The White Buffalo: “Year of the Dark Horse”


Por: Kepa Arbizu 

A veces se da la curiosa paradoja de que es precisamente el rasgo más distintivo y reconocible de un músico el que dificulta la transpiración de sus otras cualidades, cegadas involuntariamente por la fuerza que irradia esa genuina característica. Que el talento vocal de Jack Smith, impulsor principal The White Buffalo, resulta imponente y un perfecto canalizador para ese profundo sonido de raíces que practica este proyecto, es bajo cualquier punto de vista incuestionable. Pero esa enorme capacidad para hacer de sus cuerdas vocales un esplendoroso narrador de turbias historias no debe alejarnos de las diversas aptitudes sonoras que posee y que además en cada nueva publicación se ha afanado por acrecentar su presencia, como si de un grito por reclamar su espacio se tratase. Precisamente por eso, que su nuevo álbum, “Year of the Dark Horse”, decida romper muchas de las etiquetas, fronteras y definiciones con las que ha nacido asociado este “animal salvaje”, no solo refleja una determinación por evitar un encarcelamiento estilístico, sino que ofrece una explícita declaración de intenciones e incluso una rotundo advertencia sobre la necesidad de buscarle nuevos cobijos a sus maneras artísticas. 

El actual trabajo esconde un visible cambio de coordenadas -o amplitud de ellas- respecto a un acostumbrado escenario prioritariamente acústico y con vocación de manifestarse crudo y rasgado, realizando un viraje hacia posiciones más coloristas, un término que si bien no parece adecuarse a su trayectoria anterior sí se ajusta cuando nos referimos a sus más recientes composiciones, donde es capaz de intercambiar esa imponente intensidad por un recorrido poblado de recovecos que generan mayores dosis de sutilidad. Una naturaleza a la que acompaña, y completa en su esencia, el propio concepto que articula su conjunto, un hilo argumental claramente delimitado y que se dirige a plasmar, a través de doce piezas, el tránsito cotidiano de un individuo a lo largo de un año dividido en sus consiguientes estaciones, una condición que facilita sustancialmente ese cambiante clima musical. Por medio de las diferentes piezas, todas ellas encadenados como sucede con la propia vida, donde a un día le sigue otro sin posibilidad de interrupción, planteará todo un corolario de sentimientos, no muy alejados de esa querencia por los antihéroes y sus turbulencias. que alcanzan a trazar la inestable existencia de un protagonista alimentado por las propias inseguridades y contradicciones de su autor.

Si bien en lo que respecta a la formación escogida para poner en marcha este osado trabajo no hay diferencias con la utilizada habitualmente, sí resulta altamente trascendental la aparición del productor Jay Joyce, quien al margen de las habituales tareas adscritas a su labor, adquiere un papel especialmente relevante en cuanto a convertirse en instigador a la hora de llevar hasta las últimas consecuencias la idea planteada por la banda. Una relación, como los propios interesados no se han negado a esconder, plagada de diferencias y controversias que sirvieron a la postre para conseguir conquistar la forma más idónea, y también más radical, con la que redondear la propuesta original. Qué mejor manera, de hecho, para plasmar las vicisitudes del transcurrir humano que hacer del propio proceso creativo un intercambio de pareceres y un ejercicio de permeabilidad a las indicaciones externas, que a veces suponen el reflejo más nítido de lo que verdaderamente somos y hacia dónde debemos encaminarnos.

Si en un disco resulta siempre relevante el orden escogido para presentar sus temas, mucho más lo será en uno de estas características, que hace del caer de las hojas del calendario su leit motiv. Por eso hay una lógica aplastante en comenzar dicha singladura con esos propósitos y esperanzas depositadas en un nuevo año que sin embargo terminan por quedar en suspenso eterno, tal y como recoge “Not Today”, toda una metáfora por otra parte del contenido del álbum. Interpretada con jovialidad, lo que indica la alteración también en los registros vocales, su condición nos remite de forma más certera hacia ese rock de estadio contemporáneo de alta instrumentación y ambiente épico que a vetustos "songwriters" de sombrero texano. De explícito y dramático título, "Heart Attack", seguirá instalada al rebufo del brillo de unas luces de neón que iluminarán esa herencia country de nostálgico acento con el que transmitir la dificultad por abandonar los malos hábitos. Pese a su comienzo más tensionado, "Donna"  acaba por reproducirse bajo un alegre tono casi pop al estilo de Supertramp, definiciones  que a uno pueden desconcertarle o incluso hacerle dudar si seguimos escudriñando un disco de The White Buffalo; pero así es, y uno de los llamados a resultar importantes en su trayectoria.

Pero no todo en este nuevo álbum pretende erigirse como un cambio sustancial en los paisajes que han adornado la música de la banda, su acogida a terrenos alineados con la vieja escuela, aunque vestida para la ocasión con galas más estilizadas, siguen siendo un productivo caladero inspiracional. Y si de tradiciones hablamos, los emocionantes medios tiempos de aire sureño que desarrollaron desde Dusty Springfield a The Band, son un más que acogedor hogar para temas como “Kingdom for a Fool”, de recitativa entonación donde su brillo desembocará en tormenta, símbolo de la renuncia a los sueños por la esclavitud laboral; el majestuoso poso melancólico sustentado por los teclados de “52 Card Pickup” o el apacible sosiego de "C'mon Come Up Come Out. Camon". Relajo emocional, completado con el pellizco soul que contiene "Love Song #3#", que se transformará casi en canción de cuna con la llegada de "Am I Still a Child". Una placidez que sin embargo responderá a un estado anímico temporal, porque si "Winter Act 2" es solo el anticipo, por medio de una tensión latente pero rehacía a explotar perfectamente entonado con ese punto tremoloso que recuerda a Eddie Vedder, las tribales percusiones de "Love Will Never Come / Spring's Song" serán la puerta de entrada -previo paso del desértico aroma a western- hacia ese infierno invocado bajo las sombras del Tom Waits más luciferino, amainado por unas luces celestiales de la segunda parte del tema capaces de aplacar solo momentáneamente un crepuscular tono  que regresará en el tabernario y inquietante romanticismo de "She Don't Know That I Lie", piezas donde rugirá en todo su esplendor la voz de Jack Smith

"Year of thr Dark Horse" no es una manera con la que reinventarse The White Buffalo, es por encima de todo la escapatoria para sobrevivir a su propio arquetipo, por muy brillante que este sea. Una osadía transformada en rotundo éxito gracias a un trabajo que ilumina estancias hasta ahora desconocidas en el bagaje musical de este proyecto, que además encuentra en esa heterogeneidad el recurso idóneo para trazar las diferentes estaciones emocionales que transcurren en el año vivido por un alter ego transformado en protagonista. Luces y -sobre todo- sombras existenciales de un periplo que, como el esbelto caballo que ilustra la portada, su trote avanza espoleado por el intento de escapar de la eterna tormenta que se cierne sobre él, sobre nosotros.