El duende eléctrico: “Sangre” de Dani Llamas


Por: Guillermo García Domingo

La música popular en Andalucía se encuentra en un estado febril, los delirios geniales campan a sus anchas en la ciudad y en el campo andaluces. El roquero andaluz ha perdido el miedo al riesgo y los resultados están a la vista. Sirva de ejemplo el reciente LP publicado por Dani Llamas. El de Jerez ha cavado tan hondo que hemos tenido que recurrir a la ayuda de Lorca para desentrañar el secreto que habita en el interior de este fascinante disco. En 1933, el poeta, dramaturgo y musicólogo de Granada pronunció en Buenos Aires la conferencia “Juego y teoría del duende”, durante la cual defendió que “el duende es un poder y no un obrar, es un luchar y no un pensar. Yo he oído decir a un viejo maestro guitarrista: «El duende no está en la garganta; el duende sube por dentro desde la planta de los pies.» Es decir, no es cuestión de facultad, sino de verdadero estilo vivo; es decir, de sangre; es decir, de viejísima cultura, de creación en acto. Este «poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica» es, en suma, el espíritu de la tierra”. El duende es un poder, que Dani Llamas ha obtenido después de una lucha denodada como ha quedado patente en su trilogía dolorosa, a saber: “La Verdad”, “A fuego” y ahora “Sangre”. Todos ellos representan elementos telúricos que el héroe jerezano ha ido a buscar al centro de la Tierra.  

Sin embargo, que nadie se lleve a engaño, el disco, si bien brota de lo más profundo, no es esotérico, ni propone un mensaje solamente apto para iniciados. Es un impresionante lamento apenas interrumpido que expresa sin fingimiento una emoción verdadera y universal: la dignidad ofendida, el trato injusto y desigual. El lamento transforma el aire que toca, y cuando entra en contacto con otra piel, la eriza. Y no se detiene ahí, traspasa la piel y alcanza la corriente sanguínea, que entra en ebullición.

El “corazón” de cada una de las canciones es un cante flamenco, de origen antiguo, y en la mayoría de los casos, poco común, que sabe a sudor y fragua. Sobre la fatiga de la clase trabajadora se ha construido el imperio de la riqueza, que a esta misma clase no se le permite disfrutar. Es una obra que se enorgullece de su conciencia de clase. El cante interno de cada tema es sometido a un “electroshock” por los instrumentos eléctricos interpretados por Rafa Camisón (batería y percusión), Marco Serrato (bajo y contrabajo), Manuel Mateos (guitarras eléctricas), Koe Casas (pianos, teclados, vibráfono, sintetizadores) y Paco Loco (¿qué instrumento no toca el genio de Puerto de Santa María?), que, gracias a ellos, resucita. Esta maniobra de reanimación fue practicada por primera vez con resultados sobresalientes en el legendario disco “Omega” (1996), a cargo de Enrique Morente y Lagartija Nick.

De la fragua gaditana de Paco Loco han salido estos cantes jondos galvanizados.  “Campanas del olvido”, “Solo en lo profundo” y “El color de los días”, de naturaleza quejumbrosa como concierne a las soleares, se encargan de teñir sombríamente el horizonte. “¿A dónde fue la luz que nos hacía resplandecer? El color de los días, ¿a dónde fue?” se pregunta esta bulería por soleá, que se puede disfrutar todavía más si se reproduce el vídeo dirigido por la directora Silvia Moreno y protagonizado genuinamente por Bruto Pomeroy. La soleá goza de la autoridad propia de la sentencia filosófica, y este carácter se traslada a las canciones. La inquietud que suscitan las campanas al sonar a rebato únicamente se disipa con el calor humano que desprenden los que se ponen alrededor de la fragua encendida. El cantante y guitarrista cuida del fuego, por pequeño que sea, y no va a permitir que las ascuas se consuman del todo en ninguna de las canciones. No triunfarán las cenizas. 

En las tres canciones iniciales el núcleo flamenco sostenido por la voz de Dani Llamas y, cuando corresponde, por la diestra guitarra de Raúl Cantizano, se eleva como un solenoide gracias el aporte energético de los instrumentos que se incorporan progresivamente a la corriente de la canción, y cuando esta parece que ha llegado a su cénit, la voz milagrosa de Rocío Márquez prolonga su vida. Con una compañera vocal de esta categoría no hay reto musical que resulte imposible. 

“Solo en lo profundo” se cierra con una sobrecogedora confesión: “Canto desde un lugar oscuro…”, lo que nos lleva a sugerir que tal vez es una suerte de “De profundis”, el desgarrador poema que escapó a través de los barrotes de la inhóspita prisión de Reading donde estaba encerrado su autor, Oscar Wilde, preso por amor, traicionado por su joven amante. 

En otra cárcel, franquista esta vez, se consumió Miguel Hernández, que se asoma en el siguiente tema “Una moneda al aire”, adoptando la forma del “rayo que no cesa”. Es una bellísima vidalita, ¿o es una habanera? ¿Tal vez una milonga? Bendita confusión. Sea como fuere, parece un “cante de ida y vuelta”, idóneo para expresar la nostalgia del emigrante. Su tonalidad melancólica se contradice con el texto combativo y francamente antifascista que defiende persuasivamente Dani Llamas, porque “la tierra no se gana con una moneda al aire”, y si la historia se repite, “cavaré una trinchera, siempre junto a mis iguales”, en alusión a cualquier lucha, incluida aquella que el poeta de Orihuela no rehuyó después de que las fuerzas militares y reaccionarias se sublevaran en 1936. Es ineludible asociar al escritor con Dani Llamas, que se considera a sí mismo, a tenor de lo que dijo en una entrevista reciente concedida a El Giradiscos, “un poeta electrificado para las clases populares”. Por cierto, la voz de Dani Llamas va un poco por delante de la de su compañera de fatigas, provocando un efecto memorable.

Las canciones también tienen derecho a cambiar de opinión, como le sucede a “Sangre”. Denota que están dotadas de alma, que están vivas, en definitiva. Enfila el camino de una sentida elegía y sin previo aviso aprieta el paso para alcanzar cuanto antes el estribillo poderoso y roquero, que se canta a plena voz, pujando por encima de las guitarras bien enchufadas a la corriente.

La base del “Ruido que no calla” es un trance formidable al estilo de Velvet Underground. Porque “la Velvet” tiene duende. Si los asesinos falangistas no hubieran matado vilmente a Lorca, no cabe duda de que él lo habría confirmado. Nueva York no le era ajeno al poeta. En la conferencia mencionada al inicio de este artículo, Lorca recuerda que “la vieja bailarina gitana La Malena exclamó un día, oyendo tocar a Brailowsky un fragmento de Bach: "¡Olé! ¡Eso tiene duende!”. El duende no es patrimonio de ningún lugar ni de ningún género. Sobre el “Ruido que no calla” prevalece el estribillo: “Viva la alegría, muera la ignorancia”, que lleva la contraria al histriónico Millán Astray y su exabrupto fascista: “¡Muera la inteligencia!” o “¡Muera la intelectualidad!” según otra versión. Echan chispas las guitarras de tanto rasgueo, sobre todo después del falso final que contiene la canción.

Retoman la vertiente histórica “Luz de trento” (por alegrías), “La guerra ha terminado”, sendos ejercicios de memoria histórica y democrática, evocadores de la furia anticlerical y republicana, y el “negro porvenir” de los exiliados después de la amarga derrota del 39, aunque permanezcan “firmes en la lucha, abrazados hasta el fin”. “Que un rey me juzgue” se sostiene sobre el palo flamenco del mirabrás. Dani Llamas reinterpreta una tonadilla muy antigua, que ya cantaron Antonio Chacón o Angelillo, y que siempre ha tenido un contenido político inequívoco. Qué pocas veces se ha escuchado de veras la sabia voz del pueblo y se han atendido sus perentorias y justas demandas. No es de extrañar que el pueblo se rebele. “Se han rebelao, los que pedían y no le han dao”, cantan al unísono Rocío Márquez y Dani Llamas.

En la última pieza, “Trilla del tiempo”, a partir de un “cante” campero, Dani Llamas y sus “camaradas”, liderados por el buen hacer de Paco Loco, han rendido un homenaje psicodélico a “los primeros, los obreros, los lindos aceituneros, los bonitos jornaleros”, a los que está dedicada “La morralla”, la emocionante canción que Carlos Cano grabó en 1977. Así es como llamaban, con desprecio, los “señoritos” de Granada al que madruga para elaborar el pan y el aceite, “al que da la batalla, y no recibe ni una medalla”. A esa “morrallita” pertenece honrosamente Dani Llamas. 

Un de los méritos más notables de “Sangre” es que su autor (de la mano del productor Paco Loco y de unos músicos extraordinarios) ha sido capaz de sacar brillo a sus ideales sociales con una gamuza de belleza inaudita. Las letras políticas en ningún caso renuncian a ser creaciones de indudable valor artístico.  

La escucha de este álbum no araña superficialmente, hiere dentro y hace sangre de verdad. El culpable es, sin duda, el duende “eléctrico” que “se sabe que quema la sangre como un trópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida, que rompe los estilos, que se apoya en el dolor humano que no tiene consuelo”. 

Dani Llamas y sus compañeros en la “fragua” se han ganado el jornal, un “alto jornal”. Nadie ha contado mejor cómo se hace alguien merecedor de esa insuperable recompensa que Claudio Rodríguez en el poema titulado de la misma manera. Dani es el músico “dichoso” que “pone el oído al mundo y oye, anda, y siente subirle entre los pasos el amor de la tierra, y sigue, y abre su taller verdadero, y en sus manos brilla limpio su oficio, y nos lo entrega de corazón porque ama…”