Sala Hangar, Córdoba, 24 de Octubre de 2014.
Es lo suyo. Escuchar un disco que esperas como agua de mayo para quedarte solo a medias e inmediatamente después marcar en el calendario las fechas de la inminente gira que traiga a una de tus bandas favoritas lo más cerca posible de casa. Como una de las fechas más señaladas del año, el reencuentro con unos músicos que siempre, graben lo que graben, apabullan en directo, no puede ni debe decepcionar a quienes llevamos casi dos décadas pensando que deberían haber llegado mucho antes y deberían tardar aún mucho tiempo en marcharse. Estamos tranquilos al respecto, hoy los Niños Mutantes suenan seguros, aquilatados y sin fisura alguna. Y si además el sonido de la sala acompaña (enhorabuena una vez más a los responsables de la Sala Hangar, uno de los pocos reductos cordobeses inasequibles al desaliento que normalmente implica la desidia del oyente medio ante la presencia en los escenarios de la ciudad de bandas de primera división), definitivamente la bala que has gastado en tu agenda se da por bien empleada justamente por haber dado de nuevo en el blanco. El premio lo recibes a cuatro manos, procedente de unos tipos cercanos, que viven por y para la música y que ponen otra piedra más en el bellísimo acerado roquero de una ciudad, Granada, que los enorgullecerá de por vida. Bien merecido se lo tienen.
Juan Alberto, Nani, Migue y Andrés andan presentando las canciones de su última e irregular entrega, El futuro, del que extraen las mejores muestras al inicio, con un sexteto de temas con la suficiente entidad para elevar un nivel en directo que aún no ha tocado techo, presumo. La elección actual pasa, evidentemente, por las recientemente incorporadas Es lo que hay (un himno pop sin objeciones), la omnipresente Hermana mía, El circo (confesional y representativa de la última etapa de concienciación social del grupo), otra historia basada en hechos reales, sencilla pero efectiva, como Santo domingo, la rabia contenida y alienada de Robot y uno de los mejores temas del álbum, Boomerang, otro disparo de pop inmaculado que da paso al bloque central del concierto, en el que retroceden hasta una de sus grabaciones más logradas, si no la que más, Las noches de insomnio, con el tema titular como avanzadilla para abrir más tarde La puerta y volver a sentirse Náufragos que tienen que recurrir a El miedo como método imprescindible para sentirse vivos, y por eso lo desnudan de amperios y se quedan solo con su piel –guitarra acústica y eléctrica, en una versión sorprendente- antes de viajar a la playa de Barronal, tal vez una aproximación fallida a los ambientes mediterráneos que hasta ahora les han sido tan ajenos musicalmente hablando, y hacer la primera parada importante del set list. Antes de su visita a la capital de la mezquita, que llevaba aguardando seis largos años a que las circunstancias por fin les permitieran subirse a uno de sus escenarios, la comidilla entre los indies más recalcitrantes era el número de aciertos en las apuestas sobre qué gema de su repertorio más lejano en el tiempo, aquel que hizo enorme a un disco de órdago titulado Mano, parque, paseo, tendrían apuntado en su lista de deberes. En esta ocasión el premio fue para los que pensaron en Manual de autoayuda, que hemos de confesar, eran más bien pocos. Una grata sorpresa que abre el fuego cruzado con el que enfilan la recta de los hits, si es que el término es aplicable a una banda de su alcance.
Ahí tenían que estar, y estuvieron, Hundir la flota, Días complicados, Hundir la flota, Te favorece tanto estar callada, Empezar de cero, la inesperada Quiéreme como soy y por supuesto la todavía, y lo que le quede, actualísima Caerán los bancos. Junto a la imprescindible Errante, por aquello de que los himnos son los himnos y hay que cantarlos como dios manda, puede que la canción más necesaria para entender a los nuevos Mutantes, que por otra parte son los de siempre. El remanso lo pone la preciosa Huesos, un agradable paseo por la ribera acústica de los granadinos, tan necesaria como la eléctrica, y el sprint final con Todo va a cambiar, de las más jóvenes, incrustada antes de No puedo más contigo y La voz, en la que olvidan el tono festivo con el que cerraban los shows de su anterior gira y la vuelven a vestir de su primitiva energía. La meta es esa, quedarse sólo con lo que cada uno pueda cantar o gritar hasta destrozarse el alma. Es fácil hacerlo cuando tienes delante a unas leyendas del rock independiente nacional, unos veteranos a los que les hierve la sangre cada vez que salen a la carretera y que defienden a capa y espada el poder de unas canciones pequeñas a las que dotan de proporciones gigantescas cuando se juntan unos cuantos amigos para corearlas. Uno, como ellos, no puede darles lo que quieren porque es mutante. O errante. O un fan más, contante y sonante.
Por: J.J. Caballero
Por: J.J. Caballero
Fotos: Raisa McCartney (Visita más fotografías de la autora AQUÍ)