Bruce Springsteen: "Western Stars"

Por: Javier López Romo

Cuando las estrellas occidentales se alinean en su cénit y todo se reconfigura bajo los halos primigenios, que escapan de sus letárgicas prisiones para convertirse en los amos de la Tierra una vez más. Eso debió pensar Bruce Springsteen. Ahora era el momento, y no antes, de sacar al mercado su nuevo disco de estudio, “Western Stars”.

Y es que algo se estaba cociendo en los estudios de grabación Thrill Hill West Studios, en su casa de Colts Neck, New Jersey; se amasaban en el horno nuevas canciones, y otras muchas desempolvadas y remezcladas. Sería durante el “High Hopes”, mientras viajaba de ciudad en ciudad en aquel año de 2014, cuando desarrolló la idea de hacer algo con el folk, blues, góspel, y sobre todo el country, muy al estilo de su admirado Johnny Cash. De todos es sabido la afición de Bruce a la fotografía, cada vez que sale de viaje por esos páramos de indómitos desiertos, carreteras comarcales, donde se ve pasar la vida a base de polvo, sudor y sed, le gusta llevar su cámara con la que intenta fotografiar la dura vida interior de los Estados Unidos. Y los rumores llegaron al puerto donde desembarcaban las continuas fotos (por cierto muy bellas) que tanto por Twitter, como por Facebook e Instagram, venia publicando días atrás. Hasta que dejó de ser un  rumor para convertirse en oficial. Y es que a sus fans, cuando deseamos algo con tanta intensidad y fuerza, se les acaban por cumplir los sueños, aunque de ello dependa una vez más dejarnos nuestra cuenta a cero y los bolsillos rotos. A día de hoy sigo insultándole cariñosamente como el “saltimbanquin”, precisamente por eso, por dejarnos nuestras tarjetas de crédito como el papel de fumar.

“Western Stars” es el decimonoveno disco en estudio de Bruce, el primer álbum desde hace cinco años, y que vio la luz el 14 de junio a través de la discográfica Columbia Records/Sony Music. Da el relevo a “High Hopes”, y cuando en una entrevista anunció que estaba trabajando en algo distinto, nuevo y sincero, apostamos a que se refería a esto. En sus viajes a través de esos desiertos de Utah y Nevada, hasta llegar a California, Bruce recorría esas carreteras polvorientas, deteniéndose aquí y allá bajo su prisma de horizontes crepusculares mientras disparaba una y otra vez su cámara.

Ya lo había hecho antes. Antes de llegar a “Western Stars”, Bruce pasó la prueba de editar discos tan personales como íntimos, ahí están “Nebraska”, “The Ghost Of Tom Joad”, “Devils & Dust”, e incluso me atrevo a decir que también recorre los senderos del “Tunnel Of Love”. Si los dos primeros llegaban a esas mismas carreteras polvorientas y austeras, de rígidos y severos atardeceres rojizos del gran cañón, “Western Stars” lo hace caminando a caballo, como la portada del disco, uno que John Wayne hubiese dejado en libertad. Y sí, esos dos primeros son country puro de la llamada ciudad de la música, Nashville, con su pasado folk, fiel reflejo de ese orgullo americano que hasta día de hoy es un círculo que nunca se rompe y que se refleja bar a bar. Si nunca has estado en Nashville, o tienes intención de hacerlo, te recomiendo el Honky Tonk Highway, donde la música suena más alto que en en cualquier otro lugar. Todos los días de la semana queda abierto a las bebidas más frías, o a los Jack Daniel`s más calientes. Situado en la cuarta avenida del Lower Broadway, en sus tres pisos, tres bares y tres escenarios, con sus respectivas pistas de baile, encontrarás diferentes tipos de música, y si no sales muy borracho del local tus ojos tendrán la mejor visión que se posa en la noche, con luces reflejadas en el río Cumberland, ofreciéndonos un maravilloso espectáculo. A buen seguro cada vez que Springsteen visita esta ciudad para dar un concierto, o bien para pasear tranquilo con su cámara de fotos por este estado de Tennessee, estas bellas imágenes vuelven a su cabeza deprimida y las traslada por esas ciudades del sur de los Estados Unidos. Un imaginario en el que aparece una entrevista en el histórico programa de radio de Nashville, el Grand Ole Opry, o visitar el salón de la Fama del Country, e incluso la obligada paradas en los pioneros estudios de Rock and Roll, los Sun Studio, o los clubs de Blues de Beale Street, en Memphis, donde Elvis Presley residía. Cualquier fan de Bruce Springsteen tendrá en su imaginación cuando una de las noches que tocaba allí, Bruce asaltó la verja de la mansión de Elvis, Graceland, con el solo propósito de entregarle una canción de su propia cosecha, hablamos de “I`m On Fire”, que después sería incluida en “Born In The Usa”, pero los perros de la finca le impidieron entregarla.

Pero vayamos a lo que nos ocupa. Y lo que nos asalta es el nuevo álbum de Bruce Springsteen, “Western Stars”. Bien, yo no soy uno de esos críticos veletas y pedantes; ni un fan tan acérrimo censor de la obra del "Boss", ni tan siquiera un individuo que quiera malmeter sin estar lo suficientemente cultivado o destrozar o ensalzar a ídolos ya consagrados por el mero hecho de juzgar. Que si las canciones son sosas y aburridas, que si no tiene la producción que debiera, o aquellos más radicales que ya lo entierran sin haber muerto, diciendo que a Bruce se le olvidó hacer Rock, que si ya no pasa hambre y hace lo que quiere o que si es ahora o nunca, que si marca su lado más “americano”, que si a Bruce hay que bajarlo al barro, que si las estrellas que promete son tan fugaces como su propia producción, que si las postales de ese Oeste están pasadas por el cine del Western… Parece estar de moda criticar… Bla,bla,bla. Realmente Bruce hace lo que le viene en gana, eso es cierto, como también es cierto que en este disco, nos lleva a unos terrenos tan vaqueros como sombríos, te promete millones de estrellas y cada una de ellas somos nosotros mismos. Ese inmenso cielo estrellado es de todos, y todos pagamos el precio a través de los esfuerzos para afianzarnos en nuestro día a día, con todo lo que nuestras vidas llevan consigo: depresiones, desamores, tristezas, alegrias, muerte y vida, etc... No me paro a pensar lo que se diga de él, que ya bastante status tiene como para saber lo que me gusta a mí y a ti. Él es el timonel de su propio barco. Me resulta curioso que en la diversidad, en este caso musical, nos venga bien o mal, Bruce nunca decepciona. Y si esto resulta un desengaño, es porque nunca hubo una empatía hacia el chico de Jersey. Porque si realmente no gusta desde que Bruce editase el “Tunnel Of Love”, que ya bastante flojo era para ciertos críticos, como Ignacio Julià, y se percibe que ahí se acabó Springsteen, lo siento amigo, porque Bruce nunca baja de un notable, sobresalientes tiene a raudales… pero notables todos. Porque sí, con “Western Stars” Bruce firma una bonita postal desde el lejano oeste, aunque falten guitarras, potentes baterias, y demás instrumentos; Bruce siempre es algo más en tu vida y en su trabajo. Es el trueno que te electrocuta y te deja ensimismado en su fiero rugir durante infinitos días de ensueño y credibilidad, el relámpago que ilumina de morado tanto tu corazón como tu alma, la lluvia que te moja y lava tus pecados en una ablución mística. Según ellos estas cosas llegan a cuenta gotas… Pues peor para ellos, que se pierden, sin querer o queriéndolo, a un Bruce más cercano y familiar que nunca pese a todos los problemas que le acucian. Dice bien mi hermano mayor, como nos denominaron, que en aquel show del 23 de septiembre de 2016, bajo una torrencial tormenta eléctrica, en la que lo más sensato hubiese sido cancelar el Show, Bruce se puso en contacto con todos los meteorólogos del Estado para saber cuándo iba a dejar de llover. Y dicho y hecho, el concierto se retrasó unas horas para salir Bruce el día de su cumpleaños más fiero que nunca. Puso lanzaderas de trenes y autobuses hacia la gran manzana, y todo lo pagó él, nunca quiso dejar a sus fans a la intemperie de una larga noche de frío y humedad, a nosotros, los del Stone Pony, nos daba igual, teníamos coche, pero ese era Bruce, el de las urgencias, conocedor de los problemas que aquello podía ocasionar y lo resolvió magistralmente, por eso hablaré más tarde de lo familiar que puede llegar a ser. Por cierto, que tal concierto Bruce lo sacará en DVD… y yo lo compraré, claro que si.

Ya dije que no soy quién para juzgar a nadie, aunque tenga cierto poder como juez para hacerlo sobre la pasividad de Ronald John Aniello o la gran elocuencia promotora de Brendan O`Brien; sé que podrían los dos haber hecho muchas otras grandes cosas, pero se quedaron como náufragos en la Costa Este de New Jersey. ¿Por qué? Es como si en un ayuntamiento, el secretario, quiere mandar más que el propio alcalde. Pues bien, con Bruce es el mismo ejemplo, aunque me digáis que estoy equivocado. Bruce Springsteen es el capitán de su propio barco, y lo hace navegar en los mares que el desea, pese a las recomendaciones de sus productores y demás, él es el guía de su propio navío, y todo lo que ha escrito, tanto en texto como en música, lo llevará hasta sus últimas consecuencias, y el productor dará el OK mientras no lo haga naufragar, y si lo hiciese, las olas del Atlántico siempre le vomitarán a las orillas de Asbury Park, donde todo empezó. Qué lejos queda y cómo añoramos a su alma mater: Jon Landau. Él sí supo ver y exprimir lo mejor de Bruce Springsteen, era astuto y sagaz, tenía visión de futuro, iba años por delante de los tiempos que corrían, pragmático, tenía ese don del conocimiento y sobre todo esa comunicación fácil con el entorno en el que el se movía.

Tan sólo voy a poner dos notas relevantes a esta dual amistad, la primera fue cuando Landau se topó por primera vez de bruces con Springsteen, era un 10 de abril de 1974, fue en Cambridge, un barrio de Boston, de donde era natal Jon Landau; Bruce daba un espectacular concierto en el club Charlie`s Place, y quedó tan satisfecho como alguien que desesperadamente necesita ser joven una vez más, mientras camina pensativo por Eliot Street. Un mes después, Landau es asiduo cliente del club Harvard Square Theatre, en Cambridge, Massachusets, y un 9 de mayo de 1974, Bruce toca mejor que nunca y da un super concierto. Y salió la reseña de Jon Landau : “… He visto el futuro del Rock and Roll, y su nombre es Bruce Springsteeen...” Y aquí comenzó todo, no sin antes, tener unas palabras. Jon le dijo: “Sé quién eres...”. Después Bruce le regalaría muchos halagos: “Él hacia mejor mi trabajo, y era muy bueno en ello, no bueno, sino muy bueno, quizás el mejor. El gozo del trabajo duro, la aplicación metódica de su talento, y sobre todo esa perspicaz astucia”. Eran dos personalidades fuertes y adictivas, impulsadas por la compulsión, el narcisismo, la vida un tanto licenciosa, la pasión, el deseo, el amor; todo mezclado en un cóctel molotov que licuaba mucho temor e inseguridad, pero cinco  minutos de charla entre Jon y Bruce, valía por 50 años de otros.

Y salió al mercado “Born To Run”. Y entonces me pregunto: ¿Puede un productor guiar a una estrella del rock and roll y conducirlo hacia un lugar determinado?, y ¿en qué medida puede esculpir esa línea y sombrearla en su propia dirección? Landau lo tenía muy claro, y se lo dijo: “salgamos de esta puta ratonera”. Estaban grabando malamente en los estudios 914, en los Sound estudios de Blauvelt, y fueron a grabar a los Récord Plant, en la calle 44, esquina con la Octava Avenida. Jon Landau fue su mano derecha hasta que un tumor cerebral lo apartó. Había perdido la visión de un ojo y tenía bastantes daños colaterales repartidos por su cuerpo. Lo último que hizo con Bruce fue “Lucky Town”. Después pasaría el relevo a Brendan O`Brien -omitiré la crítica de mi amigo Ube- que sacó adelante “The Rising” y “Devils & Dust”. El primero para empezar fue correcto, con sus fallos, y el segundo perdió explosividad y carisma, pese a que su gira en solitario calló muchas voces hirientes. Aún recuerdan mis oídos ese “Reason To Belive”, sólo con armónica y a puro taconazo de bota de cowboy, los pelos como escarpias, qué queréis que os diga… Luego vino “Magic” y “Working On A Dreams”, y ninguno de los dos discos sacó una cara sonora reconocible, ni mucho menos atractiva. Sí que es verdad que hubo destellos, a cuenta gotas, ramalazos, apuntes dispersos, pero nunca un verdadero sonido. Y Brendan dio el turno a Ron Aniello, pero sustituir una persona por otra en ese duro empleo de la producción de un artista tan consagrado como Bruce Springsteen es como comerte el marrón de una manzana podrida. ¿Quién era el guapo que le iba a quitar a Bruce esa complacencia que tenía en su cabeza, con depresión incluida, quién podía tener el carácter necesario como para poder llevarle por otros caminos tan diferentes de lo que él sentía y quería? Pues nadie, esa es la verdad. Y la verdad sobrevive a cien mentiras, porque Aniello cogió las riendas para una lamentable producción en “High Hopes” y un correcto “Wrecking Ball”, una historia de todos sabida.

“Western Stars” sigue con el mismo proceso creativo, la de un trovador que ronda los 70 y que mira a su entorno con una mezcla de cansancio y tristeza. Pero también bajo un horizonte crepuscular americano, su propia satisfacción del día a día. Musicalmente es otra cosa, otra historia; en principio el álbum aspira a ese country-pop californiano, precisamente del que vino huyendo su primer mánager, Carl Tinker West, allá a mediados de los 60; dejó de trabajar como ingeniero en la NASA, y dejó los aires surferos de California, y su música, para venirse al Este, concretamente a Asbury Park, donde podía desarrollar sus nuevas tablas de surf y buscar un grupo propio de rock. No fue fácil, hasta que se topó con Bruce Springsteen en el Upstage club de Asbury Park. Me resulta curioso que en verano del 69, Carl Tinker, se fuera al festival del barro, Woodstock, dejándose en New Jersey a su banda referente de rock and Roll, la Steel Mill. En aquel invierno del mismo año, Bruce se sube a la camioneta Chevrolet de Tinker y recorren en más de tres días la distancia que va desde New Jersey a California. Exitosos conciertos los avalaron como una de las bandas que más proyección tenían, pero estaban en territorio hostil. California estaba dominada por el country-pop-surfero, el de los Beachs Boys, Glen Campbell, Jimmy Webb, Linda Ronstadt, Burt Bacharach, Joe South… Bruce pone en su propia boca: "Este álbum está influenciado por la música pop del sur de Clalifornia en los años 70, de se tipo de discos. No sé si la gente escuchará esas claras influencias… pero eso era lo que yo tenía en mente desde mucho tiempo atrás. Me dio algo para basar mi álbum a su alrededor, la inspiración para escribir, como también lo considero un disco de cantautor, de escribir canciones. Está muy conectado a mis discos en solitario en cuanto a escritura y una música más de ahora; mantiene esa fusión de “Tunnel Of Love y “Devils And Dust”, pero no se parecen en nada a ellos, son personajes diferentes viviendo vidas diferentes...”. Me resulta muy curioso que cincuenta años más tarde Bruce evoque aquellos sonidos, primero odiados y ahora reencontrados para su “Western Stars”. Curiosidades de la vida.

Bueno, vayamos a ver lo que hay de nuevo y lo que no en este disco. La verdad, la única verdad, es que “Western Stars” será un disco de verano, si es que Bruce cumple su promesa de grabar un disco para su formidable banda, la legendaria y eterna E Street Band. Por lo tanto, este trabajo no es más que un mero tránsito, quizás para la eternidad. Y aunque de momento tan solo sea un rumor que coge fuerza, estaríamos hablando de un posible “Tracks II”, o de un “Nebraska eléctrico + Born in The USA”; en fin, quién sabe, pero algo se hornea en los estudios de su rancho en Colts Neck Thrill Hill West Studios. Si fuera en otoño cuando todo esto supusiera el relevo y testigo a "Western Stars", aunque de momento no hay un anuncio oficial de Columbia Records/Sony Music, y si Bruce decidiera hacer unos conciertos en otoño para presentar su más reciente trabajo, sus fans recibirían la noticia de muy buen grado.

Bruce pone aquí voz a esa cultura tan idealizada de lo que se consideraba “el sueño americano”, el cual ahora se queda como idealizado por la cantidad de limitaciones que le delimitan en un país menos yanqui que nunca. Pero lo que es innegable, es ver en esas letras tan comprometidas, tanto por la sociedad como por la época en el que él las vive, toda la influencia sentimental que atesora -con depresión incluida- para cantar a todos esos desamparados personajes como si le fuese la vida en ello. Para ello cuenta con la colaboración de más de 20 músicos; presencias especiales de David Sancius, de la embrionaria E Street Band, Charlie Giordano y Soozie Tyrell, corriendo la mezcla del disco a cargo de Tom Elmhirst.

El trabajo se abre con “Hitch Hikin’”, que puede ser una de las mejores canciones de todo el conjunto. Al principio creí que era un potente y digno ejemplo de ese toque country, con su crescendo orquestal de teclados y violines, pero no, se queda en un medio tiempo en el que quizás la historia merezca ser más escuchada para vaticinar que se trata de una buena canción. Sin embargo, ese viaje sin rumbo que el personaje emprende buscando experiencias nuevas le da un toque diferente, quizás lo único que pretende es romper con la rutina diaria en un nuevo camino por explorar, recorriendo esas polvorientas carreteras de los Estados Unidos. La voz de Bruce, como de costumbre, es fresca y lírica. “Tengo todo lo que puedo llevar y mi canción”. Le sigue “The Wayfarer”, un perdido caminante persiguiendo praderas, que ni son tan verdes como desea y que en esa dura tarea de andar pierde por el camino cosas ante ese sol abrasador que lo arrasa todo: “Soy un caminante nena, vago de ciudad en ciudad, cuando todo el mundo duerme y las campanas de la media noche suenan”. Si no fuese porque estamos hablando del Oeste, a día de hoy me resultaría fácil que fuese un autoestopista moderno llegando a cualquier lugar, con la clara tristeza de que este joven caminante estará huyendo de sus propios sueños y quimeras Tan solo los coros finales le otorgan esa fuerza escondida en la canción, y ese cierre orquestal que la dignifica y aporta más presencia. Buen tema.

Y llega el tren, el tren que más me emociona, “Tucson Train”. Para mi gusto resulta algo muy diferente en el disco. En ella encuentro al Bruce Springsteen más reconocible que existe y por qué no decirlo, el que me convence. En ella, los teclados y las cuerdas realzan ese gran muro arquitectónico compuesto por una canción con una gran historia detrás: la redención y el perdón de una vida gastada;  sobre caer y levantarse de nuevo, volver a empezar aunque sea lejos de casa. Un hombre que se siente cansado de tanta píldora y lluvia, que solo desea paz y tranquilidad para su vida. El temor incierto de esos días trabajando como operario llevando una grúa en los que su mayor fe y constante alegría para soportar los días de trabajo reside que su amada chica llegue en el tren de las 17.15. La canción en si misma es dulce y melosa, como un café con doble azucarillo, un dulzor que sin embargo le lleva a gritar: “Luchamos duro por nada, luchamos hasta que no quedó nada,he llevado esa nada durante mucho tiempo, ahora llevo mi licencia de operario y paso mis días solo conduciendo esta grúa. Y mi amor viene en el tren de Tucson...” Claro que si. Del tema “Western Stars”, que da el título al disco, podemos desempolvar una vez más ese fantasma que siempre le ha perseguido, Tom Joad: “Una oveja perdida en Oklahoma sorbe su mojito en el bar, sonríe mientras dice que cree que me recuerda de ese anuncio con la tarjeta de crédito...” Bueno, quizás en vez de un mojito sea un tequila quien influye en la mente de Springsteen, y su graduación le eleva a componer una bella canción con aires más country que nunca. Con una cierta sensiblería, quizás por eso resulta diferente y diversa, contiene una letra cuidada acerca de ese personaje actor de spaghetti western que una vez estuvo en la cima cuando las cosas funcionaban bien, y que cuando las cosas van mal intenta sobrevivir a la resaca del éxito gritando en su depresión: “lo que fuiste ayer y en lo que te has convertido ahora...” . Y quizás llega la canción más divertida del disco, “Sleepy Joe´s café”, que aunque tampoco es para lanzar cohetes, me recuerda mucho a la "Seeger Sessions Band"; es como si un adolescente bailase el “Glory Days” de ahora, con ese alma indómita y juvenil. A veces incluso puede pasar por lo más rockero del álbum, peo no lo es: “Te veo en la pista de baile y el lunes por la mañana queda a millones de millas de distancia...”. Es un tema bueno, pero sin más, un oasis en el que paras para refrescar tu sed. “Drive Fast (The Stuntman)” es una balada que le acerca mucho a quién es, reflejando este podrido mundo donde no son sólo los golpes del trabajo los que te acucian (“Conduce rápido, cae duro, permanecerás en mi corazón, no te preocupes por un mañana, no le hagas caso a las cicatrices...”). Un tema más personal y autobiográfico, quizás por eso en él intenta dar un poco más de luz, como esas estrellas fugaces que lo iluminan todo en solo unos segundos. Canta en primera persona, aquí el personaje es él, por eso consigue una empatía mayor, nos canta sobre sus grandes glorias y éxitos: “ A los nueve años me subí a las ramas del árbol más alto de nuestro vecindario (habla sobre el haya rojo que había delante de su casa en Randolph Street, en Freeehold, N.J.) no recuerdo el miedo, sólo su brisa...”. También lo hace sobre sus desamores, y de todo lo que ha hecho en su vida sin preocuparse de nada y sin detenerse ante nada . “Tengo dos tornillos en mi tobillo y la clavícula rota; una varilla de acero en mi pierna, pero esta me lleva a casa...” (aquí hace un testimonio de su caida de moto y de su incipiente cojera). De “Chasin´Wild Horses” me gusta este espíritu “dylaniano”, aquí sí que reconozco al Bruce Springsteen de siempre, quizás al más cercano de su época de “Nebraska”, ese pedal guitar y los teclados hacen de ella una melodía tan sugestiva como la historia que encierra; de nuevo la vida trae otro corazón roto , otro pobre que descubre que si es la desesperación lo que te hace subir a la cima de la montaña para gritar desesperado su nombre, hay amigo, pobre infeliz, tan sólo el eco te devolverá tu propia voz. La tristeza que produce vivir una vida vacía sin aspirar a nada más. Triste, sí, pero muy bella.

“Sundown”, y su canto al desamor,es de esas canciones que le pillas manía y no sabes muy bien por qué. Me gustaría estar engañado, pero no pude con esos coros del “shalalalala” y lo que aún me tiro para atrás fue ese cierto paralelismo que me recordaba al “Girls In The Summer Clothes”, del “Magic”. Sin embargo diré en su defensa, para poder escucharla muchas más veces, que hay que fijarse en esa letra que encierra tipos solitarios, lugares en los que no quieres vivir por más que se te imponga. No hay en la canción un día más corto que otro, todos son tan largos como hastiados, de ola de calor diaria -como ahora tenemos- a noches derrochadas en la propia fría soledad. Me recuerda al “Springsteen On Broadway”, pero no al depresivo, sino al narrador. En “Somewhere North Of Nashville”, ya dije antes que Nashville es la ciudad de la música country, el Boss se convierte en el hombre cauteloso por excelencia, seco como un trago de bourbon, tan dura como simple y bella: “Para el acuerdo que hice, el precio es alto. Te cambié a ti por esta canción.” El protagonista cambia su vida por un triunfo en un musical, pero fracasa y paga el precio, es la canción que más se acerca a Johnny Cash, y a sus puros y eternos discos country. Tiene algo de polvo y demonios, es como si Bruce quisiese alterar el orden de las ciudades, bajar al sur Nebraska y trasladar al este Nashville. En “Stones” Springsteen es como si zanjase un ajuste de cuentas, él no es el culpable, sino ella, ella es la mala de la película, pero para el protagonista tiene un mismo y similar desenlace. “Me levanté esta mañana con piedras en mi boca, dijiste que tan sólo son las mentiras que me diste.” La canción contiene un aire ligero parecido al de “Secret Garden”, pero aquí no hay discretos jardines que la avalen, tan sólo ligeros matices del chico que nació para correr, rebelde, sí, pero a buen seguro tendrá un lugar en la eternidad.

“There Goes My Miracle” sí parece la canción más californiana de Bruce, llega su voz hasta la mejor versión de un pop hecho en los setenta, aquí las estrellas occidentales sí iluminan esta hermosa canción. Mal de amores, quizás corazones rotos, lo que el amor te da, él mismo te lo quita. Es la más comercial del conjunto, esa crema que endulza el bizcocho de un pastel diseñado a su gusto, pero sin guinda que poner. “Hello Sunshine”, el primer single del disco, es la historia de quien ha tocado fondo y saluda al amanecer. Una oda a quien se esfuerza por volver a empezar, pese a todo. Algo denso y referente directo a su propio mal, la depresión, tal y como lo afirmó en su autografía “Born To Run”: "Sabes que siempre amé un pueblo solitario, esas calles vacías, nadie alrededor, te enamoras de la soledad, terminas así.” Quizás Bruce estaba analizando el psicoanálisis de Sigmund Freud acerca del narcisismo. Cierra el disco “Moonlight Motel”, una de mis favoritas. Me gusta jugar con la idea de que nada es lo mismo después de recorrer tantas millas, a través de las que huyes y buscas ese nuevo amanecer donde te sientes vivo y descansar para comenzar de nuevo en otro lugar, otro sitio, un nuevo motel, una nueva vida en la que haya sexo y alcohol, como esa botella de Jack Daniel´s que se oculta bajo la bolsa de papel mientras ella se despereza con una bonita frase: “ Es mejor haber amado.” Es una fusión de deseo y pasión en una noche intensa bajo el parking de un motel de carretera y en el que brinda por aquellos viejos tiempos que ya dejaron de existir. Pero aún así decide volver…

“Western Stars” no es un disco fácil para corazones duros, es suave y entretenido para los que siempre respetamos al “jefe”. Respeto, una palabra tan bella, pero a veces de difícil ejecución. Alguien que llegará pronto a los setenta años es lógico pensar en que ya nada será igual, pero que seguirá machacándose durante tres horas en los escenarios más bellos del mundo. El rock and roll, el pop, el country, el folk, da igual, él será quien baile en el gran escenario de su propia vida, y sus letras comprometidas nos perseguirán por siempre a mí, a ti y a ellos. Porque él canta para ti y para él, en sus textos nos podemos identificar todos, o con algún amigo que sufre, porque los sueños quizás sean pesadillas más tarde. Así que como dice mi amigo Joan Colet: “Si no intentas ponerte en su piel, no lograrás entenderle, la depresión es algo muy duro, y me gusta que comparta sus inquietudes y problemas con nosotros; y aunque sea en sus canciones, hay que estar cerca siempre con los seres queridos, sean quienes sean, en lo bueno y en lo malo. No sé que pensaréis vosotros, pero Bruce para mí forma parte de mi familia, y deseo, quiero, estar a su lado y ayudarle, y sobre todo entenderle”. Dices bien amigo, que así sea. Y si Bruce quiere, nos veremos una vez más en la carretera.