Elvis Costello & The Imposters: “The Boy Named If”



Por: Kepa Arbizu 

Si cada nueva aparición de un disco firmado por Elvis Costello ya resulta casi para cualquier amante de la música un motivo de celebración, en esta ocasión todavía lo es más por dos diferentes motivos: primero porque su nombre aparece ligado al de The Imposters, que no es otra cosa que sus míticos compinches de los Attractions (Steve Nieve y Pete Thomas) con el consabido cambio de Davey Faragher por Bruce Thomas; y segundo por lo que supone a la hora de intentar borrar el agridulce -por ser magnánimos con el adjetivo- sabor que nos dejó su experimento de castellanizar el icónico álbum de 1978, “This Year’s Model”. Escasas dudas se podían albergar por lo tanto, conociendo la descomunal carrera que el británico nos ha brindado, acerca de la imposibilidad de que volviera a errar el tiro de forma consecutiva, tal y como demuestra la escucha de este “The Boy Named If”, donde entrega una colección de canciones originales dignas de una alta consideración.

Pocos músicos existirán en la actualidad, y todavía más teniendo en cuenta su condición de veterano, capaces de cobijar entre su colección de grabaciones una nómina tan variada de espacios sonoros y géneros, siendo realmente anecdóticos aquellos ajenos a pasar por sus manos. Virtud a través de la cual es capaz de generar una alta expectación respecto al formato que adoptará cada una de sus nuevas aventuras. En esta ocasión, y teniendo en cuenta los aliados de los que aparece flanqueado, era su faceta más enérgica y rabiosa la que tomaba mayor peso en las apuestas, aspecto confirmado por medio de trece piezas que se engalanan de un nervio “nuevaolero”, perfectamente imbricado en el siglo XXI, del que no excluye algunos de los variados registros que ha practicado a lo largo de su extensa trayectoria.

Pero en el dorado bagaje que exhibe Costello no solo encontramos sus exultantes cualidades musicales, sino igualmente una destacada habilidad para escribir textos que casi siempre adquieren un calado de destacable valoración. Un ámbito en el que ni mucho menos este trabajo es una excepción, al contrario, porque su rica prosa (y verso) se conjuga aquí para, de manera encriptada, ceder la palabra a la construcción de un “amigo imaginario” (If) sobre el que recae el peso de esas decisiones y actitudes de las que tendemos a sentirnos menos orgullosos. Así, como si de un “pepito grillo” al que cargamos con nuestras indecisiones se tratase, el recorrido se nutre de lo que parecen pequeños relatos, con diversos protagonistas, en los que las dudas, los errores o todo aquello desdeñable de nuestra personalidad sale a relucir de la mano de este irreverente ser.

Bajo este tupido, y no poco enrevesado, contexto, las canciones en su mayoría se alimentarán de un ritmo vertiginoso y de un impacto súbdito, por lo que abrir con “Farewell, OK”, uno de esos pildorazos que entroncan con su época airada y brillante, nos predispone ante la avalancha que se nos viene encima. Para ello, todos los condimentos están a la altura, léase una sección rítmica trepidante, desbocados teclados y unas afiladas guitarras, recogiendo las coordenadas del primitivo pub-rock, es decir el rhythm and blues de siempre pasado por un correoso ánimo, para fluir con tensión y dinamismo. Un itinerario que se moldeará con elasticidad para, encabezados por un vivaz órgano, situar a “Mistook Me for A Friend” frente a preceptos power pop, que en “Penelope Halfpenny” serán interpretados con una exagerada sutilidad que parece perseguir predisponernos ante el género femenino con que se expresa la canción.

Teniendo en cuenta que el lazo común de todas estas composiciones, pese a la diversidad que irán tomando según avance el minutaje, es ofrecer un ingrediente de fuerte calado melódico, los acomodos que éste va a encontrar serán muy dispares. Dentro de ese eclecticismo tendrá un espacio relevante un tipo de acompañamiento que lucirá con sofisticación, tarea en la que interviene la buena mano acompañante en la producción de Sebastian Krys y el buen manejo que se hará de unas ambientaciones alejadas del estricto sentido tradicional, nada que por otra parte no hayamos visto plasmado en ejercicios pasados. Valga como ejemplo el contemporáneo aposento que encuentra un luminoso estribillo en “The Difference”, práctica que igualmente servirá para que “Magnificent Hurt” sea el punto de encuentro entre ademanes ásperos y juguetones. Combinación que introduce un elemento intrigante que tendrá su máxima expresión en un tema homónimo que alcanzará cotas de pieza de musical, algo aplicable también a la explosión cabaretera, a lo Tom Waits pero sin su rudeza, y épica de “The Man You Love to Hate”.

Tan importante como las diferentes bifurcaciones que Costello puede aplicar a su faceta más impetuosa o acelerada, resulta en su bagaje acumulado a lo largo de los años el sensible manejo que tiene de los tiempos lentos, de los que tendremos en este trabajo una más selectiva, pero igualmente significativa,  presencia. Mientras que “My Most Beautiful Mistake “ todavía retiene su vena rockera, pese a la más que palpable deceleración en el tono y su poso más melancólico y sutil, el romanticismo aflorará ya sin ningún escollo en la bella “Paint the Red Rose Blue”, donde los teclados que antes han dibujado serpenteantes ritmos aquí se transforman en embriagadores golpes de piano, o bajo un estilista y elegante traje de crooner (“Trick Out the Truth”) que anticipa el cierre con “Mr. Crescent “, uno de sus ya totalmente reconocibles ejercicios plenos de emoción.

Pese a que el escenario que desprende “The Boy Named If”, basándonos en un recuento cuantitativo de sus cortes, es uno donde se prioriza el carácter más adrenalítico y directo, el disco globalmente responde a una mirada caleidoscópica a todas las caras de ese cubo de Rubik en el que se ha convertido la música de Elvis Costello, que lejos de denotar una indefinición supone la perfecta asimilación de un número casi inabarcable de influencias. Exultante heterodoxia que además encuentra en el concepto escondido tras este álbum una excusa perfecta para trazar libremente diferentes viñetas y situaciones. Alabar el resultado obtenido por este nuevo trabajo sería sumar parabienes a alguien que los acumula de todos los colores en su dilatada carrera, pero eso no debe impedir rendirnos otra vez ante una figura que sigue inquebrantable en el elogioso empeño de dignificar el noble arte del rock and roll, siendo capaz de contagiarnos con su furor melódico como de sumergirnos en sus siempre atractivas cavilaciones.