Death in June (+ Spiritual Front). ¿Acto final?

Sala Changó, Madrid. Domingo 2 de octubre del 2016  

Por: Eugenio Zázzara 
Fotografías: Eugenio Zázzara 

Y al final la máscara se cae. Lo que esconde es un señor bigotudo, con canas y con cristales de montura fina, discreta, que enmarca un par de ojos claros. Unos ojos vivos, esquivos, algo perturbadores. Detrás de una faz más tranquilizadora sigue percibiéndose una inquietud remota, arcaica, fruto del poder subliminal de la parafernalia que los Death in June, ya hace tiempo fetiche exclusivo y propio de Douglas Pierce, llevan años taimada y obsesivamente colándonos, apropiándose y aprovechándose de manera astuta y eficaz de un simbolismo que evoca en la memoria tiempos trágicos y oscuros de la historia europea que, sin embargo, o justamente por ello, no dejan de ejercer cierto magnético y escalofriante atractivo.

Douglas P. esto lo sabe bien, pero aún así los Death in June ni mucho menos son un número de diversión o una menudencia bien orquestada. En su larga discografía, la banda ha ido difundiendo una estética poderosa, llamativa, quizás en ocasiones superestructurada, pero cargada de su ambiguo significado. Y musicalmente marcando el inicio, junto a colegas como David Tibet, de un género tanto codificado como evocativo que es el así llamado "neofolk". 

Para abrirle camino a la banda protagonista de esta noche estaban los Spiritual Front, de Roma. Liderada por la personalidad algo artificiosa pero carismática de Simone Salvatori, la banda empezó en su momento,a finales de los noventa, con una forma de neofolk oscura y mugrienta con su punto de originalidad, que empezó a mudar en el tercer álbum “Armageddon Gigolo”, tras cinco años de espera desde el disco anterior, en una forma más teatral y popular (desgraciadamente, añado yo). Me imagino que, por alguna razón, la formación que pudo estar presente en este capítulo madrileño de su gira estaba manca de una parte de los miembros, puesto que el bajo (el instrumento que más se oye, por cierto) y el acordeón son difundidos por medio de una pista grabada y no hay quien los toque. Lo que es una pena y resta algo de atractivo a una banda que, de todos modos, consigue llevarse a casa una buena prestación a pesar de la molestia causada por la reverberación del micro durante el primer tramo del concierto. Cierto es que la proyección de "Toro Salvaje" en la pantalla en el fondo del escenario hace gran parte para cargar de sugestión la buena exhibición de la banda romana. 

En el cambio de escenario, al marcharse los teloneros, suele haber cierto enriquecimiento del equipaje sonoro que ocupa el espacio. En cambio, aquí, lo primero que desaparece es el set de batería, mientras que unos pipas van trasteando en el fondo. Falta poco tiempo para enterarse de que iban colgando el símbolo principal y más memorable de los DIJ: el totenkopf 6, para la ocasión enmarcado dentro de la bandera de la Unión Europea y con unos labios pintados de un rojo flamante. Más que sobrada referencia al caos de la política moderna, especialmente británica. Y en los tambores que dominan en el centro del escenario encontramos otro símbolo histórico: el whip-hand, la mano de malla medieval que sujeta un látigo. Dentro de lo que cabe, y en el medio de una discoteca con sus luminarias kitsch colgadas del techo, el conjunto comunica cierta inquietud y fascinación.

El primero en tomar el escenario es el teclista Miro Snejdr, que se sube llevando una máscara blanca hasta la nariz al estilo veneciano y un uniforme mimético. Su complexión maciza y cuadrada le vuelven algo amenazador. Sin embargo, y a pesar de las apariencias, sus mano se mueven resueltas y seguras sobre el piano eléctrico, que marca la primera parte del concierto. Actuando de metatexto, en el fondo se escuchan melodías y grabaciones de películas de antaño. El teclista nos propone el material procedente de su banda Herr Lounge Corps, que ejerce de introducción y ligazón al ingreso triunfal y magnético de Douglas Pierce al escenario. La máscara es la inconfundible compañera de una carrera, acoplada a un uniforme militar que se ve pesado e irrespirable desde el principio. Es innegable que el inglés nos lleva a todos de su puño de metal y sujeta los hilos de una sugestión invisible y sin embargo patente. Sobra decir que el público está raptado totalmente. Empieza lo que es la segunda parte del concierto, y con diferencia la más interesante. “Life Under Siege” es un íncipit al son de la magia y del misticismo, con las campanas tubulares como banda sonora perpetua e hipnótica. Con “Till The Living Flesh is Burned” se toca uno de los ápices sónicos del show, con los dos totémicos músicos que nos regalan una versión marcial y arrulladora del tema a los tambores. 

Entonces, Miro deja del escenario y empieza lo que es la tercera y última parte (si se exceptúan los temas postreros) del concierto que, aún teniendo sus puntos de encanto, es de sobra la más manierista y tediosa. Douglas se quita la máscara, se pone su guitarra de doce cuerdas al hombro e inicia el set más acústico y propiamente folk de la velada. El músico presenta temas de los discos más variados, procediendo de “Fog of the World”, pasando por “The Accidental Protegé” y llegando a canciones más recientes como “All Pigs Must Die”. Aun respetando y comprendiendo el entusiasmo de una parte del público, es imposible no hacer caso a que, sin el arreglo aun minimalista que se puede escuchar en la versión de estudio, las canciones desnudas y enjoyadas una tras otra apenas sin variaciones de acordes y canto no llegan a erigir una atmósfera virtuosa, sino todo lo contrario: cansancio y desgano. 

En fin, una actuación con sus ápices y sus numerosos límites, pero por un enigmático y experimentado señor que ha dejado toda una huella imborrable en la historia de la música contemporánea. Le debemos un respeto, cierto es. Parece ser que ésta va a ser su última gira. Por un lado menos mal: para que el sello Death in June se nos preserve cuanto más intacto y cabal posible.