Pájaro: Dos guitarras y un corazón


Sala Ambigú Axerquía, Córdoba. Sábado, 3 de octubre del 2020 

Texto y fotografías: J.J. Caballero 

Sabe más el pájaro por viejo que por pájaro. O como demonios queramos darle la vuelta a la expresión. Si hay alguien con tablas, salidas de emergencia y espíritu guerrero sobre el escenario, al margen de una probada destreza instrumental, se llama Andrés Herrera y se apellida Silvio. Sí, así como lo leen. Porque la base de su bagaje musical y casi vital surge de las enseñanzas del señor Fernández Melgarejo, filósofo de taberna, anárquico padre del rock sevillano surgido en las tres últimas décadas y por encima de todo, referencia de talento y esencia. Este pájaro de silbido prístino toca la guitarra como quien acaricia un ave delicada, y un currículo como el suyo no podía ni debía verse empañado por el ostracismo después de tantos años bragado en proyectos alimenticios como No Me Pises Que Llevo Chanclas o miembro fijo de la plantilla de músicos de Canal Sur. Aparte de sus aventuras, más apasionadas que efectivas, con nombres de huella profunda en nuestra historia como los hermanos Amador, Rafael y Raimundo, y otros tantos requerimientos como músico de apoyo de gente que apreciaba sus prestaciones en su justa medida, que al fin y a la postre acabaron por labrarle la reputación que hoy tiene. Por si no tienen bastantes credenciales como presentación, este breve resumen puede poner las cosas en su sitio y al personaje en el contexto merecido. Para nosotros, y alguno ya hemos compartido con él momentos puntuales llenos de ingenio y desbarajustes etílicos, la noticia de que volvía a visitar nuestra ciudad –en formato dúo y en envoltorio acústico- en unos tiempos en los que hasta los propios artistas tienen que pedir perdón por tocar ante audiencias cada vez más reducidas era no solo alentadora, sino también y ante todo motivo de celebración. En la sala Ambigú, donde la terraza sigue funcionando en los primeros envites del otoño aunque con una lógica y considerable reducción de aforo, son así de dadivosos con quienes nos sentimos un poco huérfanos ante la falta de ofertas musicales en directo. Contra viento y marea y aun a riesgo de rozar el desastre económico, el fenomenal trabajo de sus responsables y de su programador están convirtiendo a dicho local casi en el único faro local al respecto de salvar la música en vivo, y así ha de quedar constancia antes de resumir una actuación corta, divertida y clarificadora de las ya conocidas virtudes del amigo sevillano.

Desde los momentos de homenaje y continuación del legado de Silvio, tanto en su etapa con Luzbel como al frente de Sacramento, con la brutal “El pudridero” y “Rezaré”, la ya clásica versión del “Stand by me” transformada en himno de devoción por la virgen más representativa del clasicismo hispalense, hasta la reafirmación en su discurso ideológico apoyado en “A galopar”, con el sano rojerío de Rafael Alberti y su mentor Paco Ibáñez como estandartes, el repaso a su aún escasa discografía en solitario se detiene en el ritmo trotón de “Viene con mei”, “Tres pasos al cielo”, “He matado al ángel” y “Lágrimas de plata”, pero también en el verso devoto de San Juan de la Cruz en “Las criaturas” y el aire italianizante de “Perché” y “Guarda che luna”, sendas aproximaciones al lado más despiadado del romanticismo y perfectas hechuras para el traje que mejor le viste, que no es otro que el de rock mediterráneo de apariencia castiza. Ya era habitual antes del desastre sanitario y social que ha paralizado cruelmente la actividad artística en nuestro país que exhibiera fibra guitarrera en los acordes de la “Danza del fuego” de Manuel de Falla, y en cuanto ha tenido la ocasión de retomarlo sigue situándola como pieza fundamental de su set list, en el tramo justo para exhibirse junto a su escudero, una media naranja que cada día parece comerle más terreno al maestro alternando solos y fondos rítmicos sin despeinarse ni desentonar un solo cambio de acordes. Raúl Fernández, que así se llama el susodicho, lleva tocando junto a este Pájaro tanto tiempo, se puede decir que casi desde el principio, que se ha convertido en pieza esencial para que la compenetración sea perfecta. Un excelente guitarrista, de insultante juventud, que no debería tardar mucho en grabar por su cuenta, y parece que la querencia spaghetti western de muchas de las piezas del jefe le vienen como anillo al dedo. Así, el dúo acústico protagonista de un concierto a priori “menor” convirtieron la circunstancia en acontecimiento. 

Y cuando todo esto acabe, cuando todos podamos volver a levantarnos de las mesas con número limitado de público y bailar sin complejos ante cualquier escenario, recordaremos que este fue uno de los momentos que alimentaron una de nuestras principales carencias en tiempos asesinos. A la música quieren matarla, como Pájaro al ángel que le inspiró para dar luz a su segundo disco, pero mientras los que la hacen estén dispuestos a resistir y proclamarlo con las armas a su alcance, lo van a tener algo más complicado. Gracias, amigo Andrés; gracias, amigo Raúl, por seguir haciéndolo posible. Y a la gente que nos acoge siempre con el corazón lleno de canciones, mil abrazos frustrados. Eso de salir más fuertes y unidos y todas esas palabras que se llevó el confinamiento ya sabemos que era otra patraña más, otro autoengaño como placebo para el alma compungida. No es que seamos más fuertes, es que nunca hemos dejado de serlo.