Leonard Cohen: "You Want It Darker"

Por: Kepa Arbizu 

¿Es posible a los 82 años de edad ofrecer todavía nuevos e interesantes capítulos de una carrera artística? ¿Y hacerlo además por medio de discos que todavía sorprendan? Pues ambas preguntas tienen una respuesta rotundamente afirmativa en el caso de Leonard Cohen. No existe ninguna duda sobre el talento que desprende este poeta metido a músico, pero ni en los casos más flagrantes de desbordante genialidad, éste sale totalmente indemne del envite contra el paso del tiempo. Por eso, encontrarnos con un disco como “You Want It Darker” supone una satisfacción por partida doble: primero por su valor intrínseco, y además porque evidencia su capacidad para mantener una actividad floreciente, por mucho que este nuevo álbum guarde en su interior carácter de epílogo. 

A través de este disco Cohen explora de manera taxativa la asunción del fin del camino. Sus canciones aparecen repletas de imágenes que trabajan en esa dirección. Y parece hasta meditado, en consonancia con esa idea genérica, que para emprender esa manifestación del apagón vital la compañía elegida sea la de su propio hijo Adam, en la labor de productor, con la simbología que puede adoptar ese papel, y la de su fiel compañero en sus últimos trabajos Patrick Leonard, presente en sus tareas como instrumentista además de la función de compositor en varias de las canciones.

Musicalmente “You Want It Darker” deja atrás esa ambientación escorada hacia el blues que se asomaba en sus más directos predecesores (“Popular Problems”, “Old Ideas”) para acercarse a un sonido preferentemente orgánico y profundo. Epíteto este último que toma todo su significado en relación a la voz que el cantante exhibe en esta grabación, con una presencia majestuosa que parece brotar desde las entrañas de la tierra, y que en su comunión con ese tono recitativo habitual junto al fluir de unos textos de poso lírico sublime, alcanza un resultado global excelente. Unas cualidades que tomarán especial presencia en temas como “Treaty”, armada por la exquisita presencia del piano y las cuerdas, expendedoras de una serena nostalgia, o la escueta percusión que sin embargo sirve de compás para introducir un violín lacrimógeno y elegante en “It Seemed the Better Way”. Una parquedad en cuanto a acompañamiento que toma una representación muy diferente, pero todavía limitada en lo cuantitativo, en la arrastrada “Leaving the Table”, con el papel protagonista esta vez para una guitarra eléctrica evocadora, o en la oscura y misteriosa “Traveling Light”, transmisora, en buena medida gracias a la mandolina, de una sonoridad mediterránea . 

Uno de los elementos distintivos y característicos del canadiense es esa capacidad para superponer su forma de interpretar plúmbea y nada melódica con la construcción de unos ritmos que chocan frontalmente con esa definición. Precisamente esa extraña, y en su caso particular magnífica, combinación es la que se impone en temas como el homónimo, que en un entorno popero (en su definición incluso más ochentera) logra incorporar de manera soberbia unos coros e incluso un argumento que remite a una atmósfera mística . Una espiritualidad que se mantiene en “On the Level” y que no abandona, aunque esta vez adaptada a una influencia de soul-gospel, en “If I Didn’t Have Your Love”. 

El de nuevo trabajo preciosista y grandioso de las cuerdas en la final “String Reprise/Treaty” incide en la representación que realiza el disco acerca de la adaptación al final del camino. Cohen ha decidido hacer una obra en la que su faceta más árida se abraza con el misticismo y con aquella que conjuga esos elementos bajo una producción más moderna. Piezas del crisol artístico con el que durante años nos ha deleitado el canadiense y que en lo que parece su último suspiro no parecía querer desaprovechar la oportunidad para dar otra lección. Su voz suena como la del anciano que carga sus palabras de belleza y sabiduría, ese que se sienta a esperar con las espaldas cargadas de vida, en esta ocasión plasmada en canciones convertidas en herencia universal. Si le place al señor Leonard Cohen puede ya descansar tranquilo, su legado brillará eternamente.