León Benavente: “Era”


Por: Javier Capapé

Pasado del verbo ser o principio y fin de un momento histórico. Reinicio o mirada a lo que fue y no será. Estas son algunas claves para entender el nuevo disco de León Benavente. Quizá no nos sorprenda tanto de primeras porque ya conocemos bien al cuarteto que ha revolucionado el rock patrio en menos de diez años, pero con este “Era” marcan unas pautas bien diferenciadas de sus anteriores hitos. Sigue habiendo posicionamiento rock, pero las guitarras dejan paso a los sonidos industriales, asentados en el kraut, primando la electrónica por encima de todo. Y vuelven a acertar de lleno. No llegan a descolocarnos tanto como podamos pensar, pues esta actitud electrónica ya se podía vislumbrar anteriormente y su mensaje principal no queda nada desdibujado, pero aplaudimos y agradecemos que sigan dando pasos disco a disco, que no se estanquen, que sigan renovando sus postulados y que no pierdan por ello ni un ápice de credibilidad.

Edu Baos toma las riendas ahora de las bases programadas en lo que viene a ser un rumbo más asentado en el tecno industrial o synth-pop de los ochenta. Suenan más descarados que nunca, con las letras más a bocajarro de su repertorio, sin medias tintas, que pueden definir a una sociedad desengañada y hastiada de esta situación pandémica, que ya se ha convertido en una triste rutina, o deseosa de un cambio, de un reinicio, de comenzar una nueva era. Algo que también se ve en la forma de encarar la parte estrictamente musical de estas diez canciones. Luis Rodríguez define unas poderosas líneas de bajo, quedando sus guitarras mucho más en segundo plano, Abraham Boba hace de su voz un arma combinada con su fantásticas dotes de teclista intenso (atreviéndose esta vez hasta con un piano acústico, no presente hasta ahora en su carrera), César Verdú vuelve a combinar con extrema elegancia las cajas de ritmos con las baterías, pero dominando más estas últimas, y Edu Baos, como ya he reseñado, se entrega a unas exquisitas programaciones que nos llevan desde Kraftwerk a los primeros Depeche Mode.

Desde la adictiva “Líbrame del mal” a la reflexiva conclusión de “La cámara de ecos” (con maravillosas cuerdas incluidas), todo en este disco rezuma verdad y vitalidad, porque no por reflexivos se han vuelto excesivamente densos. “Líbrame del mal”, aún siendo un himno al desengaño, hace que no pares de querer gritar y volver que a sentirte parte de una comunidad, esa que puede hacer del tardeo un postulado vital. “Todas las letras” es provocadora (“H de, H de nuestra vida en HD”) a la par que adictiva. Tulsa, que repite con los leones, aparece esta vez como la voz de la conciencia, más un adorno que un dúo, porque la intención no era en ningún momento de hacer una canción en la que las voces estuvieran repartidas, sino que todo, incluso su invitada, estuviera al servicio de la misma y la hiciera grande.

“Di no a la nostalgia” es más oscura desde sus primeros compases y sus estrofas sintéticas, pero brilla en un estribillo que reivindica los pasos adelante, el no quedarse anclado en esa nostalgia que no permite avanzar, aunque recurra para su sonido a unos ochenta nostálgicos pero infalibles (con una acústica bien presente en el puente, que no están para repetir clichés). “Persona” es una de esas canciones emblema capaz de corearse hasta la saciedad con ese mantra (“de lo que se imagina a lo que luego hay”) que nos podría definir a todos. Cuenta además con una base programada que parece extraída directamente de los últimos discos de Dave Gahan y compañía en cada uno de sus pasos. Uno de los grandes momentos del lote, como ocurre seguidamente con “La gran muralla”, una de esas canciones-río que tan bien definen al cuarteto, que va de menos a más y a la que no se le pueden poner pegas. Todo funciona, desde su letra hasta su fantástico crescendo que deriva casi en una rave digna de ser disfrutada en directo.

En “Mítico” se deconstruyen y se ríen hasta de sí mismos (aunque la voz distorsionada por el octavador de las estrofas me sigue chirriando un poco), algo similar a lo que ocurre con la incisiva “Viejos rockeros viejos” (con ese bajo tan marca de la casa emparentado con “Ser Brigada”), que puede ser una llamada de atención a ellos mismos o a muchos de sus compañeros de profesión, aunque en el caso de León Benavente no hay excusa para que sepan retirarse de la fiesta a tiempo tras escribir esta letra.

“Canciones para no dormir” les mete de lleno en terrenos más imperantes del indie actual (mezclando por momentos a Love of Lesbian con Sidonie), mucho más escorada que el resto del concepto del álbum, más accesible de primeras que muchas de sus compañeras, pero igualmente disfrutable y certera. “Te comes mi corazón” hace grandes tanto a los leones como a Triángulo de Amor Bizarro, encajando a la perfección desde su contundente base hasta sus afiladas guitarras finales en contraste con su pulso sintético, para conducirnos después a la calma de “La cámara de ecos” en un nuevo ejercicio de bella contención. Una de esas canciones que nos hacen reafirmarnos en el poder de León Benavente por hacer parecer sencillo lo mágico, ejemplo del que puede ser el grupo deseado con el que vivir un largo idilio, ese que llevo viviendo con ellos desde su descubrimiento. ¿Acaso hay alguien que pueda ponerles pegas a estas alturas, que no haya caído atrapado en su tela de araña?

Solo cabe terminar haciéndonos la pregunta de si este “Era” es verdaderamente un disco imprescindible. Si una vez más es el riesgo que asumen los leones lo que más le define o quizá le haga especial el sentir que su fórmula ya asentada entre nosotros se está convirtiendo en estilo en sí mismo. No hay muchos grupos como este cuarteto, cuya actitud es ejemplo y cuya contundencia sienta cátedra con criterio. No pretenden imponerse, pero quizá sin quererlo se están convirtiendo en referente. La nueva “Era” que inicia su último lote de canciones es la mejor muestra de ello. Su inigualable don. ¿Son inclasificables? No. Son simplemente ellos mismos: León Benavente.