Bob Dylan, “The Basement Tapes Complete”: Relato de cómo se gestaron las cintas del sótano

El comienzo de esta historia se remonta al año 1966. Dylan ya se había "electrificado" y el "show bussiness" lo había absorbido hacia el Olimpo de los Dioses del rock merced a la santísima trilogía Bringing It All Back Home (1965) - Highway 61 Revisited (1965) - Blonde On Blonde (1966). No cabe duda de que aquel tipo de sólo 25 años ya lo había hecho todo ¿Qué nuevo disco se le podía exigir sino? Entonces cuando nadie se lo esperaba llegó el 29 de julio y el fatídico accidente con su Triumph 500 en Woodstock, un final perfecto y el que podría haber sido el nacimiento de un nuevo mito de muerte prematura (James Dean, Buddy Holly, Sam Cooke,...). Pero no, el bueno de Robert Zimmerman tenía una infinidad de cosas que hacer y que ofrecernos, y el accidente sólo sirvió para que se apartara de su odiada vida pública amén de crear especulaciones en torno a su desaparición. 

Tras pasar un mes recuperándose en casa del doctor Ed Thaler en un pequeño pueblo de la zona llamado Middleton, en el que logró un anonimato impensable para él en aquellos tiempos, Dylan hizo que su mánager Albert Grossman cancelara una macro gira de 64 conciertos dado que había decidido recluirse por un tiempo en la mansión  Hi Lo Ha (Woodstock).

La falta de detalles de aquellos días ha llevado a realizar especulaciones como que en realidad Dylan murió en el accidente de moto y que luego se impuso a otra persona para suplantarlo - al estilo de otro músico de carrera longeva, Paul McCartney - o que en realidad no hubo tal accidente y que la "falsa reclusión" de Dylan era en realidad un proceso de desintoxicación. 

Aunque la verdad es que Dylan en esa época mantuvo contacto con los miembros de su banda de acompañamiento The Hawks, con quienes se había desgastado en una gira de 1965 y 1966. Con ellos empezó tocando primero en el salón rojo de su casa para luego pasar al mítico sótano de Big Pink, la casa en la que se hospedaban aquellos por 125 dólares al mes. 

Con un enorme secretismo, el bardo y los futuros miembros de The Band, los multi instrumentistas Robbie Robertson, Rick Danko, Richard Manuel, Levon Helm (el batería se incorporó algo más tarde) y Garth Hudson, empezaron a tocar juntos para matar el tiempo, siendo sesiones tan productivas que decidieron grabarlas. Con el ánimo de tocar libremente lo que les apeteciera, reinterpretando el cancionero popular americano que había recopilado Alan Lomax en la Gran Depresión, probando con nuevas composiciones que seguían surgiendo de la chistera de Dylan, abordando piezas country o rhythm' n blues y en definitiva buscando la vuelta a los orígenes de lo que debe ser la música, alejada del ojo público y de su feroz industria. 

El resultado de todo, una conexión letal entre los músicos, con largas funciones en las que las risas, las probaturas, las emociones a través de las notas, la evasión y la creatividad fluyeron en aquel humilde sótano de aquel lugar recóndito en medio del bosque mientras el mundo seguía su camino. Era 1967 y los cambios sociales florecían mientras que las luchas por los derechos civiles abundaban en las calles, la guerra de Vietnam arruinaba la vida de mucha gente, el sexo y las drogas cada vez eran menos tabús, el arte abría puerta tras puerta y la música en concreto expandía sus posibilidades capitaneados por el Sgt. Peppers y el Pet Sounds

Pero el hasta entonces héroe juvenil, ídolo musical y líder de los movimientos anti-sistema, nadaba a contracorriente en su propio río, haciendo lo que le apetecía y sin someterse a ningún mandamiento. Quería divertirse con la música, crear nuevas canciones, experimentar, aprender y en definitiva fluir. 

En aquellas sesiones se registraron hasta más de 100 canciones recogidas en 40 cintas que quedaron años en el limbo. Aunque a decir verdad, las filtraciones del material dieron paso al nacimiento de la piratería musical o lo que es lo mismo a la aparición de los discos "no oficiales". El mito de los discos fantasma tuvo su punto y aparte en junio de 1975 cuando se editó el famoso doble disco de 24 cortes bajo el título The Basement Tapes. Una compilación fabulosa prácticamente integrada por las composiciones originales de Dylan que no reflejaba las dimensiones del legado del sótano. 

Han tenido que pasar 46 años para que finalmente, lo que nació como un divertimento privado sin más aspiraciones, acabara empaquetado en The Basement Tapes Complete: The Bootleg Series 11 , siguiendo con la colección Bootleg que año tras año nos va engordando la herencia del genio de Minnesota. Aunque lo nuevo ha traído también una edición "Raw" que se reduce a dos álbumes de 19 cortes cada uno y que en realidad anda bastante parejo al disco de 1975. 

Para los coleccionistas y curiosos lo más recomendable es la edición completa, sólo esta es capaz de transmitir las sensaciones de las jornadas musicales de 1967, solo la macro-edición evoca el feeling entre músicos y el espontáneo proceso creativo de Dylan. Es en la edición completa dónde tenemos los 139 temas que se fijan como cifra máxima de las "cintas del sótano". 

Para quienes tengan la fortuna (nunca mejor dicho) de acceder a los seis vinilos, que tengan en cuenta que los medios rudimentarios en que fueron capturados ofrecen la impresión de ser más antiguos del 67 (año de los estudios multi-pistas), lo que refuerza las sensaciones de autenticidad, por algo se señala ese momento como el nacimiento del lo-fi que tantos momentos de gloria nos dio en los años noventa. 

Dicho esto, aconsejaremos a los oyentes que se dejen llevar, que investiguen, que busquen y se pierdan entre el montón de canciones. Que entiendan que no se trata de un disco al uso, pues no se grabó como tal, más bien es un enmarañado viaje musical lleno de pequeñas jam sessions de todo lo que en aquel momento les interesaba a sus artífices. Como la música negra con la combativa People Get Ready escrita por Curtis Mayfield para sus The Impressions, o el blues de piezas simpáticas como All American Boy de Bobby Bare y Tupelo de John Lee Hooker. El country, que aparece en You Win Again de Hank Williams, A Satisfied Mind de Jack Rhodes o en Four Strong Winds y The French Girl del cantautor canadiense Ian Tyson (de Ian & Sylvia) . También en A Fool Such As popularizada por el mismísimo Elvis y en Folsom Prison Blues, Big River y Belshazzar de otro rey como es Johnny Cash. Tampoco faltan las reinterpretaciones de clásicos del Dylan folkie como Blowin' In The Wind, It Ain' t Me Baby o One Too Many Morning

Pero el peso pesado del disco lo aguantan dos bloques: las antes citadas canciones tradicionales y los temas de nueva creación. Para los temas de nueva creación, aparecen algunas ya archifamosas dentro de la discografía del bardo como la reivindicativa I Shall Be Released o Quinn The Eskimo (Mighty Quinn) que daría la vuelta al mundo el año siguiente a manos del grupo pop Manfred Mann, o You Ain' t Goin' Nowhere y Nothing Was Delivered incluidas en clave country en el disco de los Byrds Sweethert Of The Rodeo (1968) con voz de Gram Parsons . También otras bastante desconocidas como I' m Not There, inédita hasta la inclusión en la BSO de la controvertida película de 2007 de mismo nombre. Y las que ya conocíamos del disco de 1975 como Odds And Ends, que sigue la estela del Blonde On Blonde; el maravilloso medio tiempo Too Much Of Nothing u Open The Door, Homer. Sin olvidarnos de las colaboraciones con The Band This Wheel's On Fire (Rick Danko) y Tears Of Rage (Richard Manuel), ambas incluidas en el seminal debut de aquellos Music From Big Pink (1968). 

Si nos centramos en las tradicionales, no todas son covers folk, también hay rockabilly (Roll on Train), rock de acento mejicano ( Mary Lou , I Love You Too), revisiones pop-folk (Santa Fe que ya la conocíamos del Bootleg Series Vol. 1-3), baladas emotivas (Bells Of Rhymney también robada por el Sweetheart Of The Rodeo), y un interminable etcétera reflejado en distintas tomas de la misma canción, con fluctuaciones no sólo de tono, melodía y ritmo sino incluso de letra. 

Allí está precisamente la grandeza de las BT, ser testigo con la oreja de la privacidad de estos tipos tan grandes, como son Robbie Robertson, que nunca lo fue tanto, con una guitarra magistral y llena de matices según la canción, o Rick Danko, bordándolo con el bajo puesto al servicio del resto de instrumentos, ni que decir de Garth Hudson, con unos teclados casi primitivos pero en tantas ocasiones preciosos, o Richard Manuel capaz de abordar con excelencia el instrumento que le pongas delante, lo mismo que Levon Helm quien además fue el encargado de las grabaciones y los años posteriores de su custodia. Y por encima de ellos el propio Dylan, que no lo vamos a descubrir aquí pero que en aquellas sesiones introdujo las variantes y los registros de voz, a pesar de que a veces dejara protagonismo a las de sus compañeros, con unas armonizaciones que luego serían santo y seña en The Band

Es a grandes rasgos el sonido de unas canciones hechas desde la paz y el sosiego, desde la distancia con el mundo y por quien se siente libre con su arte alejado de las presiones de las discográficas. Un sonido que ha llegado a los fans fragmentado a lo largo de los años, rodeados del misterio y de la leyenda, y que por fin casi medio siglo después podemos gozarlo en nuestros equipos y meternos de lleno en la intimidad de unos músicos irrepetibles. Benditas sesiones. 

 Alejandro Guimerà