John Mellencamp: “Strictly A One-Eyed Jack”


Por: Kepa Arbizu 

Cuesta hacer el ejercicio de imaginar que tras el retrato -realizado por su propio hijo, Speck,- en forma de hosco y desaliñado pirata que decora la portada del último disco de John Mellencamp, en algún momento se encontró aquel fogoso músico, en sus inicios llamado John Cougar, que enarboló con éxito un contundente y épico rock americano con el que radiografiar el espíritu de sus conciudadanos. Sin duda el paso del tiempo es un ineludible condicionante que altera la biografía y por extensión la expresión artística de todo creador, pero a la vez puede ser una óptima herramienta para aprender a desprenderse de todo lo superfluo y retener la esencia más pura de lo que uno es. Una travesía que el estadounidense ya inició a principios de siglo especialmente de la mano de T-Bone Burnett, quien le introdujo en un sonido alejado de ese nervio impetuoso, el que por motivos obvios ya no podía alcanzar, para arrogarse un discurso intimista al amparo de una ambientación acorde, formalmente más vetusta y sobria.

“Strictly A One-Eyed Jack” es, en ese sentido, un continuador de episodios precedentes entregados por el oriundo de Indiana, pero a la vez resulta un desafiante paso más allá a la hora de, envuelto en su disfraz de viejo lobo de mar, mostrarse sin cortapisas o edulcorantes, ya sea en su manifestación musical como sobre todo en un agrio y desesperanzado verbo. Como ese veterano sabedor de que el pasado ya ocupa casi todo el espacio de su biografía, Mellencamp no hace el más mínimo esfuerzo por esconder, al contrario, una voz hecha añicos, resultado de la caída de las hojas del calendario pero también de la nicotina suministrada a su garganta, que sin embargo es el idóneo altavoz para un sobrio y áspero acompañamiento, reflejo sonoro de ese descreimiento moral que inundan sus palabras. Suma de ingredientes que derivan en un emocionante álbum de ánimo crepuscular y decadente.

Arropado por una serie de músicos convertidos en los últimos años en su troupe de confianza, y asumiendo él mismo las tareas de productor, el repertorio escogido tendrá pocas vías de escape respecto a lo que es una profunda y rugosa mirada a esas raíces que en su desarrollo vieron nacer el rock and roll. Pese a ello, y al nulo interés por intentar reverdecer laureles que disfracen su edad, hay pocos, y no especialmente significativos, momentos que todavía sigan arraigados al coraje eléctrico. Una máxima bajo la que se podrían definir el herido medio tiempo, a lo Steve Earle, que es "Lie to Me" o el blues-rock serpenteante y vivaz con que se mueve “Did You Say Such a Thing”, probablemente más relevante que por su contenido, aunque no se pueda desmerecer, por suponer una de las tres apariciones que hará Bruce Springsteen en su labor de acompañante, un rol que puede ser visto simbólicamente como una suerte de justicia poética en relación al cruel calificativo de imitador de bajo nivel del “boss” con el que siempre ha cargado el autor de este álbum.

No habrá a lo largo del resto de piezas conexión significativa con el voltaje, algo que dicho de paso, la historia de la música, sobre todo la tradicional, nos ha enseñado que no pasa por ser un elemento imprescindible para entregar manifestaciones dotadas de vigor e intensidad, de lo que también dará buena cuenta el contenido de este trabajo. Lo que continuará inamovible es la actitud que Mellencamp asume en su interpretación, que además de definida por una deslenguada retórica, contará con un tono de voz revolcado en arena pedregosa, lo que sumado al buen uso de los sonidos primigenios, trazará una directa conexión con la frecuencia más taciturna de nombres míticos como los de John Hiatt o Bob Dylan. Y sino solo hay que escuchar una descomunal "I Always Lie to Strangers", confesional y estremecedor retrato de ese escenario sobre el que pisamos hecho a base de mentiras. Viñetas de un apesadumbrado contexto que seguirá horadando con una crepuscular "Streets of Galilee", toda una declaración de principios sustentada sobre una personalidad huraña y fiel asistente al clan de los perdedores. La presencia protagonista que adquirirá el piano conllevará asolar la ya de por sí espartana instrumentación, propiciando la melodramática desnudez de una recitativa "Gone So Soon" o la trágica épica de "A Life Full of Rain”, en la que encontrará en Springsteen un aliado perfecto para sentenciar un radical desarraigo vital.

Al igual que la relevancia tomada en ciertos temas por las teclas confluye en un ambiente determinado, cuando ese papel lo asumen los violines también aparecerán con un cariz estilístico determinado, en este caso allanando el camino para acercarse hasta ritmos de raíz folk. Si además se suma el acordeón a esa ecuación, sucede que "Driving In the Rain" proyecta un paso campestre preñado de nostalgia, mientras que la percusiones casi tribales de "Simply a One-Eyed Jack" aportan energía a nuevos trazos con los que resaltar su errante espíritu y el tono coral de "Chasing Rainbows" engrandece la prédica por aquellos sueños que brillan más allá de los anhelos materiales. Frente a estos breves y muy relativos atisbos de luminosidad, el pellizco blues vodevilesco de "I Am a Man That Worries" y un humeante vals ("Sweet Honey Brown"), con Tom Waits entre bambalinas, se encargan de recuperar el lúgubre y áspero esqueleto.

Hay músicos veteranos, especialmente en el ámbito del rock, al que se le presupone un cariz de energía y exaltación, que ante el inmisericorde paso del tiempo, y de la pérdida de ciertas facultades, deciden retirarse sin hacer mucho ruido o encomendarse a una bochornosa e irreal eterna juventud. Mellencamp, por suerte, no ha optado por ninguna de esas elecciones, la suya ha sido la más racional, aceptar las presentes limitaciones y hacer de ellas virtud. Inmerso en lo que es por pura evidencia los postreros instantes de su carrera, su ánimo otoñal y agrio conquista un discurso que en paralelo escarba entre las raíces del sonido americano para servirlas bajo un formato turbio pero de gran belleza. En definitiva es la mirada de quien sabedor de que ha dejado atrás ya parte sustancial de su vida, avanza en el presente acompañado del sonido que desprenden sus pasos sobre la cama de hojas secas que se agolpan en el suelo, con la certeza de que el mañana traerá otro ajado amanecer.