Manolo García: “Drapaires Poligoneros”


Por: Javier Capapé. 

Manolo García no obedece a la norma. Es un rebelde, un revolucionario de manual que tras casi treinta años con una carrera en solitario consagrada no se deja llevar por las reglas voraces de la industria. Sus últimos dos discos, lanzados en conjunto hace tres años, vinieron de la mano y únicamente se presentaron con un single previo cada uno. Eran discos complementarios, pero con un concepto de canción diferente en cada uno de ellos. Casi dos horas de canciones nuevas y sin ganchos fáciles. Una empresa titánica, pero al músico catalán poco le importaba. Un artista que vive desconectado de lo superfluo, sin presencia en las redes ni acaparando portadas. El artista romántico que desde su retiro aparece cuando él considera necesario, cuando tiene algo interesante que mostrar. Así ha actuado siempre Manolo García y así vuelve a hacerlo con este “Drapaires Poligoneros”. Nada menos que dieciséis canciones, algo totalmente inusual en estos tiempos, y una fidelidad a sus formas y estilo que no pretenden ganar adeptos, sino atraer a aquellos fieles que entienden perfectamente a estas alturas las intenciones de García. Aquellos que quieren acercarse a esta colección de retazos de vida simplemente con la intención de disfrutar de la música que bebe de unos textos siempre cuidados y un refinamiento sonoro que es ya marca de la casa. 

Desde que hace ya unos años Manolo García dejase sus aproximaciones a otros estilos más cercanos a latinoamérica y se centrara en una pulida música dominada por las guitarras brillantes y la precisión británica (con la excepción de “Desatinos Desplumados” que viraba hacia la tradición peninsular), sus canciones pueden adolecer de cierta repetición y escasa capacidad de sorpresa, lo que no quita para que su producción sea cuidada y muy refinada, pero en la que apenas encontramos motivación más allá de descifrar los complejos significados de algunas de las expresiones utilizadas en sus versos o de sumergirnos en ciertos toques y giros estilísticos que van poco más allá de la sutilidad.

No parece este “Drapaires Poligoneros” una excusa para volver a la palestra renovando su perfil público tras anunciar el regreso a los escenarios de El Último de la Fila, pero tampoco deben buscar los seguidores del popular dúo completado por Quimi Portet referencias entre estas canciones a la banda que volverá a actuar en directo después de treinta años en varios conciertos multitudinarios a finales de la próxima primavera. Este es un disco cien por cien Manolo García, con inquietantes y retorcidos versos arropados por unas guitarras cristalinas muy presentes que dan cierta homogeneidad estilística al conjunto sin salirse de la línea trazada desde el ya lejano “Todo es ahora”. Desde entonces, pocos virajes, pero sí una apuesta segura por la calidad y la reflexión, aunque si se trata de encontrar algunos caprichos en forma de canción quizá podamos encontrarlos entre estos “drapaires” o pequeñas obras “recicladas”, tal y como sugiere su título. A estos caprichos me refiero cuando escucho esa intro suave con la que abre el disco, “Pequeña e ingenua reflexión”, que no llega ni a los dos minutos, o la canción que da título al mismo, la primera vez que García firma un texto enteramente en catalán. Algo parecido ocurre con la coda final, un instrumental de teclado que logra dejarnos en reposo tras una buena dosis de experiencias contenidas en canciones de factura clásica y tempos estándar.

Alberto Serrano y Sara Gracia se encargan de las seis cuerdas en casi todo el minutaje, junto a la sección rítmica fija en su carrera en solitario formada por Antonio Fidel y Charly Sardá. Los también habituales Álvaro Gandul, Ricardo Marín u Olvido Lanza se dan cita en el tema “En Ibiza, con honderos baleares” y consiguen hacer de esta canción algo más fresco y desprejuiciado, incluso es menos enrevesada, lo cual se agradece, ya que nos llega a mitad de metraje, después de canciones mucho más encorsetadas en el imaginario del catalán como “Mariposas de metal” o “Recuerdo vertical”, que aún siendo convincentes nos aportan poco. Algo que no ocurre con “Un nudo gordiano”, donde destacamos y agradecemos su crudeza a las guitarras, “Lloraré”, que aún siendo muy previsible llega a sorprender por su solo de eléctrica central, o “Lustre y lumbre”, que tiene unos toques country muy bien escogidos, defendiendo además, sin medias tintas, la cercanía entre nosotros y la búsqueda de lo real, alejándonos de esa actitud tan contemporánea de “besar un retrato en la pantalla”.

El que fuera primer single, “No estás solo, tienes tu voz”, es quizá la canción que más sigue la estela y el concepto de El Último de la Fila, consiguiendo destacar ligeramente sobre el resto, lo que también le ocurre a “Subí con la dama”, aunque en el caso de ésta es más bien por sus intérpretes. García repite en este tema con aquellos músicos norteamericanos que le acompañaron en “Geometría del Rayo” y “Todo es Ahora”. Me estoy refiriendo a Jessker Hume, Sarah Tomek, Megham Toohey y el mítico Gerry Leonard, que le imprimen un aire más ligero, mucho más directo, contrastando de forma más clara con el resto, que cuentan con la banda habitual del músico ya comentada.

De aquí hasta el final no hay muchas curvas. Un poco de filo más cortante en “El celoso”, algo más de rítmica en “Fuego fatuo”, un buen estribillo que contrasta con las estrofas más a jirones de “Somos un enigma” y unas guitarras floydianas que se apoderan desde su puente del medio tiempo que es “El día de hoy”. Cierto es que estos “Drapaires” nos dejan algo fríos, todo hay que decirlo, pues despiertan poco nuestra curiosidad, pero tampoco creo que fuera lo que pretendía su protagonista. Nos haremos un gran favor si no buscamos en ellos una referencia directa a lo que será su gira junto a su compañero de andanzas vicense. Pero tampoco lo entendamos como un capricho o una excusa para marcarse una inminente gira de teatros previa a la explosión de El Último de la Fila. El alma poligonera de Manolo García obedece a su propio instinto, como reflejábamos al principio, y pese a quien le pese, es un ejemplo de coherencia, fidelidad y compromiso con la creación en un mundo donde lo que verdaderamente importa está mucho más allá de la pantalla de seis pulgadas que portamos en la mano.