Rozalén: “Cuando el río suena...”

Por: Lorena España

Seguramente hubo quien pensó que María Rozalén y su "que son 80 las veces que al día me acuerdo de ti" serían una moda pasajera (como todas las modas) y que, un año después, la cantautora habría quedado relegada a aquel éxito resultón que escuchamos durante unos meses en las emisoras de éxitos. Pero hoy, cuatro años más tarde, Rozalén sigue aquí. Viene ahora con "Cuando el río suena...", un tercer disco compuesto por canciones a las que su voz y sus letras empapan de poesía, belleza y verdad. 

Empieza fuerte y con "La puerta violeta" se abre el disco. Violeta es la puerta porque violetas son los lazos contra la violencia de género, resultando este luminoso tema un cántico de esperanza para toda mujer víctima de maltrato. No es la primera vez que Rozalén escribe a la mujer y, aunque bajo otro tono y otro tema, es buena la ocasión para recuperar su "Las hadas existen" (del disco "Con derecho a..."), una joyita divertida y poderosa, un regalo para las mujeres del mundo. 

Hay más violeta en "Cuando el río suena...", porque Violeta Parra, la cantautora chilena, aparece en el homenaje a "Volver a los diecisiete", un suave canto que nace desnudo y va enredándose y enredándose, como la hiedra de la que habla, para ir brotando poco a poco entre guitarras y violines. Delicia en la voz de Rozalén la poesía de Violeta, en la que expresaba esa nostalgia por volver a ser una niña, una adolescente, por sentir de nuevo esa inocencia y esa ilusión. ¿Es imposible? No. Rozalén nos canta lo que nos cantó Violeta: uno vuelve a ser niño cuando se enamora. 

Canciones de amor las hay en "Cuando el río suena...", ¿y por qué no? Y entre todas destaca "Amor prohibido", escrita por Felipe Benítez Reyes, y a la que la de Albacete pone música y entona de una manera íntima porque aquí nos está cantando la complicada historia de amor de sus padres (su padre era sacerdote cuando conoció a su madre y se enamoró de ella). Un estribillo que ruge con rabia juegos de palabras y preciosas contradicciones: "Y ese amor / tan de dos y tan de nadie", "tan furtivo y murmurado", "tan posible y tan quimera", "Y ese amor / tan libre y cautivad" y la fuerza no viene solo de las letras sino también de esa voz, rota a veces por la tristeza que provoca el pensar que alguien pueda sentir que amar está prohibido. 

La ranchera festivalera "Tu nombre", es un divertimento que transforma el dolor por un amor no correspondido, o no de la forma en la que desea una enamorada Rozalén, en un "hasta aquí hemos llegado" descarado y decidido. Porque la cantautora sabe reírse de sí misma y más de una, y más de uno, se sentirá identificado con ese "Pues sí, me creí demasiado especial / Él conmigo va a cambiar". El amor en su versión más desenfadada viene de la mano del siempre bienvenido, y de quien Rozalén es admiradora confesa, Kevin Johansen, en el dueto "Antes de verte". Cómo se nota la mano de Kevin en la creación de este juguetón tema, con el que se te van yendo los pies poco a poco. Una copita de vino y ya está todo hecho. 

Quien conoce la música de esta cantautora sabe que ella es dada a meter los pies en terrenos espinosos y este tercer disco no es excepción, con esa historia, basada en aquellos vascos de finales de los 60 a los que se señalaba y relacionaba automática e injustamente con E.T.A., que es "El hijo de la abuela". Pero si hay que destacar un tema, ya no de temática social/política, sino en general de todo el disco, ese es "Justo". Rozalén narra la historia de un chico a quien “todos le llamaban Justo / justo de nombre y de acción" quien "cantaba por las calles / siempre alegre una canción”" Y sucede que "al final del 38 / son llamados a la guerra / la generación más joven / la quinta del biberón. / Se subieron al camión / como si fuera una fiesta / pero él fue el único / que no volvió". Uno de los muchos desaparecidos en la Guerra Civil española fue el tío abuelo de Rozalén, y a él dedica estos emocionantes 4 minutos que llevan su nombre y que erizan la piel. Ese final, en el que entona ella dulcemente un trocito de la tradicional habanera "La caña dulce", esa que cantaba Justo cuando paseaba por las calles del pueblo, hasta que queda congelada la última palabra por un disparo, deja con el cuerpo cortado y pensando en muchas cosas. Absolutamente maravillosa y una de esas canciones que bien valen un disco. Pura poesía, a veces dulce, otras algo canalla. Pero siempre envuelta en autenticidad, sin nada de trampa y sin nada de cartón. Y eso hoy, en la música y en la vida, es tan difícil de encontrar.