Dom Mariani: “Apple Of Life”


Por: Txema Mañeru. 

La verdad es que nos encanta, en general, la música australiana. Entre sus nombres más destacados siempre ha estado, para un servidor, el del gran Dom Mariani. Merecido icono del power-pop, entre otros estilos, como puedan serlo The Chevelles, Hoodoo Gurus o Paul Kelly. Pero Dom es mucho más aún. Sí, ha estado al frente de bandas tan imprescindibles como The Stems (desde aquí te recomendamos su espectacular y reciente disco en directo para Folc Records), DM3 o The Someloves., pero ha tocado también y tiene discos con Stonefish, The Majestic Help o Baggage Handler. Por si fuera poco lleva ya más de una década componiendo la mayoría de las canciones del estupendo combo de hard-rock psicodélico setentero Datura4. Con su último trabajo, “Neanderthal Jam” (Alive Records Natural Sound / Popstock!) estuvieron girando de nuevo entre nosotros y dejando un excelente sabor de boca, al igual que con el último regreso con los magníficos The Stems. Recordando el título de su obra maestra, “Al First Sight Violets Are Blue”, decir que a primera audición son más que recomendables todos y cada uno de los proyectos de Mariani. 

Igualmente lleva su firma algún disco, y algún amplio recopilatorio a su nombre, como el recomendable “Homespun Blues & Green”, con el que debutó en 2004 con la destacada producción de Mitch Easter (R.E.M., Let’s Active). Un gran disco de power-pop. Ya entonces le ayudó en muchas composiciones Jeff Baker, quien ahora sólo le ayuda en dos de los 11 nuevos y excelentes temas. También repiten músicos del calibre de Tony Italiano y Stu Loasby. Además, se unen a la fiesta dos de sus más importantes compañeros en los Datura4 como son Bob Patient, con el destacado Hammond y el piano, o Joe Grech al bajo. Luego están los numerosos detalles con la pedal steel de Luke Dux (Kill Devil Hills, The Floors), o Pete Busher (The Lone Rangers) y la importante guitarra acústica en muchos momentos y sus espléndidos coros. Coros a los que se suman otras cuantas voces en diferentes canciones. No falta algún teclista más en composiones sueltas o el gran solo de guitarra de Michael Menna en la estupenda apertura de la cara B, "Breaking Point". Un tema lleno de energía y en el que también destaca un guapo Moog ochentero al estilo de The Cars con la firma de James Newhouse.

Pero quién más brilla en el nuevo disco es el propio Dom con un montón de instrumentos, todas las composiciones y la brillante producción. Desde "Breakaway" hasta "Jangleland" estamos ante una gozada para los amantes del power-pop y con esos detalles vocales e instrumentales de los que ya te hemos adelantado algo. Este segundo disco en solitario arranca con los riffs poderosos repletos de garra que trae su "Breakaway", en la que brillan unos buenos coros femeninos. Luego llega el segundo single y tema titular del disco. Una preciosidad con triples guitarras que puede remitir a los Go-Betweens en los momentos más calmados, pero también a The Replacements en los más enérgicos. El estribillo a varias voces y los maravillosos coros ponen un gran colofón a una pequeña obra maestra. Hay más destacados estribillos. Es el caso de la también enérgica "World On Its Head", que antecede a un precioso lento, "Sad State Of Affairs". "Where Do Lovers Go" es una preciosa balada para enamorados con divina pedal steel y una de las dos composiciones en las que le ayuda Baker. Más de seis minutos que se hacen cortos.

La cara B ya te hemos dicho que arranca muy arriba con la citada "Breaking Point". Regresa al amor y a las baladas preciosas repletas de mágicos coros y guitarras con otra maravilla titulada "Jealous Love". "Oh Angeline" es una preciosidad sesentera como algunas de The Hollies, también por sus voces y de nuevo esos detalles con la divina pedal steel y con el piano de Anthony Fenner. "Take It All Back" es otra de esas baladas que se te clavan con sus estupendos coros y, de nuevo, esa sentida pedal steel de Luke Dux y la ayuda en la composición de Baker. 

Cierran por todo lo alto con el lógico primer single titulado "Jangleland". Una gozada soleada y muy jangle-pop con aires a la Costa Oeste y hasta ecos a The Byrds o The Turtles. Las armonías vocales vuelven a protagonizar el tema, así como su guitarra de 12 cuerdas. Mencionar también que "Day After Day" es la cara B de este destacado primer single. No está en el LP, pero es una joyita melódica con exquisito piano que puede gustar a los seguidores de los REM más melódicos y reposados. También soleados como esta maravilla. Ojalá pudiera acercarse también por estos lares para traernos las canciones de este celebrado regreso a su olvidada senda en solitario.

The Last Dinner Party: “From The Pyre”


Por: Nuria Pastor Navarro.

Es curioso cómo la hoguera es lugar de purificación, pero también de sacrificio. De regeneración, destrucción. Es cuna de multitud de historias, es simbiosis de luz y violencia. Es símbolo, alegoría, mito. Y también piedra angular del arte de las chicas de The Last Dinner Party.

Este grupo goza de una juventud literal y personal: las cinco componentes se mueven aún en la franja de los “veintialgo”, y comenzaron a tocar juntas hace apenas un lustro. Como otros muchos, se conocieron en la etapa universitaria alternando entre clases y pubs londinenses, y no mucho después agarraron sus instrumentos. La pandemia que marcó sus inicios no fue un impedimento demasiado grande: para 2022 ya estaban abriendo el concierto de los Rolling Stones en Hyde Park. Y así comenzó la hermandad de Abigail, Lizzie, Emily, Georgia y Aurora que, aunque con poco recorrido, ha conseguido cautivar a miles de oídos por todo el mundo. Su primer álbum, “Prelude To Ectasy” (2024), acierta de lleno con el título. Esta congregación de canciones hace de preludio al éxtasis, abriendo la puerta del maravilloso mundo de mitos que las chicas nos ofrecen.

Este trabajo dejó más que claro el estilo de las Last Dinner. Temas como “Burn Alive”, “Sinner”, “My Lady Of Mercy” o —uno de los más conocidos— “Nothing Matters” recurren a una simbología que pelea entre la religión y el paganismo. Con un pop retorcidamente tétrico consiguen calar la estética barroca en las partituras. En otras palabras, The Last Dinner Party son algo cercano a un aquelarre moderno.

La espera para otro álbum no ha sido muy larga. Un año y medio después llega “From The Pyre” —de nuevo, brillante título—, un disco que se mantiene en la línea temática y musical del grupo con claros paralelismos con el anterior, pero también con mucho más que ofrecer. Esta fiesta dionisiaca comienza con “Agnus Dei”, una canción de amor con un ritmo animado que, aun así, se vale de metáforas terroríficas como el apocalipsis o las tumbas. Y ahí radica la belleza de Last Dinner: coincidentia oppositorum. El tema amoroso prosigue con “Count The Ways”, que nos recuerda un curioso hábito de la banda: los rápidos cambios de ritmo. Y es que la profunda voz de Abigail a veces parece tener una personalidad en las estrofas y otra diferente en el estribillo, haciendo que las canciones parezcan coloridos mosaicos que mezclan luces y sombras. Cabe mencionar que esta no es una mala cualidad, ni hace que el resultado musical sea peor. Simplemente es una de las marcas de identidad del grupo, como podría ser una pieza de joyería, un peinado o esa chaqueta que tanto te pones porque te encanta.

La racha amorosa se rompe con uno de los singles: “Second Best”. Esta ruptura está ilustrada, de nuevo, a base de elementos a simple vista muy diferentes. Una intro coral, casi angelical, se junta a un estribillo rabioso, rockero, y todo ello es simplemente maravilloso. Como cabría esperar, la teatralidad es también un punto importante en la música de la banda. En su eterna creatividad, consiguen convertir un caso de “ghosting” en un baile de inspiración western. “This is the Killer Speaking” va seguida de otros temas igualmente cargados de alegorías como “Rifle”, “Woman is a Tree” o “I Hold Your Anger”, que valiéndose de lirismo, descaro y buen ingenio musical suenan casi como himnos. Temas como la violencia, la degradación de la naturaleza o la presión social sobre las mujeres protagonizan este pequeño manifiesto.

El final del álbum se va acercando con “Sail Away”, una delicada balada que desborda nostalgia y anhelo, y “The Scythe”, uno de los temas más populares. En él, las chicas se enfrentan a una despedida con un “te veré en la próxima vida”. Guadañas y fiestas discotequeras se entremezclan, resultando en una extrañamente optimista metáfora de la muerte. Y como colofón, podemos disfrutar de la canción “Inferno”, en la que las artistas se presentan como Jesucristo o Juana de Arco —que probablemente habría sido muy fan de Last Dinner de haber existido en el siglo XV—. El tema narra la lucha por sobrevivir al día a día mientras intentas encontrarte a ti mismo. El dantesco nombre ya lo anuncia: el álbum cierra con una nota algo agridulce, aunque eso no nos quita el maravilloso camino que se recorre a lo largo de las diez pistas.

Todo este viaje musical es marca de las influencias que The Last Dinner Party lleva dentro, y es que estas chicas parecen hijas de Lana Del Rey y Florence + The Machine, criadas por Fleetwood Mac a base de escuchar discos de David Bowie. Una mezcla extraña, ambigua, pero que casa sin problema alguno. Son artistas y, a la vez, arte en sí mismas. Muchachas que pisan fuerte y no temen en ningún momento sacarnos la lengua desde la pira.

Manolo García: “Drapaires Poligoneros”


Por: Javier Capapé. 

Manolo García no obedece a la norma. Es un rebelde, un revolucionario de manual que tras casi treinta años con una carrera en solitario consagrada no se deja llevar por las reglas voraces de la industria. Sus últimos dos discos, lanzados en conjunto hace tres años, vinieron de la mano y únicamente se presentaron con un single previo cada uno. Eran discos complementarios, pero con un concepto de canción diferente en cada uno de ellos. Casi dos horas de canciones nuevas y sin ganchos fáciles. Una empresa titánica, pero al músico catalán poco le importaba. Un artista que vive desconectado de lo superfluo, sin presencia en las redes ni acaparando portadas. El artista romántico que desde su retiro aparece cuando él considera necesario, cuando tiene algo interesante que mostrar. Así ha actuado siempre Manolo García y así vuelve a hacerlo con este “Drapaires Poligoneros”. Nada menos que dieciséis canciones, algo totalmente inusual en estos tiempos, y una fidelidad a sus formas y estilo que no pretenden ganar adeptos, sino atraer a aquellos fieles que entienden perfectamente a estas alturas las intenciones de García. Aquellos que quieren acercarse a esta colección de retazos de vida simplemente con la intención de disfrutar de la música que bebe de unos textos siempre cuidados y un refinamiento sonoro que es ya marca de la casa. 

Desde que hace ya unos años Manolo García dejase sus aproximaciones a otros estilos más cercanos a latinoamérica y se centrara en una pulida música dominada por las guitarras brillantes y la precisión británica (con la excepción de “Desatinos Desplumados” que viraba hacia la tradición peninsular), sus canciones pueden adolecer de cierta repetición y escasa capacidad de sorpresa, lo que no quita para que su producción sea cuidada y muy refinada, pero en la que apenas encontramos motivación más allá de descifrar los complejos significados de algunas de las expresiones utilizadas en sus versos o de sumergirnos en ciertos toques y giros estilísticos que van poco más allá de la sutilidad.

No parece este “Drapaires Poligoneros” una excusa para volver a la palestra renovando su perfil público tras anunciar el regreso a los escenarios de El Último de la Fila, pero tampoco deben buscar los seguidores del popular dúo completado por Quimi Portet referencias entre estas canciones a la banda que volverá a actuar en directo después de treinta años en varios conciertos multitudinarios a finales de la próxima primavera. Este es un disco cien por cien Manolo García, con inquietantes y retorcidos versos arropados por unas guitarras cristalinas muy presentes que dan cierta homogeneidad estilística al conjunto sin salirse de la línea trazada desde el ya lejano “Todo es ahora”. Desde entonces, pocos virajes, pero sí una apuesta segura por la calidad y la reflexión, aunque si se trata de encontrar algunos caprichos en forma de canción quizá podamos encontrarlos entre estos “drapaires” o pequeñas obras “recicladas”, tal y como sugiere su título. A estos caprichos me refiero cuando escucho esa intro suave con la que abre el disco, “Pequeña e ingenua reflexión”, que no llega ni a los dos minutos, o la canción que da título al mismo, la primera vez que García firma un texto enteramente en catalán. Algo parecido ocurre con la coda final, un instrumental de teclado que logra dejarnos en reposo tras una buena dosis de experiencias contenidas en canciones de factura clásica y tempos estándar.

Alberto Serrano y Sara Gracia se encargan de las seis cuerdas en casi todo el minutaje, junto a la sección rítmica fija en su carrera en solitario formada por Antonio Fidel y Charly Sardá. Los también habituales Álvaro Gandul, Ricardo Marín u Olvido Lanza se dan cita en el tema “En Ibiza, con honderos baleares” y consiguen hacer de esta canción algo más fresco y desprejuiciado, incluso es menos enrevesada, lo cual se agradece, ya que nos llega a mitad de metraje, después de canciones mucho más encorsetadas en el imaginario del catalán como “Mariposas de metal” o “Recuerdo vertical”, que aún siendo convincentes nos aportan poco. Algo que no ocurre con “Un nudo gordiano”, donde destacamos y agradecemos su crudeza a las guitarras, “Lloraré”, que aún siendo muy previsible llega a sorprender por su solo de eléctrica central, o “Lustre y lumbre”, que tiene unos toques country muy bien escogidos, defendiendo además, sin medias tintas, la cercanía entre nosotros y la búsqueda de lo real, alejándonos de esa actitud tan contemporánea de “besar un retrato en la pantalla”.

El que fuera primer single, “No estás solo, tienes tu voz”, es quizá la canción que más sigue la estela y el concepto de El Último de la Fila, consiguiendo destacar ligeramente sobre el resto, lo que también le ocurre a “Subí con la dama”, aunque en el caso de ésta es más bien por sus intérpretes. García repite en este tema con aquellos músicos norteamericanos que le acompañaron en “Geometría del Rayo” y “Todo es Ahora”. Me estoy refiriendo a Jessker Hume, Sarah Tomek, Megham Toohey y el mítico Gerry Leonard, que le imprimen un aire más ligero, mucho más directo, contrastando de forma más clara con el resto, que cuentan con la banda habitual del músico ya comentada.

De aquí hasta el final no hay muchas curvas. Un poco de filo más cortante en “El celoso”, algo más de rítmica en “Fuego fatuo”, un buen estribillo que contrasta con las estrofas más a jirones de “Somos un enigma” y unas guitarras floydianas que se apoderan desde su puente del medio tiempo que es “El día de hoy”. Cierto es que estos “Drapaires” nos dejan algo fríos, todo hay que decirlo, pues despiertan poco nuestra curiosidad, pero tampoco creo que fuera lo que pretendía su protagonista. Nos haremos un gran favor si no buscamos en ellos una referencia directa a lo que será su gira junto a su compañero de andanzas vicense. Pero tampoco lo entendamos como un capricho o una excusa para marcarse una inminente gira de teatros previa a la explosión de El Último de la Fila. El alma poligonera de Manolo García obedece a su propio instinto, como reflejábamos al principio, y pese a quien le pese, es un ejemplo de coherencia, fidelidad y compromiso con la creación en un mundo donde lo que verdaderamente importa está mucho más allá de la pantalla de seis pulgadas que portamos en la mano.

Nani Castañeda: “Este libro es un homenaje a una generación de músicos de alto nivel muy poco reconocidos en su mayoría”


Por: Javier González. 

No vamos a engañar a nadie al afirmar que el adiós de Niños Mutantes nos dejó un hueco profundo en el corazón. Por supuesto que entendíamos las razones de la banda para colgar los instrumentos, abandonar las grabaciones y parar la furgoneta definitivamente. Pero con su despedida también afloraron los recuerdos de buenos ratos compartidos en noches de conciertos y entrevistas promocionales, donde su cercanía y simpatía natural hacían de cada charla un momento especial. 

Por suerte los caprichos de la vida han vuelto a brindarnos la oportunidad de charlar con Nani Castañeda, batería Mutante, con la fenomenal excusa de preparar un cuestionario centrado en “Indilogía”, su segunda referencia como escritor donde hace un repaso personal, sesudo y apasionado desde la prehistoria hasta nuestros días de lo que a su juicio son algunos de los mejores álbumes de aquello que dio en llamarse música independiente. 

El libro es una pasada, no solo por la información que contiene, capaz de transitar en el delicado filo entre la erudición y lo didáctico, sino también por su enfoque ameno y divertido, buscando generar reflexión e invitando al debate constructivo, algo que no sorprende lo más mínimo a los que conocemos a su autor. Un tipo cercano y cariñoso, entre otras muchas virtudes más, con el que despachar un ratito de amena conversación siempre es un auténtico placer. Os dejamos con Nani Castañeda, un granadino sin par que forma parte de la nobleza de nuestra música alternativa y que es “Mutante por la gracia de Dios”. Ahí es nada. 

Permíteme arrancar casi con una pregunta un poco maliciosa. ¿Se echa de menos seguir siendo un mutante, girar como un nómada por las carreteras del país y la adrenalina de tocar en directo? ¿O por el contrario sientes que la decisión fue más que correcta? 

Nani: No te voy a engañar, hay ratos muy chungos y un agujero difícil de llenar, que me temo estará ahí siempre. Tener una banda y llegar a donde nosotros llegamos (que tampoco fue a la cúspide, pero casi la tocamos) es algo maravilloso y tan adrenalínico que es muy difícil quitarse y desengancharse. Para mí lo más doloroso es no componer. Me encantaban esos procesos y momentos en los que estás montando un nuevo tema y te parece maravilloso, llegar a casa y escuchar una grabación chunga en la que ya se adivina lo que puede llegar a ser. Es un momento indescriptible, al menos para mí. Desaparece el universo y solo estás tú flipando con la escucha y lo que te provoca. Cuando la oyes meses después en el estudio por primera vez, desaparece el universo de nuevo. Renunciar a todo eso es como dejar de tomar una droga dura. Muy difícil y a veces triste. Pero sigo pensando que el momento era el idóneo, que nos merecíamos ese reconocimiento de la gira final y que lo importante era el legado que hemos dejamos. 

Recientemente ha llegado hasta nuestras manos “Indilogía”, tu segunda referencia como escritor, toda vez que hace ya unos cuantos años vio la luz “Mutante por la gracia de Dios”. ¿Qué te ha impulsado a escribir este tratado sobre el indie? 

Nani: La verdad es que fue una propuesta externa que al principio no veía clara, porque no encontraba el formato y relato adecuado, hasta que pensé en el concepto de “antología”, una selección fundamental de discos que relatasen la historia de la música alternativa española y a la vez me permitiera contar muchas cosas sobre la misma tras treinta años en ella. La idea final, por cierto, me la inspiró Luis Alberto de Cuenca y su “Las Cien Mejores Poesías en Lengua Castellana”, un libro genial que, adaptándolo a la música, ha dado lugar a “INDILOGÍA”. Me parecía importante hacer este relato, porque no existía y a la vez es un homenaje a una generación de músicos de alto nivel y muy poco reconocidos en su mayoría. 

“La Música Independiente es muy amplia, no implica un estilo, no es un género y tampoco depende de si trabajas para una multinacional” 

De entrada, me ha gustado comprobar que te paras detenidamente a explicar algo que para algunos quedó claro hace muchísimo tiempo, como es el hecho de que el indie no es un género. Te voy a hacer una pregunta de perogrullo, pero que creo que puede generar debate. ¿Crees que a día de hoy sigue siendo necesario explicar algo tan evidente? 

Nani: Pues sí, la demostración es el debate que se ha montado con el libro y en las entrevistas que voy haciendo por aquí y por allí. Hay un lío tremendo con esto, porque el término “indie”, por su uso, se ha convertido en sinónimo de pop-rock de guitarras y estribillos coreables. Y me gustaría decir que es eso, pero no lo es, aunque solo lo sepamos tú y yo y algunos más (risas). La Música Independiente, que es de donde viene “indie” es muy amplia, no implica un estilo, no es un género y a veces, tampoco depende de si trabajas para una multinacional o no, porque entonces, a la mitad de los artistas del libro tendría que dejarlos fuera, empezando por Los Planetas, el paradigma del gremio. La industria independiente es, en general, aquella que se desarrolla al margen de grandes presupuestos y multinacionales. La música alternativa, una manera y estilo de entender y hacer música. Reconozco que la frontera es muy difusa a veces. 

“Sigue existiendo la música alternativa y la música independiente” 

Y por extensión, como se plantea en la contraportada del libro. Nani, ¿sigue existiendo el indie? ¿O la mayoría de bandas -salvo gloriosas y honrosas excepciones- pertenecen a un “neoindie” que se ha convertido en lo que antaño era “pop-rock de calidad para radiofórmulas? 

Nani: Sigue existiendo la música alternativa y por supuesto la música independiente, como también existe el cine y la literatura independiente. Es una actitud. Y la misma se basa en que tu objetivo inmediato no sea el éxito por el éxito, ofrecer algo más al oyente. No veo una actitud alternativa o independiente en David Bisbal, pero sí en Alcalá Norte o Depresión Sonora, en Los Estanques o en Yung Beef e incluso Dellafuente, y, que quieres que te diga, en Rosalía; porque si “LUX” no es hacer música independiente, que baje Dios y lo vea. 

El libro presenta una estructura bien hilada, compartimentada en varias generaciones que van desde los “primos hermanos y hermanos mayores”, “hermanos medianos”, “hermanos (y hermanas) chicos” y “los hijos. Ahora”, con pequeños añadidos al final acerca de bandas seminales internacionales. Vayamos por partes. ¿Cuántos tachones tiene la lista provisional de bandas y artistas hasta dar con la definitiva alineación? 

Nani: (Risas) Se nota que sabes de esto. Bastantes tachones, yo diría que unos 20, porque llegué a apuntar unos sesenta y cinco o sesenta y seis artistas. Conservo la lista en mi libreta. Es el secreto mejor guardado desde el Arca de la Alianza. Me impuse varios criterios: No iba a hablar de artistas, sino de discos. Debía encontrar discos, en todos los casos, que fueran redondos como obra musical, al menos muy buenos (por supuesto, en mi opinión) y estos discos debían formar parte fundamental por algún motivo de la historia que iba a narrar. Seguro que mi selección no convence a todos, pero creo que es una buena lista y muy representativa. Los motivos por los que esos discos están ahí y no otros, es lo que trato de explicar al lector en cada capítulo y hay que leer el libro para descubrirlo. 

De la primera parte, hay tres nombres sobre los que no me puedo resistir a preguntarte. Hablo de Surfin´ Bichos, Lagartija Nick y Los Enemigos (sobre los que dices que no son propiamente indies porque son una banda de rock y rhytm and blues). Básicamente creo que aquí debemos reparar en tres sombras alargadas como las de Fernando Alfaro, Antonio Arias y Josele Santiago que han dejado un legado eterno en la forma de escribir canciones dentro de nuestra música que será imperecedero. ¿Estás de acuerdo? 

Nani: Por supuesto, estamos hablando de tres genios y sus carreras les avalan. Es cierto que no son grupos “indies” o de la música alternativa propiamente dicha, pero ellos ya están en otra cosa, no encajan en el pop-rock de los ochenta y son el eslabón perdido entre ambas generaciones. De hecho, han compartido escenarios, giras y festivales con todos nosotros durante treinta años de manera absolutamente natural y no conozco a nadie que reniegue de ellos. 

En la segunda categoría, me ha gustado mucho que incluyeras a El Hombre Burbuja, pero también la sinceridad con la que hablas del afán de estrellato de Sidonie o de tu falta de conexión con la voz de Iván Ferreiro, algo que haces con respeto y sin acritud, pero sin esconder tus opiniones más sinceras. ¿Has tenido miedo a la hora de que algún compañero/ amigo se te pudiera quejar por lo que decías? 

Nani: Pues mira, de los primeros en enviarme un mensaje de agradecimiento y amor fueron justamente Sidonie y Julio de la Rosa (El Hombre Burbuja). No hablo mal de nadie, fundamentalmente porque me impuse otra norma, aquello que no me gustaba lo suficiente, no estaría en el libro. No quería un libro amarillista ni provocador. Pero tampoco me callo, si creo que a un disco le sobran canciones lo digo y si hay una rima horrible o flaquezas compositivas, también. Con Ferreiro dudé mucho, lo cuento tal cuál en su capítulo, porque sigo sin tener claro si él forma parte de la música alternativa o no. Creo que es un pedazo de artista pop, sin apellidos ni etiquetas, y eso es genial, pero el libro va sobre un estilo concreto y una forma de entender la música. Sin embargo, Iván también es un gran icono del movimiento, justamente por su actitud y por algunas canciones gloriosas que están en el imaginario colectivo de todos, sin llegar a ser simples hits para radiofórmulas. Mi decisión fue que debía estar. Entiendo que pueda no gustarle esta reflexión o mis dudas, pero es un tipo muy listo y seguro que entiende la diatriba. No sé si le ha llegado el libro, tengo que preguntarle un día. En general, intento ser muy sincero en el libro, para bien y para mal. Para que el lector me crea y quiera escuchar esos discos, debe creer en mí y en mi honestidad. 

También incluyes a Niños Mutantes… ¿lo dudaste lo más mínimo? ¿O era un “palante” en toda regla? 

Nani: Me daba un pudor enorme incluirnos a nosotros mismos, pero creo que muy poca gente pondría en duda que somos una pieza más de esta historia de la música independiente. Para solucionarlo, simplemente no digo nada de ninguno de nuestros discos, prefiero que cada uno piense lo que quiera. 

“¿Negaríamos a Oasis, The Cure, REM, Nirvana o Radiohead por haber tenido éxito?” 

En el apartado “hermanos (y hermanas) chicos” cuelas a buenos amigos de esta casa como Luis Brea y Los Estanques y Annie B Sweet, así como a bandas tan dispares como Pájaro, Guadalupe Plata o Viva Suecia. ¿Crees que puede ser el apartado más impresionante o incongruente del libro? 

Nani: Cuando escucho los dos primeros discos de Viva Suecia no me desencajan para nada en esta secuencia, se da el caso de que nos telonearon en Murcia cuando no eran nadie, sé cómo sonaban y cuáles eran sus referencias. Empezaron en una discográfica independiente y ahora son estrellas de rock, sí. ¿Negaríamos a Oasis, The Cure, REM, Nirvana o Radiohead por haber tenido éxito? Sé que la frontera es difusa, pero el éxito es parte de la música independiente, pretender lo contrario es estúpido. También están ahí, y lo explico en el libro, como ejemplo de la frontera entre lo que éramos y lo que somos. Creo que Viva Suecia es el ejemplo perfecto de eso. Si Guadalupe Plata, Pájaro o Niño de Elche en “Voces del extremo” no son música alternativa e independiente, yo tiro la toalla. Son discos y artistas maravilloso que me apetecía que estuvieran ahí. 

“Alcalá Norte, Depresión Sonora, Repion, Shego, Camellos y Cala Vento me tienen flipado” 

En cuanto a la nueva hornada, citas un montón de bandas, pero sin desglosar ninguna. Mójate, aquí y ahora. ¿Cuál es tu top 5 de bandas actuales? ¿Qué debilidades personales tienes? 

Nani: Alcalá Norte y Depresión Sonora me tienen muy flipado. Repion también, Shego, Camellos, Cala Vento. Intento estar al día y veo cosas muy chulas. Sanguijuelas y La Plazuela también me gustan mucho. Rodrigo Cuevas me parece glorioso. Y lo mejor para mí es que han cambiado nuestros principios musicales, lo están mezclando y revisitando todo, y me parece maravilloso. No los incluyo en la antología, porque no se puede antologar a artistas que tienen un disco. Tienen muchas cosas que demostrar y mucho camino por delante. En la edición 2030, seguro que hablo de ellos (risas). 

Los Pixies son Dios, Morrissey es un triste de nivel 11 pero amamos sus canciones, y todos hemos querido ser The Cure en algún momento de nuestras vidas, tal y como comentas. ¿Qué hay tras todas esas bandas que citas que nos han ayudado a formarnos como personas? ¿Qué magia especial tienen sus canciones? 

Nani: (Risas) Es que Pixies son Dios y Morrisey un triste, ¿no? Mmmmm, los que éramos adolescentes en los primeros 90 estamos secuestrados por aquella época, e igual no era tan increíble. Hay cosas como Red Hot Chilli Peppers, Dinosaur Jr., My Bloody Valantine o los propios Nirvana que yo ya apenas escucho, pero cuando suena “Dirty Boots” de Sonic Youth me quedo en blanco y no puedo ni pensar. Y me pasa lo mismo con la mayoría de bandas de esa lista, PJ Harvey, dEUS, New Order, The Jesus & Mary Chain, Massive Attack. Algo tenían que nos volvieron locos a todos, y lo mío es de traca, porque no hablo inglés. Había una actitud nihilista, de insatisfacción y “me importa todo una mierda”, que molaba mucho y atrapaba. En un concierto de cualquiera de ellos ninguno decía ni “gracias”. Una cosa muy punk, pasando olímpicamente del punk. 

“Sigo pensando que el momento era el idóneo para que Niños Mutantes paráramos, nos merecíamos ese reconocimiento de la gira final” 

Dentro de las webs que comentas como referencia y apoyo para hacer el libro te has olvidado de citar como referencia a la principal de todas que es “El Giradiscos”. ¿Eres consciente del odio visceral y radical que sentimos hacia tu persona en estos momentos? ¿Podrás vivir con ello? ¿Eres capaz de conciliar el sueño por las noches a sabiendas que vives bajo amenaza? 

Nani: Joder, es para matarme. En mi descargo diré que tenía la cabeza como un bombo. No sé cuántas veces revisé el libro y admito que muuuchas referencias están consultadas en El Giradiscos, así como en todas las webs, revistas y fanzines que menciono. Un error imperdonable que solucionaremos si entre todos conseguimos que haya una segunda edición. Y un milagro que vayáis a publicar esta entrevista. Eso demuestra que sois muy grandes y generosos. Gracias chicos, ha sido sin querer. 

Actualmente sigues con tu empresa de gestión cultural y vives a mitad de camino entre Granda y África. ¿Cómo te apañas para hacerlo posible? ¿Qué clase de proyectos desarrollas actualmente?

Nani: Pues la verdad es que mi vida es una locura, pero una locura bastante divertida. Por su trabajo, mi mujer casi siempre vive en África y yo voy y vengo todo lo que puedo. Soy ya medio africano y he de decir que, efectivamente, África te atrapa. En UnoMolar, nuestra empresa, vamos a cumplir ya once años desarrollando proyectos culturales y musicales en Granada y otras provincias, estamos muy centrados en la música, pero también programamos teatro y producimos cualquier cosa que se nos encargue. Ahora mismo dirigimos en Granada cuatro festivales diferentes en todos los sentidos: pop y rock alternativo, punk y rock urbano, world music y metal. Bastante loco e inaudito, la verdad. Nosotros también flipamos. Le tenemos un especial cariño a OLA GRANADA, proyecto y encuentro basado en potenciar a las jóvenes promesas de la ciudad, que son muchas y muy buenas. 

¿Cuál será el siguiente paso en tu andadura profesional que aquellos que fuimos fans de Niños Mutantes podamos disfrutar? 

Nani: Tengo tantas cosas abiertas que no sé si seré capaz de sobrevivir a mí mismo. Como músico, por ahora, tranquilo y sin proyectos. Lo demás ya se verá. 

Nani, me ha encantado volver a sentirte cerca con este libro. Leerlo ha sido como volver a tener la sensación de entrevistarte cara a cara. Esa cercanía y humor tan característico tuyo se traslada a estas páginas y hace esbozar una sonrisa a los que te conocemos. Enhorabuena por este volumen y nuestros mejores deseos. Ya sabes que se te quiere (aunque no nos incluyas entre tus webs de referencia). 

Nani: Que sepas que me has hecho sudar tinta china en esta entrevista que he escrito a ratos (muy largos), durante tres días. Pero es que así da gusto. Lo importante son las preguntas, no las respuestas. Ha sido un placer, amigos.

Los Radiadores: “¡Están vivos! en el Fillmore Huertano”


Por: Juanjo Frontera. 

Parece increíble en estos días inconstantes, pero ya son nada menos que quince años los que contemplan la orgullosa existencia de Los Radiadores. Un combo insobornablemente punk formado en 2010 por varios veteranos de la escena valenciana -Vicente Metralla, Sergio Domingo, José Antonio Nova, alias “El Joven”- y capitaneado por todo un enfant terrible, un Raúl Tamarit que venía de cerrar capítulo en Una Sonrisa Terrible y necesitaba expresar sin tapujos su amor incondicional a la electricidad y la poesía urbana. 

A base de esos planteamientos han logrado plantarse en 2025 y afrontar su primer aniversario importante (15 años) de la mejor forma que ellos saben hacerlo: con música en directo. Editan, con su propia disquera, Bonavena, y en colaboración con Osadía Ediciones, nada menos que algo tan utópico y extemporáneo como un disco en vivo. Disco que presentaron, por cierto, hace algunos días en la sala 16 Toneladas de su ciudad, València, en una memorable actuación en la que rebosaron actitud. 

Habiendo visto tantas veces a los Radiadores en directo como lo ha hecho el que suscribe es fácil pensar que capturar su rabioso sonido y su espíritu canallesco y arrogantemente punk en un cedé es poco menos que una quimera. Pero no, todo lo contrario. Han facturado algo no sólamente digno de ellos y de su reputación, sino un artefacto que constituye quizá la mejor puerta de entrada a su universo, caso de que no se les haya descubierto aún. 

Y es que el concierto que dio lugar a este ¡Están Vivos! en el Filmore Huertano, tuvo lugar en un sitio especial. Una casona situada en el Valle del Cid, entre las alicantinas localidades de Elda y Petrer, fue testigo de un evento en que los Radiadores estuvieron rodeados de colegas, en un ambiente festivo al que contribuyeron tocando rápido, con narices, sin prisioneros, pero con la precisión que se supone a quienes no han parado de tocar en quince años.

La actuación fue fabulosamente registrada para la eternidad por Jorge Navarro Bernabé, que logró captar no sólo un sonido perfecto, también la actitud de una banda en estado de gracia que repasó aquí gran parte de su ya extenso catálogo -cinco LPs y tres EPs- con clásicos de su repertorio como “Manual de supervivencia”, “Sin dejar de sonreír”, “Si sale cruz” o “La hora de las confesiones” y amplia presencia del disco que acababan de publicar, "Sorbos de Electricidad"(2024), con “Moriré más por ti” o “Rápido” sonando frescas y efervescentes; y, como guinda, un par de frenéticas versiones: el “Esto no es”, de uno de sus referentes más claros, Parálisis Permanente, o un castellanizado “I wanna be your dog” de The Stooges, con el que ponen punto y final a su disco más crudo y también, más suyo. 

Además, es un álbum que es muy interesante adquirir en edición física, puesto que se han preocupado de hacer una edición totalmente lujosa: la carpeta está diseñada por la artista Balbina Benito y tiene un tamaño casi de disco 7”, con un formato tríptico que incluye fotografías de los miembros de la banda, textos de gente como el escritor Juan J. Vicedo, o dos regalos especiales, un libreto que contiene una colección de carteles de sus más de 150 conciertos y un mini-poster con un collage a cargo del artista italiano Antonio Minerba, basado en una de las letras de Raúl. Ahí es nada, todo un souvenir perfecto para celebrar con ellos 15 años de existencia que todos esperamos sean sólo el preludio de los 15 siguientes.

Larkin Poe, rock en femenino plural


Sala Razzmatazz, Barcelona. Sábado, 15 de noviembre del 2025. 

Texto: Àlex Guimerà. 
Fotografías: Juanjo Cordero.

"Si Dios es una mujer entonces el Diablo también lo es", así reza la letra de uno de los temas del último trabajo de Larkin Poe, "Bloom". Cómo no, la banda está liderada por dos grandes mujeres, las hermanas Rebecca y Megan Lovell, quienes demuestran algo que debería de ser tan obvio en pleno siglo XXI como que el rock no es territorio vetado a las mujeres y que éstas pueden ser grandiosas compositoras, guitarristas virtuosas y carismáticas músicos no limitadas al papel de vocalista sexy o como decía la tan admirada Kim Gordon "a ser la chica del grupo". Y es que las Lovell son grandes hacedoras de canciones tanto de rock clásico como también de blues, rock sureño, soul o bluegrass. Pero vayamos al meollo ya que su paso por nuestro país en su gira "The Bloom World Tour" se ha saldado con una muy buena nota, algo de lo que fuimos testigos el pasado sábado en su bolo de la Sala Razzmatazz.

Un fondo floreado y un cargamento de plantas adornaban un escenario que se llenó a las 20:30 horas con las dos protagonistas del evento, junto al bajista Tarka Layman, el baterista Kevin McGowan (miembros fijos de la formación) y un joven teclista de apoyo. Minutos antes, por los aledaños del recinto se había visto a un ajetreado Tyler Bryant, pareja de Rebecca, con el hijo recién nacido que tiene con la misma en brazos. Es el nuevo rol de un guitarrista que ha tocado junto a monstruos como BB King, Jeff Beck, Slash o Santana. Dentro del Razzmatazz se encontraban más de dos mil personas pendientes de la banda de su compañera que arrancó al son de la música de Pete Seger, Dolly Parton y Tom Petty. Era el espíritu del rock americano el que no nos abandonó a lo largo de la velada. 

El atronador comienzo corrió a cargo de las nuevas "Nowhere Fast", "Mockinbird" y "Easy Love Pt. 1" en los que el cargamento eléctrico hizo vibrar toda la sala, con Megan luciéndose a la slide guitar y Rebecca demostrando su poderosa garganta. Son piezas de este flamante "Bloom" con el que la banda confirma los éxitos cosechados con su anterior "Blood Harmony" (2022), el disco que les llevó el año pasado a ganar el premio Grammy al mejor álbum Blues. Ambos trabajos fueron los que nutrieron el setlist con hits como "Bluephoria" y "If God Is A Woman" , pero también con el rock pantanoso de "Deep Stays Down" o con una "Summertime Sunset" que tocaron algo más relajada. Entre medio hubo espacio para los parlamentos de Megan, gestualizando modo predicador y dando las gracias al público por las buenas vibraciones e incluso atreviéndose con el castellano gracias a una chuleta. La sonrisa y la humildad, junto con los constantes saludos al público, no desaparecieron de los rostros de las hermanas, quienes se nota que disfrutan encima de las tablas.

Rebecca no falló ni una sola nota cantando pero también demostró que es una buena guitarrista rítmica (aunque hace algunos solos notables); por su parte Megan es toda una crack al mando de una slide que parece complicada tocarla colgada a los hombros y de pie. Ese sonido de su guitarra deslizando el tubo por las cuerdas es una de las marcas de la formación. Las "sisters", tocan, cantan, hacen coros e interpretan unas canciones rockeras que se escuchan poderosas, y lo hacen con toda naturalidad, sin adoptar estigmas masculinos o poses sexualizadas, arrojando una imagen muy elegante.

Durante un momento del show el quinteto abandonó sus instrumentos para presentar un set acústico que presentó una "Southern Confort" totalmente remozada, una "Little Bit" con Rebecca al banjo, y la pieza bluegrass "Devil Music", sin faltar a los recuerdos a Robert Johnson. Para esta parte central la banda se juntó y abordó las guitarras acústicas, el contrabajo, la mandolina y el tambor captados por un sólo micro y con el público callado para deleitarnos de unos juegos de voces sensacionales.

Acabado el set nos metieron "Wanted Woman ACDC", del lejano "Peach" (2017) , "Pearls" y la potente "Bolt Cutter & The Family Name", con la que terminaron el concierto a base de solos y desarrollos instrumentales. Eso fue antes de los "oé oé oé" de los fans que anticiparon el bis de "Bloom Again", una preciosa balada a dos voces que cerraban por todo lo alto la noche ofrecida por estas grandes cracks que dignifican el rock y el papel de la mujer en él.

Johnny B. Zero: “Pequeños calvarios”


Por: Kepa Arbizu. 

Si excluimos de la ecuación las interpretaciones místicas y escogemos las científicas, menos desternillantes pero normalmente más efectivas, existe una teoría, enunciado por Jean-Pierre Garnier Malet, que sitúa al ser humano actuando en el tiempo presente mientras en paralelo lo hace en otros muchos intervalos desconocidos para él, generando desde allí una información totalmente válida para su realidad. Un desdoblamiento que perfectamente nos podría servir para ilustrar los condicionantes que han propiciado el nuevo disco de Johnny B. Zero, “Pequeños calvarios”. Y es que su principal mentor, Juanma Pastor, ha sido capaz de componer la banda sonora de la película homónima, dirigida por Javier Polo, mientras que su “gemelo”, por mantener la terminología del físico francés, se encargaba de montar las piezas de un disco que, casualidad o premeditación, compartía también fecha de publicación -separadas únicamente por un mínimo desfase de 48 horas- con la mencionada cinta en una suerte de extensión de sus vidas paralelas. Pero sin duda toda esta duplicación alcanza su sentido simbólico más relevante en la propia condición del disco, donde la inquietud existencial sirve de maná para el instinto creativo -ilustrado metafóricamente a la perfección en su portada- y la melodía puede ser la mejor aliada del rugido eléctrico. Representación de esa lógica, aunque a veces invisibilizada, convivencia entre sensibilidades dispares aquí expuesta bajo una enérgica exquisitez musical. 

Como si de una obra en constante proceso de construcción se tratase, la banda valenciana ha atravesado, y probablemente lo siga haciendo, con su discografía toda una ruta de exploración artística delimitada en todo momento por un claro rasgo identificativo. Un desarrollo, encarnado por ejemplo en la traslación del inglés al castellano y el entallamiento de la formación hasta quedar en un trío, que ha desembocado con su actual publicación en uno de sus puntos culminantes, conquistado tras encomendarse la formación a una fórmula sustentada en la naturalidad. Sin obviar su impenitente  compromiso por el noble arte de la indagación más allá de los caminos concurridos, su mejor descubrimiento se ha manifestado reduciendo su prestidigitación instrumental -por otra parte elogiosa y exitosa en pasados episodios- y rebajando la negatividad de sus discursos previos en favor de la asertividad que contienen sus nuevas piezas. Diferencias que más bien son minúsculos matices pero que, como esos pequeños calvarios que alude el título de este trabajo, acaban por configurar decisivamente la propia mirada.

La escasamente habitual presencia de hasta tres productores diferentes, Íñigo Bregel, Carlos Ortigosa y Roger García, en la gestación de un trabajo, más allá de la interpretación logística que de ello se pueda hacer, sale ilesa del más que probable riesgo de generar una inconsistencia global. Frente a esa hipótesis, desterrada gracias al sobrealimente resultado obtenido, emerge al contrario la virtud de dotar al repertorio de una bienvenida flexibilidad, brújula para este particular proceso de mutación que parte de los cánones convencionales -siempre relativizando este término cuando de Johnny B. Zero hablamos- de la canción pop para derivar en un paisaje mucho más ecléctico y cosmopolita. “Pequeños calvarios” transita así bombeado por la sangre de un cerebro creativo que encuentra en la tradición los vocablos necesarios para entonar un nuevo idioma.

Intentar agrupar el repertorio de este disco entorno a la idiosincrasia que rodea a cada uno de los productores sería restar méritos al ejercicio de efervescencia que caracteriza al álbum pero sobre todo al proyecto en sí. Una multiplicidad de registros que no solo se cita a lo largo de todo el álbum, sino que, lo más importante y reseñable, muchas veces llegan a compartir domicilio en un mismo tema. Podríamos caer en la tentación de asignar, porque tanto su trayectoria grupal como en su tarea de malabarista en los estudios así lo certifica, a las tres composiciones firmada por el miembro de Los Estanques  esa condición innata de melódico embrujo, y si esas constantes son aplicables a una “Fuerza de león” que anuncia una pegadiza naturaleza pop por la que planea sutil un zumbido eléctrico, e incluso a una “Peli de terror” que, como fiel deudora de su “pavoroso” título, alterna “escenas” de envolvente sonido acústico con brotes de alto voltaje, en una alteración de emociones trabajada con tino por bandas latinas como Café Tacvba, sin embargo “Diamantes” agarra de la solapa a los más vertiginosos y entonados The Black Keys para confeccionar una arrebatadora obra maestra que desde su aparente sencillez encumbra a sus autores. Los mismos que se muestran extremadamente hábiles en "Número 3" para aplicar un calendario contemporáneo a esas clásicas tonadas que podrían pertenecer a Los Brincos de haber nacido en este tumultuoso siglo. Ése que parece anidar en una garganta de Juanma Pastor que no solo interpreta las canciones, sino que se convierte en actor de ellas, modulando sus cuerdas hasta el punto de demostrarnos que no canta sus composiciones, sino que las vive. 

Para quien, tras el primer tramo transcurrido del disco, ose a pensar que estamos ante un disco pop, que en cierta manera lo es, carente de apellidos ni efectos secundarios, es que no conoce bien a la banda valenciana ni a su honorable afán por contravenir planes preconcebidos. Es en una segunda parte del trabajo, que encuentra su línea divisora en la aterciopelada “Una vez más”, un neosoul con el que opositan a representar un nuevo eslabón en esa línea temporal que va desde Prince Frank Ocean pasando por D’Angelo  o Curtis Harding, cuando su identidad vira hacia un contexto más abrupto e iconoclasta. Un paisaje donde reinan las guitarras enunciadas con la distorsión propia de Jack White, un sortilegio asumido también por bandas afines como The Kills, que se presentan sinuosas entre arabescos en “Ojos brillantes”, estallan bajo nueva conjugación del blues en “El día de los muertos” o empujan al tema homónimo, también de la película a la que sirve de banda sonora, a una dislocada épica. Será el insinuante funk, al que su actualización se hace llamar R&B, de "Regresión" quien anteceda al cierre con “Fiasco”, onírica y delicada pieza que sin embargo acoge a ese destructor realismo que en forma de tromba de agua borró las calles que conducían hasta el baile.

Si en un juego seductor nos empleásemos en desvestir y retirar las prendas y ornamentos que hay en este disco, que no son tampoco muchos ni ostentosos, su cuerpo desnudo sería el de un trabajo pop con el que cantar, bajo una aparente adorable ingenuidad, a esa incertidumbre romántica que nos zarandea de manera incontrolable, sumergiéndonos tan pronto en un pozo de lamentaciones como nos invita a ser eufóricos talladores de un corazón sobre nuestro árbol favorito. Johnny B. Zero lleva años demostrando que han aprendido, y sobre todo saben ejecutar con  perfección, aquella máxima que sentencia que el medio es el mensaje. Tanto han afinado esa enseñanza que su nuevo -y probablemente mejor- disco, “Pequeños calvarios”, convierte la cotidianeidad en un universo caleidoscópico, un sobresaliente ejercicio de alquimia sonora que convierte en espacios fascinantes e inéditos aquellos caminos salpicados de rutina.