Ya tenemos entre nosotros nueva grabación de Los Enemigos, y eso, sin ningún tipo de consideración añadida, es una maravillosa noticia, no obstante estamos ante uno de los grupos más importantes y geniales que ha dado el rock en castellano. Tras su decisión de regresar a los escenarios hace un par de años, los diez anteriores habían estado separados, y cosechar un éxito rotundo de público derivado en buena medida por las ganas que había de “recuperarlos”, ahora el siguiente paso natural ha sido componer, y grabar, material nuevo. En esta ocasión aparece bajo el nombre de Vida inteligente, título que acompañado de una portada “manual” y decorada con una rústica llave inglesa, ya obsequia desde un primer momento con un ingrediente característico de los madrileños como es su particular uso de la ironía.
No sería arriesgado mirar este álbum, si se quiere de una forma metafórica, como si se tratase del primero de la banda. El parón en el que han estado inmersos así lo puede manifestar, y quizás de esa sensación se derive que estemos ante un trabajo orgánico, sin aderezo alguno ni ningún tipo de alarde ornamental. En esa misma idea se puede agrupar un hecho como la elección de Carlos Martos como productor, al que se le puede considerar un “enemigo” más y por lo tanto parte integrante por derecho propio de este regreso.
En lo que se refiere a lo estrictamente musical dichas conclusiones no van a tener la misma representación. Partamos de la base de que los temas que componen Vida inteligente estaban trabajados por Josele Santiago de manera individual y sin una idea preconcebida de formar parte del repertorio del grupo. Un hecho digno de tener en cuenta y que además tendrá su repercusión lógica en el global del resultado, manifestado en un álbum realmente variado, que aglutina muchos de los toques que Los Enemigos han desarrollado a lo largo de su carrera pero también los que en la de su cantante en solitario han aparecido. Añadido a esto influye la relativa extensión del álbum, catorce cortes que ayudan más a esa heterogeneidad y que de alguna manera, sobre todo en un primer acercamiento, puede desubicar y dejar algo frío.
Probablemente la parte más consistente, y que por momentos nos hace visionar a la versión más clásica y rotunda de la banda, sea precisamente la que opta por ese tipo de canciones más bruscas, guitarreras y crudas. Si la canción que abre el disco, y le da nombre, puede servir de calentamiento, con esos riffs duros afilados y sus cambios de ritmo hacia un ambiente más envolvente, otras como Santos inocentes, alimentada de pura lírica marca de la casa (“Habla demasiado y te culparán, habla demasiado poco también te culparán”) al servicio de un rotundo rock and roll; la épica y robusta Aflicción, o la pegadiza Cementerio de elefantes, con su mirada irónica a los viejos rockeros, no deberían de tener excesivos problemas para acoplarse a los himnos del grupo.
Como ya quedaba claro en “Nada”, último trabajo con nuevas composiciones antes de la separación, el grupo estaba inmerso en esa búsqueda sin complejos de las melodías pop y de construcciones menos directas y aguerridas, algo que continúa presente, y de alguna manera alarga la experiencia en solitario del propio Josele, en este nuevo disco. Un aspecto en el que también interviene su forma de cantar, que como consecuencia de su reciente operación en las cuerdas vocales, ha dulcificado en parte su tono. En ese ámbito se mueven por ejemplo los medios tiempos de Firme aquí, con esos coros delicados, clara y directa en su función de denunciar el timo de las preferentes, o la mucho más lograda Cuatro cuentos, más íntima y expresiva. Si ya la mencionada perfectamente podría aparecer en el último trabajo del cantante y guitarrista (algo que es extensible a otras más), todavía con más motivos es aplicable a la también muy conseguida y emocionante Perra tuerta.
En esa heterodoxia y variedad con la que el álbum cuenta nos vamos a encontrar con diversos tipos de ritmos que de una u otra forma, y en uno u otro momento, han formado parte de la biografía enemiga. Por ejemplo el rhythm and blues dinámico y asequible, al que se le echa en falta algo más de chispa, de Gurú; esas formas sincopadas pero coreables de, ésta sí mucho más interesante, Café con sal (ambas junto a Santos inocentes forman una especie de trilogía sobre las diferentes formas “curativas” que se busca el ser humano); el toque levemente psicodélico de Ciudad satélite, en el que ayuda que esté interpretada por Fino y su particular forma de hacerlo, más introspectiva. Otro medio tiempo realmente destacable, más en la órbita de Josele que en la trayectoria del grupo, es el de Hombre que calla, sobria pero construida bajo un ritmo juguetón, dando una suculenta mezcla. El tono blues volverá a aparecer para cerrar el disco con No es igual.
En Vida inteligente cada fan del grupo encontrará con toda seguridad sus momentos para recrearse, admirar y añadir al amplísimo catálogo de bondades con el que cuentan los madrileños. Quizás eso sea lo que impida una cohesión mayor en el disco y alcanzar en su totalidad ese sonido que se tornaba en auténticas punzadas de puro rock y que ha hecho a esta banda tan singular y esencial. Probablemente el disco tampoco sea tan inmediato y asequible como una primera escucha pueda dar a entender y se haga imprescindible la necesidad de dejarlo evolucionar. Pero sean cuales sean las consideraciones particulares sobre él, en lo que no puede existir objeción alguna es en la gran noticia que supone tener entre nosotros de nuevo a Los Enemigos, algo que merece un brindis tras otro.
Kepa Arbizu