Con la edad uno piensa que lo único que necesita para vivir en paz consigo mismo es tiempo y espacio. Que las vicisitudes, los acontecimientos y las circunstancias anteriores son sólo eso, y las personas que nos acompañaron en un momento dado, a algunas de las cuales incluso apreciamos, hoy son vistas como en un caleidoscopio que nos aleja por completo de ellas. A eso, a calibrar los efectos del tiempo y de las relaciones pasadas, presentes y futuras lleva dedicándose Antonio Luque desde casi el principio de una carrera que abarca ya la friolera de diecinueve discos, si tenemos en cuenta su producción global. Desde una óptica más críptica o más crítica, según se valore, pero manteniendo una regularidad digna de elogio. Porque no es fácil mantener un núcleo fidedigno de seguidores teniendo en cuenta algún que otro bandazo en cuanto a estilo y lírica, siempre manteniendo una identidad y un prestigio ganados a pulso desde que se le colgó el recurrente sambenito de “pionero del indie hispano”. ¿Dudosa etiqueta? En cualquier caso, nada injusta en su concepto más amplio, y tantos años después, mantenida con orgullo y el escepticismo propio de la casa.
En “Cal viva”, Sr. Chinarro, la banda capitaneada por el sevillano, ya malagueño de adopción, que no de convicción, renueva sus filas con sangre autóctona e incorpora a músicos con probada solvencia: Israel Diezma, Juande Jiménez y Alfonso López estrujan las canciones del jefe y les dan nueva e insospechada forma. Se nota que los acordes cercanos al jazz han entrado en su catálogo, siempre con el límite necesario, y que los han reinterpretado en ritmos soul altamente contagiosos, o incluso en bailoteos funk como el que puede provocar la enorme “V de Victoria”, en la que los vientos de Adri Cruces y Fernando Blanca ponen una nota de color hasta ahora sólo asomada con cuentagotas. En la misma línea, cuentan con una eficaz sección de cuerdas en la que Antonio Fernández Escobar, Encarnación Almansa y Lucas Valera se explayan y contribuyen a lo pintoresco de un paisaje sonoro peculiarísimo que sienta la mar de bien al concepto del disco.
La ironía, el descreimiento y las habituales balas disparadas al centro de la diana se disfrazan de costumbrismo en unas líneas narrativas más claras y una prosa afilada, encarnada en la carencia de ideas románticas como ejercicio de autodefensa (“Exvoto”), la contemplación de las trampas del capitalismo (“Muelle 1”), la cultura del selfie y el ombliguismo cultural (“Altavoz bluetooth”, donde habla de “gente que no es como tú”) o el mapa de situación del artista y su anclaje con la desoladora realidad (“Bufón”). En el nuevo catálogo chinarresco tampoco hay lugar para la piedad con los herederos de los símbolos franquistas, y en “Carlos Haya” desarticula argumentos de forma pertinente en pro de una memoria histórica aún presente en el nombre de una de las célebres avenidas de su ciudad de residencia que lleva el nombre del aviador de la Segunda República, brazo ejecutor en el genocidio conocido como La Desbandá. Esa falta de respeto por lo que fuimos y nunca debemos volver a ser se prolonga en la demoledora “El alto mando”, probablemente una de las mejores canciones que haya firmado jamás. Y en la nostalgia entrañable de una foto de la “Comunión” donde ciñe su memoria al plano más personal. Otra vez el escepticismo, tocado y cantado con el convencimiento suficiente para convertir “Una escena” justamente en eso, en una estampa contemplada con demasiada asiduidad, la que contradice las bondades de la vida en pareja. Luque y su banda enarbolan la bandera del pop elaborado de los primeros Lambchop o la ternura del Donosti sound contemporáneo a sus inicios. Hasta se permite un garbeo por terrenos country en “Me acaricio”, intentando concluir un recorrido que pasa por ser de los más completos de su carrera, con un abanico melódico más amplio y perfectamente atinado.
La idea inicial de Luque de editar el disco sólo en vinilo, completada recientemente con la correspondiente subida a plataformas, es otro detalle a tener en cuenta acerca del mimo y el cuidado extremo que dedica a cada una de sus entregas. Desde el excelente sonido facilitado por la ampliación del presupuesto que le proporciona su nueva disquera Eclipse Melodies hasta la preciosa portada de Rubén Zambudio y la maquetación de Clementina Gades, todo encaja en un trabajo notable y de (esperemos) largo recorrido en directo. Sr. Chinarro ya es una marca, que no una franquicia, y ojalá sigamos llevándola puesta en la oreja con el orgullo de siempre.