Protomartyr: "Ultimate Success Today"


 

Por: Pepe Nave 

La etiqueta post-punk aparece, como aquí, en la primera línea cuando se habla de Protomartyr. Habría que precisar no obstante que su estilo no es del que busca la pista de baile con estilizadas y potentes líneas de bajo, ni del que busca sonar en la habitación de un adolescente vestido de negro con el poster de Robert Smith. La suya es la rama del género hibridada con el rock and roll oscuro y el punk. El camino que entre otros transitaron Nick Cave y sus Birthday Party o Mark E. Smith y sus The Fall. Como ellos, Joe Casey tiene un vozarrón grave que declama más que canta, y como aquellos, parece encarnar a un predicador desquiciado, incluso suele vestir traje oscuro en el escenario.

Si en sus cuatro trabajos anteriores habían ido depurando el sonido a partir de un primer disco más visceral y crudo, componiendo incluso algunas canciones que podrían englobarse en el indie rock, en este nuevo álbum vuelven en esencia al origen pero siendo mejores músicos y con un gran trabajo de producción, tarea que han compartido con David Tolomei (Dirty Projectors, Beach House, etc.). Juntos han conseguido un sonido contundente, tenso, brillante y expansivo a la vez.

Cuando se habla de Protomartyr, se hace casi más de las letras que de su música. Joe Casey se ha granjeado una reputación de letrista que combina la contundencia y pesimismo de sus imágenes con una libertad en los versos que permite asociarlos a distintas situaciones. Siendo su visión del mundo tan apocalíptica, alguno con razón podría decir realista, no es extraño que se hayan relacionado estas composiciones con la situación actual, tanto de la pandemia como de la crisis económica y el racismo y represión policial en su país. Solo que todas las canciones fueron compuestas en 2019. 

La primera premonición aparece ya en el tema que abre, "Day Without End", el día sin final en el que el miedo sale a la luz, el día del éxito definitivo que titula el álbum, una canción en la que la tensión construida parece que va a estallar en cualquier momento pero no lo hace, y donde al vibrante bajo y guitarras hirientes se añaden notas de saxo a cargo del músico de free jazz Jemeel Moondoc. Se trata de una de las novedades, junto a la participación de Izaak Mills al clarinete y flauta y Longberg Holm al chelo. No es que ocupen un lugar predominante, pero van apareciendo aquí y allá acentuando momentos en pequeños espacios que se abren en el muro de guitarras, aportando un punto de calidez y en ocasiones de tristeza.

"Processed by the boys", con un cortante riff de guitarra con eco marcando el ritmo, es una letanía en la que el autor se pregunta si el fin del mundo llegará como uno de esos espectaculares apocalipsis anunciados que él recita cual visionario poseído. Una de las imágenes futuras en 2019 era “una enfermedad extranjera arrastrada a la costa”, pero corta la imaginería diciendo que la realidad es mucho más aburrida y pasa a la parte que en que parece describir escenas de llegada de inmigrantes al control fronterizo y la represión policial que, promete con sarcasmo, que la próxima vez será más cortés.

Tras la invectiva furiosa de "I am you know", con gran aporte en la batería de Alex Leonard, que no repite un ritmo en todo el disco, "The Aphorist" es de un corte más intimista y melancólico y contiene los versos más misteriosos con imágenes de antiguas profecías como los surcos del hombre de Nazca.

Nandi Rose,del grupo Half Waif, abre con su agradable voz "June 21", pero cualquier esperanza de una bonita canción pop es abortada con rapidez por Casey que entra con una diatriba, sobre un ritmo nervioso, contra el verano en la ciudad, y es que la decadente Detroit no parece augurar nada mejor para los que allí se quedan.

El grandioso riff de apertura de "Michigan Hammers" merece que se mencione al guitarra Greg Ahee, por otra parte principal compositor de la música de la banda. Con el cruel entorno laboral de Michigan, extrapolable a muchas partes de Occidente, en el punto de mira, Casey plantea que los de arriba están trazando una línea y metiéndonos en un agujero, acordándose al final de aquellos que se juegan la vida para trabajar por nada, como mulas como la de la portada.

Comenta Casey en entrevistas, que a su ya de por sí negativa visión del mundo se añadió el verano pasado una misteriosa enfermedad que le tuvo en cama tomando calmantes, algo de esta experiencia se refleja en "Tranquilizer", alternando calma tensa y estallidos de furia. 

Otro riff eufórico de guitarra arranca con pujanza en "Modern Business Hymns", que retrata una distopía como la narrada en la película "Elysium", un mundo para los ricos en otro planeta y otro para los pobres en que se necesitan equipos asistidos de oxígeno. Vistos los acontecimientos actuales quizás distopía no sea la palabra adecuada. El estribillo tiene un tono de tristeza, de resignación en la derrota que ya no se irá en las dos últimas, como en "Bridge&Crown", un medio tiempo en el que con desesperanza dice que “todo el mundo sabe que nos agarramos a pequeños sueños para conducir nuestros cuerpos hacia el final, hasta que no queda nada”.

Y como todo puede ir a peor, para el número final deja lo que podría considerarse una balada en su repertorio, "Worm in Heaven", una canción que Joe Casey dice haber compuesto imaginándose su propia muerte y que espera que suene en su funeral, y no es "The Body" o "An American" de The Pogues precisamente, ni un una marcha de funeral de Nueva Orleans.

Deja el disco por tanto un poso de amargura y desolación, aunque ha habido rabia, furia y desprecio de por medio. Comentan ellos que al ser el quinto trabajo en su décimo año quizás es un fin de la primera parte, sin tener muy claro qué nos van a traer en la segunda, porque dice Casey que él no es de los que abandonan las cosas y que sea con lo que sea ahí estará con su banda mientras le aguanten.