Madrid, Teatro Circo Price, Martes 29 de Marzo de 2011.
Que Nacho Vegas ha subido varios peldaños en el escalafón musical de nuestro país, en cuanto a poder de convocatoria se refiere, es algo que ya nadie puede negar, y menos después de haber tocado tres noches casi seguidas en distintos escenarios de nuestra ciudad, dos consecutivas en Joy Eslava y una tercera, alternativa, en el Teatro Circo Price, congregando a miles de personas, en una suerte de licencia que muy pocos artistas de nuestro país se pueden permitir.
Sobre las nueve menos cuarto dio comienzo la actuación de Refree, el nombre bajo el que se esconde el músico catalán Raúl Fernández quien, arropado por su banda, presentó algunas de las canciones que integran su último álbum de estudio, “Matilda”.
Durante los tres cuartos de hora que permaneció en escena no faltaron a la cita canciones como “Al Senyor Beltran”, con la que abrió, “En Píe”, “Torpe”, a las que no dudo en intercalar con composiciones de su anterior trabajo, “La Matrona”, como “Batis” o “Faltas Leves”.
A nivel personal su directo me pareció poco más que correcto y sobre todo lineal. Muy lineal. Quizás esta sensación venga motivada por los escasos cambios en el registro de su voz, pero lo cierto es que no llegué a conectar con casi ninguna de sus canciones y es algo extraño, porque en sus temas es fácilmente reconocible el talento que atesora y su buen gusto. Pero ni por esas logró despertar en mí ningún rastro de emoción.
Observando a la gente se diría que andaban pensando lo mismo que un servidor, de ahí que me sorprendiera positivamente la cerrada ovación que el público le tributo al finalizar los últimos compases de “Mil y un Possibles Finals”, canción que le sirvió de despedida. Independientemente de que no me gustara lo que vi, he de confesar que siento cierta simpatía por Refree, le entrevisté hace unas semanas y me pareció una persona muy respetuosa, por lo que me agradó sobremanera que el respetable madrileño brindara semejante ovación a un tipo tan sincero como Raúl Fernández.
Y es que más allá de la humilde opinión que cada cual pueda tener cuando acude a ver un directo, la mía en este caso no muy positiva, a la postre es el público quién da y quita razones y no los que ejercemos de críticos, pues al fin y al cabo no somos más que uno entre un millón y eso no nos otorga más razón que aquel que va a disfrutar como mero espectador. Ya está bien de críticos pedantes y “sabelotodo”. Si quien paga disfruta, que más da lo que opine un servidor. Yo ejerzo como crítico y la pasada noche mi opinión entró en confrontación directa, hasta en dos ocasiones, con la de miles de personas que se lo pasaron de vicio. No me siento derrotado, sino que creo en lo que veo y el otro día vi a dos tipos que, repito, sin enamorarme contaron con el beneplácito de la audiencia.
Tras el breve parón, obligatorio para adaptar el escenario, y una vez que la luz se había desvanecido lo suficiente como para dejar en penumbra el graderío y la pista, del lateral y fondo de las tablas comenzaron a aparecer los músicos que acompañan a Nacho Vegas en sus directos, haciendo el asturiano acto de aparición en último lugar. Había llegado la hora de la verdad.
Arrancaron con “Cuando te canses de Mí”, en lo que fue el comienzo de un concierto que fue de menos a más, hecho este motivado porque en un principio encadenó hasta tres canciones de su nuevo trabajo, “La Zona Sucia”, la ya citada, “Cuando te canses de Mí”, a la que siguieron, “Cosas que no hay que Contar” y “Reloj Sin Manecillas”.
Tras ellas el inconfundible teclado de Abraham Boba hizo sonar los primeros compases de “Dry Martini S.A.”, siendo recibida con entusiasmo y atención por parte de un respetable al que el ex componente de Manta Ray tenía ya ganado de antemano.
La primera mitad de la actuación terminó con la interpretación de “Incendios”, y digo bien porque personalmente tuve la sensación de que a partir de este tema el concierto comenzó a repuntar. Quizás fuera la intensidad de las canciones que empezaron a sonar o simplemente que la banda ya se había engrasado del todo.
Esta segunda fase fue inaugurada de la mano de “Perplejidad”, en la que el público madrileño sustituyo más que dignamente los coros infantiles que acompañan a la canción en su versión de estudio. Minutos después volverían a repetir en la sublime “Lo que Comen las Brujas”.
Personalmente debo confesar que disfruté con la inclusión en el repertorio de composiciones como “Canción de Palacio”, “Me he Perdido”, primer mensajito de la noche de su autor a Christina Rosenvinge, presente en la sala y con la que tuvimos el placer de charlar brevemente, “Va a Empezar a Llover”, en la que se echaron de menos los maravillosos coros de Enrique Bunbury de los que se hace acompañar en el Dvd grabado en el Liceu de Barcelona, y “La Gran Broma Final”, single de adelanto de esta “Zona Sucia” y que también tiene visos de ser una canción dedicada a la muñequita rubia de ojos claros y apellido extraño.
El amago de abandonar el escenario dando por finalizado el concierto, tuvo lugar justo después de que sonara “Taberneros”. Nadie hizo amago de marcharse y eso que Vegas y los suyos se hicieron de rogar unos minutos, lo que generó un pequeño desconcierto.
Finalmente volvieron a aparecer en escena mientras arreciaban gritos de uno y otro lado pidiendo canciones, a los que Nacho, socarrón él, contestó, “A ver si os ponéis de acuerdo”.
Segundos después comenzaba a sonar “El Hombre que casi conoció a Michi Panero”, sin duda uno de los grandes logros de su discografía, a la que siguió, en el que fue el mayor alarde de intensidad de toda la velada, una extraordinaria versión de “El Mercado de Sonora”, que por momentos nos hizo pensar en Nick Cave and the Bad Seeds, después, tras ella, asistimos al habitual rito que suele suceder cuando finalizada un concierto consistente en, primero, dar una cerrada ovación al artista y su banda y, segundo, dirigirte atropelladamente a la salida en busca de aire fresco con el que poder disfrutar del placer de un buen cigarro, prohibido gentilmente por nuestro querido gobierno.
De camino al coche íbamos enumerando los distintos detalles por los que la velada no acabó de motivarnos excesivamente. Y es que, durante las horas que duró el espectáculo, tuve la impresión de que la banda y sobre todo su vocalista, que sí por algo se caracteriza es por ser un gran compositor de letras y no tanto por su capacidad para desenvolverse con soltura en un escenario, parecían estar tocando con el piloto automático echado. Faltos de ritmo, tensión, y hasta por momentos, inseguros.
De pronto recordé que aquel tipo de aspecto débil había agotado el papel, casi, durante tres noches en nuestra ciudad y que “El Price” le acababa de despedir con una ovación de las que hacen época. Pronto entendí el mensaje. Estaba solo frente a un ejército de un centenar. Quizás a mí Nacho Vegas no me encantó en su última cita en Madrid, pero no puedo negar que el artista que más y mejor transita por el alambre triunfó en la capital.
Texto: Javier González.
Fotos: Iván González.
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