Oscar Avendaño y La Banda Fantasma: "Uno"


Por: Kepa Arbizu 

Todos los músicos guardan en su ajuar particular canciones, ideas o melodías que, por los más dispares motivos, deciden mantenerlas escondidas bajo llave. Hasta que llega un día en el que el autor de turno opta por, en vez de condenarlas al sueño de los justos, decretar que su momento ha llegado y devolverlas al mundo de los vivos, o lo que es lo mismo, entienden que han alcanzado los méritos suficientes como para ser escuchadas por el público. Una intrahistoria, en líneas generales, similar a la que se esconde tras el nuevo proyecto del infatigable Oscar Avendaño, que por lo visto, ni ser bajista de los míticos Siniestro Total, azuzar con brío y energía canalla el rock and roll de la mano de The Bo Derek’s o coronarse como un excelso "songwriter" ha sido botín suficiente para saciar su incontinencia creativa, buscando ahora la compañía de la denominada Banda Fantasma para emerger con un repertorio de evocadora naturaleza con el que expandir el ya de por sí amplio espectro expresivo que adorna su carrera.

La enigmática denominación que bautiza el proyecto no deja de esconder la camaradería y el espíritu diletante de sus integrantes por ese noble arte de hacer canciones. Porque la motivación embrionaria que movió a Paco Serén, Lucas Fernández, Pablo Álvarez, Indy Tumbita y por supuesto al mencionado Oscar, no fue otra que la de juntarse a cuenta gotas a lo largo de un lustro para de forma totalmente espontánea, y como si de aquella película, “Boyhood”, se tratase, en la que el tiempo que recoge la filmación es a la vez el transcurrido en la vida del protagonista, realizar algo similar con este repertorio. Elaborado con el reposo y la tranquilidad del que se sabe libre de presiones profesionales y solo se siente sujeto a ese ánimo vocacional que motivó las reuniones ocasionales en los Estudios Eclipsis, el resultado se podría definir como un disco que recoge lo sucedido durante esa época durante la cual se mantuvo activa una banda que, en el sentido más estricto de la palabra, nunca existió. 

Dejando de lado rocambolescas casuísticas e indelebles definiciones, el estreno -y quién sabe si al mismo tiempo su canto de cisne- de este proyecto se materializa alcanzando ese gran reto al que aspira todo álbum que prioriza su carácter atmosférico, que no es otro que el de recrear un ambiente identificativo -pese a sus lógicas fluctuaciones- con el que hilvanar todas sus composiciones. Capacidad en ocasiones más atribuible a una destreza casi pictórica con la que retratar paisajes sonoros capaces de emular los sentimientos más universales. Finalidad en la que, además de la lógica pericia instrumental, intervendrán decisivamente la determinación de camuflar la voz cantante en ese manto musical como la adopción de un tipo de textos que sirvan de complemento a ese tono de ensoñación pero que sepan zafarse de un artificial ensimismamiento, o lo que es lo mismo, saber mirar a los cielos para hablar de lo que habita en el suelo.

Como en casi todo, los inicios suelen ser propiciados por un detalle o una pequeña casualidad, y en este caso puede que fuera el convencimiento de que una canción determinada pedía el “auxilio” para configurar su forma definitiva de la presencia de un un sitar, ese instrumento indio conquistado por anglosajones de pelos largos. Una aparente minucia que sin embargo esconde la génesis y la excusa predilecta para lograr atravesar el espejo y zambullirse en ese País de las Maravillas morado por habitantes que responden al nombre de la Incredible String Band, Love o la Fairport Convention, todos ellos posibles antecedentes, en mayor o menor medida, del ideario de estos gallegos.

Como si de un relato de escrupulosa cronología se tratase, el disco se abre con “Luz”, a la sazón primer vástago de esta aventura de raíz espiritual y que por lo tanto carga sobre sus espaldas con buena parte del imaginario, al margen del aspecto concreto que alcance cada episodio, que rige la globalidad del álbum. Por eso que su folk de ascendencia evocadora y mística, impulsado por unas tribales percusiones obra de Andrés Cunha, la asocie a Pentangle o a The Byrds, no solo compete al tema en cuestión, sino a buena parte de los que le seguirán. Porque si la simbología escapista, sin vislumbrarse con claridad hasta qué extremo es alargada, se sumerge en el caso de “La playa” bajo un baño esotérico, la elegante “Los miserables”, interpretado en tesituras casi susurrantes, parece desvelarnos el secreto de aquellos que predican la paz pero que firman con la guerra su día a día.

El caleidoscópico territorio sobre el que alza este disco no rehúye estampas funerarias, expresadas a través del tono western que se apodera de “La banda fantasma”, en la que los siempre maleables Jinetes del Apocalipsis en esta ocasión son avistados cruzando un desértico páramo y a lomos de corceles. Mientras, el fluvial y siempre simbólico título de “El Río”, aquí con caudal de trágica sustancia, discurre intimista e intrigante, pudiéndola emparentar con los Pink Floyd de la época de “Atom Heart Mother”; una misteriosa condición a la que contribuye el sonido de un órgano que hará de perfecta antesala de “Final”, un epílogo, dado su registro pandémico, que se celebra entre abrazos crepusculares de potente resonancia y bajo decoración vanguardista, aspecto que parece auspiciado por la mano de John Martyn.

No cabe duda que este trabajo se desarrolla en un campo de acción ajeno a los habitualmente trazados por Oscar Avendaño, pero con la misma rotundidad se puede afirmar que, como sucede con los verdaderos autores, poco importa la morfología concreta adoptada para depositar su indeleble rúbrica. Puede que el microuniverso construido por “Uno” se trate solo de un oasis en su carrera, o el inicio de un nuevo sendero en su trayectoria, pero lo verdaderamente esencial es que estamos frente a la prueba fidedigna de que hablamos de un compositor con las actitudes sobradas para, junto a sus compañeros de tarea, transformar su erudición musical en virtudes que acumular en su curriculum particular. Así nace un embriagador y emocionante disco que consigue, por medio de su ambiente ensoñador y sugerente, entonar su propio canto de sirena con el que inducirnos a despegar nuestros pies del suelo para, sin darnos cuenta, situarnos peligrosamente cerca de las grandes incertidumbres humanas.