Chencho Fernández: “Baladas de Plata”

Por: Javier González

A Chencho Fernández le puso en el mapa su anterior trabajo, “Dada Estuvo Aquí”, un más que meritorio álbum, donde nos mostraba a un interesante creador de canciones rock, arropadas por unos textos personalísimos, cargados de costumbrismo, que nos hicieron comenzar a seguir la pista de un veterano de mil batallas en las lides musicales, que ahora había apostado de manera seria por un proyecto sólido, que por entonces comenzaba una prometedora andadura, confirmada ahora con sus “Baladas de Plata”. 

Una evolución en toda regla que, continuando la senda marcada por su predecesor, decide crecer en apartados como la sonoridad, donde se amplían las capas e instrumentación de las canciones, llenando de matices cada hueco, sin perder de vista las referencias a Lou Reed, Bob Dylan y Serge Gainsbourg, y en las labores interpretativas del propio Chencho quien, adaptándose a las necesidades de las mismas, se suelta la cadena para encontrar por momentos su yo más rockero y más chuleta/canalla/descorazonado, al servicio de una serie de composiciones que saben sonar tan rockeras, delicadas y descarnadas, según se tercie, como saben en ocasiones aproximarse al boggie y glam; para a ratos pedir ser cantadas con la presencia del clavel en la solapa y la copita de brandy en la mano, aproximándole por concepto a Toño de Burning, al más macarra Dogo y a un Josele Santiago tan delicado como uno pueda imaginar, para acabar de elevarlas a categorías supremas.

El rock musculoso de “La Fosa de las Marianas”, abre fuego de una manera tan apocalíptica como  cañera y vigente en estos días, arrimándose a su estilo a Dogo y Los Mercenarios, con un brutal cierre que enlaza a la perfección a los aires afrancesados de “Te Quiero sin Querer”, con esa cadencia delicada de órgano y los susurros a lo “Je te`aime…moi non plus”, repleta de matices, con un Chencho adaptando sus fraseos de forma lenta y arrastrada en honor a una letra fabulosa, previa a los aires sevillanos, entre arreglos de cuerda, de “Un Hit”, un trallazo reposado que mira atrás en su letra y encierra cierta nostalgia. 

Clara contraposición a los aires glam de “En Boga”, retazo de una noche larga y vital, totalmente desenfadada, con el olvido del amor por bandera y querencia bohemia, que inevitablemente retrotrae al mejor Marc Bolan y al Lou Reed de discos como “Transformer”, sin duda homenaje a las tardes de escucha de discos junto a su hermano, Álvaro Suite, otro firme defensor del género. 

Pero sin lugar a dudas donde creo que donde más resaltan estas “Baladas de Plata” es en cortes decididamente valientes y frágiles como ocurre en “Mi Pequeña Muerte en Ti”, con esos vientos arrebatados que invitan al dramatismo y a la luminosidad al mismo tiempo, donde aflora el Chencho más elegante, el de la copita de Osborne sujeta con dos dedos, y al que por matices le acercaría a determinados momentos de Gabinete Caligari –“Amor de Madre”- y hasta a la balada romántica, demostrando que no solo a través de decibelios sale a relucir el rock y que pocos saben jugar en otras tesituras tan bien cómo él, algo también aplicable a “La Canción de Nadia”, donde la canción ligera, André Breton y el pop de cámara se dan la mano.

La dinámica ofrecida hasta ahora por el álbum salta por el aire con “Salvador en la plaza del Pan”, donde Chencho vuelve a poner al servicio de un texto narrativo, que en lo musical le acerca a un cruce de caminos imposibles entre Andrés Calamaro, Nick Cave y determinados pasajes de la obra de Enrique Bunbury, anticipo a otro de esos broches que con tanto orgullo se ha colgado en la solapa con esta obra como es “Como se Odian los Amantes”, otra brutal tonada que mezcla prosa brillante, letra con hondura y una musicalidad repleta de quiebros que se eleva segundo a segundo, con ese cierre que literalmente te arranca las lágrimas de los ojos, opositando desde ya a canción del año, ahí lo dejo, para unirse casi con “Calle Imagen”, una trallazo directo de aires cotidianos con parada en lugares míticos de Sevilla, una mirada a un pasado amoroso idealizado, que en primera instancia luce como uno de los focos llamativos del disco. 

Encaminamos el final de la mano de la majestuosa “Suicido en Hollywood”, geniales coros y mejores ambientaciones, y con los aires crepusculares, asentados inicialmente en la acústica, de “Noche Americana”, donde abandona su empirismo local, para mostrar la crudeza que hay tras despertar del sueño y lo crudo de enfrentarse una vez más a la realidad, todo ello con hechuras a big band, despidiendo una fiesta mayúscula por todo lo alto como son estas “Baladas de Plata”. 

Estas “Baladas de Plata” representan un conjunto de canciones intensas, no aptas para paladares efímeros, que relucirán como oro de muchos quilates en los márgenes de nuestro rock. Una gran colección de canciones, sobre todo de des/amor escritas desde un prisma de lo más personal, que serán recibidas y disfrutadas en todo su esplendor por la luminosidad que encierran, los recuerdos y la atemporalidad con la que están escritas, como todo buen disco de rock que se precie requiere. Es un hecho, Chencho Fernández ha firmado un trabajo mítico que no debería faltar en ninguna lista de lo mejor de 2020 que se precie, ni en las estanterías de los buenos aficionados al rock nacional de toda la vida, es ahí donde radica el hábitat en que debemos comenzar a colocar al sevillano. Y no debería ser un aviso sino una orden. Toca ejecutarla.