Rubén Pozo. "50town"


Por: Javier Capapé. 

Nuestro vampiro juega en casa. No lo vamos a negar. Es nuestro brother y le queremos. Porque Rubén Pozo sabe darnos siempre lo que necesitamos, la dosis justa del rock de siempre y esos versos canallitas tan cotidianos. Si nos pregunta "hola, qué ase?" nos tiene en el bolsillo. Si arranca con ese estilo tan personal su acústica o su stratocaster ya sabemos que se suavizarán las curvas. Y encima, esta vez, viene a cantarnos a toda una generación que hemos crecido al abrigo de los últimos Stones, de los cantecillos de Kiko Veneno o del verbo castizo de Los Rodríguez. Los que estamos más en los cincuenta que en otro lado y que reivindicamos éste como un momento de gloria, no de pesar. La experiencia es un grado y "50town" un estadio de felicidad. Así, con la seguridad del que afronta una segunda vuelta con confianza y todo el mundo en la mochila, se lanza el madrileño con sus mejores armas.

La canción titular, con la que abre el lote, es puro clasicismo rock de buena factura. Con un hammond que le da cuerpo y una guitarra eléctrica que dibuja con gusto los arreglos justos, así como un solo final contenido y casi perfecto. "50town" es además el leit motiv de un disco en el que la experiencia gana por goleada y donde la sensación de sentirse seguro y en paz con lo realizado nos sostiene en esa especie de refugio en la ciudad madura, pero en la que no se renuncia a seguir exprimiendo la vida. Ricky Falkner, un auténtico maestro en la producción, ha dirigido el cotarro en el estudio Casa Murada con los músicos grabando en directo y Jordi Mora a los controles. El multiinstrumentista y productor ha impreso una factura más contundente a los temas, sin perder la frescura que siempre ha caracterizado a Rubén, pero buscando más cuerpo, conseguido esta vez por el mentado hammond y las teclas de Valdehita, así como por una línea rítmica serena pero contundente. Loza y Falkner se encargan de ella, mientras que Rubén se desenvuelve nuevamente como pez en el agua con todas las guitarras, da igual si son eléctricas stonianas, acústicas que nos llevan de la mano o españolas con las que serpentear y dar color. Guitarras, que son lo que de verdad le tiene enamorado, compañeras que le siguen hipnotizando, como él mismo asegura.

Tras ese arranque que conecta con el Rubén pirata de toda la vida, refugiado en esa ciudad que destila energía y ganas de vivir, encontramos "Efímero", una canción que roza el rock duro, casi el heavy, con un recitado que nos arrastra y nos lleva al precipicio de un estribillo tan sencillo como efectivo. Viene a decirnos eso, que somos efímeros, siguiendo con esa temática del disco en la que el camino nos lleva hasta la paz de "50town", pero con rabia y actitud. "Cantar" vuelve al mejor Rubén, con ese rollo macarra que le sale tan natural para defender aquí la necesidad de buscar en las canciones el sentido para seguir. Mientras podamos cantar la vida sigue y el retiro ni se plantea. ¡Ese es Rubén Pozo! Luchando contra viento y marea, atravesando desiertos y obstáculos, pero seguro y firme con lo que le sostiene, con la cabeza bien alta, porque él sabe mejor que nadie que nada detiene a la música ni a la necesidad de cantar lo vivido.

"Fuera de quicio" me recuerda a Los Rodríguez, con ese riff inicial contagioso y su toque castizo, mientras que "Garabato" me lleva hasta Kiko Veneno, con esa guitarra española arreglando las estrofas. Ya lo comentaba al principio de esta reseña, pero que estas canciones me traigan estos dos nombres a la cabeza no es casualidad. Es fruto de la experiencia y el reflejo de aquellos que hemos crecido con los clásicos, tomando prestado lo mejor de ellos para incorporarlo en nuestras quebradizas sendas. En el caso de nuestro protagonista, no sólo nos recuerda a esos músicos y a esa época, sino que él mismo ha formado parte y es ya uno de ellos. Su sonido pertenece también al de esos clásicos. Es una referencia. Algo que ocurre con "Dispárame", uno de sus representativos e imperecederos temas con todos los tics a los que nos tiene acostumbrados, o "Los que ya no están", que desde su emotividad da sentido a toda la colección. Antes de éstas, ha sido una descarada e irónica "El puto amo" la que ha subido las revoluciones, y justo después de las mismas "Estamos como queremos" nos ha llevado de vuelta al redil, a esos sonidos marca de la casa. Una maravilla que reivindica nuestra suerte. Esa frase que nos lleva a reconocer que nuestra "vida es un ensueño" y que ese ensueño es "un estado mental" que nos demuestra que todo es posible, que estamos de suerte, vivitos y coleando, porque "toda la lluvia no es un caladón". Pura poesía de barrio. Se entiende que fuera su primer adelanto, porque condensa todo el espíritu de un disco positivo desde el primer acorde, feliz de conocerse. Un perfecto manual de la buena vibra y de la gratitud por formar parte de este regalo que es la vida. No hay sitio para el lamento solo para el agradecimiento por estar como queremos.

Este disco, que es casi una manera de encarar la vida, se despide con "La última canción" que, a pesar de su título, no parece una despedida. Un cierre contenido y emocionante en el que la electricidad se diluye y el piano le otorga solemnidad a un mensaje que invita a dejarse llevar. "La vida nos lleva por caminos raros", como decía Diego Vasallo, pues en este caso, Rubén Pozo nos dice simplemente que "la vida es así", que no podemos detener su deriva, así que nos invita a "dejarlo rodar" y seguir adelante. Sin prisa pero sin pausa, siendo conscientes de nuestro sitio.

Esto es "50town", quizá el disco más pegado a la superficie de Rubén Pozo, el más cercano a nuestra realidad. No hay juegos efímeros, ni episodios fugaces. Estas diez canciones están cargadas de realidad y una actitud honesta y más que acertada ante lo que se nos va viniendo encima, que no son solo años, que son experiencias con las que construir nuestra particular ciudad, con cuarenta, cincuenta o los años necesarios. No hay límite para entrar y cobijarse bajo las sombras de los edificios que construimos en nuestro largo caminar. Edificios que son equipaje, canciones y momentos, que encierran acción y emoción. En los que ponemos todo el corazón y que nos mantienen a flote entre idas y venidas. Rubén Pozo sabe mucho de esto y por eso mismo ha hecho de estas diez canciones un auténtico manual de resiliencia y vida compartida entre acordes de guitarra y contundentes riffs de rock.