The Cure: De la pesadilla al sueño


Wizink Center, 12 de Noviembre de 2022, Madrid 

Por: Javier González 
Por: Estefanía Romero

Hace ya demasiados años que muchos aceptamos el juego de Robert Smith. Nos invitó a su pesadilla, mostró abiertamente sus abismos, todo un catálogo sembrado de dudas, desesperanza y desaliento, y decidimos que recorreríamos junto a aquel tipo de pelo cardado y labios mal pintados casi la totalidad de géneros que circulaban cerca de las fronteras del pop siniestro, porque en el fondo lo importante no eran sólo las formas sino también el fondo del mensaje con el que su tragedia logró cautivarnos. 

Y también hace ya demasiados años que aquella imagen, desaliñada y extraña, pasó a convertirse en algo cotidiano, en parte de una iconografía que ha traspasado las fronteras de lo meramente musical para ser glorificada por artistas de todo género y emuladores modernos; de la misma manera que lo han hecho las canciones de una banda a la que ni siquiera consiguen lastrar elementos que hubieran acabado con muchas otras como son el hecho de llevar más de una década sin nuevo material en el mercado. Ni siquiera que esa misma figura ya citada sea hoy mucho más oronda y aderezada de una consabida y bien asumida autoparodia, ni tan siquiera llevar a cabo unos shows excesivos en duración y densos como pocos que por momentos no hacen sino anunciar el punto álgido de una de las pesadillas del señor Smith

Allí volvíamos a estar el viernes noche cerrada en Madrid. Una vez más para algunos, la primera para otros y otras, no fuera ser la última oportunidad de verles, cosa que parece harto improbable todo sea dicho ahora que anuncian nuevo disco inminente. Allí en el antiguo palacio de los deportes, recinto que tantas veces han conseguido llenar, escuchando las canciones de unos voluntariosos The Twilight Sad, la enésima vuelta de tuerca del pop escocés quienes demostraron su buen sonido, dosis de oscuridad y unas enormes ganas de agradar, algo que hicieron a medias -bonita voz y escasez de matices- haciendo la espera más llevadera hasta que The Cure aparecieran sobre las tablas mientras el respetable accedía a sus localidades para no dejar ni un resquicio de cemento a la vista, en un lleno rotundo y sin un solo pero. 

Un sonido como de lluvia fina y el apagón de luces solo podía significar el comienzo de la velada, a la par que por un fondo emergían las figuras de Perry Bamonte, Reeves Gabrels, Roger O´Donnell, Jason Cooper, Simon Gallup, mientras en los primeros acordes de “Alone” aparecía Robert Smith con parsimonia, recorriendo el escenario con la mirada perdida en el infinito y una sonrisa franca, agradecida, recibiendo el calor de un público consciente de la grandeza de su figura y en algunos casos “inconsciente” sobre lo que aguardaba durante las próximas casi tres horas. 

Porque lo que vino después fue una sucesión de picos y valles, parajes helados y fuego de hogar, vientos gélidos y desiertos por explorar. Cercanas sonaron las míticas “Pictures of You” y “Closedown”, anunciando una noche de largas intros y desarrollos ambientales, regadas de arpegios; dos trallazos de la catedral gótica que The Cure grabó en “Disintegration”, el culmen de un talento imperial, aunque las primeras que lograron hacer subir al personal al cielo fueron “A Night Like This” y “Lovesong”, la canción dedicada a su eterna novia Mary

A partir de aquí las nubes se tornaron grisáceas, momento en que sonaron “And Nothing is Forever”, un tema nuevo, marca de la casa, pero que poco de novedoso aportará a su discografía, “Burn”, “At Night” y “Fragile Thing”, otro corte que dejó al público expectante por conocer más sobre lo próximos que vendrá, por suerte llegaba otra tanda inmensa con la siempre oscura “Charlotte Sometimes”, el pop de alta gama que supusieron “Push” y la siempre coreable “Play For Today”. Del siempre criticado “Wild Mood Swings” rescataron “Want”, a la que siguió un peñazo mayúsculo como “Shake Dog Shake”, mejorando el panorama con “From the Edge of the Deep Sea” y cerrando la primera tanda antes de retirarse con “Endsong”, otra de las nuevas composiciones. 

Para entonces las caras de los menos cafeteros eran un pequeño poema, en parte decepcionados por un set list que si algo deja bien a las claras es que el señor Robert Smith es una estrella con modos de estrella. Sí, de esos pocos que decide cuánto toca y qué toca. Que desde su oscura afabilidad deja claro que quien paga una entrada tiene asegurado ver a una banda de sonido inmaculado, repleta de instrumentistas brillantes, pero que el repertorio lo decide él. Existiendo siempre el factor de riesgo, el toque sinuoso y frenético, lleno de subidas y bajadas, clásicos por novedades, petardazos ruidosos e infumables junto a hits brutales… y con un final de infarto que de momento no desvelaremos.

El primero de los bises arrancó con “I Can´t Never Say Goodbye”, otra de las candidatas a aparecer en el tan cacareado nuevo trabajo, seguida de “Cold”, rescatada del siempre denso “Pornography”, enlazada con “Faith” y, ahora sí, con otro de los trallazos de la casa como es “A Forest”, sonando atronadora como el bajo de su lugar teniente, el siempre maravilloso en actitud punk Simon Gallup, corte con el que abandonaron el escenario, provocando una breve y tensa espera pues la gente más veterana sabía que se nos venía encima media hora de absoluta antología. 

Y así fue, con la banda al completo en el escenario otra vez, como Robert Smith parapetado tras su guitarra, anunciaba que tocaría algo así como “una canción española”, arrancándose solo brevemente con “The Blood”, paso previo a la descarga emocional que supuso “Lullaby”, atronadora nos envolvía en una tela de araña que aparecía en las pantallas del fondo, así muchos recordamos la forma en que nos enamoramos de The Cure sin remisión, gracias a aquel intenso y asfixiante clip; la ovación atronadora con que se reconoció su grandeza eclipsó el comienzo de los aires electrónico de “The Walk”, antes de que los corazones se encogieran y la luz los diera brillo tornando la pesadilla en sueño gracias a “Friday I´m Love”, bailada, cantada y aplaudida a rabiar. 

Continuaron con otro bellezón como “Doing the Unstuck” antes que Robert Smith soltara su guitarra y se arrancara a recorrer micrófono en mano el escenario regalándonos “Close to Me”; sonriente, con la voz entonadísima, como toda la noche, en la mejor parodia de sí mismo que nadie podría darnos. Porque sí, el propio Robert sabe que hay cosas difícilmente justificables salvo que seas Robert Smith. Ante eso, él pone la mirada perdida y sonríe. Sin más.

Para entonces aquello se venía abajo, los ratos totalmente infumables de la velada se le habían olvidado al más pintado, como también se nos había olvidado que nos sentíamos viejos y algo cansados al oír “In Between Days” y decidimos tocar con los primeros compases de “Just Like Heaven”, bailando, botando y sintiendo que más allá de cualquier desbarajuste y de ciertos movimientos erráticos The Cure es, sin duda alguna, una de las bandas de nuestra vida, de las que sonaba en la radio del coche familiar, también camino de la facultad en unas cintas mal grabadas, capaz de gustarle a tu hijo de apenas cinco años, quien ya los escuchaba en la tripa de su madre y una de las pocas que hace bailar a tu padre a escasos centímetros tuyos en la primera fila de otro concierto mítico más. 

Y después de tantas emociones llegó el momento que no queríamos vivir... o sí durante algunos pasajes de la noche, los primeros acordes de “Boys Don´t Cry” llegaron tan rápido como pronto se nos escaparon los últimos. Un instante más tarde Robert Smith estaba solo en el escenario, con su sonrisa mal dibujada, las ropas anchas oscuras y su pelo eléctrico recogiendo emocionado el cariño de un público que le despidió como solo se hace con los mitos a los que uno quiere de verdad. 

Un concierto largo, por momentos denso y que al final fue un suspiro. Se podría criticar la duración y el set list, ni un ápice del sonido y menos de la voz de RobertThe Cure nos tomaron una vez más de la mano para sumergirnos en su pesadilla, con momentos de sopor y auténtico pavor, dejándonos el dulce sabor de haber vivido un sueño mágico. The Cure vivirán eternamente en nuestra memoria porque no son solamente una banda al uso, ni Robert Smith es solo un cantante. Ambos son la misma figura mítica, cuyas canciones, estética e iconografía nos acompañarán eternamente. De ahí que Robert se tome ciertas licencias y nosotros las consintamos. Robert, te queremos, eres parte de nuestras vidas. Y si mañana volvieras por aquí, allí nos tendrías haciendo cola a unos pocos miles, ansiosos por verte. Está todo dicho.