“1973”, de Quique González: Sobrevivir con lo que llevas dentro


Por: Guillermo García Domingo. 

El nombre de pila del artista madrileño y su primer apellido son comunes por separado, pero la asociación de ambos sirve para nombrar a un músico singular, único por estos lares. Quique González es un cantautor de otra época y de otro lugar sobreviviendo en esta época desquiciada donde se juega a nada, y lo único que importa es ganar.

En su último disco, “1973”, Quique asume y abraza todos los “quiques” anteriores. Es un compendio de sus cualidades. Contiene reminiscencias de la cadencia mortal de “Kamikazes enamorados”, el tono de la trilogía “Personal/Salitre 48/Pájaros mojados” que recabó a muchos de los aficionados que hoy siguen sus pasos, la contundencia mineral de “Delantera mítica”, y las melodías de “Me mata si me necesitas” que lo consagraron. Quique, tan aficionado a las historias criminales, no puede evitar la tentación de regresar al lugar del crimen.

“Las palabras vividas” y “Al sur del valle”, sus anteriores proyectos, reflejaban la honesta búsqueda personal y musical que Quique decidió emprender. Era el momento de seguir en la carretera con palabras prestadas de nada menos que el poeta Luis García Montero, y de mirar con nostalgia el valle que le acogió hospitalariamente y del que pretendía despedirse, aunque el regreso a Madrid después no se consumara. Las “Copas de yate”, el volumen 1, como su nombre indica, consistió en un disco de recreo formado por versiones sobresalientes, un pretexto para reunirse en torno a canciones ajenas servidas por un barman experimentado con los “sospechosos habituales” y así preparar debidamente los golpes venideros. Es una hipótesis plausible. El primero de los golpes resultó ser la gira para celebrar los veinticinco años “a la contra”. Los mismos músicos de la gira y que coincidieron en el yate se han encerrado en el estudio para grabar este disco que sale hoy a la venta. 

Han conseguido de veras dar un “golpe” perfecto con este disco cuyo fecha evoca el nacimiento del madrileño. Se trata de un disco clásico, rock de otra época, de los que permanecen, sin imposturas que no vendrían al caso. Toni Brunet demuestra que es tan buen productor como guitarrista. El estilo discreto y elegante, en absoluto intrusivo, de su guitarra se ha trasladado a la primorosa producción de este disco, que al menos a un servidor le recuerda a la dirección que Brad Jones le imprimió a “Daiquiri Blues” en Nashville. Su sonido es excepcional. Estos veteranos músicos han sabido limpiar las huellas, no dejan ningún cabo suelto y los arreglos brillan por doquier. 

Los más de 4 años que han transcurrido desde “Sur en el valle”, han sido de provecho para alguien como Quique González, que es un músico reflexivo, y siente demasiado respeto por la música y por sus seguidores; no se perdonaría dar un paso en falso. Quique se ha mantenido en forma, activo, mientras pergeñaba el modo de llegar preparado al estudio con la intención de grabar sus propias composiciones.

El orden de las canciones ofrece un mensaje indiscutible: “La caja de herramientas” quiere manifestar “soy el Quique de siempre”. Mientras que la siguiente, “Terciopelo Azul” señala que Quique, pese a ser el mismo de siempre, no deja de ser ambicioso. Esta canción es majestuosa desde el primer segundo, comienza a la altura de alguno de los vertiginosos acantilados de la costa cantábrica. “Terciopelo azul” funde el paisaje con aquel que es testigo de su grandiosidad. Destila poesía y recursos musicales por los cuatro costados. Las notas reincidentes del sintetizador, que me arriesgo a atribuir a César Pop, socio antiguo y fiel del cantautor, determinan su destino. Es un curioso recurso atribuido al pop que tiene un efecto benéfico en una canción primordialmente roquera. Algo así ocurrió en muchos de los temas incluidos “Born To Run” hace 50 años, el éxito de este disco de Bruce es inexplicable sin los teclados de Roy Bittan. Raúl Bernal es el responsable de ellos en las otras canciones del disco y es que el pianista afincado en Granada va camino de convertirse en un teclista imprescindible como aquel. “Blue velvet” evoca las perturbadoras imágenes del cineasta David Lynch, que no hace tanto falleció. La pasión cinematográfica de Quique se hace patente a lo largo del disco. También puede constatarse a través del estilo formal de las canciones que están proyectadas como una sucesión de “planos”. Acariciar el terciopelo de una canción “purasangre” como ésta ofrece sensaciones sinestésicas: el sonido del trueno se acaricia. 

“De verdad lo siento” es una de las mejores canciones que ha grabado Quique en los últimos años. No parece que hayan pasado más de 25 años de “Personal”. La voz de Quique suena rejuvenecida, sin rastro del tiempo transcurrido. El músico ha buscado un aliado de cuidado para este tema, Gorka Urbizu (de Berri Txarrak), quien sube todavía más la apuesta de esta canción. Es un tema que se niega a concluir, porque es consciente de su valor. No es el único corte al que le sucede esto, el resto de las canciones incluidas en “1973” se estiran y siguen su curso con naturalidad, porque las canciones así lo piden, y hay músicos que lo entienden sin más explicaciones y le sacan partido al eco de las letras. Son prórrogas musicales en las que pasan cosas que no hay que perderse, como en los partidos deportivos inolvidables. Son acúfenos de primera clase. El videoclip protagonizado por ambos cantantes que coinciden en un cine de los de antes hace justicia a la belleza de esta composición, con sabor a clásico como el Ford Capri que conduce Quique en el citado vídeo dirigido por Víctor Ingrave (Ingrave Estudio) . 

“Coleccionistas” es un tema esclarecedor para los que nacimos en el 73, un año arriba o abajo. “Somos los últimos coleccionistas”, estamos fuera de lugar, y sin embargo, ni sabemos ni podemos rendirnos. Los “boomers” tenemos cosas que decir, como lo demuestra esta estupenda canción, que es marca de la casa “González”. Esta canción podría completar aquel blues titulado “73” que el cantante incluyó en “La noche americana”: ¿qué ha sido de aquel chaval del barrio de San Juan Bautista que contemplaba fascinado las hogueras de San Juan y esquivaba los peligros de la calle? “Preguntas sencillas” es una canción de manivela. Al girar esta manivela con el pulso preciso con el que lo hace Quique se acciona el mecanismo de la caja de música, del que sale una melodía hechizante. Quique es un “delincuente” compasivo que sabe matar dulcemente, a través de la languidez del medio tiempo. 

En el ecuador del disco se erige “Cheques falsos”, en el que se incide de nuevo en el rocanrol proverbial, que ensalza al perdedor que solamente trata de sobrevivir con lo que es. El secreto no es otro que “sobrevivir con lo que llevas puesto”, “con lo que llevas dentro”. santo y seña de la filosofía de vida que adoptó Quique a costa de todo. La métrica encaja como una bala en el cañón del revólver. El cantautor no puede ocultar que está exultante, satisfecho de liderar una auténtica banda, que realmente se recrea en esta canción descomunal. La alineación de la banda nos la sabemos de memoria: Edu Olmedo (batería), Jacob Reguilón, a cuestas con el bajo y el contrabajo, Raúl Bernal le da a todo lo que tenga teclas, Javier Pedreira a la guitarra, al igual que Toni Brunet

Hasta este momento el disco ofrece una sensación indiscutible: Quique ha vuelto a afilar el lápiz del compositor. Las letras son certeras y además están engrasadas de verdad por una música enaltecedora de sus virtudes. Precisamente “Flashes” refleja muy bien en su título y en su contenido el estilo de escritura a la que Quique nos tiene acostumbrados: la fragmentación de imágenes, “flashes”, en definitiva, a partir de los cuales nos corresponde a los oyentes engarzar y coser esas cuentas o retazos. Este disco revela que es un hacedor de canciones lleno de recursos y argucias homéricas. Fabián se suma a la fiesta, porque es uno de los artistas favoritos del “jefe de todo esto”.

El músico es un impenitente amante del cine, y en las canciones no puede evitar dejar pistas cinéfilas desperdigadas entre las estrofas. En esta ocasión se acuerda de Kris Kristofferson (y sus pelis), una de las más memorables en las que participó en el año 1973, no puede ser casualidad, fue “Pat Garrett and Billy The Kid”, cuya BSO firmó Bob Dylan, Mientras se oye de fondo “Knocking On a Heaven's Door”, un forajido se dispone a morir. Esta secuencia resume la estética y la ética del perdedor que está impresa en cada una de las canciones de “1973”. “Descosiendo un milagro” es la historia “negra y criminal”, como la colección literaria de la editorial francesa Gallimard, que nunca puede faltar en los largos del madrileño, de letra chandleriana, si es que existe un adjetivo así, está llena de frases premonitorias que propician que sigamos ese “hilo de cristales rotos” al que se refiere la canción. Es la banda sonora de un relato escrito en páginas pulp.

“S.T.U.O.P.E.T.” es de las composiciones más hermosas del disco dedicadas a ese amor, tal vez adolescente, que no te puedes quitar de la cabeza, la cicatriz que de vez en cuando insiste en dolerte para que no te olvides, no importa los años que hayan transcurrido desde la herida. El temblor de las cuerdas que la acompañan hace vibrar aguas muy profundas. La manivela ha vuelto a funcionar a las mil maravillas.

“Oro líquido” llega a nuestros oídos acompañada de un chisporroteo propio de los tocadiscos de antes, los dedos resbalando en los trastes erizan la piel, y propicia que el oído se ponga en alerta. Y es verdad que lo que la canción defiende es extraordinario: la altura lírica de esta canción no es apta para los que padezcan vértigo. “Santos” sigue el mismo camino casi acústico, las guitarras se lucen con arreglos brillantes, en esta cadenciosa joya.

Sostiene el escritor y traductor donostiarra Gabriel Insausti que “el único modo de hacer algo verdadero es sustraerse al escaparate”. Así lo demuestra este disco que nada contra la corriente, que destila una elegancia clásica, y en el que la buena música prevalece sin aspavientos. En tiempos de triunfalismo cruel, de arrogancia sin compasión, representa un elogio musical hacia los que pierden y se pierden, y no obstante se recomponen. Lo difícil es saber “perder” como lo hacen Quique González y su banda.