Cuarenta años de “Nuggets: Original Artyfacts From The First Psychedelic Era, 1965-1968”

(…) nada en la música vernácula norteamericana permanece inmóvil, cada frase y cada imagen, cada ritmo y cada resonancia, está en constante movimiento, de una a otra parte del país, de una a otra década, sin llegar nunca a quedarse en casa de nadie, siempre en busca de un cuerpo nuevo, una nueva canción, una nueva voz.” 

(“Like A Rolling Stone: Bob Dylan At The Crossroads”, Greil Marcus, 2005

Se trata de la más célebre recopilación de garage rock y psicodelia de los años sesenta. Impulsada originalmente por el fundador del sello Elektra, Jac Holzmann, y con selección musical y notas interiores de Lenny Kaye, futuro guitarrista de la banda de Patti Smith, “Nuggets: Original Artyfacts From The First Psychedelic Era, 1965-1968” acaba de cumplir cuarenta años de poderosa influencia. Para celebrarlo, el sello Rhino aviva ahora la llama con una remasterización sobre las primitivas cintas analógicas, reactivándolo en triple formato (LP, CD, descarga digital) y con su contenido original intacto. Es una precisión importante: presentado en 1972 en doble vinilo con veintisiete canciones, la versión popularizada desde 1998 es su ambiciosa ampliación en estuche de cuatro CDs y ciento dieciocho cortes. El nuevo lanzamiento supone un regreso al proyecto primigenio, más exiguo pero igualmente esplendoroso.

En líneas generales, podemos considerar la música aquí archivada como la auténtica piedra rosetta de lo que pocos años más tarde se conocería como punk rock. No sólo por su influyente penetración en la oleada fundacional del punk norteamericano, sino porque en las notas interiores de Lenny Kaye hallamos una de las primeras menciones a dicha etiqueta, aludiendo a una determinada forma de expresión musical, por parte de bandas “incompetentes y caseras, que ejemplificaban el maníaco placer de estar en escena con la desvergüenza y determinación que proporciona el mejor rock’n’roll” . Pero “Nuggets” no había salido de la nada: se trataba, a su vez, del reflejo periférico y dilitante de la invasión británica en Estados Unidos, alentada por el éxito de los Beatles y Rolling Stones. Trabajando desde abajo, vacilantes en su técnica pero atizados por su apasionamiento, un montón de bandas jóvenes reescribían su discos favoritos en canciones que sonaban como choques de trenes. El rock’n’roll llevaba pocos años en marcha, y todo parecía destinado a atropellarse. 

Explorando en los cimientos, The Amboy Dukes, una rotunda banda psicodélica procedente de Detroit, podía usurpar sin miedo a Big Joe Williams su blues “Baby Please Don’t Go” (cuya primera toma registrada se remonta a 1935) y centrifugarlo en una odisea ácida. Todo parece concentrarse en esos seis minutos: una guitarra que se abre paso a calambrazos, un fragmento de riff descaradamente robado a Jimi Hendrix, y toda la banda apenas conteniendo el ansia durante los respiros, locos por entrar a la carrera. Hay una intención, común y tácita, de no pedir permiso, siendo ésto todo lo que parece anunciar cada canción: “Estamos en 1967, queda todo por decir, y tenemos toda la libertad del mundo para hacerlo”. Así, el amor (por su pequeña colección de singles, por las emisoras de música pop) y el robo son los nutrientes de The Strangeloves, cuyo “Nigh Time” parece suplicar en vano por colarse en el catálogo de Motown, directamente desde el cochambroso garaje de la casa de sus padres. Y también los nutrientes del “A Public Execution” de Mouse, una canción que es apenas una idea: una imitación barata del Dylan eléctrico, pero ejecutada con tanto descaro como si Dylan no estuviese en ese momento en la cima del mundo, o incluso como si Dylan nunca hubiese existido.

Con las emisoras de pop AM funcionando como activos radares a nivel regional, cualquier grupo tenía la oportunidad de conquistar su pequeña parcela de estrellato, siempre y cuando su canción no superase el estándar de tres minutos. No importaba que la canción fuese tan ambiciosa en el garaje como rudimentaria fuera de él, en comparación con los elaborados productos salidos de la primera división. Lo cierto es que, si rastreamos la entrada en los charts norteamericanos de las piezas seleccionadas en “Nuggets”, podemos constatar que el salto del modesto éxito local al Top 40 podía ser efímero, pero no infrecuente. Bandas como The Castaways, Count Five o The Electric Prunes contaron con importantes escaladas, y otras muchas arañaron su espacio en el mapa oficial de la música pop trazado por la lista de Billboard. Por otra parte, los años depositarían en formaciones como 13th Floor Elevators o The Seeds un culto relativamente creciente y asentado fuera del underground, hasta el punto de que ya no cabe su consideración como notas a pie de página en la historia del rock. 

Una de las más valiosas aportaciones de esta antología es, precisamente, su panorámica de las distintas escenas que, a nivel geográfico, concentraban en Estados Unidos a los principales hervideros musicales. De entre todas ellas, la más interesante es, tal vez, la polarizada en torno al estado de California, y más concretamente alrededor de la zona de Los Ángeles conocida como Sunset Strip: una franja de ocio originalmente dominada por las estrellas de cine, y tomada literalmente por la contracultura (con disturbios incluídos) a mediados de los años sesenta. Allí se movían primeros espadas del paisaje angelino, como The Doors o The Byrds; pero fue igualmente la cuna de grupos como The Seeds, representados en “Nuggets” con su esencial y martilleante éxito garagero “Pushin’ Too Hard”, propulsado por la espasmódica guitarra surf de Jan Savage

Del circuito de Sunset Strip procedían también The Leaves y The Premiers, cuyas selecciones ofrecen atractivos hallazgos. Las hechuras folk – rock perfiladas por The Byrds, en lo que supuso un estilizado acoplamiento entre Beatles y Bob Dylan, constituyeron una de las más importantes consecuencias estéticas de la invasión británica en el paisaje pop norteamericano de la época. En ese terreno común surgían piezas como el “Hey Joe” de The Leaves, que con el tiempo se erigen en pequeños descubrimientos arqueológicos. La canción no tiene un inicio prometedor: tan sólo unos segundos que reproducen la obertura del “I Feel A Whole Lot Better” de The Byrds. De pronto, un guitarrazo aborta el plan inicial y el tema se convierte en una galopante historia de venganza; la primera versión registrada y comercializada de una composición de orígenes inciertos: el mismo “Hey Joe” que un año más tarde populizará mundialmente la Jimi Hendrix Experience

El mismo ejemplo de como la historia oficial reescribe lo apuntado en los márgenes nos lleva hasta el “Farmer John” de The Premiers, una formación procedente de la comunidad chicana en Los Angeles. Se trata de una composición aparentemente obtusa y tonta, un suspiro amoroso registrado en mitad de lo que parece una fiesta adolescente. No es una canción original, sino una revisión de 1964 que electrifica una rareza de 1959 asociada al dúo negro Don & Deway. Podemos conjeturar inútilmente en este punto, pero todo parece indicar que es la entusiasta lectura de los Premiers la que recorrió veinticinco años de historia hasta estallar en la toma que podemos considerar como definitiva: el extático y tozudo “Farmer John” que Neil Young & Crazy Horse remacharon en su disco “Ragged Glory” en 1990. 

Los casos de The Leaves y The Premiers simbolizan, así, todo lo que “Nuggets” tiene de inmersión en la música pop como fenómeno en continua e intensa retroalimentación. Y con el precedente de la “Anthology Of American Folk Music” (1952) recopilada por Harry Smih, podemos considerarla como la primera gran antología consagrada a la revalorización de músicas aparentemente arrinconadas por el tiempo. Los meandros de la música rock terminarían por hacerla emerger, como apuntamos al principio, apenas unos años después, deslizándola hacia el torrente sanguíneo del fenómeno punk. Con el negocio de la música escorado hacia la racionalización y domesticación de sus productos, el punk se retorció violentamente contra cualquier noción de profesionalidad o conservadurismo. Al anteponer la imperfección y la espontaneidad sobre cualquier otra consideración, la música contenida en “Nuggets” se volvió necesaria: un símbolo de resistencia, una maravillosa cacofonía. En otras palabras: había encontrado finalmente su sitio, contenida implicitamente en la subversión del punk. 

Como artefacto discográfico, la colección también sentó precedentes, inspirando la puesta en marcha de numerosas antologías similares. La excavación más exhaustiva de oscuras muestras de garage sixties (y géneros satélites) tendría su continuación más o menos adyacente en la serie “Pebbles” (1978 – 2007), con nada mas y nada menos que veintiocho volúmenes encargados de censar hasta ochocientas piezas, tanto americanas como europeas. Un esfuerzo similar se materializaría en la serie “Back From The Grave” (1983 – 1992), impulsada por el sello Crypt, centrada en el mapa estadounidense y dilatada hasta las ocho entregas. O en “Children Of Nuggets: Original Artyfacts From The Second Psychedelic Era, 1976 – 1995”, que en 2005 sondeaba en un estuche de cuatro CDs la deuda musical con el “Nuggets” primigenio a lo largo de los años. Todos ellos complementos inabarcables, que aseguran horas de inmersión en las poco transitadas carreteras secundarias del rock’n’roll más salvaje y libre de los años sesenta.

Por: Carlos Bouza