Como si fuera la primera vez… “Like A Rolling Stone -Bob Dylan en la encrucijada”, de Greil Marcus.


Por: Guillermo García Domingo 

Cuando todavía resuenan los pasos inconfundibles de Rafael Berrio por los pasillos virtuales de El Giradiscos, llega un servidor con un libro sobre Bob Dylan debajo del brazo. En realidad, el libro de Greil Marcus no puede llevarse debajo del brazo, es imposible abarcarlo. Este largo reportaje musical, traducido por Mario Santana para Libros del Kultrum, y la canción sobre la que versa, suscitan la imagen intimidatoria de aquellas “bestias” metálicas, locomotoras diésel, que recorrían el país norteamericano, arrastrando incontables vagones de mercancías, cuando la canción fue grabada en New York (en los estudios de Columbia) en el año 1965. A la canción, y al libro, hay que subirse en marcha; inmediatamente después de que suenen los dos golpes de percusión de Bobby Gregg, dispones de apenas una fracción de segundo para encaramarte a ella, si quieres evitar que te arrolle. No importa las veces que hayas escuchado “Like a Rolling Stone”, según Marcus, siempre te coge por sorpresa, como si fuera la primera vez, su empuje sobrenatural. 

Una vez que estás subido en él, el libro es tan capaz de recorrer el espacio geográfico estadounidense (el mismo propósito de la ruta 61 que atraviesa USA desde Louisiana hasta Canadá, y que da nombre al álbum del que “Like a Rolling Stone” forma parte) como de ignorar las fronteras temporales, mediante un arco que va desde el linchamiento de tres trabajadores negros del circo en Duluth (el pueblo en el que Dylan nació en 1941), suceso del que su padre seguramente fue testigo, hasta la nefasta invasión de Irak. El libro se publicó en 2005 en EE.UU. Marcus levanta acta del continente musical que se erigía sobre el país geográfico antes del temblor que supuso “Like a Rolling Stone”. 

Dejando al margen el prólogo, que se descifra mejor retrospectivamente, el libro se dirige con decisión hacia un capítulo central, el sexto, enorme como una montaña. Desde la elevación de este capítulo se contempla y se comprende el panorama del libro en su totalidad, lo que has leído y lo que queda por leer. El valle, en el relieve del libro, está representado en los primeros capítulos, “El día que mataron a Kennedy” y “La nación de Los cuarenta principales”, donde se describe una nación rota por el magnicidio de Kennedy, enfrentada a una guerra lejana e incomprendida, y que ardía debido a los disturbios raciales, mientras unos “niñatos” irreverentes, los “Beatles”, los “Rolling Stones” y el propio Dylan se proponían ofrecer la mejor canción jamás escuchada cada dos semanas. 

Sin la constancia del drama (histórico) que estaba asolando el país, y que Marcus registra con el mismo acierto con que lo hizo Howard Zinn en “La otra historia de los Estados Unidos”, es imposible entender la encrucijada a la que alude el subtítulo del libro. “Like a Rolling Stone” es el cruce de caminos polvorientos, del Medio Oeste, en el que la música popular se encontró debido al empecinamiento de Dylan

El libro se inclina hacia arriba, a partir de “El hombre de la cabina telefónica”, con el fin de alcanzar esa “montaña de sonido”, que representa el estribillo de “Like a Rolling Stone”. Marcus se toma su tiempo en llegar, hay que aclimatarse al aire enrarecido que se respira en las alturas. La prudencia invita, entonces, a familiarizarnos con el joven trovador de canciones contestatarias, inmortales por cierto, que aquel había reunido en sus primeros discos. “Blowin’ in the Wind”, “A Hard Rain’s a-Gonna Fall” o “The Times They Are a-Changin’, y las menos conocidas, “Masters of war” o “With God on Our Side”, que poco tienen que ver con el mensaje elusivo y hermético de la canción que nos ha traído hasta aquí. A principios de 1965, Dylan publicó el álbum “Bringing It All Back Home” que insinuaba que la música del de Minnesota estaba ya dispuesta a ser poseída por una corriente eléctrica de efectos imprevisibles. 

Antes de llegar a la cima (el capítulo titulado “En el aire”), Marcus nos hace pasar por dos pruebas inesperadas. Hay que ganarse el premio. La falta de oxígeno del que se adolece en las altas cumbres suscita en nuestra mente agónica experiencias tan extrañas y fascinantes como la que propician los capítulos titulados, “El ídolo de San José” y “En otro tiempo” (la traducción de la primera frase de la canción, “Once upon a time…you dressed so fine”). El primero de los dos comienza, para ir preparando el terreno, con una confesión definitiva que Dylan le hizo a Marvin Bronstein en 1966: “Si se refiere a la canción más decisiva para mí, pues diría “Like a Rolling Stone”. La compuse después de haber arrojado la toalla, de verdad, había dejado de cantar y tocar. Un día me encontré escribiendo una canción, una historia, una gran vomitona de veinte páginas, y de ella saqué “Like a Rolling Stone” e hice un single. Nunca antes había escrito algo así y, de repente, me di cuenta de que eso era lo que tenía que hacer. Nadie había hecho eso antes…Después de componerla ya no tenía interés en escribir una novela, o una obra de teatro. Ya tenía suficiente, quería escribir canciones. Porque se trataba de una nueva categoría. Es decir, que nadie antes había escrito canciones de verdad” (pp. 73-74). Esta declaración justifica lo que más adelante leeremos, que esta canción “debe más al “Howl” (1955) de Allen Ginsberg que a ninguna otra canción”. 

El periodista musical da a entender que ni siquiera él mismo está preparado aún para enfrentarse a una canción tan colosal, de modo que prefiere medirse con dos versiones de la canción. La primera apareció en una película de 2003 en la que Dylan tuvo mucho que ver, que en España recibió el título de “Anónimos”, y está cantada en inglés e italiano. La segunda recreación es la que hizo Jimi Hendrix para los asistentes del Festival de Monterrey en 1967. Son elegidas porque, en lugar de intentar emular (inútilmente) a la original, deciden sintonizar con la actitud existencial que despierta la canción. Es fácil incurrir en el error de creer conocer a Bob Dylan. Yo también cometí ese error cuando tenía 15 años y escuché sus canciones a través de un intermediario, que se llamaba Richi, era enjuto como el cantante, solía llevar puesto un chaleco y al igual que su ídolo musical iba acompañado de guitarra y armónica. Ambos estábamos inmersos, durante nuestra adolescencia, en una búsqueda religiosa. Nosotros también tuvimos nuestra época cristiana, como le pasó a Dylan. Porque, para qué engañarnos, Jesús es el mejor tipo que uno ha tenido la suerte de conocer, aunque los escoltas, más peligrosos que los “ángeles del infierno”, que le siguen a todas partes desde que descendió, entre la muchedumbre, del monte en el que proclamó las bienaventuranzas, (“esa sí que es una canción”, como apostilla Calamaro), nos mantienen apartados de él. 

“En el aire” es la cota más alta del libro. Las montañas han sido los lugares predilectos para las revelaciones divinas. Es allí donde se ha quedado suspendida la canción. Llegados a este hito del libro, su autor exige más esfuerzo de nuestra parte, es necesario estar a varias cosas a la vez, señalar con un dedo lo que estamos leyendo, echar un ojo en la letra traducida de la canción situada en la primera página 7, y el otro dedicarlo al epílogo (p.184), que es una transcripción de los dos días de grabación de la canción. “El acontecimiento” tuvo lugar en el segundo día. No importa lo que Marcus le pida al lector, a estas alturas, le daríamos las llaves de nuestra casa si fuera necesario. 

“Like a Rolling Stone” sigue en el aire. Eso es todo un logro: aguantar seis minutos completos sin mirar hacia abajo”. Si no fuera porque no hay una canción más viva que esta, sería adecuado afirmar que el crítico disecciona la anatomía de la canción. Con la gamuza que solamente Marcus tiene, saca brillo a la canción desde el momento en que la baqueta y el bombo tiran abajo la puerta de nuestra atención: “La primera vez que oí a Bob Dylan -dijo Bruce Springsteen en 1989- estaba con mi madre en el coche escuchando la emisora WMCA y sentí ese golpe de tambor que sonaba como si alguien hubiera abierto de una patada la puerta de mi mente”. A lo largo del libro Marcus deja caer varios testimonios de la conmoción que sintieron algunos testigos de la primera audición. Zappa es uno de ellos, ¿a ver quién lo encuentra en el libro? El tiempo se detiene, los que están allí se miran, dejan de hacer lo que quiera que hicieran y, a continuación, se dicen los unos a los otros, “pero, ¿qué es esto?”. 

La canción no ha hecho más que empezar, y “hay bombas por todas partes, y cada bomba es una palabra”. Dylan, de 24 años, “brama” como un patriarca bíblico por encima del sonido “total” de la canción, justo antes de abrir las aguas del Mar Rojo, se acerca el milagro. Los músicos acompañantes ocupan en el libro el lugar que se merecen. Son uno solo, y “se percibe un giro en la canción, pero aún no se sabe qué hay al otro lado”. Después de la segunda repetición del estribillo (el inolvidable arrebato de “How does it feel?), “la persona a la que esto va dirigido ya no es simplemente la muchacha mencionada en la canción. Esa persona es ahora al mismo tiempo esa muchacha y quien sea que está escuchando la canción. La canción ha fijado su mirada sobre el oyente”. Hay una multitud que escucha atentamente las palabras del profeta y mira hacia la “tierra prometida”. La “bestia” se lleva por delante, sin contemplaciones, la interpretación convencional de la canción que defiende que se trata de una diatriba del músico, rebosante de resentimiento, contra una joven de buena posición que ha caído en desgracia. William Morris, el artesano británico, irreductible humanista, escribió a finales del siglo XIX, un ensayo extraordinario acerca de “cómo vivimos y cómo podríamos vivir”. No se me ocurre una analogía mejor para explicar esta fábula dylaniana (“Érase una vez”, no lo olvidemos, son las primeras palabras que pronuncia el cantautor). Liberados de cualquier obligación o convención, Dylan nos muestra un horizonte de posibilidades, lo que hay del otro lado, lo que nuestra vida podría llegar a ser. ¿Estás dispuesto a darte una oportunidad, a vivir de otra manera, a dejarte llevar “como un canto que rueda”? En “Like a Rolling Stone” había “una rabia y un miedo que quedaban finalmente atrás gracias al puro júbilo de la aventura que la canción prometía”. Esta canción revela como ninguna otra lo ha hecho, la capacidad que tienen estas breves creaciones artísticas de cristalizar (para el futuro) tanto las experiencias históricas colectivas como las peripecias vitales individuales. En algunas ocasiones, las dos al mismo tiempo. 

El libro, a partir de entonces, se deja caer por la otra vertiente de la montaña, con la intención de explicar la recepción que tuvo la canción, en primer lugar, en su propia compañía discográfica, a la que dejó desconcertada. El productor que la grabó no fue el mismo al que le correspondió defenderla. Bob Johnston tenía que lidiar con un posible single de más de seis minutos. ¿Quién iba a publicar algo así? En la página 205, en la Bibliografía y Discografía anotadas (29 páginas que hay que leer obligatoriamente), Marcus cuenta que Shaun Considine, coordinador de lanzamientos de la discográfica, sin permiso de sus responsables, reticentes a “lanzar” la canción, se llevó una demo a Arthur´s, la discoteca más importante de Nueva York en aquella época. Cuando el dj la pinchó, el efecto fue un cataclismo, tuvo que reponerla una y otra vez, “hasta que la aguja empezó a perder el rastro de cuanto se había escuchado hasta el momento sin pausa”. “Cuando el single se lanzó, el 20 de julio de 1965, las copias enviadas a las emisoras de radio cortaban las canción por la mitad”, para dar la oportunidad de emitir solamente tres minutos. Los oyentes no paraban de llamar para escuchar lo que les faltaba de la canción. No se puede interrumpir a un predicador en estado de trance. 

Sin embargo, no todos estaban dispuestos a hacerle caso. Cuando Dylan enchufó a la corriente su guitarra, a sus seguidores más intransigentes les entró la duda. En las primeras interpretaciones en directo ya se adivinaba la animadversión que la canción (y el disco, “Highway 61 Revisited”) suscitaban en algunos. Lo que iba a manifestarse de manera feroz en la gira británica que el músico y su banda realizaron en la primavera de 1966. El grito de Judas que alguien profirió contra él en un concierto, y la respuesta llena de furia y dignidad de Dylan, demuestran que, aunque lo aclamen multitudes, el artista de verdad sabe que está solo. 

Aunque parezca imposible, Dylan lo volvió a hacer diez años después, en 1975, con el disco “Blood on the Tracks” (que alguien me enseñé el título de un LP que sea más bello que este), tal y como relata Greil Marcus en el último capítulo del libro, “Una vez más”. Pero de este disco formidable que se ocupe otro, yo ya estoy exhausto después de este viaje a bordo de la “bestia”. ¿A qué esperas para buscar el surco de la canción? Estás avisado, no hay ninguna estación en la que se detenga, simplemente, súbete a ella en marcha. Buena suerte.