“A este matadero no hemos venido a mirar”. Gracias por vivir sin miedo, Robe.


Por: Guillermo García Domingo. 

Este obituario, por fuerza, va a ser pendenciero, de lo contrario Robe no me lo perdonaría. Estoy muy enojado, de modo que, si estás buscando una valoración pormenorizada de su trayectoria, una relación de sus desencuentros con compañeros de banda o discográficas, la enumeración de sus adicciones, te animo a que te mudes a otros artículos más propicios, dejadme blasfemar, por favor, que se ha muerto Robe. 

Los dioses, yo os maldigo, no se lo perdonaron, y han decidido fulminar a dos mortales que se atrevieron a robarles el fuego de la música a esos “pringados”. En apenas dos días han fallecido Jorge Martínez y Robe Iniesta, dos príncipes macarras que, no solamente portaron en sus antorchas el fuego sagrado, prendieron con él nuestras calles, las habitaciones en las que crecimos cuando éramos adolescentes, los locales de ensayo y las pistas de los conciertos. Y fueron todavía más lejos: ardieron ellos mismos en el fuego que arrebataron a los dioses. Fueron consecuentes, llevaron su apuesta temeraria hasta el final.

Ahora que no están, ¿quién va a ahuyentar de nuestra calles a los pijos, los santurrones de la tradiciones, los fachas, los de antes y los de nuevo cuño, los mediocres por doquier? Habrá que hacerse con un palo de hockey, una libreta para componer y una guitarra respectivamente para volver a recuperar nuestras calles. 

Es natural que los dioses detestaran a “Prometeo” Iniesta, se la tenían jurada desde hace un año aproximadamente, pocos meses después de que publicara un disco que les dejaba en mal lugar, “Se nos lleva el aire” y mira tú por donde. El de Plasencia representaba todo lo que ellos no podrán ser, ni podrán hacer, un mortal que se la juega en cada “pico” que se mete en las venas, en cada canción que compone, tampoco podrán sentir el aire dulce de los valles de Extremadura que arrugó el rostro de Robe, ni vivir en el ojo de una tormenta, subirse a un escenario y rasguear una guitarra hasta que las yemas de los dedos sangren. 

Su poesía visceral, que, sin embargo, se ajustaba a la música al igual que una bala encaja en el cañón de un revólver, era insoportable para los dioses. A ellos les gustaría ser de carne y hueso, sueñan con acariciar un cuerpo y masturbarse en una canción como hacía Robe cuando le parecía. El dios cristiano tampoco le perdonó que grabara “El día de la Bestia” ("Agila", 1996) ni “Jesucristo García” ("Extremaydura", 1994). Por si no tuvieran suficientes motivos de inquina contra él, últimamente, Robe solía buscar la compañía de unos indeseables, de filósofos como Nietzsche o Diógenes. Se dejaba ver con ellos, esos que les aguantan la mirada a los dioses y no apartan los ojos del sol aunque se les quemen. Una manada de perros callejeros no se separa de ellos, enseñando los dientes y sembrando el pánico entre la gente de orden. Los últimos discos del poeta extremeño rezumaban el veneno de la filosofía; en particular, “Lo que aletea en nuestras cabezas” y “Mayéutica”. Hay que escucharlos obligatoriamente al igual que “Pedrá”, “Extremaydura” y “¿Dónde están mis amigos?”, álbumes castúos, desinhibidos, antes de la etapa más exitosa y popular de Extremoduro. 

Ni en toda la eternidad, podréis componer, dioses envidiosos, “El poder del arte” (el tema prometeico de su último disco), que para los recién llegados supuso el descubrimiento de lo que era capaz Iniesta. No se habían enterado de los “movimientos” de Ley Innata, ni de “Stand By”, ¿tampoco tenían noticias de “Buscando una luna”, “So payaso” o “Salir”? Y es que Robe deja huérfanos, bastardos, por supuesto, a muchos adolescentes como mi propia hija o mis alumnas, que alucinan con sus canciones. Si pudiera, Robe os diría, “agila”, “¡espabila!” en castúo. No tengáis miedo a vivir, “A este matadero no hemos venido a mirar”, tal y como dice el cantante en “Guerrero”. 

Una última petición: por favor, no hagáis versiones de sus canciones, joder. No seáis payasos. Dejadle en paz, no estáis, no estaremos nunca más en la garganta doliente de Robe, dejadle que arda en el infierno rockero donde están los mejores, los que desafían a los dioses.

Abraham Boba: “Nunca me he sentido víctima del cuerpo que tengo”

 
Por: Javier Capapé.

“163 cm” es la estatura de Abraham Boba y también es el nombre de su más reciente criatura. Un libro pop, como a él le gusta definirlo, que gira en torno a esa premisa física para llevar a cabo una serie de reflexiones que se detienen en la infancia, los sueños, los recuerdos, el deporte, el cine, la imagen, la psique o la creación desde el punto de vista y las experiencias personales de un artista que nos comparte su visión del mundo a modo de ensayo, enfundado en sus botines Chelsea y rodeado de una serie de objetos y recuerdos personales que pueblan de imágenes complementarias sus adictivas líneas.

Organizado en breves capítulos, casi como si se tratase de canciones de un álbum, este ensayo se devora con rapidez y nos presenta la cara más personal del cantante de León Benavente, cuya andadura, curiosamente, ocupa muy poco espacio dentro de estas páginas. Es Abraham el que queda en el centro, narrando episodios familiares, presentándonos objetos que nos acercan más a él y definen sus recuerdos, o analizando aspectos de lo más interesante de personajes históricos, actores y músicos cuya característica común es su baja estatura. Porque sí, el libro pone de manifiesto el interés de este artista por reflexionar sobre el aspecto que le da título, sin victimismos, pero haciéndonos ver las múltiples capas en las que se refleja en nuestra sociedad.

Ante un libro más que interesante no cabía esperar otra cosa que una conversación de grandes vuelos con su autor. Entramos en detalle sobre algunos de los recovecos que narra en sus capítulos, pero también hablamos de sus motivaciones como artista y de la necesidad de plasmar en esta obra una reflexión de “altura” que conecte con nuestro yo más íntimo y, ante todo, que nos haga disfrutar tanto de su fondo como de su más que atractivo formato.

Estás de actualidad al margen de León Benavente. Esta vez como escritor. ¿Era una asignatura pendiente escribir un libro como éste? Porque tu debut literario fue un poemario.

Abraham Boba: Obviamente hay cosas que tienen puntos en común entre escribir canciones y libros de cualquier género, sea poesía o narrativa. Hay una línea fina que separa un mundo del otro y yo siempre había tenido bastante reparo para publicar cosas porque me parecía que no era mi oficio, que no era un mundo que me perteneciese. Respeto mucho a la gente que escribe y estoy en conexión con gente del mundo de la literatura por otras circunstancias, así que después de publicar el poemario, que fue una cosa a la que me animó una editora sin la que posiblemente ahora no estaría haciendo esta entrevista contigo, que fue Belén Bermejo, empecé a pensar en cuál sería el siguiente paso. Me apetecía explorar otro tipo de género que no fuera la poesía, aunque mi libro anterior tampoco era un poemario al uso, pero quería cambiar y hacer este tipo de ensayo. Tenía el tema en la cabeza desde hacía tiempo. Fui recopilando información durante tres años y me lancé finalmente a hacerlo.

Entiendo que escribir un ensayo sobre la estatura es porque ha sido una de tus obsesiones a lo largo de tu vida. Es algo que reflejas también en la contraportada al introducirnos en el libro. ¿Es así?

Abraham Boba: No es una obsesión y nunca lo ha sido. Para mí lo más importante de este libro era el tono que quería utilizar para escribirlo y en ningún momento quería caer en el victimismo porque nunca me he sentido víctima del cuerpo que tengo. Así que no lo veo como una obsesión, ni mucho menos. Lo que me obsesiona a mí es la creación y quería escribir un libro que fuese muy cercano a mí, muy íntimo. Me apetecía contar algunos aspectos de mi vida, pero también, como ocurre con las canciones, los discos, las películas o los libros que leo, lo que me interesa son las creaciones que tienen distintas capas. Quedarme en la temática no es lo que más me importa. Me gusta la forma de desarrollarla, ver que hay otras cosas que no se aprecian tan a simple vista, como ocurre en este caso. Sí, éste es un libro sobre la estatura, pero creo que habla de muchas más cosas. Eso es lo que me obsesionó en realidad. Cómo sintetizarlo para que se leyese rápido, pero a la vez que fuese reflexivo y profundo y poner en evidencia ciertas actuaciones de gente que no se da cuenta, a día de hoy, de una particularidad física que no está puesta encima de la mesa como otras.

Es verdad que no hay victimismos, como bien has dicho, pero sí que está presente esa forma de mostrar la temática sin dramas y a la vez reflejar ese trasfondo peyorativo que siempre ha tenido la baja estatura.

Abraham Boba: Sí, al fin y al cabo te estoy hablando de que me gusta que el libro tenga capas y por eso he pensado mucho en cómo hacerlo, pero no deja de ser un ensayo más o menos poético sobre la circunstancia de la estatura de las personas. Ni siquiera sobre ser alto o bajo, porque también se habla de la altura. Lo que me enseñó este libro, a medida que lo iba haciendo, es que reflejaba cosas que no me había dado cuenta antes ni yo, como que tengo una estatura por debajo de la media. No me siento víctima, pero rara es la noche que no me bajo de un escenario y alguien me dice algo relacionado con mi estatura.

El libro está estructurado en capítulos muy breves y dinámicos que hacen de su lectura una experiencia adictiva. Me atrevería a comparar su lectura con la escucha de un disco, porque los capítulos son casi como canciones. Su extensión es contenida. ¿Podría considerarse así?

Abraham Boba: No tanto como un disco, porque son mundos muy distintos, pero sí como un libro pop. Todo lo que tiene que ver con la estructura, el haberlo escrito siguiendo ese formato de párrafos cortos, de capítulos que en realidad contienen una misma idea bien delimitada, aunque todos ellos giren en torno a la estatura, y sobre todo por la utilización de imágenes. Creo que eso es lo que hace que se devore rápido. Algo muy bonito que está pasando durante el mes de vida que lleva es que gente que no está acostumbrada a leer me dice que lo ha devorado en dos días, y gente que sí que es lectora me dice que está muy bien hecho porque fluye y se lee muy, muy rápido, en dos o tres horas. Todo eso está un poco buscado. El libro podría ser muchísimo más largo, de hecho quité bastantes cosas, pero al final estoy muy contento con el formato.

Es verdad que el formato es fantástico. A mí me pasó un poco parecido a como lo cuentas. Lo devoré rapidísimo por la forma en la que está planteado. Y unido a ese formato de estructura, con capítulos cortos y párrafos breves, tienen un papel muy destacado la cantidad de imágenes que ayudan a entender el texto, incluso detalles como incluir el metro como accesorio o complemento, junto al tamaño del propio libro. Todo eso es como algo novedoso y atractivo.

Abraham Boba: Es que yo lo que quería era publicar un libro que me gustase. Llevo colaborando mucho tiempo, tres temporadas ya, en una sección del programa de Marta Echeverría de Radio 3 “Hoy empieza todo”. Es un espacio sobre poesía llamado “Verso Suelto” y me doy cuenta de que los libros que cada semana analizo son libros que se salen un poco de los márgenes. No suelen ser poemarios como tal, dicen algo más, son otro tipo de libros. Creo que eso es lo que me llevó, una vez desarrollado el texto, a incluir imágenes. Eso fue determinante y una muy buena decisión. Vi clarísimo que esas imágenes, que muchas son de mi archivo familiar y otras realizadas por Sara Condado, que me conoce desde hace muchos años y ha hecho los vídeos de León Benavente, iban a encajar a la perfección con todo lo narrado. Sabía que Sara sería la que mejor iba a retratar mi intimidad, metiéndose, por ejemplo, en casa de mis padres para hacer una foto a una estantería llena de recuerdos familiares. Esa intimidad solo podía retratarla ella por lo mucho que me conoce.

Vamos a hablar, si te parece, de algunos de los capítulos del libro. Curiosamente éste es un libro donde tu faceta de músico apenas sale a relucir, en cambio hablas de muchas de tus pasiones y te abres totalmente. Una de esas facetas, desconocida para muchos, es el baloncesto, siendo éste además un deporte siempre relacionado con gente “de altura”. ¿Es cierto que te hubiera gustado potenciar tu alma de “base” como deportista profesional?

Abraham Boba: No, ahora que me ha salido bien lo del arte casi prefiero esto, que se me da mejor (risas). Creo que el baloncesto es algo que marcó un momento de mi vida, justo antes de que me empezase a interesar realmente por la música, que fue como a los quince años. El baloncesto ocupaba mi tiempo antes de que me volviese un loco de la música. Me gustaba jugar y era bastante bueno. Sigo siendo bueno, de hecho, pero menos mal que no elegí ese camino porque seguro que no me habría ido tan bien. Yo sabía que tenía que hablar sobre esto en el libro porque en él hay también un repaso a mi biografía. Aunque no siga una línea temporal, sí que hablo de mi infancia y preadolescencia, y ahí el baloncesto estaba muy presente. Además, hablar de este deporte me venía muy bien para explicar ciertas cosas.

“Lo que yo tengo en mi estantería no vale nada, su valor es sentimental y espiritual”

En los primeros capítulos nos llevas a tu infancia, hablándonos de tu familia, tus sueños, las visitas al pediatra o el judo. Sin embargo, de todo ello, lo que más me ha gustado es tu descripción de lo que tienes en tu estantería, así como de esa fotografía de la estantería de tus padres a la que hacías alusión antes. ¿Crees que estamos demasiado aferrados a lo material como una manera de retrotraernos al pasado?

Abraham Boba: No, no lo creo. Ahora estaba leyendo uno de esos libros raros que tanto me gustan. Uno de esos libros pop que escribió Warren Ellis, el violinista de Nick Cave, su mano derecha. Él escribió uno sobre el chicle que una vez recogió de un piano después de un concierto de Nina Simone. Ella pegó el chicle en el piano y Warren saltó al escenario al acabar el concierto, cogió el chicle y lo estuvo guardando durante veinticinco años en una toalla. ¡Un chicle! Un periodista me preguntó si no lo había leído y la verdad es que es el típico libro que quería leer desde hacía tiempo porque soy muy fan de Warren Ellis y de Nina Simone, pero no lo había leído todavía. Ese periodista me dijo que había algunas cosas de mi libro que le recordaban a ese, así que me lo acabo de leer y sí, Warren, que es un poco diógenes, guarda de todo en maletines, tiene fotos antiguas, pasajes de avión… todo tipo de cosas, hay un momento en el que habla de lo que guarda no como algo nostálgico. Más bien viene a decir que los objetos que guardas se convierten en algo valioso y que, lejos de ser material, se convierten en lo contrario, en algo casi espiritual. En realidad lo que yo tengo en mi estantería no vale nada, su valor es sentimental y espiritual. Podría decir que a medida que va pasando el tiempo esas cosas pueden ser más importantes y por eso las describo y están en el libro. Seguro que se van añadiendo otros objetos a lo largo de los años mientras que algunos perderán ese valor y acabarán en la basura.

¿No se pierden esos recuerdos si los relacionamos con un objeto en concreto? ¿El objeto ayuda a mantenerlos?

Abraham Boba: Claro, el objeto a lo largo de los años tiene esa función de llenarse del poso del paso del tiempo, sí, aunque las cosas se terminan desgastando.

De nuevo a vueltas con los recuerdos y las fotografías, en éstas aparecen trofeos, miniaturas y varios objetos como un cuchillo o tu colección de botas. Imágenes muy potentes y curiosas, que entiendo sirven como complemento para entender las reflexiones que haces en estas páginas, ¿verdad?

Abraham Boba: Sí, totalmente. Forman parte de ese juego pop que te comento. Está claro que ves ahora ese trofeo que aparece en una página del libro y creo que es algo bonito. Cada vez que iba a casa de mis padres veía ese trofeo con su mármol y su placa, y con el paso del tiempo se ha convertido en algo que estéticamente, si lo encuadras dentro de determinado marco, se convierte en un objeto vintage. Eso es lo que tiene ir envejeciendo, que las cosas que van pasando por tu vida cada vez molan más estéticamente (risas). El tiempo añade a estos objetos algo estético que a mí personalmente me encanta.

También hay mucho cine, superhéroes, actores y películas que aparecen principalmente en el capítulo “Perspectiva forzada”, y nos muestras además que para ti no hay prejuicios. ¿Cuánto de inspiradores pueden llegar a ser Alfredo Landa o Peter Dinklage?

Abraham Boba: Inspiradores no demasiado, la verdad. Sinceramente yo no he visto “Juego de Tronos”, así que me he perdido prácticamente lo más importante que ha hecho en su carrera Peter Dinklage. Aparece como actor acondroplásico, lo que mal llamamos “enano”, y ya sabemos que él es un activista a favor de que a estos actores no se les encasille en ciertos papeles, lo que le ha traído unos cuantos problemas. En el caso de Alfredo Landa es un actor que resumen tan bien al español de clase media de cierta época… Además tiene como esas variantes tan bestias pasando del detective de “El crack”, como muy triste y oscuro, a la comedia más pura. Un referente para mí no es, porque tampoco es que yo tenga referentes actorales porque no me dedico al cine, pero Alfredo Landa me parece un grandísimo actor.

“Esta sociedad va hacia la maximización, así que supongo que el adjetivo grande se seguirá utilizando mucho más que pequeño”

También hay un capítulo dedicado a la música (“Gente pequeña y una montaña”), pero no a tu música, sino a canciones y músicos que te han marcado, desde su estatura a su grandeza escénica y artística. ¿Por qué crees que no podemos salir de esa manida forma de adjetivar a los músicos talentosos como “grandes”, algo que irremediablemente implica altura?

Abraham Boba: Es lo que hablamos siempre. Yo mismo lo he utilizado antes al decirte que Alfredo Landa es un “grande”. Para mí se ha convertido casi en un chiste porque cada vez que escucho eso pienso en lo que he descubierto con el tiempo al fijarme en el lenguaje. Hasta que empecé a escribir el libro no había pensado en esa relación entre lo que significa y conlleva el adjetivo “alto” y todo lo que trae consigo “bajo”. Como casi siempre, lo alto tiende a ser algo positivo y lo bajo negativo. No lo había pensado antes de empezar a escribir el libro, la verdad. Es lo mismo que usar el adjetivo “grande”. A mí me lo dicen mucho cuando bajo del escenario: “Parece mentira con lo bajito que eres y lo grande que te haces en el escenario”. Ya se ve que esta sociedad va hacia la maximización, así que supongo que el adjetivo grande se seguirá utilizando mucho más que pequeño, o alto más que bajo.

Una de las cosas que más me gusta de ese capítulo en cuestión es que aparece la figura de Prince como referente y además aparece también fotografiado jugando al baloncesto. Es como si todo cuadrase.

Abraham Boba: Sí, de hecho yo quería hablar de Prince por varias circunstancias sin entrar en lo musical, como algo más bien referido a lo que causó en mí descubrir su música o su vídeo de “Purple Rain” y este tipo de cosas. Sabía que tenía afición a los botines con tacón, como yo, pero no sabía que su sueño de adolescente era jugar al baloncesto. Lo descartó porque tenía muy baja estatura y no le quería ningún equipo, así que decidió dedicarse a la música y ya ves (risas).

En el capítulo “La tríada oscura” nos llevas hasta lo más profundo de ti. Se siente como el más personal y terapéutico de todos los capítulos. De hecho, nos hablas también de tus terapeutas y de tu acrofobia. ¿Cuánto de esa tríada de maquiavelismo, psicopatía y narcisismo que expones hay en ti?

Abraham Boba: ¡¡Uff!! Eso me lo guardo para mí. 

Aunque eso sí, nos dejas entrever en esas líneas la parte más profunda de ti mismo.

Abraham Boba: Sí, pero es un capítulo que hay que saber leerlo entre líneas. Podría haberme explayado más y no he querido porque se puede leer entre líneas y juega con todos los personajes que aparecen en el mismo. Empieza hablando de Napoleón y de Alejandro Magno, de Franco, Musolini, Lenin… son muchos los personajes que aparecen en ese capítulo que tiene que ver con los desórdenes mentales. Por eso creo que es para leerlo más de una vez y buscar bien en él.

“Los que se consideran personas por la mañana y artistas por la noche no van conmigo”

Precisamente en ese capítulo, cuentas un episodio que me ha encantado, en el que hablas del retrato que te hace Cristina Martínez. Incluso nos lo muestras en una foto. También le descubres a todo aquel que no lo sabe que te llamas David. ¿Han sido estos detalles en concreto una manera de dar a conocer más la persona que el personaje de Abraham Boba?

Abraham Boba: Nunca he considerado que Abraham Boba fuera un personaje, es solo un pseudónimo que empecé a utilizar porque mi nombre me daba pereza. Esto fue allá por el 2005. Hice una maqueta, me ficharon en Limbo Starr, saqué un disco y me quedé con ese nombre. ¡Para qué iba a cambiar! Para lo poco que me escuchaban, si me cambiaba el nombre se perdían los que ya me habían escuchado (risas). Y así he seguido desde entonces, pero nunca he considerado que fuera un personaje. Para mí todo es parte de lo mismo. Escribir este libro, subir a un escenario, hacer un programa en la radio, contestar una entrevista… todo es parte de lo mismo. Creo que de eso va esta vida de la creación. Levantarte por la mañana y ser esa persona que se dedica a crear. Yo lo hago las veinticuatro horas del día.

Es que en otros casos se habla siempre del artista diferenciado de la persona.

Abraham Boba: Los artistas que dicen eso no son grandes referentes para mí, la verdad. Los que se consideran personas por la mañana y artistas por la noche no van conmigo. Cada uno puede hacer lo que le dé la gana, pero yo entiendo que este curro implica un compromiso del cien por cien de mi tiempo.

Las redes aparecen en “Un drama”, ¿cuánto daño pueden hacernos potenciando nuestras diferencias en lugar de unirnos?

Abraham Boba: Prefiero no usar mucho las redes. Además, a medida que va pasando el tiempo, el salto generacional con las redes es enorme. Una persona de veinte años tiene un concepto totalmente distinto de las redes al mío, por eso es algo que veo que está ahí, que ha venido para quedarse, pero cada uno verá cómo tiene que usarlas. Yo las uso para exponer mi trabajo y darme a conocer porque ante tal aluvión de propuestas de todo tipo si no levantas la mano no te hacen caso, pero las relaciones no me interesa hacerlas a través de las redes sociales, sinceramente.

Sin embargo, en las redes se potencia mucho la imagen, que también aparece en el libro, debido a la importancia que le damos entre selfies, directos y demás muestras que tenemos a nuestro alrededor. ¿Cuál crees que es el punto de no retorno para darnos cuenta de que esa imagen está cobrando un protagonismo excesivo?

Abraham Boba: No lo sé, la verdad. Tendría que ser sociólogo para decírtelo. No sé cuál es el punto de no retorno. Como la historia de la humanidad es bastante cíclica llegará un momento en el que todo el mundo se harte de eso y aparezca otra cosa que tenga que ver con otro foco de atención y supondrá un punto de inflexión. No tengo ni idea. A mí, de momento, no es algo que me preocupe en exceso, como queda claro en el libro.

“Hacer reflexionar a la gente viene más de preguntar que de responder y afirmar”

Me estoy dando cuenta de que parece que al escribir un libro de este estilo puedas tener muchas más respuestas a nuestras preguntas, cuando en realidad lo que planteas al lector es lo contrario, más preguntas que respuestas.

Abraham Boba: Claro, eso es lo interesante también. Hacer reflexionar a la gente viene más de preguntar que de responder y afirmar.

En el epílogo haces referencia al canon de belleza marcado por el “David” de Miguel Angel, pero lo que más me llama la atención es la mención al ensayo revelador de Michael De Montaigne. ¿Es este libro testigo de ese ensayo? ¿Cuánto sirvió de inspiración?

Abraham Boba: Sin duda ha sido una inspiración. Si no has leído “Ensayos” de Michael De Montaigne te lo recomiendo. Él es el padre del ensayo moderno y habla desde mucho tiempo atrás de los mismos males del ser humano que nos acechan ahora. Es muy reflexivo y tiene partes muy valiosas. Me encontré ese pasaje que habla de su altura y sabía que tenía que incluir algo relacionado con eso porque fue un hallazgo.

Junto a ese pasaje aparece otro de los símbolos que más me ha gustado, que es tu playmobil personalizado junto a una miniatura del “David” de Miguel Ángel. Puede ser el mejor resumen para este libro, la imagen del “David” con tu miniatura de playmobil. ¿De dónde surge esta idea tan fantástica?

Abraham Boba: Sí, tengo las dos miniaturas en la estantería. Las vi juntas y pensé que tenían que ser una foto que, si no iba en la portada, tenía que estar en su interior. Explicaba muchas cosas y por eso está ahí.

Mencionas los comentarios en prensa que se refieren a ti como “pequeño gran hombre” cuando actúas con León Benavente y hablas del grupo casi únicamente al final, haciendo referencia a cuando bajas del escenario con comentarios como el que he mencionado. Sin embargo, este libro se puede leer totalmente al margen de ser seguidor de León Benavente. ¿Cuánto te han arrastrado tus compañeros o te han animado para lanzarte a esta aventura?

Abraham Boba: En el grupo nos apoyamos en todo lo que hacemos, tanto dentro como fuera del mismo. Desde el principio me apoyaron, se leyeron el libro y les encantó.

Ahora que conocemos a Abraham Boba como cantante, compositor, músico, poeta y ensayista, ¿qué nos queda por conocer de tu universo?

Abraham Boba: No lo sé. Ya veremos qué es lo próximo (risas). De momento voy a hacer un show sobre este libro. Lo estreno el 31 de enero en el Teatro Circo de Murcia. Va a ser como su puesta en escena. Se titulará igual, “163 cm”, y se basará en el contenido del libro.

Finalmente, ¿puede ser este “163 cm” un antídoto contra los complejos o sencillamente una forma de abrir las puertas para poner el foco en lo que verdaderamente importa del otro?

Abraham Boba: Creo que con que consiga lo que me provocan los libros que me gustan, que es disfrutar y aprender cosas que no sabía antes de leerlos, me doy por satisfecho.

Muchas gracias por tu tiempo. Esperemos que funcione a las mil maravillas el show que nos comentas alrededor del libro y que terminéis también por todo lo alto ese fin de gira de “Nueva Sinfonía sobre el Caos” en el Movistar Arena con León Benavente. 

Abraham Boba: Muchas gracias. Un abrazo.

MFC Chicken + The Hot Jivers: Al desencuentro por el reencuentro


Sala Ambigú Axerquía, Córdoba. Sábado, 6 de diciembre del 2025. 

Por: J.J. Caballero.
Fotografías MFC Chicken: Antonio E. Molina.

Un desencuentro suele incluir connotaciones negativas, por definición. Si al término le acompaña el adjetivo “enemigo”, que también podría ser sustantivo y sustancia en el caso que nos ocupa, se transforma en sinónimo de comunión, sinergia y/o felicidad transitoria. Desencuentro reencarnado en reencuentro, enemistad vestida de conexión. Cuando se juntan ambas palabras hemos de ceñirnos a su significado más que al concepto. Y a la definición, que podría revertir a la original en su hipotética entrada en cualquier diccionario de nuevo cuño: “1. Encuentro fructífero y edificante”; “2. Concordia”. Y todo ello habría nacido por obra y gracia de los padres, primos y padrinos del evento, con Antonio Corduba al frente (horas y horas de mails, llamadas, mensajes y quebraderos de cabeza lo han hecho “alcalde” por derecho propio), Migue Pérez y todos los que rodeamos de alguna manera a la entente bicéfala llamada El Colectivo, y las salas y bares que acogen toda esta bendita locura que después de década y media regresaba a uno de sus territorios de referencia. 

Los números y los corazones no mienten, aunque estos últimos no entiendan de cuadraturas ni matemáticas: Casi doscientas cincuenta personas dejándose la piel delante y detrás del escenario de la canónica sala Ambigú Axerquía, que el sábado se convertía en su epicentro geográfico y cronológico. Todavía faltaba la culminación y la entrega del felpudo –sí, así de originales son estos sujetos-, que finalmente viajará a Villarreal, junto a la costa del Azahar, donde dentro de un año esperamos estar para vivirlo y contarlo con la misma emoción. Pero vayamos al grano, porque aquí hay poca paja que descartar.

No es habitual, sobre todo para quienes se desencontraban por primera vez, encontrarte nada más entrar con unos señores de cierta edad vestidos como si acabaran de terminar una actuación con Frank Sinatra en alguna de aquellas noches mágicas del Rat Pack, o directamente salidos de un fotograma en color de una vieja y mediocre película protagonizada por Elvis Presley, en las que lo único que importaba era la música. Los Hot Jivers son una anomalía en una escena variopinta donde lo moderno y lo antiguo conviven sin dificultad y con riesgo de contaminación. Un talludito Jesús Jurado, bragado en mil y una batallas, empecinado en perpetuar el legado de sus ídolos a base de duro entrenamiento (es probablemente el frontman más espectacular del género en la actualidad), presenta a su banda con la misma pasión con la que luce traje y cimbrea cintura y micrófono en el trajín de un rock’n’boogie ejecutado con sabiduría y experiencia. Versionan a Celentano, Bobby Darin, el “Tequila” original de The Champs, la década de los sesenta ya les queda lejos y rebotan su sonido chisporroteante en cada rincón de la sala y entre todos y cada uno de los enemigos íntimos que los rodean, a la espera de un plato tal vez mejor condimentado pero dudosamente más sabroso. La pimienta la pusieron ellos; el curry venía desde unos cuantos miles de kilómetros para que al menú no le faltara ni un perejil.

Si seguimos los dictados del motor de búsqueda de Google o a la dictadura de la IA, MFC Chicken podría ser el leit motiv de un capítulo de South Park en el que la ley de marihuana medicinal de un estado norteamericano es llevada a la sátira, o bien el nombre de una cadena de comida rápida célebre en la Norteamérica de los sesenta. No se sabe si por una u otra razón la banda de la que hablamos decidió bautizarse con la misma denominación de origen. Nunca mejor dicho, porque fue en Londres, en una freiduría de pollos de uno de los barrios donde reina la comida basura por excelencia, donde germinaron las primeras ideas de un cuarteto que ya es referencia de un sonido y básicamente de una actitud con escaso parangón varios años después. Spencer Evoy, el hombre del saxo y los ademanes de orate escénico, vino de Canadá, y Ravi Low-Beer, el baterista más encantador del mundo, es fruto de la inmigración hindú que aún hoy sigue bastardeando las calles de la capital europea. Zig Criscuolo, el bajista (pluriempleado como miembro de los no menos graníticos The Fuzillis) tampoco es dueño de un apellido británico pero su acento demuestra lo contrario, al igual que el de su hijo Dan, la última incorporación a la empresa de las aves de corral y guitarrista prodigioso en camino. Juntos y revueltos, adueñándose del suelo propio y los aires ajenos, consiguieron que la noche del sábado 6 de diciembre quedase grabada a fuego en el recuerdo de todos y cada uno de los asistentes, y a la vez en la historia ya veinteañera del Desencuentro Enemigo. 

Nunca, y cuando decimos nunca es nunca hasta ahora, habíamos visto y escuchado a esta sala incendiada por el sudor, dispuesta a derrumbar paredes si hacía falta, hermanada por las voces de canciones que casi no conocían, alucinados con lo que estaba ocurriendo ante sus ojos. Los hombres de la pollería, un tropo recurrente en sus temas, se habían apoderado del espacio y nos habían empoderado a todos con un par de soplos y tres o cuatro rasgueos. Cuatro discos como cuatro soles. Arrebatos de be-bop, trazas de soul ignífugo, rockabilly al punto, garage rock vestido de domingo, dosis de boogie contemporáneo… Todo lo que podamos imaginar, imaginémoslo. O mejor, hagámoslo realidad recordando pildorazos de poco más de dos minutos como “(Ain’t nobody) meaner than my baby”, “KFC called the cops on me”, “Voodoo chicken”, “Spy wail”, “Love (is gonna fuck you up)” o “Lake bears”, donde hacen mofa del amor, se abonan al caos y apelan al baile como única salvación posible. Destrozan a la vez que abrazan las convenciones de los géneros a los que se arriman, y basándose en sus últimas ocurrencias –en el tramo central incorporan “Milk chicken”, “Jackpot”, “Bargain bucket”, “Ain’t no fun”, “Heebie Jeebies”, “Sit down mess around”, “Chicken shack” y “Bad news from the clinic”- nos ponen patas arriba y además nos dejamos tocar lo que haga falta, con perdón. Estos tipos se suben a tocar a la barra, se confunden entre la multitud, no le temen a las escaleras ni para improvisar “La cucaracha” mientras cambian de ampli y vuelven a empaparnos en el aceite caliente de su sonido para darnos la respuesta a ninguna pregunta en “Chicken is the answer”, instarnos a volver a la playa con “Beach party” e invitarnos a su última locura, “Goin’ chicken crazy”, haciendo la enésima conga antes de rendirnos para siempre al poder del dios pollo, y no va con segundas. Dos horas después, aún estábamos mirando vídeos y fotos al azar como recuerdo de algo que apenas acababa de ocurrir. Con muy poco margen de error afirmamos, porque así lo sentimos, que lo de estos señores superó las expectativas, cualesquiera que fueran, de devotos, admiradores y advenedizos. Algo que, tal y como están las cosas, no está al alcance de muchos.

Así, sin más y sin menos, quedamos emplazados a un epílogo que no fue sino la culminación de unos excelentes augurios. Desencontrémonos más a menudo, queridos enemigos, porque la unión probablemente ya no hace la fuerza, pero sí la puede convocar. Y cuando procede de tantos puntos, acaba derribando todo tipo de obstáculos para conseguir sus propósitos. Los nuestros, y de esto tampoco cabe la menor duda, quedaron ampliamente satisfechos. Ya lo dijo el Loco: El futuro es una ilusión cuando el rock and roll conquista tu corazón.

Javier Corcobado: “Solitud y Soledad”


Por: Javier González. 

Celebrar cuarenta años haciendo música en un país tan desagradecido con la cultura como España es una efeméride de tintes épicos, qué duda cabe. Si dicha cifra se cumple sacando adelante una carrera coherente, capaz de unir tradición y vanguardia, dejando tras de sí una estela de absoluta independencia, convirtiendo al sufrido artista en orgulloso “rara avis” y en el arquetipo de crooner underground hispano por excelencia, no queda otra opción que festejar la cifra llevando a cabo un trabajo de lo más especial.
 
Un artefacto con el que dejar claro que mientras la mayoría tratan de sacar adelante sus carreras siguiendo las huellas del rebaño musical, existen unos pocos románticos que han decidido volar alto y libres. Y entre selecto grupo de francotiradores sobresale por su carácter indómito el bueno de Javier Corcobado. Un ave fénix musical que lleva esquivando la desidia años y años, ajeno a las trampas del sistema, aquellas que acaban imponiendo componer con el piloto automático activado, haciendo de los márgenes, allá donde por otra parte florecen normalmente las carreras más interesantes, su paraíso creativo donde solo tiene cabida la libertad radical. 

Días atrás acaba de editar “Solitud y Soledad”, otro maravilloso compendio de grandes canciones, un total de veinte, empaquetadas en formato doble álbum, con dos partes bien diferenciadas que a continuación desgranaremos, claro está, pero que parecen encerrar un hilo conductor que une presente y pasado. Nosotros las llevamos disfrutando sin medida ni control un par de semanas, porque tratándose de las composiciones de éste alemán de nacimiento y vallecano por crianza, no entendemos otra forma de atacar su prosa y ruidismo existencial que con la “excesividad” con la que un día con total acierto le definió su buen amigo, Edi Clavo, el siempre mítico batería de Gabinete Caligari, quien conoce a Javier desde la cercanía que dan las distancias cortas y las madrugadas que se tornan amaneceres regados en licor de los que brotan la sana camaradería.

Como decimos, el primer disco lleva por nombre “Solitud”, contiene diez canciones redondas donde la prosa tensa de Corcobado alterna viejas sonoridades con crudeza y vanguardia en el marco de una producción muy lograda, hasta el punto que mucho nos tememos que podemos hablar de uno de los mejores álbumes que ha firmado en este ámbito a lo largo de toda su trayectoria. Arranca con la titular “Solitud y Soledad”, un crepuscular medio tiempo, repleto de belleza, que crece a cada segundo, para continuar con la crudeza de “Que maravilla sería”, insinuando un bolero fronterizo, oscuro y sensual donde se viste con las pieles del enorme crooner que es; lanzando un directo al mentón en el muy autobiográfico pasodoble punk “No tengo remedio”, donde uno siente brotar la sangre caliente de España en cada fraseo y un innegable homenaje al sonido Caño Roto, cambiando a un registro urbano en “Ansiedad del tiempo”, en la que su poesía se lanza a pie de calle para moldear una composición cuasi funk, repleta de ritmo vacilón. 

El punk-rock industrial y abrasivo de “En la sombra de una copa” nos invita casi a un akelarre alcohólico, mientras nos retrotrae a viejos himnos como “La navaja automática de tu voz” y se despide de los “Caballitos de anís”, “Devorar la vida” es una invitación a vivir el momento con un arranque totalmente techno, continuando con la mántrica “Ying Yang Jung Venus”, arropado por los coros que le brinda con total acierto Aintzane con G de Gloria, antes de sorprendernos cantando en euskera por primera vez en su carrera en la rockera “Errigoitin”, un claro homenaje al terruño que después de tantas tormentas le ha brindando la calma que el bueno de Corco tanto necesitaba. Cerrando esta primera parte con “Inundaciones de Amor”, otra composición marca de la casa que será recibida con jubilo por su público que también parece escrita en primerísima persona, y cerrando en falso con el minimalismo a piano y voz de “Escúpeme”, idónea para cerrar sus próximos conciertos antes de acometer los bises. 

La sorpresa llega cuando nos enfrentamos al segundo vinilo, “Soledad”, donde para regocijo de fieles y neófitos asistimos a la regrabación de viejas grandes canciones de su discografía, por supuesto que no están todas las que son, pero sí una pequeña y acertada representación, arrancando con la fenomenal “Desde tu herida”, grabada originalmente para “Agrio beso”, que ahora ve mejorado ostensiblemente su sonido con nuevos arreglos y una producción más contemporánea, pero no será la única joya oculta del álbum. Avanzando en el cancionero disfrutaremos de un conjunto de acertados duetos que arrancan con la presencia de Jorge Martí, vocalista de La Habitación Roja, quien le acompaña en “La cárcel”, en una nueva toma que te arrastra, emociona y transporta a otro polo de existencia con sus veleidades a cantautor electrificado. 

En “cruz de respiración” cuenta con la colaboración de Marc de Dorian, tirando de Nacho Vegas para recuperar “Cine de verano”, otro bombazo que sienta al asturiano como anillo al dedo, rescatando de “Corcobator”, aquel trabajo en el que afloró el yo femenino de Javier; en otro trallazo como “Dame un beso de Cianuro” está acompañado por Alaska, en una versión down tempo y repleta de languidez que vuelve a sonar una vez más oscura, decadente y peligrosa, con ese particular cierre que invita a la locura; dejando a su buen amigo Andrés Calamaro “Susurro”, original del álbum “Editor de sueños”, a la que esta nueva mano de pintura en fenomenal compañía sienta a las mil maravillas, cerrando, ahora sí de forma definitiva, el capítulo de colaboraciones con su cercana Aintzane con G de Gloria en “El mar es mi corazón”. Pero cuidado que hay más, porque intercaladas entre las ya mencionadas en este segundo disco incluye revisiones en solitario de hitazos como “Carta al cielo”, poco que añadir a una de las letras más bonitas y crudas de nuestro rock, “Secuestraré al amor” y “A nadie”, contando con que todavía podría haber sacado lustre a su discografía que incluye otros temones como “Caballitos de Anis”, “Coches de choque” o la ya mencionada “La navaja automática de tu voz”, entre otras muchas glorias ocultas, este disco habla muy a las claras de quién es Javier Corcobado en nuestra cultura alternativa y dentro de nuestro panorama de autores libres de ataduras. 

Corcobado vuelve a destapar el tarro de las esencias con “Solitud y Soledad”. Su música, siempre distinta, sinuosa y atrayente, como casi todo lo prohibido, sigue manteniendo el embrujo de lo que es auténtico, visceral y vital, aquello que desprende tanta energía como una tormenta basada en la crudeza de una existencia sin tregua, un abismo que él conoce como pocos en nuestro rock. Cada uno de los pasos de su carrera llevan la etiqueta de “no aptos para todos los públicos”, sus andanzas, excesivas y dramáticas, hablan de todo aquello que importa y lo hacen con la crudeza y sinceridad de aquel que tiene un compromiso con el arte. Si en este país hubiera un mínimo interés por la cultura y una dosis justa de coherencia, Corcobado sería un artista de masas, como no las hay, se trata de un artista de culto con una discografía a sus espaldas que haría caerse de bruces a más de uno moderno de tercera, carente de riesgo y que solo saben de trucos publicitarios para oídos fáciles. “Solitud y Soledad” simplemente refrenda lo que ya sabíamos, puesto que la grandeza de Javier Corcobado es infinita, como la estupidez de aquellos que a estas alturas de la película todavía no le escuchan. Más claro, el agua. 

Hoy no hay sonrisas, el último adiós a Jorge Martínez


Por: Javier González. 

Foto: Iván González.

Recuerdo con exactitud aquella fría mañana de hace casi 16 años en la sala “El Sol” donde tuve el placer de encontrarme cara a cara con Jorge Martínez por primera vez en mi vida. Hasta allí nos desplazamos parte del equipo de “El Giradiscos” para asistir a la entrega del disco de diamante que acreditaba las ventas millonarias por parte de su banda de siempre, Ilegales

La ceremonia transcurrió con los ritmos habituales de este tipo de actos, donde pudimos disfrutar de una pequeña actuación de Jorge acompañado para la ocasión por El Gran Wyoming

Al acabar la misma, no sin cierto temor puesto que su fama le precedía, nos acercamos a pie de escenario con la intención de pedir a Jorge una fotografía y un autógrafo. En ese momento nos miró con esos ojos que destilaban un chispa especial, como de niño travieso, para colocarnos entre sus brazos, mientras bromeaba con nosotros, quienes sorprendidos ante la cercanía del trato que nos dispensaba no dudamos en pedirle una entrevista, la cual accedió a concedernos mientras facilitaba su número personal de contacto con absoluta cordialidad. Tras hacerlo, invitó a todos los presentes acercarse a la barra para “abrevar sin medida”, mostrando su descontento por la negativa del personal a servirle un cubata mientras soltaba unos cuantos exabruptos que tuvieron su continuidad esa misma noche en el marco de un concierto que decidió recortar ostensiblemente, molesto todavía por lo que él entendía un trato fuera de lugar en el acto acontecido esa misma mañana. 

Aquel día se abrió para la gente que hacía posible “El Giradiscos” una puerta que no se ha cerrado hasta hoy con su doloroso deceso. Allí pudimos ver la doble dicotomía que siempre ha caracterizado al bueno de Jorge. En apenas unos minutos mostró su maestría y toda su actitud a la guitarra, regalando unos cuantos himnos que seguimos disfrutando en innumerables conciertos por toda la geografía nacional a lo largo de años posteriores, y también nos hizo participes de la cercanía, inteligencia y peculiar sentido del humor del que estaba dotado; mientras que en paralelo, apenas unos segundos después, pudimos ver el fuego del infierno arder con el cabreo monumental que se agarró, dejando claro que el suyo era un carácter especial que le granjeó una merecida fama de “enfant terrible” de nuestro rock, algo que no siempre jugó a favor de la popularidad comercial de la banda. 

Evidentemente, la historia musical de Jorge Martínez comenzó mucho antes de esta breve anécdota. Él mismo se ha encargado de contarlo en la fenomenal biografía en formato entrevista que le firmó Carlos H. Vázquez, “Jorge Martínez. Conversaciones Ilegales”, obligada lectura para cualquier aficionado al rock español que se precie. Allí se recogen historias y aventuras desde los tiempos de su infancia hasta el momento en que se enamoró de una guitarra eléctrica que había en un escaparate, anécdota que solía contar en los directos la gira “La lucha por la vida”, por cierto, acabó consiguiéndola gracias a su buena mano como pintor de cuadros, una de las opciones que pudo haber abortado su carrera musical, la otra era haber seguido con su estudios en la facultad de derecho, pasando por los tiempos en que tocaba en aquellas abominables orquestas de las que siempre echaba pestes hasta los primeros pasos en bandas como Madson, germen del proyecto con el que alcanzó la merecida fama y el estrellato. 

Con Ilegales, inicialmente junto a David Alonso, batería, e Iñigo Ayestarán, bajo, destapó el tarro de las esencias en la década de los ochenta, firmando algunos de los mejores trabajos de nuestro rock. Para la historia quedarán el inicial “Ilegales”, en cuya gira ya entraría a formar parte de la banda el gran Willy Vijande, “Agotados de esperar el fin” y “Todos están muertos”, tres manuales vigentes hoy día que hablan sobre la vida y la muerte, sobre la conflictividad social, los peligros que acechaban a ras de calle a la vuelta de cualquier esquina y la reconversión industrial tan dura que nuestro país vivía en una década donde la estabilidad pendía de un hilo; acompañados de una giras salvajes, donde los tópicos del sexo, drogas y rock and roll quedaron pequeños ante el empuje Ilegal, quienes sin embargo sintieron en primera piel las consecuencias del duro camino por los años de excesos, motivando cambios en la formación que serían casi constantes en su andadura. Y también lo notaron en cuanto a su relación con otras bandas, puesto que en ocasiones eran repudiados por algunos compañeros de profesión por la latente visceralidad y violencia de sus presentaciones en vivo, la cual en muchas ocasiones traspasaba los límites de unos directos donde la banda, provista de ingentes cargamentos de sustancias químicas y alcohólicas, siempre demostró ser la más potente del panorama musical estatal, una pasión por el sonido y la calidad en el instrumental más perfecto que no les abandonó en ningún momento de su singladura. 

No podemos afirmar que en la discografía de Ilegales haya un mal trabajo, básicamente porque eso sería faltar a la verdad, pero sí es cierto que  les costó más de lo debido encontrar el paso en la década de los noventa. El propio Jorge nos confesó en alguna ocasión que durante aquellos años se dedicó más de lo debido a disfrutar de los placeres de la vida. Tampoco ayudaron las apariciones del gigante astur en programas de dudosa calidad cultural como “Moros y Cristianos”, donde, con su peculiar carácter, daba bastante juego qué duda cabe, un juego que le apartaba del verdadero don y propósito de Jorge que no era otro que la labor creativa y ser un animal de directo. Dicho esto, vistos hoy día algunos de los trabajos de aquel período como “Todo está Permitido”, “Regreso al sexo químicamente puro” y “El corazón es un animal extraño”, se colarían ahora mismo en muchas listas como parte de lo mejor del año musical. 

Hubo que esperar bastante para volver a disfrutar de material Ilegal, ya que desde “Si la muerte me mira de frente me pongo de lao”, editado en 2003, la relación discográfica de la banda se limitó a reediciones y la edición de trabajos en vivo, acompañados siempre de giras en nuestro país ante audiencias menores de las debidas, siendo Latinoamérica un terreno siempre fértil para ellos, pues allí el fuego de Ilegales seguía vigente en países como Ecuador donde su popularidad nunca decayó. 

En este receso discográfico, Jorge Martínez decidió apostar a doble o nada, parando la actividad de la banda con una gira de despedida y la posterior edición del dvd, “Ni un minuto de silencio”, mientras en paralelo fundaba Jorge Ilegal y Los Magníficos, con quienes publicaría un primer álbum homónimo (2011), “El Guateque del Hombre Lobo” y “Nos vimos en el Psquiátrico” (2015), un curioso trabajo en directo rodeado de compañeros donde repasaba buena parte de su repertorio histórico. Bajo dicho nombre rescataría géneros tan denostados en ocasiones y alejados del rock como el tango, bolero y chachachá, en una aventura que acometía por ser una de las pocas personas en directo que podía permitírselo, tanto por conocimiento de dichos estilos como por ser la única banda en España capaz de afrontarlos gracias a la gran diversidad instrumental con que contaban; cabe recordar que la colección de guitarras del bueno de Jorge superaba las sesenta piezas, alguna de ellas de incalculable valor.

El rock seguía latiendo fuerte en el corazón de Jorgón, por lo que decidió rescatar a Ilegales del cajón. Y vaya si lo hizo. Desde 2015 a 2025, entregó cuatro discazos, “La vida es fuego”, “Rebelión”, “La lucha por la vida” y “Joven y Arrogante”, además de sendos documentales, “Mi vida entre las hormigas” e “Ilegales 82”, en lo que muchos interpretamos como una carrera contra el tiempo, donde al talento habitual de la banda se acompañó una capacidad de trabajo estajanovista que plena de acierto volvió a situar la popularidad de la banda en un estatus que jamás debió haber abandonado. A cada disco le acompañaban las mejores de las críticas, colándose en las listas de lo mejor del año para muchos medios especializados y los conciertos se contaban por “sold outs”, mientras que en el escenario la banda compuesta en estos últimos tiempos por Tony Tamargo, a la guitarra y teclados, Jaime Belaustegui, encargado de la batería y el mítico Willy Vijande al bajo, junto al inconmensurable Jorge Martínez, volvía a hacer las delicias de los viejos fans y de nuevas generaciones que no dudaban en responder que Ilegales eran su banda favorita. 

Lamentablemente en plena gira de presentación de su último trabajo, “Joven y Arrogante”, un maldito cáncer se ponía en el camino de Jorge. Tocó parar la maquinaria Ilegal y confiar en una recuperación que tristemente no se ha producido. Ayer tarde gente muy allegada a la familia nos comunicaba el empeoramiento de su estado y hoy, con lágrimas en los ojos, hemos leído la noticia de su triste fallecimiento. 

Habrá tiempo de homenajearle y seguir defendiendo el legado de uno de los músicos más divertidos, directos, inteligentes y elocuentes que nunca nos hemos echado en cara. Un tipo de los que de verdad exprimió la vida. Sus discos y proclamas, los mensajes llenos de certezas y la claridad para exponer situaciones vitales que incluyó en sus letras seguirán maravillando dentro de unos años, puesto que sus discos siguen sonando hoy misteriosamente vigentes, actuales y peligrosamente ciertos. Sin embargo, para muchos que tuvimos el placer de conocerle en las distancias cortas, una vez que la grabadora se apagaba, la sensación es muy dolorosa. Muchos intercambiamos esta mañana mensajes llenos de rabia, tristeza, dolor y una sensación común de orfandad, ante la pérdida de un mito, pero también conmovidos por decir adiós a una persona que nos había llegado muy dentro. 

Jorge era muchas cosas, demasiadas, algunas de ellas desconocidas para la gran mayoría más allá del estereotipo del rockero que dibujó un personaje que a veces le devoró. Existía un Jorge cercano y amable. Educado y profundamente generoso. Un Jorge que daba sin necesidad de recibir. El rockero nos dejó huella, nos puso a pensar, nos hizo contestatarios y rebeldes, mientras nos ponía a bailar pogos descontrolados. Sin embargo, el Jorge Martínez que se humanizaba nos hacía verle más grande de lo que era en su cuerpo hercúleo, cada frase o consejo, se quedaba retumbando en tu cabeza, mientras pensabas que delante de ti había alguien sensible y culto, además de extremadamente inteligente. 

Hoy su colección de guitarras guarda un doloroso silencio y su ejército de soldados de plomo se ha quedado sin la figura del general que les comandaba en la batalla. Apuesto a que el palacio de Bolgues, La Casa del Misterio, habrá amanecido distinta hoy, presta a admitir a un nuevo morador, el más ilustre de toda la familia y el que habrá dejado mayor huella en la historia de nuestra cultura popular. 

Con sumo dolor y una tristeza que no nos cabe en el pecho, despedimos a Jorge Martínez. Sospecho que él intuía algo desde la gestación de este último trabajo, escuchar y ver el vídeo del single “Joven y Arrogante” me ha puesto desde el primer día el nudo en la garganta. Creo que pasarán meses antes de que vuelva a verlo. Gracias por todo, Jorge. Ni en mil vidas olvidaré/olvidaremos tus enseñanzas. Gracias por el trato dispensado y la sensación de camaradería que sentí/sentíamos en cada encuentro contigo. Joder, Jorge, cómo duele despedirse de ti. Buen viaje, macarra. Arma una buena allá donde estés y no cambies nunca. Y perdona esta cursilería de la que te reirías seguro: te queremos. D.E.P.

Guadalupe Plata + P. A. Barham: Vuelta al pantano, negro sobre rojo


Sala Ambigú Axerquía, Córdoba. Viernes, 5 de diciembre del 2025. 

Texto y fotografías: J.J. Caballero. 

Puede sorprender, e incluso indignar a más de uno, que un evento que se ha estado llevando a cabo durante la friolera de veintitrés años por diferentes puntos de la geografía hispana aún no sea de dominio público. A la probable indiferencia de un grueso de público potencial al que, queda demostrado, no se dirigen los esfuerzos de la organización ni el programa de festejos, se contrapone una multitud apabullante de fieles venidos de prácticamente toda España que hacen mucho más ruido del que podríamos esperar. La lista oficial de inscritos para participar en las diversas paradas del cartel superaba las ocho decenas, y si añadimos los nombres y el ímpetu de quienes decidieron sumarse a la causa en el penúltimo momento, las bendiciones y los parabienes se multiplican y el ánimo se hace grande y luminoso. Lo que ha conseguido Antonio Corduba gestionando conciertos, alojamiento, recorrido turístico, almuerzos y fin de fiesta posiblemente no llegue a ser una gesta, pero se le acerca mucho. Lo mismo que la complicidad y el sustento logístico de El Colectivo, con Migue Pérez al frente, otro nombre esencial en la escena local y el cerebro en el origen de todo esto allá por los albores del nuevo siglo, cuando La Percha, referencia del underground granadino, se erigió como templo y oratorio básico para el desarrollo de lo que devino en el Desencuentro Enemigo actual. 

Las raspas de pescado que la banda madrileña hizo eternas en miles de camisetas se fundían con el diseño insignia de la nueva edición, inundada de marrones futboleros, blancos contaminados y negros de militancia irredenta. El desfile de sonidos no hacía más que comenzar, previa parada gastronómica en el entrañable Cuatro Gatos, la noche del viernes más esperado de diciembre cuando el británico, que ya es más cordobés que cualquiera, Paul A. Barham se subía al escenario de la sala Ambigú Axerquía para ejercer de honorable maestro de ceremonias. Su currículo se lo permite y su destreza lo merece, todo hay que decirlo. Un músico vocacional que pelea con su suerte constancia mediante y pureza en la mezcla de sonidos salidos de su estudio. Hay mucho ahí de new wave británica, aunque él sea un hijo bastardo del punk y del blues, un matrimonio teóricamente imposible y eventualmente infalible. Ha armado una banda con visos de estabilidad, The Varlets, con la que después de mucho tiempo se le acumulan bolos en la agenda con toda la naturalidad del mundo. Sigue haciendo lo que sabe y con las armas que controla, que cada vez son más precisas y apuntan mejor al blanco deseado. Dos guitarras, bajo, batería y teclados, tocados por algunas de las mejores manos de la escena cordobesa y aledaños, en un set impecable de clase y conocimiento: “Intoxicated”, “Same old star”, “Red alert” –cada una de su padre, que es el mismo, y de su madre, que podrían ser varias ateniéndonos a sus matices-, procedentes de diversas etapas y remozadas para la ocasión, culminan en la personal cover de “Shakin’ all over”, el original de Johnny Kidd & The Pirates cientos de veces escuchado en otras voces- y en dos de las piezas más recientes, “Down in the valley” y “Pink stucco house”, donde se apuntan direcciones interesantes si es que el tiempo y la autoridad permiten que su carrera continúe como debiera. Una semana antes ya había probado algunas de ellas en formato acústico, ahora sólo tenía que rearmarlas y mutarlas en mucho más que unos apuntes. Tenía que ser él y los suyos quienes abrieran el fuego de los justos.

Lo de después ya estaba escrito en el guion con tinta indeleble, y no éramos nadie para borrar alguna línea o incorporar otras innecesarias. Los ubetenses conocen perfectamente el terreno que pisan, y en esta ocasión ayudaba el hecho de volver a una segunda casa donde se les reconoce y aprecia como lo que verdaderamente son. Cuando Pedro de Dios y Carlos Jimena encienden las luces rojas y dejan escapar la humareda comunitaria la ceremonia del pantano, la gran misa negra a la que Howlin’ Wolf o Robert Johnson podrían haber asistido, el abismo nos engulle y el fango nos acoge con la misma facilidad de siempre. Suponerles docilidad, en cambio, sólo es admisible si revisamos un set list casi clónico al de su última visita hace casi un año, del que sólo se desmarcan para rescatar un “Champú de foie” inédito rescatado de unas grabaciones a las que ni siquiera llegaron a dar forma. Fue el gran momento, el guiño, el gran regalo que se trajeron al Desencuentro Enemigo. Por lo demás, siguen reconociendo la valía de la gran semilla que plantaron con su primer disco y la enormidad de temas como “Baby me vuelves loco”, “500 mujeres” o “Lorena”. Van sobrados de leyenda y su proverbial humildad los hace seguir siendo inconscientes de un nombre que los asocia a una especie de institución, casi siempre asociado a su inmensa capacidad instrumental y a clásicos de vientre oscuro y dentadura pestilente como “Milana”, “Cementerio”, “Jesús está llorando”, “Gatito”, “Huele a rata”, “Demasiado”, “Hoy como perro”, “Funeral de John Fahey”, “Tormenta”, “Serpientes negras”, “Mecha corta”, encadenadas sin palabras que interrumpan un discurso tan inexistente como apasionante. Sin púas ni protección alguna ante las simas de folclore reinterpretado como las de “Al infierno que vayas”, “Calle 24”, “Lo mataron” o la seminal “El cóndor pasa”, pasada por el habitual tamiz de western music, pero sobre todo conmoviendo con el minimalismo crudo de “La cigüeña”, una pieza inmemorial de la tradición juglaresca convertida en música popular sui generis. Sin explicaciones ni adornos, salvo el de las maracas, panderetas y botella de anís (el costumbrismo obliga) que el guardaespaldas Luis Aróstegui les trae para el mínimo apuntalamiento de unos temas que se regocijan en su esencia y habitan el rincón más alejado de la insustacialidad. Sí, también debían ser ellos los que marcaran el camino correcto según los parámetros indicados.

El primer capítulo de la nueva temporada del Desencuentro Enemigo no sólo se saldó sin bajas, sino con varias e inesperadas incorporaciones. Los datos hablan a voces: Más de doscientas personas fueron testigos de ello, y alguna que otra sonrisa y abrazos poco habituales entre bambalinas daba fe de que todos la tenemos. Esperen a leer el resumen del segundo, el final será el "cliffhanger" más comentado del año en la ciudad.

Oasis: 30 años de "Morning Glory" y una gira para la historia


Por: Javier Capapé. 

La experiencia terminó. La gira de reunión de Oasis puso su punto final hace menos de un mes tras cuarenta y un conciertos entre julio y noviembre recorriendo las Islas Británicas, Japón, Corea del Sur, Australia y una buena parte del continente americano. Noel y Liam Gallagher no defraudaron y dejaron la puerta abierta a una futura nueva vuelta a los escenarios con lo que ellos llamaron una pausa seguida de un periodo de reflexión.

El año 2025 ha sido sin duda para ellos. La tan esperada reunión se hizo realidad y convocó a una buena legión de seguidores de todas las partes del mundo para volver a abrazarse en comunión con un cancionero imperecedero e infalible. No hubo nuevas canciones ni concesiones para los fieles más exigentes. Sus conciertos fueron una sucesión de clásicos incontestables que demostraron el por qué Oasis ocupan un lugar muy destacado en el Olimpo del rock.

Además, esta gira se produjo coincidiendo con la efeméride de uno de los discos más importantes del rock británico. "(What's the Story) Morning Glory" cumplía treinta años desde su publicación y como símbolo de su etapa dorada ocupó la mayor cuota dentro del setlist de estos conciertos. Un álbum que siempre ha estado entre mis discos de cabecera, que se convirtió en referencial desde su primera escucha y que me ha acompañado muy de cerca desde entonces.

En el segundo trabajo de los de Manchester, sus canciones estaban en las cotas más altas, tanto a nivel compositivo como interpretativo. Noel recopiló varias de sus composiciones más redondas (y eso que venía de entregar tan solo un año antes una cosecha tremenda) y la banda, con un Liam inspiradísimo al frente, las presentó con gran contundencia y calidad en su ejecución. Lo que faltaba por pulir en algunas canciones de su debut aquí se perfilaba con mucho más tino para no dejar espacio al descuido. Todos y cada uno de los diez temas (más un par de extractos instrumentales) que se paseaban por sus surcos eran dignos del mejor disco de rock para las masas. Sucesores de los Beatles, pero con el descaro de los Who o los Stones, Oasis sembraron una colección de obras maestras de las que evidentemente no han podido prescindir en sus presentaciones en vivo de este 2025. Treinta años después, pero tan necesarias y urgentes como entonces. Su arranque, con el descaro particular que desprende "Hello", les ha servido para abrir sus directos más recientes, como queriendo decir: "¡qué grande es estar de vuelta!". Pero a este particular himno que pone todo patas arriba le seguía una acelerada "Roll with it", con un Liam provocador y desbocado, y el que fuera su single más celebrado, la acústica y sublime "Wonderwall". No hay nadie que conozca que no haya entonado los versos de este estribillo en alguna ocasión. Simplemente perfecto. Por eso no podía faltar en la recta final de estos conciertos, al igual que ocurría con la muy Beatle "Don't look back in anger", quizá la mejor interpretación vocal del bueno de Noel, a un nivel tan intenso y sobrecogedor como su hermano pequeño. 

El espíritu de los Stone Roses también se dejaba notar en su segundo largo, particularmente en "Hey Now!", aunque ésta sea una de las pocas canciones que han preferido no rescatar en su vuelta al ruedo. Algo que no ha ocurrido con "Cast no Shadow", una tonada delicada y con cierta repetición de patrones que la podrían emparentar con "Wonderwall", pero que siempre ha funcionado por mostrarnos su cara menos agresiva. Dedicada desde su concepción a su compañero y amigo músico Richard Ashcroft que, además, les acompañó como telonero en su round británico, muestra toda su energía contenida en un estribillo que presenta unas armonías vocales sobresalientes que se apoyan en unos arreglos de cuerda apabullantes. Es soberbia y épica, aunque quizá demasiado bien resuelta para un grupo al que también le gustaba revolcarse en el barro y buscar sonoridades más ásperas, algo que sí ocurre en "Some might say", que enarbola la actitud más descarada y directa de los hermanos con un estribillo redondo y una estructura perfecta para alzarse como himno. 

El disco contenía una pequeña delicia sesentera llamada "She's electric" que quedó también fuera de los setlist de este verano, pero que no debería faltar en ninguna fiesta de la década dorada del pop británico, a pesar de que fuera compuesta muchos años después de ese escenario. Es fresca y cada vez más atractiva, aunque pasen los años, porque es totalmente atemporal. Por el contrario, "Morning Glory" tuvo siempre una actitud más ruda, buscando cierto punto de desasosiego y arrebato bien manejado por sus rugientes y distorsionadas guitarras, algo que quizá haya hecho que la canción se mantuviera en sus directos a pesar de su crudeza.

Tal vez el cénit de su carrera se encontrase al final de este disco, en la lisérgica y siempre necesaria "Champagne Supernova". La canción eterna, cuyo solo de guitarra desearíamos que no terminase nunca y cuyo estribillo contiene los versos que mejor definen a una generación. Apadrinados y acompañados en esta obra maestra por Paul Weller, "Champagne Supernova" se ha convertido en su canción reverencial, la que pervivirá por siempre. Es perfecta, y por eso mismo ha servido una vez más para cerrar los conciertos de esta gira que quizá tenga continuación, pero que en este año que termina nos ha regalado la actualización de unos clásicos imperecederos. Aunque Oasis se han limitado a reproducirlos tal y como eran. Reactualizarlos no ha significado cambiarlos, porque estas canciones se sienten y disfrutan mucho mejor tal y como son. Sin florituras ni arreglos del siglo XXI. Directas y con el mismo semblante de la cuna a la tumba.

"How many special People change?" Tal vez los mismos Noel y Liam hayan cambiado en estos más de quince años en los que aparcaron a su banda madre, pero su música nos acompañará siempre, como así se ha demostrado al resucitar al monstruo. Esta reciente gira no sólo ha sido un éxito en todos los sentidos, arrastrando nuevamente a masas enfervorecidas de fans a lo largo y ancho del mundo, sino que ha despertado de nuevo las ansias del rock de siempre, la necesidad de compartir esta música eterna, imprescindible e imperecedera.

Hace no demasiado tiempo trataba de explicarle a un amigo por qué son tan importantes Oasis para mí, y aunque no podía describirlo con facilidad sí que llegué a la conclusión de que son una de las pocas bandas que escucho prácticamente todas las semanas del año. ¿Añoranza o magnetismo? No puedo asegurar si es la nostalgia la que me lleva a esto, pero es un hecho. Por eso mismo, me dolió no volver a ver a los hermanos Gallagher encima de un escenario, pero también sé que siguen tocando en mi escenario particular con asiduidad y que sus canciones (tal y como me encanta escuchar en sus versiones originales) no han perdido ni un ápice de su autenticidad inicial. No estoy seguro de si escribo esto para rememorar el éxito de la gira de Oasis de 2025 o más bien por el treinta aniversario de su disco más laureado, pero lo que sí sé es que lo que me mueve a escribirlo es mi ferviente pasión por unas canciones que nunca han dejado de ser mis compañeras de viaje y una banda que, pase lo que pase, nadie podrá negar que han escrito una parte de nuestra historia.