“Good song, man!” Quique González, 25 años en la carretera y un nuevo disco, “Copas de yate” (Vol.1)


Por: Guillermo García Domingo 

Estamos en otoño, y más de 300 kilómetros nos separan del mar, pero, ¿quién puede negarse a tomar unas “Copas de yate” (Vol.1) con Quique González? Es así como ha bautizado al disco de versiones que salió a la venta el 3 de noviembre, y que no va a dejar indiferente a nadie. Al músico no le faltan motivos para festejar. Ha cumplido 50 años hace unos días, la mitad de ellos dedicados con denuedo a la música, desde que publicó su primer álbum, “Personal” (1998). Debido a esto ha reeditado toda su discografía en vinilo y ha llamado a filas a su “ejército del rock” para que se presenten puntualmente en los conciertos que va a ofrecer en todo el territorio español.

Desde la oficina del barrio de Azca donde nos citamos con Quique González casi se puede oler, si no estuviera escondido, el césped del Santiago Bernabéu. No quiere renegar del madridismo, al que su padre le aficionó, pero, de un tiempo a esta parte, se declara más afín al Rayo Vallecano o al Racing de Santander, clubes de los que ha sido socio durante los dos últimos años. A fin de cuentas, reside en un valle cántabro desde hace 15 años. Según el músico, “alguien dijo que si prefieres a un equipo grande, como el Real Madrid, al equipo de tu ciudad, es que no te gusta el fútbol, lo que te gusta es ganar”. El “detective” González está de vuelta en su ciudad, que “cada vez se parece más al “duty free” del aeropuerto. Menos mal que mi barrio sigue más o menos igual, gracias a su gente”. Mientras cavila, se acaricia la barba. Se toma su tiempo antes de contestar, lo que además de ser una muestra inadvertida de cortesía hacia los que entrevistan, es, por encima de todo, una señal probada de inteligencia.

En el curso de estos años el músico madrileño, de hecho, ha experimentado la decepción que produce la derrota, la que ha curtido también el carácter de los aficionados del Racing o el Rayo, hasta el punto de desconfiar de los que siempre ganan, sobre todo si es a costa de los demás. Después de la grabación de “Pájaros mojados” (2003) hizo público el contundente manifiesto “Peleando a la contra”, en el que arremetía contra las prácticas abusivas de las multinacionales. Este acto de rebeldía ha desviado más de la cuenta la atención del público del valor intrínseco que posee la música del “songwriter”, que no encuentra demasiadas razones para lamentarse por ello: “Han pasado veinte años de aquello, y lo cierto es que he seguido tocando y grabando discos de una forma muy digna, incluso mejor que cuando estaba grabando para las multinacionales. Fue un punto de inflexión, y me empezó a ir mejor a partir de ese momento. Llamó mucho la atención que me autoeditara los discos, porque nadie lo hacía por aquel entonces. La gente pensaba que iba a ser un suicidio artístico y comercial. Sin embargo, cada vez más público empezó a acudir a los conciertos y yo he podido hacer la música que he querido sin depender de las multinacionales”. Y mucho más que eso, Quique González ha cumplido la promesa que hizo en aquella época, cuando proclamó crudamente que el fracaso consistiría en grabar “una puta mierda de disco”. Confiesa que “si hubiera sentido que había grabado un disco así, aunque a otras personas se lo pueda parecer, no lo habría editado. He tenido discos más inspirados que otros, pero nunca he editado un disco que no tuviese la calidad suficiente para mí”. 

El siguiente hito decisivo de su carrera musical fue el viaje iniciático que realizó a Nashville, la capital de Tennessee, con el propósito de grabar “Daiquiri Blues” (2009). Sin ser plenamente consciente de ello, acudió a encontrarse con sus raíces musicales. No hay otro modo de concebir la identidad musical de Quique González, es una “flor salvaje” que brota cerca del arcén de una carretera estadounidense. Los discos previos a este ya habían ofrecido señales de su proximidad a este ámbito musical. Había nacido para tocar junto a aquellos músicos formidables, reunidos por el productor Brad Jones, y era necesario cerciorarse de que era uno de los suyos. Fernando Macaya dejó constancia, en un vídeo casero que está incluido en el disco, de aquella liturgia que consagró definitivamente a Quique. “Los músicos respetaban la música y las canciones sin importarles de dónde vinieran con tal de que éstas mereciesen la pena” y, pese a que eran músicos de estudio, “en ningún momento sentí que lo hicieran por obligación”. Hay dos momentos que resultaron inolvidables para él. Uno fue recogido en el vídeo: el legendario Al Perkins, espera concentrado a que llegue su turno para introducir las notas de su “pedal steel guitar” en una de las canciones de Quique. En el instante preciso el brujo hace magia con sus dedos. El otro episodio es todavía mejor, pero no tuvo cabida en el vídeo: “Después de grabar “Su día libre”, estábamos escuchando la toma definitiva, que después apareció en el disco. Al Perkins estaba situado detrás de mí, y le escuché decir, “Good song, man! El “asesino silencioso” (como le denominó alguna vez el propio Quique) “no dijo muchas más frases, pero el hecho de que dijera eso me emocionó, pues no lo dijo de forma gratuita”.

Durante la gira que ya está en marcha, en algunas noches previstas con antelación, el artista repasará íntegramente, para fortuna de los asistentes, “Daiquiri blues”, tal y como ha hecho en Gijón y Vitoria con “Salitre 48” (2001). La primera parte del espectáculo, “lo que no habíamos hecho nunca”, está dedicada a un “disco protagonista”, y la respuesta ha sido “emocionante, parejas abrazándose y llorando. Una de las cosas más bonitas que tiene la música es que has estado en la vida de parejas y amigos, sin estar físicamente, a través de tus canciones. Uno de los privilegios de ser músico es comprobar que esto sucede delante de ti”. 

En el Jardín Botánico del campus complutense, el pasado 18 de junio, pudimos comprobar lo que nos ha comunicado más arriba el cantante. Podía escucharse “la música encima de la música”, como diría él mismo. Existía una comprensión mutua y absoluta “por encima de la música”. Llamaron nuestra atención, asimismo, la increíble cohesión que demostró su banda, el deleite con que recreaban las canciones de Quique González y la fe ciega que tenían en ellas. El músico confirma que “Copas de yate” (Vol.1) no se puede explicar sin esta camaradería que constatamos y sin el impulso que está recibiendo en esta gira. “El disco “Copas de yate” se me ocurrió precisamente después de un concierto en La Coruña, en un subidón de energía, gracias al buen rollo y la confianza que te ofrece un concierto feliz y especial”. No podría embarcarse en un yate si no tuviera al lado unos músicos como los que le acompañan. “Tengo una banda fantástica, comprometida con mis canciones y muy unida en lo personal, aunque vengamos de sitios diferentes. Es un honor tocar con ellos y sentir eso en el escenario. Jacob (Reguilón), especialmente, desde que volvió, pues hemos estado unos años sin tocar juntos, y yo mismo ahora somos mejores músicos, nos entendemos mejor. Ese paréntesis nos ha servido para reencontrarnos. Hoy por hoy es mi bajista favorito de España, no sólo cuando toca conmigo, también con Alberto Alcalá o Ariel (Rot). Todo el trabajo y la dedicación que ha puesto en la música, en su instrumento, se lo está devolviendo la música, y él a su vez se lo está transmitiendo al público”. 

“Copas de yate” no es una maniobra de distracción. Es un disco de “riesgo y altura”, un reto que ha afrontado “sin tratar de competir con las versiones originales”, refrenda con la misma voz profunda “que es la identidad de un cantautor”. Gracias a ello eleva el “cover” a una dimensión mejor, porque el artista las eligió después de considerar que sería capaz de “llevarlas a mi terreno, sin desvirtuarlas, sin que el club de fans de Charly García me demandara”. La selección tan variopinta de canciones resulta impredecible incluso para el más potente de los algoritmos. Ni Enrique Urquijo, ni Antonio Vega, ni Serrat, tampoco Joaquín Sabina o José Ignacio Lapido, tienen cabida en el disco, aunque a todos ellos “los he versionado en diversas ocasiones en directo”.  “Lo he abordado con mucho respeto y con la seguridad de que son canciones muy emocionantes e indiscutibles, aunque no hayan sido ningún éxito en la radio. No quería hacer un disco de versiones previsibles, excepto “La casa cuartel” (de Kiko Veneno) y “Jacques” de Luis Eduardo Aute, nunca había tocado en directo las restantes canciones, que habían significado, en cambio, mucho para mí. La de Carlos Cano la descubrí solamente dos días antes de entrar en el estudio”. Ni siquiera se le resiste “Tócala, Uli”, y el fraseo castizo de Urrutia en la canción inmortal de Gabinete Caligari dedicada a su saxofonista, que “pese a ser una canción de duelo, es una de las canciones más festivas del elenco. La elegí porque seguramente es el mejor homenaje a un músico malogrado que se ha escrito nunca en castellano. La obra en solitario de Jaime (Urrutia) es también imprescindible. Pero “Tócala, Uli”, me gustaba mucho escucharla de adolescente, cuando salía por Malasaña con mi cuadrilla”.

Quique González es un mestizo, que ha integrado la herencia norteamericana y la de la canción española y está interesado en perseguir la “huella sonora”, que hace su aparición en “A la media luna”, y es la misma que obsesiona a Santiago Auserón/Juan Perro. Por su culpa ha ido a parar a sitios “más escondidos”, “grandes” canciones que aparentan ser “pequeñas”, según el cantante, y que “han dejado un poso” en él y en los seguidores de esos artistas. “Yo no he venido a rescatarlas, porque esas canciones se rescatan por sí solas”. Es el caso de “La casa cuartel” de Kiko Veneno, cuyo “costumbrismo” impresionó y conmovió a Quique desde la primera vez que la escuchó hasta el punto que le ofreció “herramientas para elaborar” sus propias canciones. “Me concedió la paleta de colores adecuada, y me animó a pensar que podía contar las cosas de otra manera. Contiene un montón de detalles prosaicos, cotidianos, que me sirvieron de herramientas. No hubiera escrito “Día de feria” (de su segundo disco) si no hubiera escuchado “La casa cuartel”. “Es lo que hacen los maestros”, el magisterio que ejercen las generaciones anteriores sobre los músicos de las siguientes generaciones. De todos modos, en el disco también están incluidas canciones de artistas que bien podrían considerar a Quique González como uno de sus (mejores) mentores. Fabián D. Cuesta, a quien el músico madrileño atribuye el mérito de “no haber hecho nunca una canción mala en su vida”, aunque “parezca estar fuera del cartel”. El músico presta “Herida y cicatriz”, una de tantas canciones de Fabián “que van a significar mucho y van a perdurar”.

Arancha Moreno nos ha ofrecido la pista correcta para entender el título del disco. “Copas de yate” son las palabras que Jimmy, apodado “el Santo”, utiliza al despedirse de sus camaradas en la película “Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto” (1995). En uno de los retratos promocionales que le ha hecho su fotógrafo de confianza, Fernando Maquieira, viste una americana, y debajo de ella una camisa blanca, el tipo de vestimenta que el elegante delincuente acostumbra a llevar puesta en la película. No es un secreto que Quique González es un escritor de canciones negras, en las que se barrunta un crimen o “un golpe” que va a suceder pronto, si no lo ha hecho ya. “Cuando era adolescente me gustaban las películas policíacas, después empecé a aficionarme a la novela negra, las devoraba todas y sigo haciéndolo, hasta el punto de que me he obligado a leer otros géneros. No solamente son entretenidas sino que son, en algunos casos, alta literatura”. 

En la jerga carcelaria, “copas de yate”, evoca un ideal, lo aclara uno de los personajes de la película, ese momento que tal vez nunca llegue en el que podrás disfrutar de unas copas en un yate en algún lugar perdido del golfo de Florida. El sueño, en definitiva, de la libertad tan ansiada. Por esta razón eligió el título, “por el disfrute, el juego, la celebración después del duelo o la pérdida. Es una gozada meterme en un estudio con los músicos de mi banda, no solo a nivel artístico, sino también a nivel personal. Les considero mis amigos, mantenemos una relación muy sana, no hay conflictos de egos entre nosotros, nadie pisa a nadie, todo el mundo toca para la canción. A quien hay que honrar es a la canción, ese es el objetivo primordial. Desde hace muchos años, me gusta mucho grabar dentro de una convivencia, dormir en el mismo sitio. Incluso durante los ensayos, también intento hacerlo así. Juntarnos en un estudio que tenga una casa y desayunar juntos, grabar, volverse a reunir para comer, y después de la grabación, al final del día, escuchar un disco, cenar y tomar una copa, mientras conversas” y añade: “esta interacción, esta convivencia que te lleva a compartir cosas más allá de la música beneficia a las sesiones de grabación”. De hecho, Quique González, salvando las distancias que le separan de Jimmy, “el Santo”, adoptaría la lealtad con la que el protagonista de la película trata a sus compinches después de que el último “trabajo” (“con este nos retiramos”) haya terminado fatalmente. “Puedes tener desencuentros, pero la lealtad es básica en la música”, y es la “que le lleva a Jimmy a intentar salvar hasta el final a cada uno de sus compañeros”, aunque no tenga éxito.

La conversación no concluye sin que antes Quique González nos adelante que piensa hacer nuevos discos de versiones, tal vez de canciones traducidas del inglés, ya lo hizo con notable éxito en la memorable “¿Es tu amor en vano?”, de Bob Dylan, o bien de canciones escritas por mujeres, o canciones de una temática concreta, cuando “disponga del tiempo necesario para enfrentarme a un reto así”, puntualiza el cantante. Aunque en lo que está concernido, aparte de la promoción de “Copas de yate”, es en su “próximo disco”, del que ya tiene “el repertorio casi acabado”, solo le falta “escribir alguna canción más”. El proyecto “Copas de Yate”, sus dos volúmenes, servirá de “transición” entre la publicación de discos originales del artista, con el fin de poder reunir a su banda en el estudio, de modo que “sirva de laboratorio de pruebas para los siguientes discos y ganar en experiencia”. Podemos respirar tranquilos después de saber que aquel pájaro “mojado”, que un día decidió volar por su cuenta, tiene a su disposición un nutrido nido de canciones sobre las que posar su talento. 

Ninguno de los entrevistadores esperaba una primicia semejante, aunque bien pensado, Quique González siempre se ha desenvuelto con la misma prodigalidad. Salimos juntos a la calle Orense, y nos despedimos deseándole mucha suerte. Por culpa de la timidez, no nos atrevimos a decirle: “Quique, “ne me quitte pas”, al estilo de Jacques Brel. “No nos abandones”, ¿qué haríamos si nos quedáramos huérfanos de tus canciones?