Por: Guillermo García Domingo.
Después de siete años de viaje, un periplo más largo que el del Beagle, ha regresado Anaut. Teniendo en cuenta lo deslumbrante que es su nuevo trabajo, “Perro Verde”, no es probable que estuvieran perdidos, sin encontrar el camino de vuelta. Los viajes de verdad suelen acarrear cambios profundos en los viajeros. El trío Anaut son los mismos que se fueron en 2018, después de entregarnos “Hello There”, y al mismo tiempo, no lo son en absoluto.
Desde su debut en 2013 se han medido nada menos que con el acervo musical norteamericano, saliendo airosos del reto. En este disco publicado en mayo por Calaverita han dado dos pasos muy audaces, al adoptar el castellano y desencasillarse del soul y el R&B que habían abrazado con tanto entusiasmo, aunque esta pasión incurable se sigue manifestando en temas como “La razón”, “Lejos de aquí”, “Todo lo que callo” o “El final”. La apuesta por el castellano no les ha podido salir mejor: las letras no están exentas de belleza literaria, véase la majestuosa “La carta” o la delicadeza expresiva de “El jardín”; ni tampoco adolecen de ese carácter inane que tienen muchas canciones publicadas en el mercado nacional; además la métrica está muy bien ajustada a la música, se agradece tanto al escuchar las 13 canciones. Al igual que el barco a la deriva que protagoniza la canción titulada así, es urgente preguntarse dónde van a parar estos formidables discos, por qué no llegan al público y por qué vericuetos se pierden y no llegan a buen puerto. Me niego a creer que el criterio musical haya desaparecido y no se sepa su paradero. ¿Tendrán la culpa, entonces, las disfuncionalidades del comercio musical? Espero que no sea una promoción errática. En fin, no importa los obstáculos con los que se tope este disco, confío ciegamente en que terminará por abrirse paso hasta los que todavía no lo conocéis y no sabéis lo que os perdéis. ¿En serio no queréis tener en casa un disco cuya portada ha sido diseñada por Oscar Mariné, el ilustrador de las inolvidables portadas de Siniestro Total (“¿Cuando se come aquí?”) o Los Rodríguez (“Palabras más, palabras menos”)?
Los hermosos arreglos de las canciones están al servicio de las palabras y resaltan el texto y el significado de las canciones, muy diversas entre sí. Cada canción dispone de lo que necesita: el tono misterioso de “El Barco”, sostenida por la mejor voz posible para hacer suyas las extrañas imágenes que propone esta canción, la de Anni B. Sweet; la liviana y bella luz musical que baña “El jardín” o “La felicidad”; la introspección que precisaba “La cuarentena”; el “tremendismo” de “El Final”, y la atmósfera onírica de “Ensoñación”. No escatiman en instrumentos, y saben qué hacer con ellos, se sienten tan seguros de su capacidad que no necesitan decir nada. Es lo que sucede en “El duque”, que recuerda a la tranquila maestría de Mark Knopfler o “La mazorca” que nos invita a pasar a un chiscón mexicano sin pedir permiso. Ahora bien, mentiríamos si dijéramos que no echamos de menos en estas canciones instrumentales, la voz de Alberto Anaut. La credibilidad de su voz remite a grandes artistas anglosajones, aunque a quien más recuerda es a la garganta rockera del gran Tarque.
El vocalista y guitarrista del grupo sostiene lo siguiente en “La razón”: “Llevo un tiempo dudando si mi voz tiene algo que decir o es mejor callar”. Espero que no sea cierto, simplemente un momento de tribulación que a todos nos sobreviene en el ejercicio sostenido de nuestra vocación. No enmudezcáis, por favor, este nuevo viaje no ha hecho más que empezar y los aficionados queremos hacerlo a vuestro lado.