Phil Ochs, la historia triste del folk




Por: Kepa Arbizu 

El “antihéroe” es un tipo de personaje que habita de forma habitual en la ficción. Evidentemente no se trata de otra cosa que de la representación de aquello tantas veces ofrecido por la vida real, y en ese sentido, el mundo de la música, tan aleatorio en lo referente a la fama y el éxito, es un campo de cultivo idóneo para su nacimiento. De sus entrañas surge precisamente alguien como Phil Ochs, quien tanto en su travesía artística como personal tropezó con multitud de escollos, unos más ligados a su propio perfil humano y otros al contexto -ya sea social, cultural o generacional- en el que le tocó desenvolverse. En todos esos frentes, su talento y sensibilidad tendría que enfrentarse a un demasiado elevado número de reveses como para poder doblegarlos.

No es por lo tanto ni una historia fácil ni mucho menos alegre la de este músico nacido en 1940 en El Paso, Texas. Una época marcada por el estallido de la II Guerra Mundial y más sobre todo en una zona como Estados Unidos, todavía golpeada por las consecuencias de la Gran Depresión. Un entorno desestabilizador que toma incluso cotas más reseñables si nos referimos en concreto a su propio entorno, donde aparece la figura de una padre afectado de desequilibrios psíquicos tras su participación en dicha contienda bélica. Primeros detalles que marcan el futuro.

Será con su entrada en la universidad de Ohio para cursar los estudios de periodismo cuando sus gustos e influencias reciban una sacudida determinante. Si hasta ese momento era principalmente el cine e ídolos populares como John Wayne su principal alimento cultural, rápidamente la poesía, la literatura de los beatniks y especialmente el country comienzan a formar parte de su engranaje intelectual. Un proceso en el que tendrá un papel determinante Jim Glover, convertido en una suerte de mentor con el que descubrir de su mano las canciones escritas por Woody Guthrie o Pete Seeger y las soflamas que se esconden tras ellas.

Estamos por lo tanto ante un momento decisivo, cuando su personalidad artística está en un claro proceso de creación, sumando a sus nuevos descubrimientos, que se inscriben mayoritariamente en el folk tradicional, su pasión juvenil por el el rock and roll y alguno de sus más destacados mitos, especialmente Elvis Presley o Buddy Holly. Añadamos a todo esto las preocupaciones políticas que empiezan a aflorar en su mente y vamos a ser capaces de ir construyendo un “retrato robot” bastante fidedigno del músico y la persona en la que poco a poco se irá convirtiendo. Trayecto que con toda lógica le lleva a congraciar, y a ser aceptado, en el movimiento de la Greenwich Village, del que muy pronto será parte integrante formando camaradería con nombres ilustres como Joan Baez o Bob Dylan, y dirigiendo sus pasos hacia el prestigioso Festival de Newport, en el que participará en diferentes ediciones. Todo indica que la carrera de Ochs comienza con buen pie, pero pronto aprenderá que su camino está marcado por una estrella errática.

Entre tanto, su disco de debut ve la luz en 1964, un trabajo perteneciente a esa primera época (que englobará sus tres publicaciones editados por Elektra) en la que sigue a rajatabla la ortodoxia de un sonido folk sobrio y acústico, compuesto principalmente por su voz y guitarra lanzadas a denunciar la realidad social de su época. Su álbum, “All the News That´s Fit to Sing”, delata ya desde el título ciertas constantes, como un espíritu irónico, visible en el juego de palabras efectuado con el eslogan del New York Times, pero sobre todo revelando su vocación periodística, un deje del que sus primeras composiciones estarán totalmente empapadas. Tanto es así que es fácil reconocer en ellas un sentido por fotografiar la situación de aquel momento, intercalando referencias a personajes de la época (“Lou Marsh”, “Ballad of William Worthy” o “Too Many Martyrs”) como relatando episodios que suscitaban polémica por aquel entonces (“Talkin’ Vietnam”, “Talkin’ Cuban Crisis”, “Bullets of México”). Pero por encima de todo lo que se vislumbra con nitidez en la grabación es un cantautor que, dotado de un distintivo modo interpretativo,derrocha sentimiento y profundidad, tal y como se desprende de temas del poderío de “Power and the Glory” o “Bound for Glory”.

Solo un año después aparecerá “I Ain’t Marching Anymore”, un disco envuelto en esa misma senda clasicista pero en el que es imposible no advertir una cierta evolución y dedicación por pulir su sonido. Continúan las arengas políticas, teñidas de un talante claramente pacifista o antibélico, como se refleja en la espectacular canción que da nombre al disco, en “Draft Dodger Rag” o “Here’s to the State of Mississippi”. Igualmente persisten las menciones a hechos históricos, como la dedicatoria a la muerte de su admirado J.F. Kenendy (“That Was the President”), pero al mismo tiempo somos espectadores de cómo florece el ánimo por acentuar un lado poético e íntimo en piezas como “Iron Lady” o “In the Heat of the Summer”.

1965 va a ser un año determinante para la música folk y también con consecuencias trascendentales para nuestro “antihéroe”. Estamos ante la fecha en que, durante el festival de Newport, del que fue excluido el texano, Bob Dylan decide electrificar su sonido y de paso poner patas arriba una escena musical que por una parte reacciona “lapidándole” y por otra reconociendo que se acaban de poner los mimbres de un nuevo tiempo. Son momentos convulsos, y a pesar de la defensa que Phil Ochs hizo de la decisión tomada por Zimmerman -aunque él de momento seguiría adscrito al lado tradicional- la relación entre ambos va a entrar en crisis. Ya sea por el endiosamiento de uno, las ganas de alcanzar cierto reconocimiento del otro e incluso los celos en cuanto a la figura de Joan Baez, la situación se precipitó y Dylan atacó donde más dolía, zarandeando la autoestima de Ochs al considerarle solo un periodista y no un “folksinger”. Algo que no pasará por ser solo una pelea puntual sino una alteración en la relación con buena parte de su entorno.

El último capítulo de ese tríptico tradicionalista llega con “Phil Ochs in Concert”, un disco que a pesar de lo que expresa su título contiene cortes grabados en vivo y en estudio. En ese camino ya acometido a la hora de expandir su propuesta nos encontraremos con composiciones de colorido romántico (“Changes”) e incluso de carácter simbólico, como “There But For Fortune”, que Joan Baez popularizaría bajo su voz. Evidentemente todavía continúan sus directas letras de calado político, ya sea en su versión más incisiva (“Ringing of Revolution”, “Cops of the World”) o, y quizás aquí resida una de las grandes novedades, con el tono abiertamente irónico y casi humorístico, el que domina en la genial “Love Me, I’m a Liberal”. Son elementos que dejan claro que el mundo artístico de Phil Ochs va a erupcionar y lo va a tener que hacer fuera del sello Elektra, del que se despedirá con un trabajo encuadrado en líneas generales dentro de lo cánones ortodoxos.

Fin de una época que conlleva también el traslado de ciudad, dejando atrás un Nueva York del que se siente cansado y partiendo hacia Los Ángeles. Allí grabará “Pleasures of the Harbor”, pieza que supone un cambio radical en su estilo y todo un “shock” para un artista que hasta ese momento había hecho del folk tradicional su seña de identidad . Para esta nueva apuesta se hará acompañar de un equipo que le ayude y sepa sacar todo el jugo a sus novedosas ideas. Entre ellos estará el productor Larry Marks (The Flying Burritos Brothers, Lee Hazlewood, Randy Newman...), los arreglistas Joseph Byrd e Ian Freebairn-Smith además del pianista Lincoln Mayorga, un instrumento que ejercerá de guía en buena parte de las composiciones.

Dicho trabajo va a beber de muy diversas influencias, abarcando desde el jazz hasta el rock and roll, tratadas todas ellas a través de una instrumentación copiosa en busca de muy diferentes sensibilidades y dando vida, incluso, a canciones de una extensa duración. En cuanto a las temáticas tratadas igualmente sufren una alteración sustancial. Su incisiva mirada social se alambica mucho más, y aunque sigue latente, se diluye en un discurso más sofisticado y por momentos angustioso. Eso no impide que uno de los momentos estelares recaiga en “Outside of a Small Circle of Friends” , ácida mirada contra ese pasotismo burgués siempre ajeno a todo lo que suceda lejos de su esfera que se materializa a partir de una particular cadencia entre el jazz y el swing, recurso al que también se acercará para dar contenido a “Miranda”.

Pero lo que llama la atención sobre todo en este nuevo registro son un tipo de piezas que ostentan un calado romántico bañado en una profusión de instrumentos. Elementos de los que se puede disfrutar en “Flower Lady” o “I’ve Had Her”. Mención especial se necesita hacer respecto al tema que cierra el disco, “The Crucifixion”, una densa narración, aderezada con todo tipo de sonidos aparentemente deslavazados que sin embargo convergen en un asfixiante tono, sobre el auge y caída del ídolo, coordenadas en las que es muy fácil ver sobrevolar la figura otra vez de John F. Kennedy.

Enero de 1968 quedará marcado por otro de esos sucesos, uno más de los pequeños varapalos que iba ya acumulando, que afectó de manera importante al devenir del cantautor. Se trata de su exclusión del concierto celebrado en el Carnegie Hall como homenaje a Woody Guthrie, al que no es invitado, al contrario que otros muchos compañeros que sí estarán (Bob Dylan y The Band, Peter Seeger, Judy Collins..). Un hecho que resulta todavía más sangrante si tenemos en cuenta que probablemente nadie como él había cogido el testigo con tanta fidelidad y calidad del mítico compositor. Tener que asistir como público a un evento así le apenó de forma muy profunda. Algo que sin embargo no le impide publicar ese mismo año “Tape from California”, que como suele suceder en estos casos en los que se ha evidenciado un alejamiento respecto al sonido matriz, intentará lidiar entre ambos terrenos (pasado y presente) para alcanzar el difícil reto de obtener de cada una de las orillas caracterisiticas útiles de las que nutrirse, un envite para el que rodeará de prácticamente los mismos acompañantes que tomaron parte en su predecesor.

Las menciones y homenajes a personajes clásicos de la luchas sociales (“Joe Hill”) siguen habitando entre sus surcos, al igual que las proclamas pacifistas, presentes principalmente en la soberbia “The War Is Over”, que aparece presentada por una melodía de reminiscencias claramente bélicas. Lo que a estas alturas no se puede obviar es el declive moral que empieza a acusar su conciencia y la propia manera de plasmar sus ideas. Un tono que acaba por permear en canciones como “White Boots Marching in a Yellow Land” y que terminará por tomar cotas realmente apocalípticas en las figuras que maneja en la larguísima, más de trece minutos, “When In Rome”.

Mientras tanto en el mundo se está viviendo una época revuelta políticamente hablando, plagada de acontecimientos y respuestas ciudadanas. Un contexto idóneo para que Phil Ochs saque su lado más militante. Lo hará, por ejemplo, tomando parte de una nómina de intelectuales y artistas que se adscriben al recién formado Youth International Party, más conocidos como “yippies”, que pretendía aglutinar ese descontento y creciente sentimiento antiautoritario. En un contexto más cercano a la “Realpolitik”, el músico también participará en la importantísima celebración de la Convención Nacional Demócrata de ese año, en el que al margen de una lucha de candidatos se escondía la pugna por marcar la línea ideológica futura del partido. Dos alternativas personalizadas en Eugene McCarthy y Hubert Humphrey, siendo la de este segundo, representante del sector continuista y belicista, la triunfadora, resolución que como es lógico decepciona profundamente al texano. Una sensación de descreimiento que se refuerza al sufrir en sus propias carnes la represión policial que se produce en las concentraciones contra la guerra de Vietnam que tienen lugar durante el mencionado congreso.

Para darse cuenta hasta qué punto estos acontecimientos influyeron en su música basta con ver la portada de su nuevo disco, “Rehearsals for Retirement” (otra vez acompañado del mismo equipo de colaboradores), donde se observa su nombre en una lápida fechada en el lugar y el día del famoso acontecimiento citado. La ironía e incluso el cinismo se apodera de manera definitiva de un álbum en el que domina un contexto tendente a la desesperación, visible en temas como el homónimo, “My Life” o “World Began in Eden and Ended in Los Angeles”. Una pieza por la que asoman ya unos ritmos rockeros que se van ir estableciendo en el hacer de Ochs, dejando visibles muestras de ello en “I Kill Therefore I Am”, en la que arremete contra la violencia policial. Hechos traumáticos que todavía seguirán rondando en piezas como “William Butler Yeats Visits Lincoln Park and Escapes Unscathed” .

Sin que hayan transcurrido 365 días, ya está editado un nuevo álbum, que a la postre será el último con material inédito de su discografía. Esta vez aparece con el sugerente nombre de “Greatest Hits”. Algo más que un indicio para adivinar que se mantiene esa mirada cínica ante su realidad, en este caso orientado al aspecto artístico. Para acentuar todavía más ese tono incorpora en la contraportada la frase “50 fans de Phil Ochs no pueden estar equivocados”, en clara referencia a Elvis Presey, del que por si fuera poco se viste en portada con un traje dorado y guitarra eléctrica en mano. Sus intenciones, declaradas por él mismo, tras ver una actuación del propio “rey del rock and roll”, son las de convertirse en una mezcla entre Elvis Presley y el “Che” Guevara. Una afirmación que a pesar de que pueda sonar impactante y hasta extravagante no está nada alejada de lo que siempre ha pretendido obtener, lograr aunar en un mismo espacio la música y un discurso en busca de concienciar a la gente. Y qué mejor manera para llevar a cabo ese propósito que rodearse de nombres procedentes del mundo del rock, incluyendo los de Ry Cooder o acompañantes del propio Presley o de The Flying Burrito Brothers. Todo ello bajo la dirección del productor Van Dyke Sparks.

Con esos mimbres, el trabajo, al margen de no separarse jamás de su estilo personal, se acerca en muchos momentos a sonoridades country-rock and droll, como demuestran a las claras “My Kingdom for a Car”, “Gas Station Women” o “Chords of Fame”. Si bien esta última, al igual que pasará con “Bach, Beethoven, Mozart and Me”, ironizan sobre la fama y el éxito (algo que nunca llegó a tener), “One Way Ticket Home”, “Jim Dean of Indiana” o la premonitoria “No More Songs”, en la que deja entrever su hartazgo y falta de interés por el poder de la música, derrochan una gran dosis de melancolía y nostalgia.

El declive del músico ha tomado un camino irrevocable. En la gira de este último disco, en la que se presenta bajo una formación púramente rockera, a la depresión en la que está inmerso añade una serie de adicciones que tienen por menú una mezcolanza de valiums y alcohol, con las consecuencias lógicas en su cuerpo. Desde este momento, salvo alguna grabación muy esporádica, su trabajo se va a limitar a realizar ciertos conciertos. Entre los más destacados está el que organiza como homenaje a Víctor Jara y Salvador Allende a raíz del golpe de estado de Pinochet. Entre las tablas de este evento estará Bob Dylan, escenificando algo parecido a un reencuentro entre ellos.

La situación personal del compositor no mejora, muy al contrario, sigue en caída libre y se le ve vagabundeando por las calles, enloquecido (diagnosticado más tarde con trastorno bipolar) y metido en problemas con facilidad. A pesar de ese acercamiento aparente con el mítico autor de “Blowin’ in the Wind”, se va a truncar la oportunidad de formar parte de la pantagruélica gira de éste, bautizada como Rolling Thunder Revue y adornada con un descomunal elenco de invitados. Una lógica decisión, la de dejarle fuera, en buena medida adoptada por el estado físico en el que se encuentra Ochs, motivo que sin embargo no aplaca su decepción. 

Su última actuación en directo servirá como lamentable resumen de su turbulenta carrera, con grandes dosis de grandeza pero desembocando en lo patético. En una fiesta en la que se reúne la plana mayor de la Greenwich Village, a finales de 1975 y recogida en el film “Renaldo and Clara”, el de Texas, pese a aparecer en un estado calamitoso es capaz de transformarse a la hora de actuar, haciéndolo de manera soberbia. Para despedirse decide hacer una versión de Bob Dylan. La canción elegida es “Lay Down Weary Tune”, en la que es inevitable no entresacar un fuerte valor simbólico, más teniendo en cuenta que su autor, según cuentan, se negó a subir a acompañarle al escenario.

A los pocos meses, en abril de 1976, el cuerpo de Phil Ochs aparecía ahorcado en la casa de su hermana, en la que se había instalado. Negar que esos últimos hechos fueron determinantes a la hora de tomar esa funesta decisión sería falso, aunque también lo sería obviar la decadencia en la que estaba inmerso y que inducía a imaginar un desenlace de ese tipo. Ponía fin así a una historia personal y musical tan apasionante como dramática. Fue un hombre al que su tremenda sensibilidad, plasmada en sus canciones, le llevó a chocar con la inviable aspiración de cambiar el mundo y con un siempre esquivo éxito, realidad para la que nunca estuvo preparado. La de Ochs es por lo tanto una historia categóricamente triste, porque ni en vida, ni incluso transcurridos 45 años desde su fatídico final, su nombre, a pesar de su magistral legado musical, ha conseguido dejar atrás todo ese silencio que siempre le ha acompañado y que le ha impedido obtener el que se merece.