Madrid, Sala Galileo Galilei, 18 de Mayo de 2011.
La noche del pasado miércoles aparecía señalada de una manera especial en nuestro calendario. El motivo no era otro que el primer concierto en nuestra ciudad, después de muchos años, de un grande de la siempre maltrecha escena nacional. Y es que antes de ayer, unos minutos más tarde de las nueve y media de la noche, daba pistoletazo de salida la gira de presentación de “Canciones en Ruinas”, el que representa hasta la fecha el último álbum de estudio de Diego Vasallo.
Conocido por el público mayoritariamente por ser componente de una de las bandas de mayor éxito dentro del panorama pop de este país, Duncan Dhu, comenzó en la década de los noventa una carrera musical solista que en principio ocultaba bajo el nombre de Cabaret Pop, transformado posteriormente en Diego Vasallo y el Cabaret Pop, y que duró hasta 1997, año en que dio por finiquitada dicha aventura con la publicación de “Criaturas”, un disco que supuso el principio de una nueva andadura que se movería en unas sorprendentes coordenadas sonoras cercanas al folk, la canción francesa, el fado y el pop de autor, que han hecho de su carrera una de las más solidas y respetables que hayamos presenciado, alejada en todo momento de los focos y de la popularidad, y con el único propósito de hallar un lenguaje propio que ponga de relieve las aristas y los tonos grisáceos de un mundo en continuo cambio desde la honestidad más absoluta.
No estaba llena la madrileña sala del barrio de Arguelles para recibir tan ilustre visita, si bien es cierto que el recinto tampoco presentaba mal aspecto, se podría hablar de una media entrada larga, lograda gracias a un público de mediana edad, repartido por las diferentes mesas y sillas como es habitual en este espacio, y que esperaba, entre moderadas conversaciones, un comienzo de actuación que no tardó en producirse minutos más tarde.
Ocurrió en el mismo instante en que las luces se desvanecieron y por el lateral del escenario apareció la figura de Diego Vasallo, vestido con traje oscuro y luciendo una cuidada barba, secundado desde el instante inicial sobre las tablas por un trío de músicos de sobrada calidad, en una formación de guitarra clásica, acordeón y violín, que desde el recogimiento y la cercanía nos harían disfrutar a lo largo de toda la velada.
Parapetado tras el pie de micro arrancó con los primeros versos de “A ras de Noche”, jugando con la desnudez de la canción y las arrugas de la textura de su voz, para demostrarnos que la grandeza que se le presupone es tal, ante el silencio y la atónita mirada de un público que, sin temor a equivocarnos podemos decir, disfrutó durante toda la noche de un espectáculo repleto de intensidad y belleza.
Tras ella sonaron dos “Canciones en Ruinas” más, la solitaria “Así” y “La Tarde”, una de las mejores composiciones que se incluyen en este su nuevo catálogo, que vuelve a encontrarse entre lo mejor de su ya dilatada discografía.
Uno de los grandes instantes de la actuación llegó en el momento en que nos enfrentamos, como los tristes mortales que somos, a esa “Chanson” de las certezas dolorosas en la que el señor Vasallo canta, “los golpes duelen, la vida mata”, quien más quien menos no dudamos en unir nuestra voz a la suya, con el propósito de arrojar unos cuantos demonios fuera antes de pasar a disfrutar de la misma. Tampoco le fue a la zaga la interpretación que hicieron de “Prometedores Naufragios”, incluida originalmente en su disco “Los Abismos Cotidianos”.
Redujeron la formación a tan solo dos instrumentistas y voz, eliminando momentáneamente el violín, para interpretar ese tema con aires de Bossa Nova que es “Las Huellas Borradas”, con la que consiguieron que nuestros pies comenzaran a golpear contra el suelo merced a una gran interpretación, en la que hay que destacar la labor de Chus Aramburu al acordeón, pero que quedó ensombrecida por la grandeza que destila la introducción y la letra de “En Algún lugar Oscuro”, sin duda otra de las grandes canciones que atesora la carrera del de San Sebastián, a la que siguió “Collar de Lunas”, repitiéndose curiosamente el orden que siguen en el, ya descatalogado, recopilatorio “Las Huellas Borradas”.
A estas alturas de la película ya estaba más que claro que Diego saldría como triunfador del encuentro, pero ni por esas se relajó. Apenas habló durante la velada, simplemente para saludar, agradecer los aplausos o presentar a sus músicos. Muy centrado parecía en interpretar con calidad los textos, transmitiendo con la aspereza de su voz la amargura de unos textos únicos en nuestra música, con una grandeza que no existe por estos lares y que sorprende que no reivindique más gente.
De maravilla nos sonó “Gardel”, ese sentimental homenaje al más grande intérprete de tangos de todos los tiempos, y “Canto al Amor”, otra de las joyas que logró ponernos la piel de gallina.
El concierto afrontaba su recta final y tres serían los temas encargados de cerrar la noche.
La primera de ellas, con el único acompañamiento de la guitarra, sería “Ingravidez”, que comparada con sus compañeras de viaje perdió algo de lucidez. Curiosa afirmación que se entiende cuando se explica que tras ella, otra vez acompañado por la formación inicial, interpretaron “Donde Cruza la Frontera”, la revisión de una canción que en su día fue abrazada con mucha pasión por el gran público. Estamos hablando de la etapa Cabaret Pop, concretamente del álbum “Realidad Virtual de Rock and Roll”, y de su versión original titulada “Juegos de Amor”.
Fue aquí cuando personalmente me di cuenta de que aquellos cuatro minutos, solo esos, habían merecido más la pena que el noventa por cien de los conciertos a los que acudo. Compartí mi opinión con la gente que me acompañaba en Galileo, y la respuesta no se hizo esperar, “esto es otra cosa”, me dijeron francamente. Cierto, yo también opino lo mismo.
El cierre tuvo un punto de franca emotividad al venir de la mano de un tema como “Demasiado Tarde”, una versión que, como el propio Diego nos indicó, pertenecía al tristemente desaparecido Enrique Urquijo. Un bonito detalle que a ninguno de los presentes se nos pasó desapercibido.
No hubo tiempo para bises, pues tras él llegaba el turno de Rafa Berrio, pero esa es otra historia y nosotros ya habíamos cumplido nuestro cometido. A quien habíamos ido a ver fue a Diego Vasallo y a fe que le vimos y disfrutamos.
Nuestra admiración por su figura era enorme, pero la otra noche y gracias a una serie de canciones que no hablan de amor, logró ganarnos aún más para su causa. Lástima que no se prodigue más a menudo. Sería un disfrute verle de manera más continuada. Observar a este “rara avis” de nuestra escena es un privilegio que se da cada mucho tiempo, lo que convierte sus conciertos en ceremonias que uno no se puede perder. Nosotros no lo haremos nunca más, aquí queda escrito.
Por: Javier González
Fotos: Iván González
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