The Magnetic Fields: "Quickies"

Por: Jesús Elorriaga 

Dejémonos de tópicos y de que si “lo bueno si breve dos veces bueno” y tal. No es necesario que sea bueno lo breve, pero en este caso The Magnetic Fields con su último LP, "Quickies", han hecho un ejercicio de estilo bastante divertido y variopinto al respecto. No es la primera vez que los de Boston nos atiborran de canciones en un disco (verbigracia, "69 Love songs" y "50 song memoir") pero esta vez tienen la particularidad de su duración (de ahí lo de quickie, con las reminiscencias sexuales y freudianas que cada uno le quiera dar). Como si de una compilación de relatos cortos, cortísimos, de Lydia Davis se tratase, aparecen 28 canciones cuya máxima duración (“Come, Life, Shaker life!”) es 2:35 y la más corta (“Death pact (let’s make A)”) dura poco más de 17 segundos. De todas formas, para los primerizos de esta banda, no esperéis a Napalm Death. En realidad, los temas son más o menos breves pero con un tempo bastante calmado y un colorido, en general, lleno de humor mordaz, como se ve en los títulos de algunas canciones (“The Biggest Tits in History”, “Let's Get Drunk Again (And Get Divorced)”) pasando por el contraste amable entre las cantantes Shirley Simms y Claudia Gonson, junto a la voz de crooner barítono del principal compositor de la banda, Stephin Merritt, que en este disco vuelve a marcar territorio con su creatividad amplificada que fabrica constantemente en lugares solitarios y plasma después en sus libros de notas.

La heterodoxia compositiva de Merrit continua en su línea, destacando el estilo más acústico y ligeramente orquestal que el amplificado. Mucho ukelele, banjo y guitarras acústicas con una percusión prácticamente inexistente. Hay toques de folkie minimalista, conatos de country mortuorio (“Love gone wrong”) o synth pop más animados “(I Want To Join A) Biker Gang”. Deja de lado, en comparación con el anterior trabajo, sus temas más autobiográficos para abrirse a un popurrí de temas divertidos con otros más reivindicativos sui generis (“The Day The Politicians Died”) y otros más melancólicos (“Kraftwerk In A Blackout”), uno de los más interesantes del disco junto con “The Price you pay”, de las pocas canciones en las que asoma tímidamente una guitarra eléctrica.

Un disco tan variado que, inevitablemente, deja una (ligerísima) primera sensación irregular pero que mejora en segundas y terceras escuchas. Una divertida manera de llevar a canciones el microespacio que ofrecen plataformas de comunicación (ay) actuales como Twitter o Tik Tok, combinándolo con un particular sentido del humor ácido, que se nos puede pasar demasiado rápido pero que no por ello queda exento de su conveniente y, por qué no, necesaria dosis de placer fugaz.