"Oh See!: El festival de la integración.

 
Auditorio Municipal Cortijo de Torres de Málaga. Viernes y sábado, 20 y 21 de mayo del 2022

Texto: J.J. Caballero

Fotografías: Carmina Hace Cosas

Un cambio de fecha sorpresivo, la bonanza de las temperaturas y un ambiente festivo sin las estridencias la mayoría de veces intrínsecas a este tipo de eventos podrían ser algunos de los principales rasgos distintivos de uno de los festivales más madrugadores del calendario estival. O primaveral, mejor dicho, porque el Oh See! Festival de Málaga fue el encargado de abrir el fuego a gran escala de un circuito que empieza a desperezarse tras el parón obligado por las circunstancias, aunque ya el año pasado fueron un ejemplo de organización y logística digno de elogio, cartel y público aparte. La apuesta por la integración de las más jóvenes generaciones, con la habilitación de un espacio propio y perfectamente integrado con sus necesidades en el que incluso podían interactuar con las bandas, es otro de los puntos a favor; y las propias instalaciones del Auditorio Municipal Cortijo de Torres, en un espacio diáfano y un único escenario amplio y mejorado en sonido respecto a anteriores ediciones, otro plus de interés y disfrute. En este caso el mea culpa corre del lado de este cronista, que por otro tipo de cuestiones no pudo dar testimonio de las primeras actuaciones de las respectivas jornadas, concretamente las de Mujeres y Manel (viernes tarde), y la de Karavana (primer concierto del sábado) probablemente de las más apetecibles. Con todo, el retraso no dio para perderse las de mayor enjundia, a priori emplazadas en el tramo más nocturno del programa.

Entrando en materia, la que maneja Alizzz en directo no se aleja demasiado de la que prepara en estudio. Tras sorprender a propios y extraños con esa integración de la música urbana en un contexto puramente pop, se ha hecho con un nombre prestigioso en la escena y editaba hace casi un año un atractivo disco bajo el título “Tiene que haber algo más” y canciones amables y dignas de una escucha disfrutable. “Amanecer”, “El encuentro”, coreadas con mucho más ímpetu del que muchos esperábamos, y sobre todo la más emocionante “Ya no siento nada” fueron las piedras de toque de un repertorio aún en proceso de hacerse mayoritario. Los mimbres son buenos y la banda más que versátil, aunque los tics por momentos les hagan ceñirse demasiado al guión, con la correspondiente pérdida de identidad. Pero nada que les afecte en cuanto a efectividad y capacidad de convocatoria.

De eso, de convocar a cientos o incluso miles de personas en torno a una experiencia peculiarísima, sabe bastante la buena de Zahara. Mediatizada en exceso por el halo de autenticidad y la grabación de su disco autobiográfico, ahora se mete en una especie de camisa de once varas que a ella en cambio le queda como un guante. En esta gira, “La Puta Rave” la resitúa en un contexto puramente dance, en el que integra y adapta sus confesiones escoltada por sus hombres de confianza, un Manuel Cabezalí tan eficaz como siempre en las guitarras y un Martí Perarnau concentrado en sus labores de programación y teclados. En el nuevo ambiente, la ubetense destroza prejuicios escénicos rapeando salvajemente o poniendo en su lugar a todo el que discrimine, odie o cree barreras morales, como hace en “Joker”, o desmelenándose al final cantando “Sansa” y quedándose más a gusto que un arbusto. Las personalidades tan intensas tienen estas cosas, que cuando consiguen conectar con una mayoría abrumadora se convierten en voces ganadoras, o en apuestas seguras, que es el caso.

Otra de ellas sin duda es la de Lori Meyers. A los granadinos ya no les hace falta casi nada, si acaso les sobra, para sacar adelante un repertorio variopinto, recientemente orientado al tecno pop y siempre ejecutado con solvencia. Un escuálido Noni abre los primeros acordes vocales de “Seres de luz”, uno de sus temas más frescos, y automáticamente insta a la banda a intercalar los hits de rigor )“Luces de volar”, “Planilandia”, “Luciérnagas y mariposas”, “Emborracharme”, “¿A-Ha han vuelto?) con otros a los que aún les falta recorrido (“Hacerte volar”, “Punk”), y siempre sabiendo que los verdaderos ases en la manga son “Mi realidad” y el imprescindible “Alta fidelidad”, así que se los guardan para ganar definitivamente la partida y la jornada. Puede que su nueva aproximación al pop clásico, que a fin de cuentas es lo que siguen haciendo, no necesite de tanta parafernalia lumínica como aditivo para el lucimiento, pero se lo pueden permitir y han alcanzado un estatus lo suficientemente elevado como para permitirse ofrecer un espectáculo digno de ser disfrutado en directo. Y así lo fue.

La sesión de moderneo –término sujeto a varias interpretaciones, casi todas de tipo lúdico-festivo- que el festival suele reservar a ciertas bandas más o menos dedicadas a hacer del mismo un arte cubrió el expediente inicial con Varry Brava, reforzados tras su paso por las eliminatorias del dichoso festival y conscientes plenamente del papel que les corresponde. Se dedicaron a lo que saben hacer, que no es poco, y con el pintoresquismo habitual lanzaron sus himnos hedonistas para vivir en un verano eterno al son de versos fáciles que hablan de “Playa” y de “Chicas” con la misma concentración en la tarea con la que le cantan a la musa “Raffaella” o hacen planear a la audiencia con otros tarareos instantáneos como el de “Vuela”. Lo mejor que se puede decir de ellos a estas alturas es que son divertidos y sinceros, y que les espera una temporada gloriosa de bolos en los que seguramente les será asignado el mismo papel que aquí. Se puede dar fe de que lo cumplirán satisfactoriamente.

Gracias a que la temperatura no se manifestó de forma tan inclemente como se anunciaba, el “Techno manchego” al que se adscribe circunstancialmente un músico como Amatria, comenzar la jornada del sábado sonó poco menos que a gloria. Una perfecta maniobra de calentamiento que consistió en contarnos una serie de “Cosas” de variado interés, pero siempre con la idea de que lo que hace este músico es algo diferente, renovador e inspirado, y sin demasiados ingredientes para que la fórmula sea más vitamínica cuanto menos calórica. Poco a poco propuestas como esta deben y pueden tener cabida en contextos en los que tienen pleno sentido, pues su coctelera de pop sintético con una siempre presente piel acústica suena agradecida lo escuches desde donde lo escuches. 

En cambio, a Cupido y, en especial a su carismático líder Pimp Flaco, se les ve venir a distancia. En apariencia y sonido no son sino una banda de jóvenes implicados en la nueva causa del trap con un frontman dotado para el discurso, y en la práctica demuestran que canciones como “Un cabrón con suerte” o “Autoestima” tienen mucha sustancia oculta, y que con los dardos incluidos en las estrofas de “No sabes mentir” o “Milhouse” pueden llegar a más gente de la que en teoría pueden estar interesados en lo suyo. Fue un concierto de efectos inmediatos pero no secundarios, al igual que el de Nil Moliner, otro artista dedicado a atraer a la sección menos adulta, una suerte de Pablo Alborán urbano con estética opuesta (gorra, camiseta oversize y falda a lo Robe Iniesta) y proposiciones ecológico-espirituales de calado corto pero inmediato: “Idiotas”, “Déjame escapar”, “Hijos de la tierra”, “Soldadito de hierro”, ejecutada a pelo con guitarra acústica, y el hit “Me quedo” le sirven para hacer a la gente bailar a su son durante una hora y aportar algo más con una sección de vientos potente y una escenografía atractiva con la que complementar el ruido al que hace referencia en demasiadas ocasiones. Si no fuera por el exceso de gritos en las transiciones entre los temas, el equilibrio que necesita su espectáculo podría beneficiarle en mayor medida.

Ni que decir tiene que el rol absoluto de estrella del rock, nunca reconocido por él mismo, lo tenía el grandísimo Kiko Veneno. No era la mejor hora para insertar un bolo que supo a poco, pero los poderes que atesora son demasiado grandes y su Banda del Retumbe demasiado experimentada para que alguien se niegue a pasar una hora de puro magisterio. La edad no es un obstáculo, más bien un acicate, para que aprendamos igual que él lo hizo grabando que un rockero, un flamenco, un rumbero, un amante del folk o de la música progresiva, que es todas esas cosas y algunas más, puede salir airoso de un par de discos escorados hacia la experimentación como “Sombrero roto” y “Hambre”, ambos magníficos en concepción y resultados. Su alianza con productores y músicos más jóvenes se plasma en relecturas inesperadas de clásicos como “Lobo López”, “Echo de menos”, el clásico de su banda primigenia “Los delincuentes” y otros temas menos transitados pero igualmente imprescindibles, óiganse “Lo que me importa eres tú”, “La higuera”, “Reír y llorar” o “Dice la gente”. Hay sitio también para sus últimas aproximaciones al nuevo mainstream con “Los tontos” y, cómo no, para cerrar la clase con el inolvidable “Volando voy” y el guiño obligado al maestro Camarón. Lo dicho, no hay tiempo ni estilo que le resulte ajeno, ni mucho menos escenario que se le resista. Como afirma a mitad de concierto con un rotundo “aquí está er tío”, personajes como él deben quedarse con nosotros durante mucho tiempo. Por nuestro bien.

Para ver y escuchar a alguien tan excesivo como Ángel Stanich, aunque solo lo sea en cuanto a su forma de entender la música, solo hay que llegar bien informado, aparte de preparado para cualquier cosa. El concepto de músico total parece estar a buen recaudo con él, alguien capaz de grabar canciones interconectadas en cuanto a su mensaje y a veces demasiado alejadas en su ejecución. Su actitud escéptica y contestataria se refleja en uno de los temas más al pelo en los días en que el emérito volvió temporalmente a territorio patrio, “Rey idiota”, y se prolonga en las diatribas de “Una temporada en el infierno”, “Carbura”, “Un día épico” y la excelente “Escupe fuego”, una de las piezas más sentimentales que alguien como él fue capaz de escribir hasta el momento. Con “Mátame camión” ha creado una especie de himno infalible para sus fieles, que lo arropan incondicionalmente hasta cuando se arroja a ellos desde el escenario, en el habitual tramo épico de sus conciertos. Con la voz más atiplada que de costumbre y una banda en pleno momento dulce, dando un repaso a la geografía local y derrochando socarronería, su “Polvo de Battiato” concluye con ese centro de gravedad permanente sobre el que gira el concepto central de su último disco. Un artista necesario y único.

Tener que aguantar un par de pruebas de sonido prácticamente improvisadas delante del público que poco después va a ver tu concierto es un mal menor, aunque subsanable, cuando sabes que lo vas a pasar tan bien escuchando a un par de bandas que, alejadas musical y formalmente, suelen ser garantía de diversión. Unas porque así lo decidieron nada más formarse, las Ginebras, que aparte de sus poderes musicales se perfilan como unas grandísimas monologuistas, y además concienciadas con la causa de las barreras sexuales y de género; y los otros, Carolina Durante, repetidores en el mismo escenario que los recibió hace poco menos de un año, porque la línea continuista de su último disco no les impide seguir haciendo prácticamente lo que les da la gana con idénticos resultados. De las primeras, lo más destacable es el poder de seducción de temazos como “Crystal Fighters”, “Vintage”, “Todas mis ex tienen novio”, “Chico Pum” (colaboración entregada de los fans incluida), “Filtro Valencia” y esa antiversión sui generis titulada “Con altura” que pone patas con hombro los prejuicios a favor y en contra de esa artista de la que todo el mundo habla. De personalidad y entrega van sobradas estas chicas, lo mismo que unos algo más planos paisanos suyos que llevan dándole cancha a sus “Cayetano”, “Joder, no sé” y “Las canciones de Juanita” el tiempo justo para hacerlas célebres y celebradas por doquier. En cambio, ahora deben aderezarlas con los nuevos “Moreno de contrabando” o “Famoso en tres calles” incluidas en su segundo largo, escuetamente nombrado “Cuatro chavales”, con el que alargan su pequeña gran leyenda. Siguen entregándose a la máxima de exprimir las canciones breves, rápidas y desenfrenadas y su cantante Diego Ibáñez se descoyunta a cada paso, así que se intuye que aún les va a dar para mucho más.

Como fin de fiesta, sabido es que una banda de mentira como las Nancys Rubias, impulsada únicamente por la capacidad de convocatoria del indescriptible Mario Vaquerizo, solo puede ser sinónimo de diversión al margen de toda reflexión. A esas horas tampoco está nadie para pensar demasiado, sino para dejarse llevar por el playback de temas de Blondie, Mando Diao, Los Romeos y otros metidos en la batidora pseudo-glam de un grupo que suelen ser los breves teloneros, mera estrategia para caldear el ambiente, de unos Fangoria que son mucho más que el dúo integrado por los históricos Alaska y Nacho Canut. Sus mejores armas siguen siendo las revisiones actualizadas de “Ni tú ni nadie”, “El rey del glam” y otras piedras de toque fundamentales en la trayectoria anterior de sus miembros. Hoy son lo que son por su esplendoroso pasado, y si además aderezan sus conciertos con un grupo de bailarines y bailarinas ligeritos de ropa, guitarras apenas audibles y un recorrido superficial por una discografía valiosísima como dúo, con paradas en las últimas estaciones de su “Geografía polisentimental”, con “Momentismo absoluto”, “Miro la vida pasar” y especialmente “Dramas y comedias”, muy al pelo de la particular estética que han creado, como paradas obligadas para que el hedonismo se apodere del ambiente al final de una jornada agotadora pero con balance más que positivo.

Volveremos a Málaga, a su auditorio y a su magnífico ambiente, y retornaremos a contar cómo y cuándo un buen puñado de músicos pasean su palmito por un escenario que empieza a resultarnos familiar. Gracias al Oh See! por hacerlo todo tan fácil, y por abrirnos la primera puerta a un verano de festivales que, optimismo mediante, nada ni nadie podrá restringir.