Wilco: La canción por delante


Jardín de Invierno, Zaragoza. Martes, 21 de junio del 2022

Texto y fotografías: Javier Capapé

Oficialmente comenzó el verano el pasado martes, justo cuando remitía una de las peores olas de calor de los últimos años. Y en Zaragoza le dimos la bienvenida con la música de los norteamericanos Wilco. Viejos conocidos en tierras mañas, de cuando recalaron por la sala Oasis en plena efervescencia de reconocimiento global (allá por la época de "A ghost is born" y "Sky blue sky"), esta vez venían en modo menos experimental, más pegados a sus raíces, para presentarnos su disco más reciente, el doble "Cruel Country", una pequeña obra maestra que revisiona el country más clásico desde su exquisita visión. Se palpaban muchas ganas en el ambiente previo al concierto. Muchos viejos amantes del rock congregados en el Jardín de Invierno del Parque José Antonio Labordeta de la ciudad dentro del ciclo del ayuntamiento "Música al Raso". Todos deseando caer rendidos de nuevo en los brazos del grupo de Chicago sabiendo que era difícil que decepcionaran. La predisposición positiva era evidente, porque ¿quién va a poner pegas a un suculento cóctel como éste donde la música está por encima de cualquier artificio banal? Solo unas grandes letras en el fondo del escenario con el nombre de Wilco y los instrumentos dispuestos en semicírculo, como si de una sala de ensayos se tratase. No hay pantallas, no se intuyen grandes artificios lumínicos. Solo importa la música.

Con extrema puntualidad el grupo salió a escena bien comandados por su maestro de ceremonias, Jeff Tweedy, pero rápidamente reparamos en una ausencia clave. La banda había disminuido a quinteto. Nels Cline, el artífice de las guitarras más afiladas de la formación, no estaba en el escenario. Enseguida Jeff Tweedy aclaró que se debía a su positivo en covid, pero que como el mismo Nels querría, iban a emplearse en este concierto como le hubiera gustado a él. Suplir esa ausencia iba a ser difícil, porque Cline es uno de los puntales del sonido de la banda, pero desde el principio el resto de sus miembros iban a demostrar que darían todo por deleitarnos, que se dejarían el alma y la piel por conquistarnos. Porque su arma son sus canciones, y de grandes canciones están bien sobrados, a pesar de que definitivamente su ausencia no fue pasada por alto. Se notó mucho y quizá hizo que el concierto se tornase más frío o plano, porque no, no pudimos deleitarnos con "Impossible Germany", pero a pesar de todo, la solvencia del resto como banda no desmereció en absoluto un concierto de notable alto.

La batería de Glenn Kotchke sonó precisa a la par que comedida, los teclados de Mikael Jorgensen dibujaron los colchones sobre los que asentar la interpretación de Tweedy, John Stirratt se mostró firme con su bajo y Pat Sansone, que tan pronto nos deleitaba con el piano como afilaba las cuerdas de su guitarra para dar mayor contundencia a algunas canciones, se convirtió en el mejor escudero en el que el líder de la carismática banda de Chicago se apoyaría durante gran parte de la velada. Así, con toda la seguridad que podríamos esperar de uno de los grupos más sólidos del rock norteamericano comenzaron de menos a más, mostrándose más comedidos mientras entonaban sus más sentidas composiciones pertenecientes a su último álbum "I am my mother" y "Cruel Country", para seguidamente empezar a mostrar concesiones a su pasado más granado con las celebradas "I am trying to break your heart", del aclamado "Yankee Hotel Foxtrot" (hasta seis canciones sonaron de su disco más aclamado) o "Sunken Treasure", donde Tweedy se calzó la eléctrica y nos cautivó entre distorsiones.

Con un sonido prístino que nos permitía sentir todos los detalles, desde la suave pulsión de la batería a los elegantes toques de piano o rhodes, el Jardín de Invierno fue calentándose mientras se sucedían algunos de sus temas más queridos como "At least that's what you said", "Box full of letters" o "War o War". Primaron aquellas canciones con menor protagonismo de las seis cuerdas más afiladas haciendo concesiones a algunas donde predominan más las teclas, como "Hummingbird", u otras donde se imponen las suaves cadencias del country magistralmente ejecutado, pero sin excederse en filigranas, como ocurrió con "Please be wrong", "A lifetime to find" o "Hearts hard to find", todas ellas del disco que venían a presentar.

"Jesus, etc" o la contundente "Heavy metal drummer" hicieron levantar los brazos y rendirse a los devaneos de Tweedy, que también se mostró más cercano con la sensible "You and I" o con la confesional "I'm the man who loves you" con la que cerraron el bloque principal de la noche tras más de una hora y media desde su arranque.

La vuelta con los bises, que se prolongaría hasta casi las dos horas de concierto, se convirtió en una muestra más garajera que delicada. El sonido más puramente "americana" se dejó a un lado para deslizarse entre afiladas cuerdas de metal y ritmos más truncados. La banda quería despedirse no desbarrando, pero sí con cierta anarquía en sus formas y con sonidos más sucios que elevaran a las 2500 almas congregadas a lo más alto. "Outtasite (Outta Mind)", "I’m a Wheel" o "The Late Greats" sonaron desbocadas. Wilco habían demostrado que aprecian las formas puras y la ejecución bien medida, pero igualmente son maestros en la experimentación y en el arte de saber estirar las estructuras de sus canciones para deconstruir y transformar estilos bajo su batuta, donde casi todo vale al servicio de una composición bien construida. Una lección magistral. La de unos músicos que conocen muy bien sus artes y las manejan a su antojo. Saben dónde pulsar para llevarse al público de calle. Saben qué mostrar para convencer, aunque parezca que los elementos no estén de su parte (¡claro que echamos en falta a Cline, pero por momentos casi no notamos su ausencia!). No hay fisuras en su espectáculo y todo él está al servicio de lo que verdaderamente importa. Hicieron falta pocas palabras en boca de Tweedy. Sus canciones hablaron por sí solas. Dolieron cuando tuvieron que hacerlo, nos excitaron cuando así desearon ellos, nos sedujeron entre susurros y distorsiones, en definitiva, nos atraparon en su potente influjo. No importan los años que lleven defendiendo discos más o menos jugosos. No importa si se van más hacia los márgenes del rock o si se centran en lecciones de estilo. Necesitamos a Wilco y en Zaragoza ya estamos deseando encontrarnos de nuevo con ellos.