Rufus T. Firefly: "Todas las cosas buenas"


Por: Javier Capapé. 

A estas alturas de la película no hace falta buscar un nuevo cambio de tuerca en el último disco de Rufus T. Firefly. Todos sabemos que es un grupo inquieto al que gusta de adentrarse en estilos que renueven su espectro sonoro, pero en realidad, Rufus T. Firefly suenan a ellos mismos. Diez años después de que la formación de Aranjuez casi echara el cierre por su tibia aceptación, a pesar de que sus primeros discos habían sido de todo menos despreciables, su segunda vida les ha consolidado como una de las bandas más necesarias del panorama estatal. Cada uno de sus lanzamientos se convierte en un concepto artístico global que trasciende la estética y formas para llegar hasta nosotros como un estado anímico y vertebrador del momento vital en sí mismo de sus creadores, traspasando sus propios sentimientos para hacernos partícipes plenamente de ellos. 

Tras la escucha de sus singles previos, algunos se aventuraron a clasificar "Todas las Cosas Buenas" dentro del revival armónico y pop de los ochenta, después de que "El Largo Mañana" hubiese hecho lo propio con el soul de los setenta. Pero no deberíamos confundirnos. No podemos simplificar el estilo de este disco como uno basado de forma genérica en las producciones de los ochenta. "Todas las Cosas Buenas" es muy variado estilísticamente y no pierde su esencia psicodélica. En algunas canciones nos llevan a los Smiths o a los Cure de "The Head on the Door", pero sería un error no fijarse en el resto de sus aportaciones y referencias, sin olvidarnos de que Rufus T. Firefly tienen por sí mismos un estilo propio y un sonido suficientemente definido a estas alturas.

¿El disco más luminoso de su carrera? Su portada desde luego que lo es, pero no creo que debamos ser tan categóricos. Hay mucha luz en él. Desborda nuevamente creatividad, sin poner ningún límite a la hora de adentrarse en estilos y desarrollarlos, y también es cierto que cuenta con una mirada más centrada en la década de los ochenta, como ya hemos comentado. Desde el comienzo, con esa conciliadora "Canción de Paz", intuimos que algo ha cambiado en el combo de Aranjuez. Un arpegio de acústica junto a una percusión minimalista les aleja de su caracterización más habitual. Una canción contenida en todo su desarrollo, aunque en los primeros segundos de "El principio de todo", con ese redoble infinito de Julia Martín-Maestro, volvemos a pisar terreno conocido. El viraje del primer tema se ha quedado en un leve espejismo, porque este segundo mantiene la esencia de sus discos clásicos, como "Loto" o "Magnolia". Es cierto que su base sintética y muy marcada nos lleva a la década mentada, con un aporte de teclados que nos pueden hacer vislumbrar al mítico "Radio Gaga", pero la sorpresa viene en su segunda parte. Los rasgueos de guitarra rítmica, alternados con los teclados, nos remiten a los Genesis de "Abacab", imponiéndose un solo de guitarra eléctrica con buenas dosis de distorsión para terminar. Podría considerarse como uno de sus emblemas por esa nostalgia que caracteriza a su letra, y además, se puede entrever a las claras la inclinación sonora de esta colección de canciones, pero sin perder su esencia. Nada mal para empezar.

También tiene un halo sintético "El coro del amanecer", que cuenta con un sugerente desarrollo instrumental asentado en los teclados (majestuoso el trabajo de Manola y Cabezuelo mano a mano con el sinfín de configuraciones con las que se nos presentan las teclas en estas canciones), aunque son las voces las que se llevan el protagonismo. Quizá aquí nos remitan a los tiempos en que Víctor Cabezuelo y Manuel Cabezalí, co-productor del disco, militaban en Mucho, grupo del que ya sólo queda en pie el inquieto Martí Perarnau IV. Precisamente es a él a quien más nos recuerda la canción por el modo en que encaran los fraseos vocales.

"Trueno azul" apareció como uno de los singles previos y le ocurre como a "El principio de todo". Tiene un pie en la psicodelia de los setenta y unos sintetizadores que dan la sensación de haber salido de las míticas series americanas de los ochenta. Muy visual y atrevida, contiene afirmaciones como "hice tanto por el indie y el indie no hizo nada por mí". ¿Crítica o ácido sentido del humor? Lo que está claro es que su groove va en ascenso y acelera sin contención en la segunda parte del tema, donde la crítica nos lleva hasta esa esperanza tan necesaria que vive en nuestros días atrapada en una tela de araña.

Otra canción que ya conocíamos antes de la salida del disco nos lleva hasta la gran sorpresa del álbum. "La Plaza" es muy enérgica, tan cercana a The Smiths como a The Cure. Miguel de Lucas parece aquí Simon Gallup, marcando la pauta con su sugerente bajo, pero son las guitarras cristalinas las que mandan, tanto a manos de Cabezuelo como de Carlos Campos. Gran trabajo de ambos. Esta es la canción que ha provocado que se hable tanto de la inclinación de Rufus T. Firefly en estos momentos hacia la luminosidad y el barroquismo de los ochenta, pero en realidad esto es algo más puntual, porque en la mayoría de los temas no pierden su esencia psicodélica, aunque claro, cuando utilizas como verso "una luz que nunca se apaga", las referencias son innegables.

"Camina a través del fuego" es penetrante, una de esas canciones que presumen de tener un desarrollo lento y sugerente, para apreciar con calma. Víctor contiene su voz y aporta unos delicados giros armónicos para darle más color. Hay sintetizadores, pero es el punteo sugerente de guitarra lo que la mueve, sin olvidar algunos toques de programación que le dan un aire más contemporáneo. Pero donde verdaderamente Cabezuelo nos deja boquiabiertos con su interpretación es con "Premios de la música independiente". Su balada más clara y pop (sí, es apropiado utilizar este término aunque hablemos de los Rufus). Los Beatles sobrevuelan con el trabajo del bajo eléctrico, y el desarrollo de teclado final está de nuevo en la línea de Tony Banks. Definitivamente habrá que preguntarles a ellos mismos si han sido más Genesis que el grupo de Robert Smith los que han inspirado parte de la sonoridad que late en el fondo de "Todas las cosas buenas". Sin duda, ésta es una de las canciones más elegantes de su cancionero y su letra nos seduce casi tanto como su delicado hilo vocal. "Todos contra todos y cada vez más solos". Difícilmente se puede expresar mejor esa sensación global del individualismo imperante. Sin embargo, por otro lado, la misma canción puede funcionar como un halo esperanzador al atraparnos como abrazo que expresa ese "yo quería cantar a la gente que no encontró su lugar". Las letras de Rufus T. Firefly siempre han tenido un punto revelador, pero con algunas como éstas no han podido estar más cerca del acierto preciso, de altavoz contemporáneo y generacional. Del mismo modo, la canción que titula esta colección, también tiene visos de esa esperanza intrínseca a la que ya hemos hecho mención varias veces. "Todas las cosas buenas" es la más cruda del lote en sonoridad, aquella en la que fijarnos si buscamos su punto más rock, con un potente riff definitorio. En su letra hallamos el dolor compartido convertido en fe, pero una fe centrada en el espíritu de comunión con la naturaleza y los astros, mezclados con el poder de la música: "Las estrellas eran las cuerdas de una guitarra universal que resonaba en la distancia". Para rematar aclarando que todas las cosas que importan las tenemos más cerca de lo que creemos. La apuesta por lo cercano, la búsqueda de lo que importa en lo sencillo. Sin quimeras.

La banda de Aranjuez siempre exige de nosotros la máxima atención y nos propone retos en forma de búsqueda de referencias y patrones. Con "Ceci N'est pas une pipe" nos llevan hasta el arte conceptual de René Magritte y su obra del mismo nombre. En este caso no utilizan un título que haga referencia a ninguna serie o película clásica, si no a una obra que es a la vez un concepto en sí misma, como queriendo relacionar su disco con la intención misma de los artistas conceptuales del siglo XX. Julia Martín-Maestro se atreve y conduce con su voz una canción electrónica, con los primeros ochenta y New Order como referencia. Sin perder importancia el bajo, pero con preponderancia de los sintes. Nos cantan "yo no soy nada de lo que era", como queriendo mostrar la evidente renovación a la que siempre tiende el conjunto, en un salto constante. Así mismo, en "Dron sobrevolando Castilla - La Mancha" nos ofrecen un largo tramo instrumental inicial con una batería musculosa y el sintetizador como base. Es casi trance. Muy bailable, como buscando la esencia electrónica de los años más inspirados de Jean Michel Jarre. La catarsis rítmica se apoya en una letra breve que no pierde el optimismo como bandera: "Un día puede despertar la vida en esta tierra árida".

Y así llegamos a "Lumbre", el cierre de su edición estándar (en vinilo nos regalan tres canciones más). Un tema introspectivo y adictivo a la par. Desde una base programada van entrando los instrumentos para configurar hasta tres actos o secciones dentro del mismo, dando sentido a su identidad progresiva, la que ya ha salido a relucir en momentos previos del álbum. Por eso mismo deberíamos reflexionar si el álbum nos conduce, en realidad, hacia esa reinterpretación del rock progresivo que se produjo en los años ochenta, en la que por momentos se acercó al pop (aquí encajan los Smiths) y en otros a la electrónica. Pero rock progresivo al fin y al cabo. El verdadero salto de Rufus T. Firefly en esta ocasión está en pasar de la psicodelia rock de los primeros setenta al progresivo que evolucionó hacia el pop en los ochenta. Musicólogos y estudiosos del género quizá no estén de acuerdo conmigo, pero no podrán negarme que esta vez Cabezuelo y Martín-Maestro han dirigido su objetivo hacia unos ochenta menos evidentes de lo esperado. No nos quedemos en la superficie. En estas canciones hay exploración, pasión y absoluta consciencia de lo que nos ofrece un género tan abierto como el aquí desarrollado. No hay límites con la psicodelia ni con Rufus T. Firefly. Con ellos está todo por descubrir, y una vez más, han vuelto a atraparnos en su adictivo universo lisérgico e infinito.