Festival Villamanuela, ritual de lo inusual


Teatro Barceló, Madrid. Viernes 6 y sábado 7 de octubre del 2017  

Texto y fotografías:  Eugenio Zázzara

Por encima de las actuaciones, hay que dejar clara una cosa: el festival Villamanuela va a representar a partir de este momento un término de comparación para cualquier otro evento del mismo tipo, por lo menos en España. Nos vamos a acordar de la quinta edición (lástima no poder opinar sobre las anteriores) como un feliz ejemplo de cómo gestionar un festival (que, aún pequeño, seguro que tiene su miga), con escenarios variados y bandas de tipología bastante distinta, de manera sencilla y a la vez eficaz, y sin accidentes a remarcar especialmente. Dos días para recordar, simplemente. Felicitaciones.

Esta crítica se centra en las actuaciones que tuvieron lugar en el escenario Mahou que, sin querer faltar el respeto a las demás bandas, podríamos considerar como el principal, por la historia y el alcance de sus protagonistas. Sin embargo, el festival ha contado con cuatro distintas salas para ampliar el abanico de oferta y abarcar potencialmente cualquier gusto. En palabras de la organización: “Siroco será la sala dedicada a la electrónica más experimental y ruidosa […] El rock avanzado tomará Tempo Club […] Café La Palma estará dedicada a los sonidos más jóvenes y urbanos”. Lo que se traduce en un programa bestial que incluye a Black Dice, Inga Copeland, Horse Lords, Grabba Grabba Tape y muchos más. Más información en la web del festival http://www.villamanuela.es.

Viernes 6 

Para salir del brete de los directos múltiples del festival hay que cargarse las pilas y salir pronto. Según el programa, contamos con empezar con el primer show en el Teatro Barceló -por dos noches convertido en el escenario Mahou- a las 20 horas, con Simon Crab liderando el escenario. Primero, hay que canjear la entrada con una pulsera, y esa mágica conversión sólo puede ocurrir en el Mini Hub, espacio de agregación bajo el sello del homónimo marco, (donde, por cierto, también hubo actuaciones los dos días: Nocturnal Emissions, Meta Metal y Álex Silva), ubicado estratégicamente a cinco minutos andando del escenario principal. Esto a partir de las 15 horas y hasta las 23. Llegamos a las 19.45, más o menos, para encontrar una cola ya bastante concurrida. Por suerte, los chicos del festival son rápidos y la cola se disipa en pocos minutos. La chica que me pega la pulsera es muy maja y el abono incluye una copia de la revista Yorokobu y una bolsa de tela, además de un flyer a intercambiar por una copa por día en cualquier escenario. 

Finalmente conseguimos acceder a la sala refrigerada y oscura del Barceló, donde la performance de Simon Crab acaba de empezar. Los Bourbonese Qualk fueron una de la miríada de bandas incluidas en la galaxia post-punk a finales de los 70, quizás de las más importantes. Desde los finales de los 80, Simon, multinstrumentista y entre las mentes del proyecto, sigue por su cuenta, en un principio manteniendo el nombre. Sin embargo, la fórmula musical muda notablemente: los hipidos industriales y las asperezas han desaparecido, o al menos cambiado muy de forma. Lo que se nos presenta delante de los ojos esta noche es el equipo de un dj set, con Crab delante de sus teclados y sintetizadores (la “stuff”, tal como la llamará David Thomas) con su guitarra, acompañado por una chica batería que, ocasionalmente, canta (o, mejor dicho, entona letanías). El resultado es un trance hipnótico, lindando el minimalismo, de glitches y sonidos ambientales que, gracias a la oscuridad y a la muy lograda componente visual, hacen huella y se cubren de cierta fascinación. Los fotogramas enseñan imágenes sugerentes, que hacen pensar en universos en formación, fotografías de escombros, espirales, formaciones cársticas y cualquier otra cosa se os ocurra en vuestras imaginaciones rorschachianas. Un entremés gustoso antes de la deflagración definitiva.

This Is Not This Heat , el imaginativo y listo "moniker" con el que Charles Bullen y Charles Hayward ahora llaman a su criatura, seguro no será tal cual la banda que en cierta medida revolucionó los años finales de los 70 y principios de los 80 británicos (y hasta llegaría a decir europeos), y eso por el triste fallecimiento de Gareth Williams, pero es una muy buena y esperada aproximación. Para reemplazar a un Williams han hecho falta once personas (tal como lo comentó Bullen con un chiste en una entrevista reciente, en referencia a una gira anterior), pero en esta gira de todos modos no son pocos: seis. Junto a los dos miembros originales, encontramos a Alex Ward (guitarra y clarinete), Daniel O’ Sullivan (bajo y teclados), Merlin Nova (violín, voz y teclados) y Frank Byng (batería). Las dos baterías sientan en el centro del escenario, extensas, en su rico abastecer de platos, tambores y percusiones variadas. 

La lista de temas por supuesto está centrada en aquellos This Heat y se hace pronto evidente como la banda aún tiene mucho que contar en 2017. El gusto de Bullen y, sobretodo, Hayward por la improvisación y la continua búsqueda de nuevas direcciones, junto a la aportación preciosa de los nuevos miembros, insufla en los temas antiguos nueva vida, volviéndolos más enérgicos, cargados, dramáticos y, en definitva, contundentes. “Not Waving”, gracias a la melancolía del sonido de clarinete, se vuelve más épica y emotiva; “Twilight Furniture” más esotérica y sibilina; “The Fall Of Saigon”, más eléctrica y memorable. En “Music Like Escaping Gas”, el efecto de las fugas de gases son las baterías de Hayward y Byng que toman turnos en golpear el crash de las baterías en un intercambio impresionante por su precisión y transcendencia, anticipando de hecho el math-rock unos quince años. Una mención aparte merecerían las dinámicas vocales: en contadas ocasiones, la banda canta los temas con una sola voz, generando un efecto de gran impresión y solemnidad, a veces escalofriante. Asimismo, un espectáculo que merecía entrada a parte es el juego de miradas y de complicidad que se establece entre los músicos. En este sentido, quién parece ser el verdadero líder y director de orquesta es Hayward cuyo compromiso, además, siempre parece total y desde el corazón. La banda hace casi un círculo, con él ocupando el lugar del medio y Bullen, en cambio, parece fuera de él, y sin sentirlo demasiado. Se le ve como extrañado y fuera de lo que ocurre durante la actuación, como si estuviese a su bola. Luego, claro está, hace su parte (teniendo que sufrir un fallo técnico mientras) bien, pero es evidente cómo el círculo mágico corre y se cierra lejos de él. Así bien, las actitudes y caras del otro batería, Frank Byng, también serían para sacar un documental sobre ello. Aun siendo bueno, aparenta tener algún problema en seguirle la bola a Hayward que, además de ser brutal, improvisa a menudo y mucho, lo que le hace la vida verdaderamente dura. A destacar la actuación de “Makeshift Swahili”, un balazo imparable y mortal. Si no los habéis visto en vivo nunca, no perdáis la ocasión por si hubiera la suerte de tener otra gira. Entre las actuaciones mejores y más físicas de siempre. Impresionantes.

Sábado 7 

Aquí empezamos incluso antes que el día anterior, para permitir a Pete Kember, alias Spectrum, poder realizar un set más largo. Ya tuvimos la oportunidad de verle en vivo en Abril, cuando actuó con otro de sus muchos nombres, Sonic Boom. Así que esta vez nos espera una sesión telonera más relajada, sin muchas sorpresas, pero con la ventaja de poder disfrutar de ello de manera aún más despreocupada. De hecho, los temas son más o menos los mismos o parecidos respecto a la función anterior, y también lo es el arreglo del escenario, con Kember ocupándose de guitarra y teclados y Jason Holt definiendo las direcciones sónicas con su guitarra. Todo aderezado con imágenes transmitidas en el fondo del escenario, más que nada minimales. Van pasando los temas más conocidos de las experiencias anteriores, notablemente y más especialmente Spacemen 3, con temas como “Transparent Radiation” o, desde el catálogo de Spectrum, “Lord I Don’t Even Know My Name”.

Justo después, poco pasadas las nueve, va tomando sitio la banda cabeza de cartel de hoy, Pere Ubu. Y va tomando asiento en una silla especialmente designada para él, el factótum, el deus ex machina, el padre controlador desde siempre del proyecto: David Thomas. De hecho, la formación a su alrededor ha cambiado ya totalmente, no queda nadie de los miembros originales. La banda que toca hoy en el Barceló es una versión extendida de la Pere Ubu Moon Unit, de la cual aquí están Keith Moliné (guitarra) y Gagarin (teclados y sintetizadores), con la aportación de Darryl Boon al clarinete y Andy Diagram a la trompeta. Una trompeta peculiar, ya que el músico está todo el tiempo tocándola con una mano y, con la otra, impugnando algo que parece como un móvil, como si estuviese tocando y enviando mensajes a la vez (posiblemente se trate de un delay o una pequeña loopstation, ndr). Enseguida se nota cómo hay una lista de canciones organizada, pero que la actuación de las mismas subyace a las manías y los caprichos del líder, con la consecuencia de que todo el mundo, y especialmente Gagarin, responsable del agarre rítmico de los temas, está pendiente y encima preocupado por lo que pasa por la cabeza del director de la orquesta.

 Se empieza con “Road To Utah” y se definen las líneas a lo largo de las cuales se irá desarrollando el directo: temas más suspendidos y tensos, otros más rápidos e impetuosos, pero todo al amparo de la personalidad de Thomas, verdadero responsable del motivo por el que los Pere Ubu son lo que son y no otra banda cualquiera. Aquí también, como en el día anterior con This Is Not This Heat, cabría escribir una reseña a parte para comentar el código oculto, silencioso, que se establece entre los miembros de la formación a la hora de tener que acordarse del tema a ejecutar, o para ponerse de acuerdo cuándo hay que adueñarse de un tema embravecido y llevarlo a su conclusión sí o sí. Es el caso de “Monkey Bizness”, donde Keith Moliné tiene algún problema con la grabación en loop del primer riff de guitarra, y David Thomas llega a pedir que se pare el tema y se vuelva a empezar. O en otra ocasión, donde las herramientas de Gagarin empiezan a ponerse caprichosas y a dejar de funcionar normalmente. El músico pide a los demás que sigan sin él mientras intenta arreglar lo que puede, y Thomas comenta, burlón: “You see, electric guitar will never let you down! Machines can break and stop to work, but guitar will never let you down!” Todo es evidentemente una burla para subrayar en cierta forma pícara lo importante que es Gagarin para el combo, ya que, extrañamente, no hay batería y toda la responsabilidad rítmica cae encima de los hombros del músico. En la pausa que sigue y precede a cada tema, en variadas ocasiones Thomas no deja de preguntar “What’s the time? What? Have we just played for twenty minutes?”, dejando clara su falta de aguante (sincera o menos, no importa). En fin, que la actuación en sí no habría sido completa e igual de entretenida de no ser por el “guitto” Thomas y sus comentarios irónicos y mordaces, y ver las reacciones que estos suscitaban tanto -y sobretodo- en su banda como en el público. hecho que llegará a convertirse en protagonista de la actuación cuando, incitando a Gagarin después del accidente con las máquinas (“the stuff”), Thomas empieza un juego: “el cantante suele ser el más querido y celebrado de la banda, ¿no? Pues ahora todos vais a aplaudir y a celebrar cada músico de manera exagerada, pero cuando me toque a mí os vais a callar, va a hacerse un silencio embarazoso”, dice. Todo un numerito, con Thomas que, al no callarse la audiencia del todo, bromea sobre la “gente que se calienta fácilmente, tal vez haya alguien de las Islas Canarias por aquí”. Un teatro-canción, con sus momentos heavy, improvisados, más callados y planamente “raros”, pero inolvidables gracias a la personalidad imponente de Thomas. ¡Hasta el festival que viene!