Lagartija Nick: Hipnosis, inercia y todo lo demás.

Sala Ambigú Axerquía, Córdoba, sábado 14 de marzo de 2015

Por: J.J. Caballero

Los grandes siempre cumplen sus promesas. Antonio Arias había prometido que cada una de las reediciones de los discos de Lagartija Nick (los esenciales, que básicamente son los tres primeros, de los que se nutre su directo actual) tendrían su correspondiente gira de presentación y que aquellas canciones, hoy tan extrañamente vigentes, se harían aún más grandes en las revisiones que habían preparado para su resurrección. Desde luego, ya eran imposibles de olvidar. Quienes los hemos seguido desde que al ex 091 le lucía el pelo y a Eric Jiménez no le había dado por coger tantos trenes de ida y vuelta no nos extrañamos en absoluto de que su continuidad como banda pase por un más que decente presente y un pasado inmaculado en cuanto a actitud y composiciones esenciales. Además las cosas han vuelto a ponerse en su sitio, como siempre debió ser, y después de la adaptación de urgencia de la penúltima gira, el cauce de las aguas confluyó en el punto exacto para que los miembros fundadores, cuatro punks convencidos de que siempre fueron algo más, se convencieran de que era justo y necesario retomar la dulce historia justo donde la dejaron. En un ejercicio de Hipnosis grupal empezó todo, y ahí mismo debería finalizar, si es que realmente debe hacerlo algún día. 

La unión hace la fuerza, y la experiencia es un grado superior. Con la definitiva reincorporación de Juan Codorniu y M.A.R. Pareja, los dos Evangelistas mayores vuelven al redil y enderezan el rumbo de la psicodelia que un día les guió hacia el camino correcto. El viento instrumental de Sonic crash les conduce a una transitada vía donde todo resulta Tan raro, tan extraño, tan difícil, y entre los árboles alguien les grita que Ahora es el momento, como ya lo fue antes y tal vez nunca lo sea después. Aplastados por la tormenta eléctrica y los punteos de ocho cuerdas salvajes, No lo puedes ver huele a rabia post adolescente en plena madurez, y el aderezo del Napalm que vertieron sobre la conciencia colectiva de la década de los 90 aún potencia los nuevos sabores de su renovada carta. De postre nos enviarían a la farmacia de guardia a por la habitual dosis de anfetamina con Esa extraña inercia que movía los hilos de otro álbum esencial, pero antes se encargaron de pasearnos por el Nuevo Harlem que todavía no se ha hecho viejo en sus voces. Todo ello sin apenas tarjeta de presentación, con meros guiños de complicidad hacia su propia carrera y hacia un público entregado a la causa de forma incondicional. En la pequeña sala Ambigú Axerquía, sede habitual de la facción menos perezosa del público cordobés, era imposible que se hiciera el silencio, y por una vez esto fue una buena noticia para la música en directo. 

No había concesiones. Todo lo Universal giraba en torno a una reunión histórica del Satélite principal del post-punk granadino que desloma su arbitraria órbita con la brutalidad del mensaje de Policía detrás y tiene a bien rescatar inyecciones de combustible perdidas en EPs y caras B que alguna vez merecerían ser colocadas en primer plano. Gansterville y Algo cínico, cinco lustros después, son mucho más de lo que eran, y ese es otro triunfo del que Lagartija Nick pueden presumir. Como de hacer conciertos que no llegan a la hora y media y concentrar todo el alma y el corazón en un viaje que bien podría ser iniciático para muchos con golpes de autoridad como Déjalos sangrar, La curva de las cosas, Disneyworld o Un mundo real. Sin tregua ni pausa, ni trampa ni cartón. Gritando Úsame con total convencimiento, porque para eso está la música sincera y entera, e instando a quien quiera escuchar con atención que no habremos de esperar a El próximo lunes para que llegue nuestro pequeño momento de gloria. Siempre estaremos a tiempo de coger un taxi pilotado por El chófer psicodélico y pedirle, por qué no, que nos traslade a la mismísima Estratosfera. Soñar es gratis. 

No podemos olvidar, ni queremos, que esta fue la banda que grabó y concibió junto al maestro Enrique Morente el extraordinario Omega, uno de los mayores monumentos musicales de los que podemos enorgullecernos en este bendito país, y que de no existir grupos con sus convicciones, su persistencia y su capacidad de reinvención (el propio Antonio Arias mantiene su proyecto personal en el que marida poesía con astronomía, y hasta ha conseguido instaurar el concepto de “multiverso”), no nos quedaría más remedio que imaginarlos. Esta vez, y van muchas, ni las deficiencias sonoras ni la ignorancia de una mayoría que ni entiende ni entenderá lo que es realmente el rock and roll, pudieron ajar un vendaval de recuerdos que en realidad nunca abandonaron nuestra memoria. Y no mentimos si aseguramos que a partir de ahora esperaremos el tiempo que haga falta para morir con ellos.