La experiencia Dylan


Gran Teatre Liceu, Barcelona. Sábado, 31 de junio del 2023.

Por: Àlex Guimerà

Leí hace poco a Ignacio Julià afirmar que Bob Dylan es el norteamericano vivo más importante de nuestros días. Razones no le faltan para tal contundente sentencia: cronista de nuestros tiempos, eje vertebrador de la evolución del rock a mediados de los años sesenta, restaurador de la tradición musical estadounidense del siglo XX y Premio Nobel "accidental" (o la medalla al Everest como se refirió Leonard Cohen), Dylan es un cerebro creativo sin límites. A sus 82 años, además, se resiste a dejar los escenarios y lo hace sin autocomplacencia para continuar su lucha por ese arte al que sigue debiéndose y amando. No en vano en plena pandemia fue capaz de regalarnos su enésima obra maestra, un milagro que pocos esperaban y que este mes hemos podido gozar de su presentación en directo en distintos puntos de la Península. Entre ellos, la vuelta al Gran Teatre Liceu de Barcelona que coincidió con el solsticio de verano y la verbena de San Juan, regalándonos dos oportunidades para ser testigos de sus renovados directos tras su paso por el mismo recinto en marzo de 2018 en plena "fiebre Sinatra" del bardo.

Con el acierto de prohibir el uso del teléfono móvil durante la audición para evitar distracciones y volver a los viejos tiempos en los que vivíamos los momentos sin más, el aforo para el segundo pase estuvo nutrido de los habituales veteranos nostálgicos pero también de las nuevas generaciones que han sabido conectar con la esencia del bueno de Zimmerman. Quien esperara un revival con perfectas y simples recreaciones de “Blowin’ In The Wind”, “Like A Rolling Stone” o de “Mr. Tambourine Man” se encontraban en el foro equivocado, ya que el Dylan del “Never Ending Tour” es mucho más: sus directos son auténticas creaciones en sí, reinvenciones de su cancionero y una experiencia emotiva y sonora no apta para todos los paladares.

Otro elemento que jugaba a nuestro favor  fue el propio teatro-ópera, con ese clima, sonoridad y ambientación que auspició una actuación que en recintos al aire libre puede llegar a restarle acústica y proximidad, como atestiguaron  sus pasadas visitas en Jardins de Pedralbes o en el Poble Espanyol, por ejemplo. La tenue luz roja, las cortinas de fondo y la banda tan bien conjuntada nos transportaron a algún tugurio del sur de los Estados Unidos de los años cincuenta.

El imponente conjunto de la actual gira la forman Bob Britt (guitarra) Jerry Pentecost (bateria), Doug Lancio (guitarra), Tony Garnier (bajo y contrabajo) y Donnie Herron (steel guitar y violín), estos dos últimos los únicos presentes en la grabación del álbum “Rough And Rowdy Days”. Unos músicos cuya ubicación en el escenario resulta fundamental, con Britt y Lancio situados justo detrás del piano de Dylan para poder captar sus notas y variaciones con el fin de poder seguir y desarrollar sus improvisaciones. Y es que el directo más que rockero es puro Jazz, mutación e innovación constante.

Para el arranque escogió el blues de cámara a cargo de una “Watching The River Flow” incluida en su “Greatest Hits Vol. II” de 1971 y la titánica “Most Likely You Go Your Way And I'll Go Mine”, del “Blonde On Blonde” (1966). Le siguieron una cristalina y envolvente “I Contain Multitudes”, con Tony Garnier al cello, y la humeante “False Prophet”, alargada con unas derivas instrumentales memorables y un final atronador.

El setlist de la gira contempla nueve de los diez cortes del “Rough And Rowdy Ways”, a excepción de la inalcanzable “Murder Must Foul” (esa maravillosa oda al final del siglo pasado de 16 minutos), completados con otros temas menos evidentes del eterno cancionero del de Minnesota. Es el caso de “When I Paint My Masterpiece”, canción de 1971 que en su día prestó a The Band y que para la ocasión arrancó con la frágil voz de Dylan al piano y a la que incluyó un violín para llorar.

De las nuevas, “Black Rider” se escuchó misteriosa a la vez que perezosa, merced a una instrumentación etérea y algo onírica; mientras que “My Own Version Of You”, en cambio, sonó más marchosa que en su versión de estudio, con lucimiento de Dylan al piano; “Key West”, desfigurada (en el buen sentido de la palabra) y lánguida, evocó a cierto misticismo y el precioso vals “I’ ve Made Up My Mind To Give Myself To You” nos la interpretó frágil y delicada.

De las rescates, quizás la más conocida que sonó fue “I’ll Be Your Baby Tonight”, iniciada a modo góspel con la ovación del auditorio para luego derivar en pura energía bluesy. Y es que no nos engañemos, el concierto fue un concierto de blues en toda su esencia. Lo confirma una sensacional “Gotta Serve Somebody”, del reivindicable “Slow Train Coming” (1979), que fue pura energía eléctrica no falta de ritmos a lo Bo Diddley, improvisación jazzísticas, desarrollos bluegrass y la unánime aclamación de un público que estuvo en todo momento a la altura del evento. Y eso se notó, ya que se vio a nuestro héroe disfrutando de verdad, sintiéndose cómodo e incluso haciendo bromas cuando presentó a su banda, momento en el que nos dijo “es un placer tocar aquí”.

Aunque para la versión de “To Be Alone With You” el blues perdió protagonismo a favor del country de violín y guitarra acústica, la sorpresa llegó con la versión  elegida para la ocasión, un “Not Fade Away” de Buddy Holly, quien según sabemos por las memorias de Dylan fue el culpable de sus inicios en la música. Significativo, también fue, que esa pieza fue popularizada por los primeros y más blueseros Rolling Stones y que en el Liceu sonó a todo trapo con el mejor y más rejuvenecido Dylan a la voz, potente y desgarrador. Y como si se le hubieran rejuvenecido sus desgastadas cuerdas vocales, para “Mother Of Muses” nos cantó de un modo celestial, solo al piano aunque contara con un tenue acompañamiento instrumental que fue casi testimonial. La cosa ya iba terminándose con “Goodbye Jimmy Reed”, donde el contrabajo abandonó el escenario y fue sustituido por el bajo eléctrico en un temazo en el que el clásico dialogo voz-guitarra del blues estuvo en su esplendor. El cierre lo puso el baladón “Every Grain Of Sand”, de “Shot Of Love” (1981), el primer álbum no recopilatorio que me compré de Dylan, por cierto,  a la que dotó de una nueva melodía tan bonita como la original.

Tras ello, el vacío, a pesar del saludo de los músicos y de la despedida aplaudida al octogenario, quien a pesar de darnos tanto sobre el escenario se le notó la fragilidad física propia de su edad. Y uno se quedó pensando que quizás no había podido ver en directo al Dylan folky de los festivales míticos, o al rockero de 1965, o al de la “Rolling Thunder Review” en los setenta, pero la fortuna le había traído el privilegio de gozar de su gira del “Rough and Rowdy Days”. Quizás la última página del gran genio.