Una historia llena de sueños: la transformación de Coldplay (I).

Por: Javier Capapé

(1996-2004) 

Aún con el recuerdo vivo del concierto de Coldplay del pasado 27 de mayo en el Estadio Olímpico de Montjuic, me he decidido a refrescar la discografía del cuarteto británico que además cumple veinte años en el negocio de la música. En este tiempo relativamente escaso Chris Martin, John Buckland, Will Champion y Guy Berryman han sabido llegar a lo más alto, codeándose con sus artistas de referencia como U2 y tan solo igualados en magnitud de seguidores y propuesta de “estadio” quizá por Muse. Pero a pesar de lo que muchos puedan criticar a estas alturas de su carrera, los británicos han llegado hasta aquí por méritos más que justificados ofreciendo una evolución y crecimiento que va desde el sonido más guitarrero post brit-pop en sus primeros discos a la energía vitalista y colorista pop de sus más recientes álbumes (a excepción de “Ghost Stories”). Y es que ellos mismos han declarado que se han despojado de la seriedad y profundidad británica con la que se les relacionaba en un principio para ofrecer un canto a la vida, sin prejuicios y más enérgico que introspectivo. Precisamente por esto se les ha criticado más en los últimos años, desde que despacharan su obra cumbre “Viva la Vida”. Pero a pesar de lo que pueda decirse, Coldplay pueden presumir de tener en su haber 7 discos magníficos y un buen puñado de canciones reconocibles y disfrutadas por una gran mayoría, y esto es algo de lo que pocos grupos en activo pueden presumir.

Dejando atrás mi condición de seguidor y defensor de la banda voy a intentar ofreceros un recorrido lo más objetivo posible por su obra para conocer y comprender esta evolución del blanco y negro al color, de la dureza y profundidad de sus primeros temas a la energía, aunque no tibieza en las intenciones, de los últimos. .

Chris Martin y compañía comenzaron con unos más que medidos Ep’s a finales de los noventa para debutar finalmente en el 2000 con “Parachutes”, un disco sombrío y con predominio de las seis cuerdas, donde tal vez pecaban de reflexivos. En momentos nos pueden recordar a unos entonces bien considerados Travis, aunque rápidamente se reconoció el potencial de Coldplay gracias a algunos de sus himnos de cabecera ya presentes en este álbum. Es el caso de “Yellow”, imprescindible aún en todos sus conciertos, y del intimismo de “Trouble” o “Shiver”, ésta algo más desgarrada. El disco concluía con un tema épico como “Everything’s Not Lost”, donde ya se nos mostraba a un Chris Martin versátil que jugaba con su voz y prolongaba el tema dando rienda suelta a la posible improvisación. El resto de temas han ido quedando en el olvido, pero ya situaron al grupo como una alternativa al ya desfasado brit-pop, que daba sus últimos coletazos mientras “Parachutes” emergía.

A pesar de que yo los conocí gracias a su single “Trouble”, mi verdadero idilio con Coldplay comenzó con “A Rush Of Blood To The Head”. El disco vino precedido de una campaña de marketing que llamaba la atención y que llenó de carteles toda mi ciudad, algo que desde entonces no ha vuelto a pasar con ningún lanzamiento discográfico, cosas de la crisis de la industria… La cuestión es que esa enigmática portada daba muchas ganas de sumergirse en aquel disco y los temas que contenía merecían un reconocimiento. El grupo alumbró una colección de canciones magnífica, que renovaba el espíritu del rock de masas con la energía de riffs certeros y el piano de Martin en primer plano. Así darían a conocer su perfecta simbiosis entre el piano y las seis cuerdas facturando auténticos bombazos en riffs perfectamente reconocibles por una gran mayoría de mortales. Es el caso de “In My Place” o la épica “Clocks”. Potencia, sentimiento, melancolía y pasión, un cóctel muy británico pero abierto a un mundo por descubrir de manos del cuarteto, ¿o debería decir por conquistar? “A Rush Of Blood To The Head” puede presumir de ser el disco más redondo para muchos y cierto es que contiene algunos clásicos imprescindibles de la banda, incluso sigue siendo el disco que más suena en sus directos. Todo esto viene avalado por la presencia de un arranque inconmensurable con la potente e incisiva “Politik”, la sensibilidad de un clásico atemporal como “The Scientist”, el ejemplo de dominio del medio tiempo convertido en himno (algo que la banda controla ampliamente) con “In My Place”, la delicadeza de “Warning Sing”, la progresión del rock hacia terrenos más accesibles ejemplificada en “God put a smile upon your face” o el tema capital del disco y casi de su completa discografía como es “Clocks”, donde se mezclan guitarrazos con riffs de piano y contundencia explosiva.

(2005-2010)

Tras la consagración de Coldplay con un disco mayúsculo tocaba la parte más difícil: dar continuidad a esta propuesta siendo capaz de estar a la altura con su siguiente entrega. Y estaba claro que las directrices musicales iban a dar un pequeño giro para mantenerse arriba. “X & Y” iba a encargarse de fijar de nuevo el rumbo y convencer para vencer, transformándose así en la verdadera alternativa de la música rock para las masas. Una transformación del rock británico de final del milenio en una nueva propuesta a medida del siglo XXI. .

“X & Y” lo intentó y por momentos consiguió simbolizar el renovado rock del siglo XXI aunando reminiscencias del rock clásico de estadio con sonido contemporáneo. Las capas de sonido construían un “muro” diferente al de Phil Spector en los setenta, pero podía recordar a él en la creación de atmósferas sonoras. El “muro” de Coldplay se combinaba con la tecnología, con las bases programadas y teclados atmosféricos de fondo, pero con las guitarras por encima de todo. Así, el sonido era más envolvente, más contemporáneo. En “X & Y” hay grandes temas, pero en su conjunto puede que el disco se resienta por ese intento de sonar excesivamente “moderno” y por momentos pretencioso. Eso sí, algunos temas del mismo quedarán como símbolos eternos del grupo, como es el caso de la conmovedora “Fix You”, con un crescendo final emocionante. Y otros temas permanecerán como la versión más “cool” de lo que hasta el momento venían ofreciendo los británicos: es el caso de la rítmica “Talk”, que se sostiene entre la base programada con el pulso acelerado y las guitarras cortantes, también de la enérgica “Speed Of Sound”, lo más parecido al alumbramiento del nuevo milenio ejemplificado en una buena base de pop que engancha, o de “White Shadows”, que mezcla perfectamente la guitarra ruda y la suavidad en la voz de Chris Martin. Además de éstos también destacan otros temas más “convencionales” como las baladas “The Hardest Part” o “Til Kingdome Come” y otras a medio tiempo como “Square One” o “What If”. Puede jugar en su contra que algunos temas se alargan demasiado, como ocurre con el que da título al disco, y otros pierden gancho a pesar de la épica perseguida, como ocurre con el cierre de “Twisted Logic”. A pesar del nivel alto de esta colección de canciones da la sensación de que poco a poco se ha ido olvidando y sus temas han ido cayendo de sus repertorios en directo. Tal vez la exigencia para afrontar estas canciones era alta y aunque el disco los consagró en el nuevo Olimpo del rock de estadio, la propuesta entre clásica y futurista no ha envejecido tan bien como se esperaba.

Tras un breve descanso Coldplay se decidieron por otro nuevo cambio de tuerca, esta vez acompañados por Brian Eno, que ejerció de conductor o tal vez de chispa para alumbrar el que sería el disco de su definitiva ascensión. “Viva la Vida” era un disco de cambio, de revolución, como venía marcado desde la misma portada, que reproducía el cuadro de Delacroix “La Libertad guiando al pueblo”, símbolo de la Revolución de 1830 en Francia e imagen del concepto revolucionario por antonomasia. Así, desde antes de comenzar a escuchar el LP podía advertirse este deseo de avanzar hacia un nuevo camino, que esta vez sí les llevaría hasta el reconocimiento masivo sin remisión. Y todo gracias a un himno como fue la canción que da título al disco. “Viva la Vida” era vitalidad, color, la canción mayúscula del pop que no te cansas de escuchar una y otra vez. Coldplay consiguieron que todo el mundo supiera quiénes eran gracias a ese riff de teclados y campana imborrable.

Pero “Viva la Vida” era mucho más que esa canción. Desde los primeros compases de “Life in Technicolor” se vislumbraba un disco desprovisto de parte del dramatismo de sus anteriores entregas. Una intro instrumental muy colorida que desembocaba en la oscuridad magnética de “Cementerios of London” como queriendo dejar atrás todo aquello que pesaba sobre el cuarteto y dar paso a una paleta de sonidos más viva, más plural. Así llegaba “Lost!” con un ritmo base incisivo y “42” que iba mutando conforme pasaban los minutos de una balada clásica a una parte central cercana al progresivo para finalizar en un vibrante tema pop, al igual que el luminoso “Lovers in Japan”. La segunda parte del disco abría con una clara referencia al sonido más guitarrero de sus primeros discos con “Yes” seguido de la celebrada “Viva la Vida”. La explosión vital era incontrolable y el coro del tema quedaba resonando en nuestra memoria de forma perenne, sólo el dramatismo de “Violet Hill” y sus guitarras marca de la casa nos recordaba que Coldplay seguían siendo los británicos taciturnos que todos conocíamos dando paso a un tema delicado y barroco como “Strawberry Swing” y el apoteósico final con desarrollo instrumental prolongado de “Death and All his Friends”. Este último tema cerraba el círculo con la misma melodía base con la que había abierto, una melodía instrumental programada titulada “The Escapist”. Este disco tuvo su continuación a los pocos meses en forma de EP titulado “Prospekt’s March” que contenía algún remix de temas de “Viva la Vida” junto a varios regalos del estilo marcado meses atrás como “Rainy Day”, “Glass Of Water” o “Now my Feet Won’t Touch the Ground”.

Si reseño este disco en su totalidad es porque considero que marcó un antes y un después en la carrera de Coldplay. A partir de este momento sus giras serían mastodónticas (aunque en su presentación en Barcelona en verano de 2009 fallaran estrepitosamente por un sonido deficiente para un Estadio Olímpico abarrotado). Y también desde entonces empezarían a ser cuestionados por muchos críticos por haberse vendido al mainstream. Pero ¿qué tenía de malo reconocer lo que habían logrado con un tema tan redondo como “Viva la Vida”?

A pesar de que a partir de entonces se criticó ampliamente su validez, para mí Coldplay habían demostrado que podían llegar tan lejos como quisieran, en la misma línea que sus predecesores en esto del rock de estadio como eran U2 (un claro referente para Chris Martin y compañía) y que se alejaban definitivamente de propuestas más guitarreras como sus compatriotas Oasis o los lánguidos Travis, con los que se les relacionaba mucho en un primer momento. Coldplay caminaban firmemente por encima de ellos y lo más importante, llegaban a mucha gente, hacían vibrar al personal con canciones que, lejos de ser fáciles, exigían la atención del oyente. Al fin y al cabo los cuatro miembros del grupo habían llegado hasta aquí con esfuerzo y tesón y sabían lo que estaban haciendo. El ascenso podía considerarse rápido, sí, pero estaba sentado en una sólida base musical y compositiva que les ha seguido acompañando hasta el día de hoy.