J.J. Cale: Los 50 años de “Okie”

 
Por: Oky Aguirre

"Hago discos de rock and roll, los vendo por diez centavos, me gano la vida y alimento a mis hijos, todo para tus buenos momentos" ("Rock And Roll Records")

Tal día como hoy, hace 50 años, el pequeño Borja acompañaba a su padre pintor casi todos los fines de semana al estudio. Entre pinceles, acuarelas y óleos, además de molestar al artista en la búsqueda de una inspiración que a veces duraba horas, jamás tuvo la inquietud de seguir los pasos dictados por su progenitor. Al niño le gustaba ver como daban vueltas aquellas cosas redondas en un aparato llamado tocadiscos, que muy pronto aprendió a utilizar. Situado en el último piso, un quinto sin ascensor, es donde a lo largo de su infancia aquel chaval se encargaba de molestar a los vecinos, bajo el beneplácito de un maniático del volumen alto como era su padre, rendido ante la ineptitud de su hijo hacia llenar un lienzo en blanco, la misma que su padre a la hora de hablar en inglés.

“Hijo mío. Hoy empezamos con la Quinta de Mahler y luego encadenamos con un poco de Azul del Aguas Pantanosas; después  vas a poner a los Fluido Rosa que me acaban de mandar de Londres, junto a este de JJ. Cale que vamos a dejar para el final”. Ese álbum fue “Okie” y a Borja no le explotó la cabeza, sino que le cambió la vida, además del nombre. 

Según cuentan historias familiares de comida en la mesa, un día acompañó a ese estudio su hermana Nadia, que viendo a su hermano un año menor que ella desenvolverse con cierta soltura ante aquella cosa que daba vueltas, decidió cambiar su nombre para siempre. “Nene Okie; Nene Okie” fueron casi las primeras palabras de su hermana al leer entrecortada la portada de este disco con unos pies saliendo del vagón de un tren. A partir de ese día y bajo el mandato de Papá, Borja se empezó a llamar Okie, cambiando ya en su adolescencia esa i latina por una griega más "cool".

Y aquí me tenéis, dando rienda suelta a un disco que causó las mismas sensaciones tanto a artistas hoy considerados dioses como a los verdaderos perdedores como mi padre, sacrificando el éxito comercial para su beneficio y satisfacción personal, centrándose en su pintura, al igual que el sabio de Oklahoma lo hacía en sus virtudes musicales a la hora de escribir, producir y crear un sonido que se convertiría en piedra angular de jóvenes ansiosos por destacar. El Tulsa Sound. Más que un sonido característico, un estado de ánimo que amalgama el blues de raíces con el country, rockabilly, soul; el reggae con el jazz y el funky vacilón, dotado con sabia ingeniería para captar la cálida esencia vital de tocar en un porche de Oklahoma, aunque estés en la Antártida. Tú pones “Sensitive Kind” encima de un iceberg y se derrite. 

J.J. Cale era un "loser" y lo sabía. Como Rory Gallagher, siempre en guerra con Babilonia, renegando a vender su vida al stablishment para encerrarse en sus canciones, con el único objetivo de regalarlas a quien quisiera escucharlas. Jamás aprovechó el tirón que le brindaron sus más inmediatos seguidores. “Call Me The Breeze” se convirtió en himno con los Lynyrd Skynyrd. “After Midnight” y “Cocaine” le podrían haber supuesto subirse al carro de los gigantes. El prefirió donar su repertorio a causas ganadas por maestros indiscutibles como Eric Clapton: "Mi última ambición es trabajar con el hombre cuya música me ha inspirado desde que tengo uso de razón". Lo hicieron juntos en “The Road To Escondido”, álbum ganador de un Grammy. Para "manolenta", el de Oklahoma fue “uno de los artistas más importantes de la historia del rock, representando silenciosamente el mayor activo que su país ha tenido… ha sido una inspiración increíble para mí. Sus registros son realmente mínimos, ligeros, todo se trata de delicadeza. Es casi como si te murmuraran al oído, pero escuchas todo en una sola palabra. No sé cómo lo hace. Es una técnica tan astuta.” 

Es realmente impresentable que “Okie” sea el único disco de su extensa discografía que no aparezca en Spotify o entre los discos más destacados de la historia de la música en aquella infame lista de la Rolling Stone, viendo la enorme trascendencia en las carreras de gigantes del rock como Neil Young: “La mayoría de las canciones y los riffs, la forma en que toca la maldita guitarra es tan... genial. Y tampoco toca muy alto; eso me gusta mucho de él. Es tan sensible. De todos los guitarristas que he escuchado, tienen que ser Hendrix y J.J. Cale los mejores guitarristas eléctricos... musicalmente, en realidad es más que mi compañero, porque tiene esa cosa. No sé qué es.” O Mark Knopfler en el libreto de esa box-set maravillosa. “J.J. Cale me mantuvo enamorándome de la guitarra, me mantuvo con ganas de tocar el instrumento. Pero lo más importante para mí, creo, es el compositor en él, el pozo profundo de la creatividad que nos ha dado tantas canciones cautivadoras para atesorar”. Tom Petty alabando la valía de un compositor: “Uno de nuestros compositores favoritos es un hombre llamado J.J. Cale. Es un escritor de canciones fantástico.”

“Okie” es la culminación de lo que el de Tulsa vino experimentando en sus dos primeras joyas, “Naturally” (1972) y “Really” (1973); es donde empezó a registrar su marca personal con ese sonido que tuvo que adaptar conocedor de sus carencias vocales, aprovechando su cálida y susurrante voz para sobregrabarla en capas perfectamente armonizadas. Todo llevado a la mínima expresión de acordes con cuatro instrumentos que suenan desvencijados, resonando por encima y por abajo un hombre electrificado a su guitarra, manejando los pedales como pinceles, creando el ambiente de porche sureño que ha viajado por los cinco continentes hasta llegar a nuestros siempre sensibles corazones.

La clase de ingeniería mostrada por Audie Ashworth, inseparable compañero de J.J. en su carrera, ha servido de guía a muchos estudiantes a la hora de sentarse delante de una mesa de mezclas. El sonido de porche relajado que todos captamos en este disco es precisamente porque la mitad de las canciones se grabaron en el porche de la casa de Cale.

Lo primero que uno escuchará siempre, aunque sea en digital, es ese chirrido con olor a fritura. Después el Heartbeat creado por espíritus rastafaris, aquéllos salidos de una sección rítmica marcada por los latidos de nuestro corazón. Es el comienzo de “Crying”, donde aparece la carcajada entre amiguitos viendo desde su porche el atardecer, seguramente mientras se fumaban unos porros después de tomarse unas cervezas sacando al ganado a pasear.

Con dos palos que parecen golpear una nevera o una silla da comienzo el espectáculo sensorial que supone viajar con el slide de Cale en “I´ll Be There (If You Ever Want Me)”, una de las muchas versiones (Ray Price) que el estadounidense deja aflorar en cada uno de sus discos, y que mantiene joven a puretas como yo, que guardan desde la adolescencia esa pandereta que parece dejar caer en “Starbound”, como golpe al cerebro que te sitúa en la Luna con cuatro voces distorsionadas.

El nivel de picardía, o maldad de la buena, queda registrado en “Rock And Roll Records”, donde suavemente y en dos minutos -otro sello característico, la minimalista duración de sus composiciones- envía un mensaje tanto al oyente como a los que se supone le dan de comer. Luego pasas a estar tumbado en una barca junto a un viejo pescador mientras escuchas “The Old Man And Me”, para levantar tu culo de inmediato cuando hila magistralmente el piano eléctrico con su voz casi al borde de la tos de cantar tan bajo en “Everlovin´Woman”. Las mismas sensaciones te arrancan los vientos según avanzan como la brisa del final del verano en campos de algodón en “I'd Like To Love You”, donde te sientes retozar con tu primer o último amor en las extensas praderas de Louisiana.

Pero donde realmente te sientes totalmente absorbido por este maldito sonido de Tulsa es en “Anywhere The Wind Blows”, al comprobar que cuando las canciones te llegan al alma es porque escuchas a este tío rimando “one, two, three, four, five, six, seven para terminar con eleven, cuando tú todavía estás pensando en el diez. La trilogía final es la recompensa que uno se lleva desde que descubre “Okie”. Donde vuelve a situarnos en la más placentera de nuestras vidas con “Precious Memories”, otra versión perteneciente al extenso y añejo vino que son las tradiciones, que para mí huele a cocido o filetes rusos de los domingos, únicos días en que mi madre me pedía subir el volumen con este disco que subrepticiamente afané a mi padre de aquél estudio donde vi mi nombre nacer.

Luego con los años, pude comprobar que aquéllos fluidos y paisajes que para mí tan sólo eran sonidos, más tarde formarían parte del mensaje de un pintor en sus cuadros, al igual que JJ Cale con sus canciones o John Ford con sus películas, cuya seña de identidad era que “los trenes se filman desde abajo”. Como la portada de “Okie”.

PD. De regalo, os dejo este enlace donde podréis comprobar la influencia, respeto y admiración hacia JJ Cale, en una interminable lista de artistas que han versionado a este tesoro de la música contemporánea.

https://www.jjcale.com/covers