Azkena Rock Festival (I): Música contra el paso del tiempo

Recinto Mendizabala, Vitoria-Gasteiz, viernes, 19 de junio del 2015

Por: Kepa Arbizu
Fotografías: Lore Mentxakatorre

Todos los festivales presentan a priori su propuesta como original y por lo tanto destino atractivo para espectadores. El Azkena Rock Festival puede presumir de cumplir dicha afirmación. Basta con echar un vistazo al contenido de sus carteles para darse cuenta de su rasgo distintivo respecto a otros eventos estivales, en tantas ocasiones construidos entorno a nombres demasiados comunes y repetitivos. En ese sentido la propuesta ubicada en la capital vasca es clara:  hacer un recorrido por el entorno del rock, siempre desde una visión multiforme que puede englobar del punk al metal pasando por la música de raíces.

Esta XIV edición no ha sido menos, y siempre dirigida bajo el ritmo que marcan los horarios y con la determinación de tener que imponer prioridades, muchas veces elegidas en función de la intuición, de información e incluso de la propia suerte, la opción tomada para inaugurar la cita fue la del power trío norteamericano The Last Internationale. Instalados estilísticamente en un blues-rock con claro calado político, su cantante Delila Paz pretende aunar el espíritu de Patti Smith, Janis Joplin, P.J. Harvey e incluso, a pesar de estar cada vez menos presente, Joan Baez. Bajo esas claves atacaron con rabia temas como la rotunda Hard Times, la épica que desprende Wanted Man o la explosiva 1968. Tras una soflama contra corporaciones y en favor de ceder el poder al pueblo, acometieron sendas versiones de Sleep Now in the Fire (Rage Against the Machine) y Sympathy for the Devil de The Rolling Stones. Todo ello dio como resultado una actuación divertida pero sin demasiado poso.

Una sensación que también se podría hacer extensible a lo ofrecido por JD McPherson. En esta ocasión su territorio sonoro se dirige hacia latitudes más primigenias respecto al rock and roll y con recreaciones más fieles, quizás demasiado. Ese gusto por dichas interpretaciones tan éstandar, a pesar de demostrar destreza musical él y su banda, le resta esa pizca necesaria para desarrollar y alcanzar otras cotas. Así por lo tanto se expresó en lenguaje de rhythm anb blues versionando a Billy Boy Arnod en I Wish You Would, le dio al rockabilly animado con Fire Bug, se puso más íntimo con la oscuridad de You Must Have Met Little Caroline? e incluso sonó moderno en Head Over Heels. Resultón pero por momentos inofensivo.

Después llegaba el turno de una de las reuniones “míticas”. Tal es el caso del grupo de Jesse Malin, D Generation, una banda que siempre ha contado con el beneplácito tanto de los seguidores del punk como aquellos más cercanos al rock y sus derivaciones más crudas. Sobre el escenario dieron un correcto concierto, se les veía con energía y sonido compacto. Bajo ese ímpetu fueron dejando bajo su estela sus habituales sonidos: por momentos  pegadizos, Feel Like Suicide, como robustos, Working on the Avenue, o condimentados a base de melodías más poperas, Capital Offender. Evidentemente no pudieron faltar pildorazos marca de la casa como No Way Out. En definitiva, un regreso que emocionará a sus más acérrimos seguidores pero que seguramente no será gracias a esta actuación, correcta pero sin sobresalir, cuando se instalen en el recuerdo del resto de asistentes.

Un disco como Marquee Moon es toda una leyenda para mucho tipo de oyentes y ubicados en muy variadas generaciones, lo que deja en evidencia sin ningún género de duda la importancia capital de las canciones que lo forman. Precisamente ese hecho es el que había creado una lógica expectación, sensación cargada de un peligro intrínseco, ante la recreación del mismo a cargo de Television. Nada más comenzar el show entendimos que el paso del tiempo es implacable, y eso se notó en algo inevitable como la voz de Verlaine, que quedó en palmaria evidencia en algún momento, por ejemplo en Prove It, pero también en algo más subsanable como es la actitud sobre el escenario, sobre todo fría y hierática en una primera parte. A pesar de todo ello no impidió evidenciar que estábamos ante un material majestuoso (interpretado en orden aleatorio respecto a su colocación en el álbum original) y ante talentos descomunales como el arte con la guitarra del propio Tom, que hizo auténticas maravillas en Torn Curtain, siempre flanqueada por las también perfectas seis cuerdas de Jimmy Rip, como quedó constancia en la rotunda Friction. El final a cargo de la canción homónima nos dejaba en el cuerpo la sensación de que quizás no pudo ser, pero también de que estuvimos y nos emocionamos allí.

Tras la experiencia de los neoyorquinos tocaba decantarse por lo que seguro iba a ser una descarga de energía, ya fuera de la mano de la mezcla de hard rock-psicodelia-progresivo que ofrece Black Mountain o la propuesta más directa de Lee Bains III & The Glory Fires. Optando por esta última, el resultado fue magnífico. El rock duro sureño que practican se presentó con una desbordante energía, en buena medida por el nervio y garra de su cantante y guitarra. Desfilaron entre sus manos temas como el recio The Company Man, la incisiva, reivindicativa y adictiva We Dare Defend Our Rights, dejaron salir claramente el lado soul que alberga el conjunto con There Is a Bomb in Gilead y pusieron patas arribas al público con Dirt Truck.

Sobre ZZ Top se podrían utilizar algunos argumentos esgrimidos hace un momento, como ese devenir de los años y sus cicatrices, pero en este caso tratados de una manera sustancialmente diferente, casi opuesta. Los barbudos más conocidos del rock son conscientes de ello, pero siguen sabiendo a la perfección ofrecer al público un espectáculo juguetón, engrasado con su empatía y sus movimientos coordinados, pero sin dejar de lado un repertorio de excelsa calidad que además ha ido nutriendo a lo largo de los años esa condición. Precisamente en esa característica mezcla entre boogie, hard rock, blues y funk encajan, y encajaron, a la perfección temas de todas las épocas como Cheap Sunglasses, Gimme All Your Lovin' , Pincushion o I Gotsta Get Paid. Por si no quedaban claras las influencias de la banda homenajearon a Hendrix con Foxy Lady, mientras el guitarrista de Seattle daba su aprobación desde las imágenes de la pantalla, o el clásico Catfish Blues. Obviamente,  temas estrellas como Tush o La Grange pusieron el colofón a un gran concierto.

La rabia no es cuestión de edades, algo tan cierto como también lo es albergar dudas de cómo quedará representada en un grupo después de años separado. Era el caso de las chicas de L7, uno de los estandartes del denominado Riot Grrrl. que regresaban y que de un plumazo, o mejor sería decir de una patada, solventaron cualquier resquemor, incluso superando el horario nocturno, cercano a las dos de la madrugada, respecto a su estado de forma. Y lo hicieron ofreciendo una actuación ruda, cruda, llena de vitalidad inyectada de indignación. Todo un gusto verlas gritar con tanta intensidad como hace años y que en nuestras cabezas explotaran temas como Deathwish, Monster, Freak Magnet, Shove o Shitlist. Un punto y final perfecto para la primera jornada de un festival como éste, a pleno pulmón.