se aprecian fisuras, donde fluye la potente personalidad del combo de Aranjuez cada vez con más fuerza. Desde que escuché los primeros compases de “Torre de Marfil”, primer adelanto que nos sirvieron allá por el pasado mes de mayo, recordé las palabras de Víctor Cabezuelo al terminar la gira de “Magnolia-Loto”. Por aquel entonces afirmaba que el siguiente paso de Rufus T. Firefly tenía que apostar por el riesgo, que no querían volver a hacer lo mismo que habían hecho con las dos obras que más reconocimiento les habían aportado. Y así demostraban que iba a ser. No sólo con “Torre de Marfil”, que abre el disco con pulso suave, sino con el resto de los temas que lo conforman, donde apreciamos la esencia de los Rufus más psicodélicos pero yendo más allá. Esta vez buscando sin tapujos las raíces negroides del soul. No dejan los setenta, pero viran hacia una vibración diferente con Marvin Gaye o Curtis Mayfield como referentes. De hecho, el propio Cabezuelo admite que “What’s going on” ha sido un disco clave como fuente de inspiración para esta obra. Suenan a ellos mismos, pero a la vez renuevan sus formas, se visten con nuevos trajes y aportan un nuevo groove a sus colores lisérgicos.

Si el disco se toma el tiempo necesario para atraparnos en sus formas con el citado crescendo de “Torre de Marfil”, no tardan demasiado en hacer que caigamos rendidos a su particular rítmica con “Lafayette” y sumergirnos posteriormente en las formas más negras de “Me has conocido en un momento extraño de mi vida”, donde dibujan una fantástica melodía entre los bajos marcados de Miguel de Lucas y las seductoras congas a cargo de Juan Feo (presentes en todos los temas del disco).

“Polvo de diamantes”, con su larga intro y sus devaneos más lisérgicos, también la pudimos disfrutar semanas antes de que el disco empezara a rodar por los escenarios españoles. Y ahí ha estado otro de los grandes aciertos del grupo, lanzar primero el disco en directo. Atreverse a interpretarlo entero en sus shows de este verano antes de ser presentado oficialmente en formato físico. Permitir al seguidor ser seducido por sus canciones en vivo, sintiéndolas plenamente sin distracciones, siendo captadas con la magia de la primera escucha. Y no solo eso, hasta el orden de las canciones tiene un sentido distinto ya sea en el LP, en el CD o en streaming, ya que el setlist de cada uno de los formatos tiene pequeñas variaciones para darle un significado diferente a la escucha. Todo eso unido a que primero lanzaron el disco físico (agotado en vinilo casi desde su lanzamiento) y posteriormente se estrenó en Spotify y demás plataformas, a finales del pasado mes de noviembre. Hasta en eso se han desmarcado del resto, mostrando la verdadera actitud independiente en el mundo de la música, la que está guiada directamente por los impulsos de la banda, primando la obra, el conjunto, el verdadero sentido de existir como grupo. Aunque seamos algo críticos. Es cierto que esto lo han podido hacer sin correr excesivos riesgos gracias a haber logrado previamente un reconocimiento unánime por crítica y público. Quizá en otro momento de su carrera hubiese sido un salto al vacío sin red del que no hubiese sido fácil recomponerse. Pero será mejor dejar estas especulaciones que no nos llevan a ninguna parte.

Con “El Largo Mañana”, tema que da título al álbum, parecen dejar claro que siguen teniendo un pie en la psicodelia que mejor les ha definido, aunque vuelven al sonido Motown con “Tempelhof” sin abandonar esos teclados envolventes a cargo de Marta Brandariz mezclados con los riffs de guitarra de Carlos Campos y Víctor Cabezuelo, más la poderosa rítmica en la batería de Julia Martín-Maestro. “Sé dónde van los patos cuando se congela el lago” es un regalo para sus seguidores de siempre, donde el ahora sexteto deja ver más claramente sus costuras, sus característicos dejes, con potentes guitarras psicodélicas, cambios rítmicos marca de la casa, largos desarrollos instrumentales y una letra para detenerse en cada uno de sus versos buscando las imágenes más apropiadas para encontrarle todo el sentido. “Selene” cierra la apuesta con la exigencia de una canción que va creciendo minuto a minuto, pero que nos entrega a una banda en estado de gracia, sabiendo medir los tempos y dosificándose para ser degustada sin prisas, como el mejor vino. Un símil que me parece perfecto para Rufus T. Firefly. Han sabido mejorar con gusto gracias al paso de los años, al aprendizaje en el camino, que les ha dado el empaque justo, la credibilidad necesaria y ese paladar que no defrauda a nadie que se disponga a degustarlo con tiempo y dedicación, seguro de poder encontrar su propio diamante. Rufus T. Firefly son exactamente eso: una de las mayores alegrías que nos puede dar nuestra música. Un grupo que ha conseguido su sitio tras mucho esfuerzo y que se merecen todo. Quizá no son los únicos, pero son el mejor ejemplo de ese camino de crecimiento, disfrute y merecido reconocimiento que todos querrían lograr y que con ellos lo podemos ejemplificar más claramente.

Cuando nos preguntemos dónde irán los patos cuando se congelen los lagos este invierno, tenedlo claro, buscadlos en los surcos de este disco y sentir la seguridad de que Rufus T. Firefly han vuelto a conseguir que todo encaje, que sean a la vez, y por siempre, punto de partida y refugio al que poder volver.