Lee Konitz: "The Quintessence (New York - Los Angeles - Boston 1947-1961)”


Por: Txema Mañeru. 

La Colección “The Quintessence” es una gran manera de conocer las trayectorias de nombres básicos del jazz más clásico como Charlie Parker, Stan Getz, Jay Jay Johnson, Woody Herman, Roy Eldridge, Gerry Mulligan, Errol Garner u Oscar Peterson. Normalmente se trata de volúmenes dobles con más de dos horas de destacadas grabaciones y con completos e instructivos libretos de 20 páginas. Puedes conseguirlos, y muchas otras joyas jazz como “Histoire Du Jazz”, en www.fremeaux.com. Este reciente artefacto es una excelente forma de conocer a uno de los mejores y más originales saxofonistas de la historia, Lee Konitz. En este caso 2 horas y cuarto con un discurso propio cuando la mayoría de saxofonistas seguían inspirándose en el gran Charlie Parker citado anteriormente. Lee abrió nuevos caminos llenos de grandeza y modernidad y, al mismo tiempo, manteniendo una gran elegancia y redondas melodías. 

Aquí tenemos los mejores años de su trayectoria y en muchos momentos con compañías (o de acompañante en algunas de sus bandas y orquestas de lujo) de tan grande nivel, como Lennie Tristano, Miles Davis, Gerry Mulligan, Stan Kenton o Warne Marsh. En algunos temas, como ya hemos dicho, está muy bien acompañado por orquestas completas. Es el caso del arranque de ambos compactos junto a Claude Thornhill & His Orchestra (piano delicioso de Thornhill y brutales vientos para "Yardbird Suite") y Stan Kenton & His Orchestra, (swing palpitante en "In A Higher Vein"), respectivamente.

En otras joyas aparece sólo con acompañamiento de cuerdas como en "What’s New?". Pero hay muchos más momentos y músicos realmente espectaculares. Es el caso de "Moon Dreams", con Miles Davis & His Orchestra, o el emotivo romántico clásico "These Foolish Things", con el Lennie Tristano Quartet. También los más de 6 minutos de "Billie’s Bounce" con el Lee Konitz Quintet. Igualmente resulta una gozada el "The Nearness Of You" con el Quartet. 

El libreto de 20 páginas contiene espléndidos textos de Alain Gerber y Jean-Paul Ricard. Un swing espectacular, con el contrabajo de Arnold Fishkin y la exquisita guitarra de un Billy Bauer, está presente en muchos temas con un toque muy a lo Wes Montgomery. Por ejemplo en el "Wow" con el Lennie Tristano Sextet, uno de los mejores pianistas y de los presentes en mayor número de temas, por cierto. En el Gerry Mulligan Quartet destaca también Chet Baker con su trompeta. Podemos encontrar en este álbum muchas composiciones del propio Konitz pero también hay presencia de clásicos de Tristano, Charlie Parker (una joya su "Billie’s Bounce"), Jerome Kern, George & Ira Gershwin ("Lady Be Good"), Fats Waller, Carmichael o Gerry Mulligan

Destaca en todo ello la presencia de destacados arreglistas como Gil Evans y otros estupendos músicos como Bill Evans, Max Roach, Zoot Sims o Roy Haynes. Elvin Jones, por su parte, se sale con la batería en el cierre con el clásico "I Remember You". Un exquisito álbum que demuestra por qué Lee Konitz participó con sus saxos en en el esencial “Birth Of The Cool”, de Miles Davis.

Ilustres Principiantes: The Jade



Da igual el traje que se ponga Oli Stewart, más conocido por su álter ego como productor de Casbah 73: él lo que quiere es poner a bailar al personal. Con The Jade, el nuevo proyecto que capitanea y en el que se rodea de una corte de intérpretes absolutamente bestial, impone nuevos diálogos en torno a músicas que van desde el soul más luminoso a la música cubana, el brillo góspel, el funk brasileño, el dub alienígena o la música disco más contemporánea.

Así queda patente en "Love Harder", un ejercicio discográfico en el que establece diálogos sonoros junto a diversos intérpretes, con vocalistas que van desde Josh Hoyer a Nia Martin, Deborah Ayo, Angela Gooden o Ale Gutiérrez, pero también armando un monolito sonoro especialmente exuberante junto a Chavi Ontoria a las teclas, David Salvador al bajo, los metales de Josué García y Dani Herrera y la guitarra de Nico Ibarburu. Un dream team que consigue que el debut de The Jade suene realmente brillante.

El sonido de The Jade no está sujeto a la tiranía de las pistas de baile modernas. Es soul crudo, disco íntimo, libertad sin límites, jazz-dance afrolatino y funk ibérico, todo en uno, enraizado en la emoción y con una buena dosis de groovismo. Géneros que se mezclan y se integran siguiendo una idea sencilla: el valor de las canciones y el poder expresivo de la instrumentación en directo.

En "Love Harder", que ve la luz en formato digital y en vinilo a través de Lovemonk Discos Buenos, todo gira alrededor de las personas: músicos estableciendo un diálogo, dando forma a ritmos y melodías, interpretando canciones desde el corazón, ese pulso compartido basado en un vocabulario musical atemporal.

Cazorla Blues Festival 2025: Leyenda y nobleza


Blues Cazorla, Jaén. Viernes y sábado, 4 y 5 de julio del 2025. 

Texto: J.J. Caballero. 
Fotografía: Blues Cazorla Festival. 

Volver a lugares donde has sido feliz no es como regresar a la escena del crimen, algo que dicen no sucede jamás. Como se decía en un viejo tango o en alguna canción del maestro Sabina, no se debiera intentar repetir lo que una vez funcionó a las mil maravillas ante el riesgo de que ni los colores, ni las personas, ni la música (motor y centro de tantos momentos de felicidad) nos resulten igual de brillantes ni cercanas ni arraigadas en la memoria. Como equivocarse y rectificar es de sabios y la naturaleza humana, si de algo sabe, es de errores, hay ciertos entornos que hacen obligatoria la imperiosa necesidad de reencuentro. 

Independientemente del balance final, Cazorla es uno de esos nombres repetidos en la agenda de cada año al caer de julio, cuando la canícula empieza a hacer mella en el espíritu vacacional y los días se acortan imperceptiblemente hasta que los amaneceres se unen con mediodías llenos de pistolas de agua y fuentes reparadoras. Sí, cuando descubres que merece la pena pasar por alto el hecho de que en un festival dedicado a la música más negra entre las negras no se disfruta igual cuando la temperatura supera los cuarenta grados y en un auditorio al aire libre es imposible aclimatar cuerpo y mente, o cuando sabes que en una plaza abarrotada de gente cuyo propósito no es precisamente el de descubrir y disfrutar de las bandas que tocan enfrente de ellos, sino más bien el de pasar un largo fin de semana de piscina, sierra y líquidos amables. La costra suele tapar la verdadera herida, y en este caso había poco que curar. 

Al caer la noche, cuando las respectivas anatomías balancean su cansancio y los grandes nombres, alguno incluso legendario, salen a escena, se precisa el abono de una tierra tan fértil para germinar en músicas atávicas, que nada inventan y a todos abruman a poco que se pare el oído y se encoja el corazón. Ahí, en dos jornadas nocturnas repletas de hallazgos –a la primera no llegamos con tiempo ni ánimo de disfrutarla-, se dibuja el perfil de un evento menor respecto a gloriosas ediciones anteriores, pero dispuesto a ofrecer la mejor cosecha del tiempo que le ha tocado vivir. 

VIERNES 4 DE JULIO 

El pesar por no haber visto las evoluciones escénicas, y básicamente disfrutado del bagaje musical de la gran Nikki Hill, sin duda el plato fuerte del cartel de la noche anterior, no impidió que llegáramos justo a tiempo de asistir a la liturgia rítmica de Robbin Kapsalis, una de las reinas del blues de Chicago y volcán escénico capaz de darle al soul una mano de pintura vieja y hermanarlo con la corriente más suave del Mississippi. Acostumbrada al público hispano –el año pasado fue una de las triunfadoras del festival de blues de Béjar-, su maestría vocal viene de la inspiración en personalidades igual de abrasadoras como las de Sharon Jones o Koko Taylor o, lo que es lo mismo, domina la tradición y la evolución a su antojo. 

En esta ocasión compartía cartel con Giles Robson, otro artista que conjuga pasado y presente en cada fraseo de su legendaria armónica. Si revisamos créditos de algunos discos de Mumford & Sons, Simply Red o Skunk Anansie encontraremos sus arreglos al servicio, como se puede comprobar, de gente variopinta y adscrita circunstancialmente a su virtuosismo. Al amparo de semejante dueto casi nada podría salir mal, aunque el grueso de la expedición anduviera aún algo perdido a la espera de la presencia de la otra gran dama de la jornada: La enorme, en todos los sentidos, Diunna Greenleaf.

De Chicago a Houston, en un viaje por territorio norteamericano patrocinado por la organización del festival. Parece mentira que esta mujer, iniciada en el góspel y corista del inmenso Pinetop Perkins, empezara a grabar hace menos de veinte años, aunque tal vez su labor como presidenta de la Houston Blues Society la tuvo a otros menesteres durante un tiempo. Su imponente presencia, sentada o en pie presta a arengar en pro de los derechos humanos y sociales, se desgrana en una garganta potentísima y versiones propias y ajenas. “Never trust a man”, “If it wasn’t for the blues” y otros estándares pasan por sus cuerdas vocales y la banda se rinde a sus pies con cada inflexión. Guitarra, órgano, piano, saxo, bajo y batería y ella, sin necesidad de más adornos porque ya tienen bastante, y media plaza jaleando la personalidad de otro de los nombres que lidiaba en plaza conocida. Veteranía y raíz, las claves de cualquier éxito. 

Al siguiente invitado tampoco le vendrían mal ambos sustantivos, porque pese a sus escasos veintisiete años ya es una de las figuras del blues rock más ortodoxo. Cuando ves y escuchas una trompeta y un saxo sabes que algo bueno va a acontecer. Respaldado por la potencia de una banda impecable, D.K. Harrell conquista por su simpatía y su movimiento de cadera mientras lanza riffs siderales desde las canciones de su disco de debut, el brillante “The right man” y piezas deslumbrantes como “Grown now” o “I just want to make love to you”, en las que llama al jazz y el rhythm & blues para que sirvan de colchón a su base. El resumen perfecto de su comparecencia podría escucharse en boca de algunos de los asistentes cuando afirmaban que si nadie lo sacaba de allí podría estar tocando hasta casi el amanecer. Tanto es así que el tiempo se quedó corto para que su oronda presencia lo inundara a conciencia. Uniendo bises prácticamente con el torbellino que lo sucedió en escena, significó el gran descubrimiento del festival, como ya lo fue para quienes en su Louisiana natal tuvieron el placer de asistir a su nacimiento como figura emergente del blues.

Concluir por todo lo alto una jornada en plena madrugada, cuando las idas y venidas del personal en busca de un lecho o un remanso de paz tras el exceso y el calor de las horas más tempranas era toda una responsabilidad. La programación la puso en manos de Alba ‘La Perra’ Blanco, linense de nacimiento y valenciana de adopción, y a ella le sirvió para elevarse a la categoría de primera figura de la música de raíz americana, fuera y dentro de nuestro país. No en vano acaba de tocar en festivales por media Europa y parte de Sudamérica, y sus poderes se enmarcan en una producción discográfica aún escasa para el inmenso talento que exhibe. Lo suyo no es exactamente blues, porque bascula entre el género y el rockabilly, aunque sitúa a Muddy Waters entre sus ídolos más cercanos y es capaz de seguirle el pulso a su amigo D.K. Harrell, al que invitó en los bises de su set para divertirse y sorprender a partes iguales. 

Su punto fuerte, aparte de lo estrictamente musical, está en su locuacidad al introducir la mayoría de temas. Cuenta cómo un “amigo” la sometió al más estricto ostracismo después de un acercamiento prometedor en “What’s wrong with you”, se muestra vehemente en el rompedor inicio con “Treat me (like a man should do)” e impertérrita en “So blue and so sad” y baja al ruedo con su saxofonista para entregarse en cuerpo y alma a la pasión de sus canciones. Su banda la entiende a la perfección y sus conciertos empiezan a ser todo un espectáculo en los que el country y el rhythm & blues se abrazan sin rubor para celebrar el advenimiento de una nueva diva. Sin duda, el colofón perfecto para un viernes de expectativas no tan altas.

SÁBADO 5 DE JULIO 

No había consenso absoluto sobre quién o quiénes compartirían el dudoso título de cabeza de cartel en esta edición. El debate seguía abierto a pocas horas de la apertura de puertas y los favoritos en las apuestas se alternaban entre los nombres de Bobby Rush y North Mississippi Allstars. Claro que, visto el currículum de ambos, la duda casi ofendía. Hablamos de una leyenda viva y de una realidad palmaria con visos de trascendencia. Si a estas alturas eso de ganar un Grammy es símbolo de prestigio, este señor ha ganado tres, y ha tocado con bandas de funk, girado con otros mitos como The Blind Boys Of Alabama y cumplido 91 años en mitad de un escenario. El Blues Hall Of Fame exhibe la placa con su nombre en lugar destacado, y a sus innumerables discos acuden muchos que quieren saber dónde radica el secreto de la longevidad. 

Todavía se las apaña para dar un concierto acústico, únicamente acompañado por su voz y su guitarra, más ajada la primera y mejor afinada la segunda, que no llega a la hora de duración y que provoca más de una ceja arqueada entre el grueso de rezagados que no miran el horario desde la hora del almuerzo. Este superviviente de la pandemia y de las imposiciones artísticas y discográficas se aferra a las seis cuerdas y a la armónica que luego compartiría con los hermanos Dickinson para recordarnos quién es y por qué sigue aquí. “I’ll do anything for you” y “You’re gonna need a man like me” son rotundas declaraciones de principios, o de amor si se prefiere, que al final es lo mismo. Un icono que se divierte en escena y apadrina a todos los que vendrán después. 

Dura pugna, pues, aunque con pronóstico claro, teniendo en cuenta que los North Mississippi Allstars son al blues actual lo que Led Zeppelin fueron al heavy o los Beatles a la psicodelia, y que cada uno lo interprete como quiera. Cody y Luther forman la hermandad más diabólica de la escena actual. El primero a la batería y exhibiéndose con el washboard, una tabla de lavar que suena como un sintetizador moog capaz de hacerte reventar los oídos de gusto, y el segundo alternándose a la guitarra dando una clase magistral de matices y armonías ancestralmente modernas, si eso es posible. La presencia de Carwyn Ellis al bajo, una incorporación esencial por la profundidad de campo que aporta, redondea una formación ganadora en formato trío que en esta ocasión prescindió de teclados, percusiones y vientos para empezar como banda de apoyo de Bobby Rush y prolongar su actuación hasta el éxtasis provocado por sones añejos (“Shimmy, ship, up and Rolling”), revisiones inteligentes (“Preachin’ blues”), versiones amplificadas de clásicos (“Poor black Mattie”, original de R.L. Burnside) o canónicas aproximaciones al blues espacial (“Goin’ down south”) en un espectro de acordes y solos destinados a la más rendida admiración. Una banda asombrosa que pese a lo espeso de algún tramo de su set sigue dejando boquiabierto a todo aquel que se atreva a acercarse a su universo. 

Era el momento de derivar otra leyenda, esta más insertada en la historia del rock sureño que del blues propiamente dicho, en la voz y la guitarra de su descendiente más atrevido. Devon Allman Jr. se prodiga en la sabiduría historiográfica de su señor padre, el ilustrísimo Gregg Allman, es decir, controla los resortes básicos del instrumento y está avalado por una amplia trayectoria con su banda propia o como invitado en discos ajenos (Javier Vargas grabó un muy interesante disco en alianza con él), y en su encarnación actual se presenta vestido de blanco, como si de unos avezados pintores se tratase, alineado con un grupo de músicos agraciados con el don del virtuosismo y adolecidos de la falta de emoción. 


Más orientado al jazz y al ensanchamiento de arreglos y ritmos en más de un tramo de concierto, es en su afiliación latina en la onda de Santana donde parece encontrarse más cómodo. A ello ayuda la expresividad del percusionista David Gómez, que además toca el saxo como si le fuera la vida en ello, con lo que el lote se despoja del halo plomizo que amenaza con echarse sobre una audiencia ya en vísperas de retirada. “One way out”, “I’ll be around” o “Ramblin’ man”, el lógico homenaje al progenitor, remontan el rumbo de un concierto más plano de lo esperado. Menos mal que aún no estaba todo dicho.

Hendrik Röver ya sabía cómo se las gasta el público diurno. Estuvo tocando con sus míticos GTs en una plaza más pendiente de otros menesteres mientras él, a lo suyo, se lo tomaba con filosofía. Si con estos mira más al power pop más forzudo, con los Deltonos, ya es sabido, hace lo que lleva haciendo toda la vida: Canciones como panes. Con su masa, su fibra y su alto contenido proteínico. La harina de su costal se cocina en una de las mejores guitarras del rock español, y eso que tiene unas cuantas. 

Decir que se decantaron por el lado rocoso de su repertorio es no decir nada, porque sus riffs lucen como acantilados y las estrofas suenan como piedra pómez de la que rasca y sana. “Qué podríamos hacer” era la pregunta adecuada a esas horas; “Buenos tiempos” la apelación que hace que superen cualquier adversidad; “Correcto” la respuesta irónica a tanta ignorancia persistente; “Soy un hombre enfermo” el clásico que les hizo sobrevivir; “Gasolina” el combustible a punto de agotarse; y “Listo” la conclusión final después de ver cómo está el patio. Esto no es experiencia sino insistencia. Contra viento y marea, sobreponiéndose a todo y a todos, directos al hígado y pateando modismos y conformismos. El broche frente al brochazo para que la cosa se cerrara como dios manda y los cánones ordenan. Punto y aparte. Sí, tenían que ser ellos los que nos mandaran a casa sin que quisiéramos. Nobleza obliga. Y si el año que viene volvemos, cosa más que probable, buscaremos a otra banda como ellos para seguir resistiendo. O al menos, y pase lo que pase, lo intentaremos.

Rufus T. Firefly: “El concepto romántico de banda es muy difícil de cumplir hoy en día”


Por: Javier Capapé.

En El Giradiscos siempre peleamos las entrevistas. Algunas veces son un reto, pero otras vienen como un regalo. De esos que no deseas abrir para que no pase el momento ansiado, pero que una vez lo abres descubres un mundo mucho más valioso de lo que esperabas. “Todas las cosas buenas” ya había sido para nosotros un presente. Nos habíamos sumergido en todos sus recovecos y habíamos quedado igualmente extasiados tras sentir estas mismas canciones en sus versiones en directo, pero tener al otro lado de la línea a su creador dispuesto a adentrarse con nosotros en su disco más ecléctico e inspirado se convirtió en una oportunidad única.

Del disco descubrimos todas sus caras. La inspiración que llevó a Víctor y Julia a trazar estos nuevos pasajes, así como su valiente decisión de no rendirse ante nada. Siempre hemos defendido el buen hacer de Rufus T. Firefly. Saben lo que quieren y no se detienen cuando se trata de apostar por lo que nace de sus impulsos. Con la cabeza bien alta y seguros de sí mismos han vuelto a demostrarnos que no podemos ponerle límite a su ambición, cuyo único objetivo es hacer del arte una verdadera forma de vida. “Todas las cosas buenas” condujo nuestra conversación, pero alrededor de ella brotaron otros temas que nos volvieron a demostrar su entrega y pasión por todo lo que hacen y la sincera honestidad con la que afrontan su día a día. Desde luego que una hora acompañados de Víctor Cabezuelo es una de esas “cosas buenas” cargada de “una luz que nunca se apaga”.

Teníamos muchas ganas de hablar con vosotros porque hemos quedado muy sorprendidos con vuestro último disco, “Todas las cosas buenas”. Podemos decir que es otra nueva vuelta de tuerca en vuestra indispensable carrera. ¿Cómo estáis percibiendo su recibimiento?

Víctor Cabezuelo: Todo lo que está pasando desde que sacamos “Canción de Paz” está siendo muy bonito. Súper emocionante. Siento algo especial con este disco.

Lo primero que escuchamos sobre este disco nos dio pistas de un ligero cambio de rumbo en vuestro sonido, algo que empieza a ser una constante en cada uno de vuestros pasos. Esta vez os inclináis por el brillo de los años ochenta después de venir de un disco influenciado por el soul de los setenta. ¿Cómo surge este cambio?

Víctor Cabezuelo: Puede que se vea así, pero creo que en este disco hay una mezcla de todo. De todos los estilos que nos gustan. Es verdad que hay muchos elementos que hemos usado, sobre todo sintetizadores y cajas de ritmos, que son muy ochenteros, pero tampoco hemos querido ir hacia un sonido exclusivamente de esa década. Creo que se nota, porque en realidad éste es un disco bastante ecléctico.

Es verdad que ponemos rápidamente la etiqueta de los ochenta al escucharlo, pero hay bastantes más cosas en él.

Víctor Cabezuelo: Es normal que lo primero que llame la atención sea ese sonido de sintetizadores o de guitarras con mucho chorus, que son muy características de los ochenta. También hay algo muy representativo en el disco que son las melodías. Están muy inspiradas en lo que se hacía en aquella época. Melodías súper ricas que me gustan mucho. Pero es cierto que está mezclado con muchas otras cosas.

Vuestro primer lanzamiento fue “Canción de Paz”, una de las más delicadas y directas de vuestra carrera. Destaca por su sonoridad más limpia y minimalista. ¿Hay cierto riesgo en abrir un disco despojándoos de vuestra potencia y apostando a la vez por una letra tan clara?

Víctor Cabezuelo: No sé cómo ver lo del riesgo dentro de Rufus, porque todo lo que hemos hecho es arriesgado o poco convencional. Tenemos poco cuidado en seguir las normas que se supone que hay que seguir actualmente. Hacemos canciones como sentimos que tenemos que hacerlas, sin importar otra cosa, y en este caso nos apetecía empezar el disco con esta canción porque creíamos que era una buena invitación para escucharlo. Nos imaginábamos llamando a un amigo o a alguien querido para enseñarle algo importante. Para nosotros eso es “Canción de Paz”. Es la puerta que abre todo el disco. En un principio, nuestra idea era que “El principio de todo” fuera la canción que abriese. La idea inicial al grabarlo era que empezara con un solo de batería, pero al final surgió “Canción de Paz”, de las últimas, y no sabíamos muy bien dónde ubicarla, porque era muy diferente al resto. Así que finalmente pensamos ponerla la primera y sacarla como primer lanzamiento para que fuera como la invitación a todo lo que venía después.

Es bonito lo de la invitación porque es una canción que te mete en el disco de una forma muy diferente a como nos habíais tratado hasta ahora. Hay también otra cosa en ésta y en otras canciones del disco que son sus letras. Ahora son mucho más directas, no tan llenas de imágenes que desvíen nuestra atención. ¿Teníais ganas de tener un discurso más accesible y directo?

Víctor Cabezuelo: Creo que sí, que el mensaje de estas letras tenía que ser mucho más claro que en otros discos. Tenía que ser más directo, entendible y terrenal porque si no nos hubiéramos quedado a medias con lo que queríamos transmitir, y estoy feliz porque creo que todo se entiende. Hay un poco de poesía y abstracción, por supuesto, que es algo que nos gusta mucho, pero en general se entienden bien y las que no se entienden a la primera es fácil que con una breve explicación entres en ellas. Estoy muy contento porque es justo lo que quería con las letras de este disco.

La Plaza” es otra canción que nos llega de repente y nos lleva al sonido de The Cure o The Smiths. De hecho, tiene un verso que remite directamente a ellos: “una luz que nunca se apaga”. ¿Cómo ha sido de importante la influencia de estos grupos en vuestro crecimiento como banda, siendo tan especiales para tantísima gente, y que ahora también están dentro de vuestro sonido?

Víctor Cabezuelo: A lo largo de toda nuestra carrera siempre hemos hecho grandes homenajes a un montón de bandas y artistas. Desde Marvin Gaye a los Beatles o Pink Floyd. Siempre ha habido muchos referentes que nos han emocionado y nos han inspirado para hacer canciones. En este caso, los últimos años volvimos a escuchar mucho este tipo de grupos. The Smiths, The Cure y toda esta hornada ochentera, incluso El Último de la Fila si nos vamos a lo patrio. Así que, de alguna manera, por la historia que queríamos contar en “La Plaza”, quería que sonara muy a The Smiths. Quería que hubiera referencias muy claras a ellos, que fuera un homenaje particular, con el sonido de sus guitarras y demás. Fue muy premeditado.

Has dicho que “Canción de Paz” llega al final de la composición del disco, por lo tanto, ¿son estas canciones, como “La Plaza” o “Trueno Azul”, las que componéis al principio y de las que vais tirando del hilo hacia esta sonoridad?

Víctor Cabezuelo: La primera que compusimos y grabamos para este disco fue “Reverso”, que no ha entrado para la edición digital, pero sí que está en la física. Fue la primera y, para mí, fue la semilla de todo el disco. Esa canción la grabamos de una manera diferente a como estamos acostumbrados. Probamos a hacerlo todo en el local de una manera muy artesanal y nos encantó el resultado, así que pensamos en hacer un disco entero así. Por eso, “Reverso” es una de las canciones más importantes de “Todas las cosas buenas” aunque no esté en el formato más común, pero para mí es la semilla de todo.

Te escuché diciendo esto en el concierto de Zaragoza. Me llamó mucho la atención que fuera éste el inicio, como nos cuentas.

Víctor Cabezuelo: Fue muy importante porque conseguimos sonar de una manera muy orgánica y poco pretenciosa, que era algo que queríamos hacer desde el principio. La canción, por toda la temática, podría haber sido muy grandilocuente, pero me gusta que se quedara en un sitio pequeñito, pero muy rico y bello. Es de las más importantes además, no sólo de este disco, sino de la carrera de Rufus, por todo lo que significó para nosotros, especialmente por la vinculación con el Museo del Prado. Después de ésta hicimos “El Coro del Amanecer” y “Lumbre”. Si te fijas, estas tres canciones tienen algo en común. Como una especie de oscuridad luminosa, por decirlo de alguna manera, porque no son canciones oscuras, pero tienen acordes menores y algo diferente al resto del disco. En un principio, el disco iba a ir por la línea de estas tres, pero luego empezaron a salir otro tipo de canciones. No sé muy bien por qué, pero a veces los discos te van llevando por donde quieren, así que empezamos por ahí y acabamos haciendo canciones muchísimo más luminosas, como “Trueno Azul” o “La Plaza”.

Canción de Paz”, “La Plaza” y “Trueno Azul” son los tres adelantos que hacéis, y además son las canciones más pop y accesibles del lote. ¿Decidís lanzar el álbum con éstas, que quizá sean también las más luminosas de todas, para alejaros un poco de los tópicos que se asocian directamente a Rufus T. Firefly?

Víctor Cabezuelo: No sé muy bien por qué decidimos lanzar éstas. A veces estas decisiones las tomamos según lo que el cuerpo nos va pidiendo. Una de las candidatas para ser la primera era “El Coro del Amanecer”. Hubiera estado guay también lanzar esa la primera, pero son sensaciones que vamos teniendo las que nos hacen decantarnos por unas u otras. También influye cómo nos sentimos a nivel vital a la hora de sacar el disco para decidirnos. Sacamos éstas, pero podrían haber sido otras, porque creo que este disco tiene una cosa, que no sé si es buena o mala, pero es que no tiene singles. Esto es algo que nos pasa muchas veces con Rufus, que raramente somos capaces de hacer singles y, por eso mismo, cualquier canción del disco podría haber sido un adelanto.

Eso te iba a decir, porque no tiene singles, pero a la vez tiene muchos, porque es un disco como mucho más directo que los anteriores.

Víctor Cabezuelo: Según lo mires, porque el vaso puede estar medio vacío o medio lleno, pero sí, o bien no tiene ningún single o bien son todo singles.

A mí me gusta meterme mucho en vuestros discos buscando referencias. Me parece que siempre retáis al oyente y eso es algo que me encanta. Una de las cosas que me atreví a destapar, aunque quizá fuera totalmente errónea, iba en la línea de esos años ochenta que reivindicabais. Comparé este disco con algunos pasajes de Genesis, como ya mencioné en la reseña del mismo. Sobre todo con los Genesis de los primeros ochenta, cuando todavía se reflejaba el sonido progresivo de esa banda. De hecho, creo que vosotros también tenéis mucho rock progresivo en éste y otros discos. Por ejemplo, en “El Principio de Todo” siento unos teclados muy presentes y una guitarra rítmica con mucho chorus que me recuerda a “Abacab”. ¿Hay algo de inspiración real en estos discos de Genesis con Phil Collins de los primeros ochenta?

Víctor Cabezuelo: Imagino que inspiración directa no, pero es verdad que es algo que hemos escuchado muchísimo a lo largo de nuestra vida. Creo que en otros discos de Rufus también estaba esta inspiración. Quizá con otro sonido, pero siempre rondando por la cabeza. Igual que nos ocurre con los Beatles. Hay muchas cosas que forman parte de nuestro ADN que siempre han estado ahí y que nos es inevitable no pasar por ellas en todos nuestros discos.

Lo que me parece es que cuando se reconocen de forma más clara las referencias con grupos como Genesis, no tan reivindicados aquí, es como una puerta que se abre y da pie para que otras generaciones puedan escuchar su música.

Víctor Cabezuelo: Es que nos gusta mucho no ocultar nunca de dónde venimos. Hay a otros grupos a los que les da un poco de reparo, que no quieren mostrar esas influencias porque a lo mejor piensan que pierde valor su discurso, pero yo tengo clarísimo que todo viene de algo. No he escuchado en mi vida algo que sea completamente nuevo. Piensas en cualquier grupo o artista de la historia y siempre tenían a alguien a quien admiraban y a quien intentaban emular, por eso a mí no me preocupa que piensen que me gustan mucho los Beatles, Genesis o Radiohead. No me preocupa nada. Me da lo mismo lo que piensen. Para mí es un orgullo que me gusten esas bandas y reivindicarlas.

Por eso me gusta mucho también que Julia cante El Último de la Fila. Me encantó escucharla en directo.

Víctor Cabezuelo: Es algo muy bonito. Primero que Julia se haya animado a cantar, y luego que nos hayamos atrevido a hacer una versión de El Último de la Fila. Es bastante radical, la verdad, porque le hemos pegado un buen meneo a la canción, pero lo hemos hecho de una forma muy respetuosa. Cuando haces una versión y la quieres incluir en un disco, sus autores te tienen que dar permiso, pero me consta que Manolo y Quimi la han escuchado y les ha encantado y eso es algo que me hace muy feliz.

“Es la primera vez en los discos de Rufus que veo a un cantante”

Hay otra cosa muy importante a destacar, sobre todo en la parte central del disco, donde encontramos “Camina a través del fuego”, una canción de desarrollo lento, contenida y penetrante, y también “Premios de la música independiente”, por la que te doy la enhorabuena por tu tremenda interpretación vocal. Creo que consigues sobrecogernos más que nunca. En estas canciones destaca por encima de todo la voz, que está muy por delante. ¿Habéis querido destacar la voz de esta forma más especial, ya que otras veces había quedado más tapada?

Víctor Cabezuelo: Manuel Cabezalí, nuestro productor, pensaba que, de alguna manera, yo estaba más cómodo que otras veces cantando. También sentía que las letras estaban mucho más cerca que nunca de lo que quería contar. Como que había conseguido con estas letras un plus con respecto a otros discos. Había conseguido ser más sincero o hacerlo todo de una manera más honesta conmigo mismo. Así que él pensó que era buena idea potenciar todo esto y que la letra y la voz tuvieran más protagonismo que en otros discos. Digamos que encontró muy bien el equilibrio para que la voz estuviera súper nítida y clara y que igualmente hubiera una musicalidad y unos arreglos muy ricos. Estoy muy contento porque es la primera vez en los discos de Rufus que veo a un cantante y me gusta escucharme. Es algo que nunca me había pasado, así que estoy muy feliz.

En “Premios de la música independiente” veo esa pureza. También es una gran balada, con esas justas palabras, y es curiosa porque también deja muy a las claras la crítica hacia el indie en una canción que de alguna manera pone por delante esta etiqueta. ¿Es ironía o más bien una manera de alejarnos de una vez por todas de estas clasificaciones?

Víctor Cabezuelo: Bueno, no va tanto por ahí la canción. Realmente es una canción que está escrita para la gente que quiero, lo que pasa es que está escrita por un músico independiente (risas). Quería jugar más bien con las expectativas de mi vida y de la gente que yo quiero. Sobre todo de cuando éramos más jóvenes y hemos visto que no se ha cumplido ninguna de esas expectativas al pasar el tiempo. Es como una especie de aceptación de la decadencia, pero desde un punto de vista positivo. No sé cómo explicarlo, pero no es una canción de rendición. Para nada. Es todo lo contrario. Es una manera de mostrar que esto es lo que tenemos, pero que además tenemos que estar orgullosos de ello y seguir adelante.

Una forma de aceptación con gusto.

Víctor Cabezuelo: No sé si con gusto, pero de aceptación por saber que esto es lo que tenemos. Sin más.

Sí que hay una frase en “Trueno Azul” que refleja el tema del indie que te comentaba, que dice: “Hice tanto por el indie y el indie no hizo nada por mí”. Precisamente por eso quería preguntarte por las etiquetas. Siempre se os ha encasillado dentro de ese movimiento independiente que, de alguna manera, ¿trasciende la etiqueta en sí misma o es realmente un sonido para vosotros?

Víctor Cabezuelo: Con esto del indie nos han pasado muchas cosas. Yo he sentido que cuando el indie era algo muy alternativo en su época, nosotros no éramos aceptados en esa corriente porque éramos demasiado pop para estar dentro del indie, y ahora que el indie se ha vuelto algo súper comercial, a un grupo como Rufus tampoco nos aceptan porque somos muy raros. Eso es así. Y me hace mucha gracia porque si analizas lo que es indie, tiene que ver con la autogestión y con la independencia frente a multinacionales y sellos. Así que si nos fijamos en eso probablemente seamos uno de los grupos más indies del país. Me hace mucha gracia pensar en todo eso y por eso aparece en la canción.

Volviendo a la forma de encarar las voces, que hemos comentado que sorprende en esas canciones centrales del disco, por estar más en primer plano, has mencionado “El Coro del Amanecer”, que me recuerda mucho por la forma en la que la encaráis a las producciones de Martí Perarnau IV, incluso también a Manuel Cabezalí como co-productor del disco. Háblanos de su labor y aportación clave en estas canciones.

Víctor Cabezuelo: Lo que Manu ha intentado es coger las demos que teníamos, que siempre solemos trabajar muchísimo y casi se podrían masterizar y publicar, y mejorarlas. Él siempre mejora las demos. Cuando yo llego a mi límite y pienso que algo está perfecto, llega Manu, coge todo eso, quita lo que cree que sobra, añade lo que cree que falta, y lo convierte en una canción mejor siempre. Para mí eso es muy complicado porque tienes que confiar mucho en ti mismo para poder coger una canción que ya está prácticamente terminada y cambiarle algo para que quede mejor. La labor de Manu va por ahí, además de que ha sacado un sonido increíble al disco. Ha hecho una mezcla alucinante. Suena todo súper definido y bonito. Tiene potencia cuando tiene que tenerla y alma cuando lo necesita. La mezcla es espectacular. Este disco es el que mejor suena de toda la carrera de Rufus T. Firefly con diferencia. Además, Manu hace también una gran labor psicológica y sabe grabar muy bien a las bandas, porque en los grupos siempre hay diferentes roles, egos y situaciones, y Manu sabe manejar todas esas situaciones y desenvolverse muy bien con la gente. En ese sentido lo pone todo muy fácil y hace que sea un experiencia muy bonita grabar un disco, que al final es lo más importante.

La voz de Julia también está presente. Esta vez se lleva el protagonismo en “Ceci N’est pas une pipe”, una canción conceptual, que tiene la obra de Magritte a la que hace referencia como trasfondo. Ésta es más electrónica, incluso en ella cantáis “yo no soy nada de lo que era", como queriendo mostrar vuestra renovación sonora constante. Háblanos de cómo se lanza Julia con esta canción y cómo conseguís estar tan cerca del synth pop y de lo conceptual.

Víctor Cabezuelo: Ella te podría aclarar todo mejor. En esta canción yo he hecho poco. He grabado algún sintetizador y he aportado alguna cosa, pero la idea de la canción es toda de Jul. La letra también. Digamos que la idea inicial del disco era que Julia cantara la mitad del mismo y que esa mitad de canciones fueran suyas. Lo que pasa es que era la primera vez que hacía esto y se dio cuenta de que si quería hacerlo con el nivel que ella consideraba apropiado iba a tardar mucho más tiempo del que pensaba, así que al final prefirió asegurar y quedarse solamente con la versión de El Último de la Fila, con esta canción y con “El Coro del Amanecer” que está hecha a medias. Creo que han quedado muy bien las tres. Son increíbles y abren una puerta para que en un futuro se puedan hacer más cosas, que es lo que a mí me gusta.

Quizá lleguemos algún día a ese disco a medias, entonces.

Víctor Cabezuelo: Eso es.

Con “Dron sobrevolando Castilla-La Mancha” nos vamos hacia el baile. Hay mucho sintetizador. De hecho parece que hayas disfrutado más frente al sintetizador que con las guitarras. Incluso en directo te vemos más con el teclado que con la eléctrica.

Víctor Cabezuelo: He disfrutado mucho con la guitarra también, pero es que en este disco estaba Marc Sastre con nosotros, que nos ha ayudado con las guitarras y, claro, como él toca tan bien, directamente cuando vino al estudio le di la guitarra y le dije que tocase él. Así que le enseñé mis ideas y él las grabó de forma maravillosa. A mí me daba mucho gusto verle grabar, por eso me centré en los sintetizadores, aunque a mí me encanta tocar la guitarra. Si pudiera la tocaría todo el día, pero creo que soy mejor teclista que guitarrista, por eso me centré en los sintes y en intentar hacer lo que mejor sé hacer. Sintetizadores, arreglos, capas… estas movidas que creo que se me dan bien, y de esta forma nos repartimos el trabajo. He estado súper a gusto con los sintes porque me encanta tocarlos y además siento que las cosas son fáciles cuando lo hago. Siento que me sale de un sitio innato y natural. En este disco me he dejado llevar totalmente y le he echado mil horas a los sintes porque me apetecía mucho. Además, tenía algún teclado nuevo que quería explotar, así que me lo he pasado muy bien con ellos.

Hay mucho sinte, pero la canción que da título al disco es la más cruda o rock de todas, la más enérgica. En esa canción me parece que hay mucho de dolor compartido y del poder sanador de la música. ¿Es verdad que las cosas que realmente importan, esas “cosas buenas”, están más cerca de lo que creemos?

Víctor Cabezuelo: Esa canción es básicamente una oda a la amistad y a toda la gente querida que, al final, es lo que queda. Vas recorriendo la vida y te das cuenta que algunas personas siempre han estado ahí. Incluso aunque hayas estado sin poder verlas un tiempo siguen ahí, y eso es algo muy valioso para mí. A veces pasan meses, me vuelvo a juntar con ellos y es como si hubiera pasado solo un día. Es algo muy bonito y quería hacer una canción que hablase de eso.

Estamos repasando casi todas las canciones del disco y llegamos a “Lumbre”, que cierra de manera magistral el mismo. Parece que tenga varias partes. Se nota ese toque progresivo, porque incluso hay varios actos. Desde un principio más contenido hacia un pop más electrónico al final. ¿Por qué le dais siempre ese toque final a los discos como si las canciones que los cierran fueran un gran compendio de todo lo que contienen? Me parece que siempre, vuestras últimas canciones son como un gran broche.

Víctor Cabezuelo: La última canción es la más importante del disco para mí. Es la canción con la que tienes que cerrar tu particular carta de amor. Es, de hecho, el último párrafo de esa carta de amor. Y en ese último párrafo tienes que hacer como una especie de resumen de todo y decir la cosa más sincera que puedas, e incluso algo que te dé ganas de volver a leer la carta entera otra vez. Es un sitio súper importante del disco, por eso intentamos poner la canción que más peso emocional tiene de todo el conjunto. No sé si es la mejor o no. Probablemente siempre sea la menos escuchada porque a la gente siempre le cuesta llegar a la última canción de los discos, pero queremos que sea muy importante en algún sentido. En “El Largo Mañana” estaba “Selene” y en “Magnolia” la que le daba el título a todo el disco. Creo que es un puesto de honor y por eso aquí está “Lumbre”, que es muy representativa de lo que queríamos contar en este disco y que además viaja por todo el universo del mismo.

He empezado diciendo que Rufus T. Firefly siempre buscáis una nueva vuelta de tuerca a vuestro estilo, pero en realidad tenéis un sonido muy bien definido y muy vuestro. Este disco contiene vuestro espíritu original también. Hay psicodelia, hay rock potente, guitarras y sintes también… por lo tanto, ¿podríamos hablar de un perfil o estilo propio en Rufus T. Firefly en lugar de una deriva sonora de disco a disco?

Víctor Cabezuelo: No lo sé, pero creo que en este disco hemos intentado hacer todo lo mejor que podíamos. Dentro de eso hemos ido a por lo que mejor sabíamos hacer también. No ha habido una especie de búsqueda intencionada de estilo, como en “Magnolia”, que claramente queríamos que sonara a psicodelia y que tuviera esas baterías y delays de la nueva psicodelia, o como en “El Largo Mañana”, que claramente tenía una influencia soul con esas características tan claras. Aquí ha sido diferente. Hemos ido canción por canción intentando hacer lo que mejor sabíamos hacer y por eso se mezclan tantos estilos, porque precisamente es una mezcla de muchas cosas.

Por eso no sería tan necesario clasificar este disco como sí que se ha hecho con otros, por ejemplo con “El Largo Mañana”, que rápidamente se encasilló en el soul de los setenta.

Víctor Cabezuelo: Claro, porque ese disco llevaba a esa época. Era lo que queríamos. Pero este disco es un poco más difícil de ubicar porque reúne lo que creo que son todas nuestras cualidades. Por eso, como nuestras cualidades son amplias, porque nos gusta la música de todas las décadas, lo convierte en un compendio de todo eso.

No creo que estemos haciendo nada nuevo que no hayamos hecho en otros discos, lo que pasa es que lo estamos haciendo sin ningún tipo de prejuicios y muy, muy de frente”

Lo del compendio de estilos me gusta porque hace poco una amiga me decía que no sabía cómo entrar en vuestra música y yo le sugería que precisamente éste era el disco que tenía que escuchar para entrar en vuestro universo.

Víctor Cabezuelo: Sí, creo que es un buen disco para entrar en nuestra música. De hecho hay gente que está diciendo que no era muy fan de nuestra música, pero que este disco les gusta porque tiene algo diferente. Creo que da más la cara. Esa es la cosa. No creo que estemos haciendo nada nuevo que no hayamos hecho en otros discos, lo que pasa es que lo estamos haciendo sin ningún tipo de prejuicios y muy, muy de frente. Lo estamos haciendo en voz alta, por decirlo de alguna manera. En los otros discos siempre había alguna cosa de estar algo escondidos entre muchas capas y efectos que envolvían todo, pero que éste sea más directo es lo que hace que conecte un poco más con la gente y por eso puede ser una entrada para el resto de los discos.

Todas las cosas buenas” se excede del timing impuesto en la actualidad. Vosotros presentáis un disco largo, incluso en el vinilo se va a catorce temas. Siempre le habéis dado mucho valor al formato físico y habéis apostado por ello, incluso muy por delante de las plataformas, como cuando lanzasteis “El Largo Mañana” antes en vinilo que en plataformas. ¿Cómo podríais animar al público a darle valor a esos formatos?

Víctor Cabezuelo: No creo que tenga que convencer a nadie, simplemente siento que quiero hacerlo así y por eso lo hago así, aunque podría estar equivocado y quizá sea mejor escuchar playlist. No lo sé, pero siento que quiero hacerlo así porque es lo que me emociona y me encanta que los grupos que a mí me gustan lo hagan de esta manera. Si alguien conecta con esto, genial, pero si a alguno le parece una “chapa”, genial también, pero alguien tiene que hacerlo.

Lo que está claro es que en vuestros conciertos la gente se acerca y se anima a comprar vuestros vinilos.

Víctor Cabezuelo: Sí, además de que son súper majos. La gente sabe que como grupo independiente que somos esto es una parte de sustento vital fundamental para nosotros. Por eso hay mucha gente que nos compra el vinilo sin tener reproductor, pero lo compra porque sabe que nos está ayudando. Con que se lo firmemos y lo pueda tener en su casa ya es suficiente. Saben que nos ayuda a hacer más música, a seguir adelante y a seguir creciendo como músicos. De esta forma quizá en un futuro podamos hacer canciones que les vuelvan a emocionar, por eso esa gente es la que cree y apoya a Rufus T. Firefly. Ellos entienden lo que es esta banda. Al principio me sabía mal que se pillaran el vinilo si no tenían reproductor, pero ahora lo entiendo porque yo también lo haría por alguien así.

Hay además una parte artística detrás que solo está en la edición física. Vuestros discos se caracterizan por cuidar mucho esa parte.

Víctor Cabezuelo: Intentamos, sobre todo por parte de Julia, que todo esté acompañado de un imaginario visual muy especial. Nos gusta poner mucho hincapié en eso.

Os encontráis terminando la primera parte de la gira del disco. Una gira que empezó con el experimento de ofrecer unos conciertos que el público escuchaba con auriculares. ¿Cómo fue esa experiencia y por qué os decidisteis a llevarla a cabo?

Víctor Cabezuelo: Es algo que queríamos hacer hacía tiempo. Estuvimos investigando mucho para saber cómo hacerlo y finalmente vimos la oportunidad. Lo vimos factible y lo hicimos. Básicamente fue eso. Queríamos presentar el disco de una manera muy especial y pensamos que esta forma lo era. Y después de hacerlo creemos que sí, que ha sido muy especial. Hay mucha gente que me para para agradecerme y decirme que fue a un “concierto de los cascos” y que ha sido de lo mejor que ha visto en su vida. También gente que no vino que me pregunta cómo fue eso. Muchos músicos y en todas las entrevistas me lo preguntáis porque creo que más que unos conciertos fueron una declaración de intenciones. Nosotros vamos por otro lado y no vamos a ser un grupo normal. Vamos a hacer estas cosas porque además es también una manera de “vender” la imagen de la banda.

Con los cascos apostáis por un sonido mucho más cuidado que en una sala porque estáis controlando lo que sale por los auriculares de cada oyente. Yo no pude escucharlo, pero me pareció una cosa súper atrevida y exigente porque le das al oyente exactamente lo que quieres.

Víctor Cabezuelo: Sí, justamente. Tienes que tocar muy bien porque la gente lo está oyendo todo perfectamente, con todo lujo de detalles. Es una experiencia extraña. No lo considero ni siquiera un concierto, es algo diferente. Es más bien como estar en tu casa escuchando un disco pero rodeado de gente. Es verdad que hay momentos en los que la gente cerraba los ojos y se imaginaba estando solos. Es un concierto mucho más íntimo que uno normal.

Ojalá podáis extenderlo y que llegue a más sitios, aunque imagino que será complejo por la infraestructura.

Víctor Cabezuelo: Es complejo, pero voy a hacer todo lo posible para que hagamos más conciertos así porque fue una experiencia increíble y quiero volver a hacerlo. Además, sabiendo ya cómo funciona, con sus pros y contras, creo que podríamos hacer conciertos muy bonitos de esta manera.

Para el resto de la gira vais en un formato más convencional, pero también cambiáis la disposición de los instrumentos, que están delante formando como un gran muro y dejáis detrás bajo y guitarra. Totalmente diferente a lo convencional. Y además destaca cómo habéis cuidado ese sonido en las salas, aunque no salga por auriculares. Ese sonido está realmente tratado con mimo y muy equilibrado. Os quería dar la enhorabuena porque habéis conseguido ese equilibrio perfecto entre cada instrumento en esta gira, que es algo muy complejo.

Víctor Cabezuelo: ¡Qué bien! Me alegro que tengas esa sensación. Tocar en salas es complejo porque a veces te enfrentas a problemas acústicos que son muy difíciles de solucionar, pero cuando en una sala consigues sonar bien lo tienes todo. Así que me alegra mucho que lo veas así.

En Zaragoza, donde yo os escuché, estuvo Ángel Luján en los controles. En ese concierto encontré en la Oasis, una sala compleja muchas veces para sonorizar, todos los matices de las voces, de cada instrumento, de los sintetizadores, que muchas veces se pierden… todo estaba ahí de forma precisa y eso es muy complicado.

Víctor Cabezuelo: ¡Qué maravilla! Se lo diré a Ángel.

No sé si hay más luz, pero no queremos potenciar lo oscuro en este momento”

¿Cómo valoráis esta primera parte de la gira antes de meteros en los festivales de verano?

Víctor Cabezuelo: Estos conciertos de antes del verano han sido una especie de aperitivo. Para mí la gira comienza a partir de septiembre u octubre, donde estará el grueso de la gira real. Volveremos a muchos sitios porque, como te digo, esto ha sido un aperitivo. Queríamos tocar antes de verano, porque a nivel de banda queríamos rodar el disco para ver cómo funcionaban las canciones en directo y cómo nos sentíamos con ellas. Ahora estaremos en algunos festivales, no en muchos, pero en los que vamos a estar, estaremos muy bien. Para mí es algo fundamental. Hemos cerrado un poco la puerta a algunos festivales en los quenos racaneaban muchísimo el caché, sobre todo en aquellos sitios que tienen grandes subvenciones o están patrocinados por grandes marcas, por ejemplo. Esos los hemos dejado porque nos dan pereza, por decirlo de alguna manera, y sin embargo vamos a tocar en festivales pequeños donde no nos importa para nada cobrar algo menos, porque si vemos que lo hace alguien honestamente y todo es como muy humano y casero, vamos por el dinero que sea, por supuesto. Pero hay a ciertos sitios que no queríamos ir. Plantarnos en ese sentido ha hecho que vayamos a tocar mucho menos este verano, aunque por otro lado vamos a tocar en sitios donde estaremos cómodos al cien por cien, así que una cosa compensa la otra.

Para después volver a las salas. Siempre habéis sido de tocar en diferentes salas, no centrándoos en una única por ciudad, sino probando distintas.

Víctor Cabezuelo: Realmente lo que queremos es tocar lo máximo posible porque os gusta mucho tocar. Queremos ir a todas las partes. Si unas veces tenemos oportunidad de tocar en unas salas y luego en otras estará genial e intentaremos ir a todas. Creo que al final lo que queremos es mover el disco lo máximo posible y tocar todo lo que podamos.

Hay otra cosa que quería sacar en esta entrevista, aunque no sé si meterme en este fango, pero bueno, es inevitable. La noche que os vi en Zaragoza fue cuando pasó todo el revuelo de Wegow. Creo que esa noche, por tus comentarios en el concierto, lo afrontaste de una manera muy elegante. Dijiste que la música estaba llena de altibajos y cosas difíciles. Vosotros seguís luchando, dentro de vuestra independencia, con todas estas piedras que os encontráis por el camino. Imagino que sois cada vez un poquito más fuertes o ¿estáis ya cansados de esta lucha?

Víctor Cabezuelo: Lo de Wegow fue un escollo más en el camino, como dices. No es lo peor que nos ha pasado ni será lo peor que nos vaya a pasar. Creo que desgraciadamente hay muchas situaciones desagradables en la música. Esa de Wegow ha sido una más y tendremos que lidiar con ello, pero espero que con todo lo que ha pasado haya algún tipo de responsabilidad, porque no se puede coger el dinero de unas entradas y gastártelo, pero no soy yo el que tiene que decidir esto. No sé si veremos ese dinero o no y tampoco lo que le pasará a nivel legal a la gente de Wegow, pero movimientos se están haciendo y veremos en lo que quedan. Nosotros tenemos que seguir adelante. Si algún día tenemos la grandísima suerte de recuperar ese dinero que nos deben será una alegría increíble, pero si no ocurre seguiremos luchando, como nos ha pasado mil veces. Sencillamente, tenemos que seguir adelante, aunque tengo que decir que lo de Wegow, aunque parezca muy grande, no es el mayor robo que nos han hecho en la música, así que bueno, estamos un poco escarmentados de todo esto.

Siempre se asocia a Rufus T. Firefly con la personalidad que compartís Julia y tú, pero cada vez os mostráis como un grupo más sólido, que va mucho más allá de vosotros dos. Se os ve a los seis miembros que estáis en escena más coordinados, con más carácter, dando a todos espacio, tanto en directo como en los discos. ¿Sois, por lo tanto, una banda o más bien un proyecto dirigido por Julia y por ti? ¿Cómo os gustaría definiros en este momento?

Víctor Cabezuelo: Diría que somos una banda, pero es verdad que el concepto romántico de banda es muy difícil de cumplir hoy en día. Todas las bandas que yo tenía en la cabeza eran millonarios (risas). Siendo millonario es mucho más fácil tener una banda, pero teniendo que compaginar todo esto con otros trabajos es más complejo, hasta el punto de que a lo mejor no puedes ir a hacerte todos juntos unas fotos de promo porque tienes que combinarlo con tu trabajo diario o con tu situación personal y familiar. Por eso, en ese sentido, Julia y yo nos pusimos como la cara visible del grupo. Por nuestras vidas tenemos más disposición para hacer estas cosas. Entrevistas, promo, fotos… Somos la cara visible, pero el resto están ahí todo el rato. Sin parar. Graban con nosotros, componen con nosotros… hacen todo con nosotros. Sí, somos una banda, pero con estas particularidades. Muchas veces Miguel no puede venir a tocar porque está con Lori Meyers, Charly tampoco porque tiene un compromiso de trabajo… por eso el grupo está muy vivo. Hay mucha gente que forma parte de Rufus. Igual somos diez o doce músicos en el proyecto. Como una gran familia que va rotando. Al principio era raro, pero ahora pienso que es algo muy bonito porque nos adaptamos a todo. Es verdad que no somos una banda al uso, pero da igual. Ya se acabó el tiempo de las bandas al uso.

Es genial esto, porque es verdad que sois una familia. A veces podemos encontrar a alguien diferente en el grupo, pero seguís sonando con el mismo espíritu.

Víctor Cabezuelo: Eso intentamos, sí.

Ya lo hemos visto, y se puede intuir también desde la portada, que es mucho más luminosa, pero antes de terminar, quería preguntarte ¿hay realmente más luz en el universo de Rufus T. Firefly?

Víctor Cabezuelo: No sé si hay más luz, pero no queremos potenciar lo oscuro en este momento. No sé cómo se verá lo que estamos haciendo porque el contexto de “Todas las cosas buenas” no es muy alegre, precisamente. No es un disco lleno de alegría. Casi te diría que es lo contrario, pero es verdad que intentamos tener la mirada alta y buscar un después todo el tiempo. Intentamos que todo vaya a mejor. No somos optimistas, somos positivos, por decirlo de alguna manera. Queremos tocar mejor cada vez, que todo vaya a mejor, que se avance. Y eso es lo que intentamos reflejar en las canciones, porque a veces todo se complica y te puedes hundir en las desgracias. Bloquearse es lo peor que te puede pasar, por eso siempre intentamos tener motivación, esperanza y alegría dentro de lo posible.

Esa es la luz que se ve entonces en “Todas las cosas buenas”.

Víctor Cabezuelo: Eso es.

Muchísimas gracias Víctor. Ha sido un gusto hablar contigo. Queríamos daros la enhorabuena por este disco y seguir deseándoos lo mejor porque nos hacéis pasar muy buenos momentos y esperamos que así siga siendo.

Víctor Cabezuelo: Un millón de gracias. Ha sido un placer.


“Perro verde”, de Anaut: Trece razones para seguir cantando


Por: Guillermo García Domingo. 

Después de siete años de viaje, un periplo más largo que el del Beagle, ha regresado Anaut. Teniendo en cuenta lo deslumbrante que es su nuevo trabajo, “Perro Verde”, no es probable que estuvieran perdidos, sin encontrar el camino de vuelta. Los viajes de verdad suelen acarrear cambios profundos en los viajeros. El trío Anaut son los mismos que se fueron en 2018, después de entregarnos “Hello There”, y al mismo tiempo, no lo son en absoluto. 

Desde su debut en 2013 se han medido nada menos que con el acervo musical norteamericano, saliendo airosos del reto. En este disco publicado en mayo por Calaverita han dado dos pasos muy audaces, al adoptar el castellano y desencasillarse del soul y el R&B que habían abrazado con tanto entusiasmo, aunque esta pasión incurable se sigue manifestando en temas como “La razón”, “Lejos de aquí”, “Todo lo que callo” o “El final”. La apuesta por el castellano no les ha podido salir mejor: las letras no están exentas de belleza literaria, véase la majestuosa “La carta” o la delicadeza expresiva de “El jardín”; ni tampoco adolecen de ese carácter inane que tienen muchas canciones publicadas en el mercado nacional; además la métrica está muy bien ajustada a la música, se agradece tanto al escuchar las 13 canciones. Al igual que el barco a la deriva que protagoniza la canción titulada así, es urgente preguntarse dónde van a parar estos formidables discos, por qué no llegan al público y por qué vericuetos se pierden y no llegan a buen puerto. Me niego a creer que el criterio musical haya desaparecido y no se sepa su paradero. ¿Tendrán la culpa, entonces, las disfuncionalidades del comercio musical? Espero que no sea una promoción errática. En fin, no importa los obstáculos con los que se tope este disco, confío ciegamente en que terminará por abrirse paso hasta los que todavía no lo conocéis y no sabéis lo que os perdéis. ¿En serio no queréis tener en casa un disco cuya portada ha sido diseñada por Oscar Mariné, el ilustrador de las inolvidables portadas de Siniestro Total (“¿Cuando se come aquí?”) o Los Rodríguez (“Palabras más, palabras menos”)?

Los hermosos arreglos de las canciones están al servicio de las palabras y resaltan el texto y el significado de las canciones, muy diversas entre sí. Cada canción dispone de lo que necesita: el tono misterioso de “El Barco”, sostenida por la mejor voz posible para hacer suyas las extrañas imágenes que propone esta canción, la de Anni B. Sweet; la liviana y bella luz musical que baña “El jardín” o “La felicidad”; la introspección que precisaba “La cuarentena”; el “tremendismo” de “El Final”, y la atmósfera onírica de “Ensoñación”. No escatiman en instrumentos, y saben qué hacer con ellos, se sienten tan seguros de su capacidad que no necesitan decir nada. Es lo que sucede en “El duque”, que recuerda a la tranquila maestría de Mark Knopfler o “La mazorca” que nos invita a pasar a un chiscón mexicano sin pedir permiso. Ahora bien, mentiríamos si dijéramos que no echamos de menos en estas canciones instrumentales, la voz de Alberto Anaut. La credibilidad de su voz remite a grandes artistas anglosajones, aunque a quien más recuerda es a la garganta rockera del gran Tarque.

El vocalista y guitarrista del grupo sostiene lo siguiente en “La razón”: “Llevo un tiempo dudando si mi voz tiene algo que decir o es mejor callar”. Espero que no sea cierto, simplemente un momento de tribulación que a todos nos sobreviene en el ejercicio sostenido de nuestra vocación. No enmudezcáis, por favor, este nuevo viaje no ha hecho más que empezar y los aficionados queremos hacerlo a vuestro lado. 

Pulp: “More”


Por: Àlex Guimerà. 

A priori, el nuevo disco de Pulp era uno de los grandes alicientes del presente curso musical, sobre todo por los años que hacía que no publicaban material nuevo. La banda de Jarvis Cocker se separó tras publicar "We Love Life" en 2001 y no volvió a juntarse hasta los conciertos en 2011, en primera instancia, y posteriormente en 2022. Entre medio, pasaron muchas cosas. La peor de ellas fue el fallecimiento de su bajista, Steve Mackey, quien no formó parte de la última reunión y a quien va dedicado el nuevo álbum. La mejor, quizás, sea el hecho de que, a lo largo de los años, el carismático Jarvis no haya perdido su condición de leyenda del indie pop. Esto lo ha acompañado con la publicación de material interesante en solitario, como "Jarv...is" (2006), "Further Complications" (2009) o el afrancesado álbum "Chansons d’Ennui Tip-Top" (2021). También cabe destacar su cameo en la saga de Harry Potter, en forma de banda (sus Weird Sisters actúan en "El Cáliz de Fuego", 2005).

Además, hemos tenido tiempo de leer su autobiografía "Buen Pop, Mal Pop", pero todo nos ha parecido poco para una banda que tanto nos impresionó en los noventa, cuando la mayoría los descubrimos, a pesar de llevar ya una década en activo. Fue con la secuencia "Intro" (1993), "His 'n' Hers" (1994) y, sobre todo, con el icónico "Different Class" (1995), encadenado que dio paso al notable "This Is Hardcore" (1998), digno sucesor de aquella obra magna. Canciones como “Babies”, “Razzmatazz”, “Common People”, “Disco 2000” o “Help the Aged” regaron la década en los Discman, las radios y las pistas de baile, para finalmente ser rescatadas en las mencionadas reuniones de la banda a modo de ejercicio de nostalgia.

Por eso, hay que plantarse bien y reflexionar sobre qué pueden —o deberían— ofrecer los de Sheffield en plena era post-Brexit, de la inteligencia artificial, del reguetón, del segundo mandato de Donald Trump y del calentamiento global. Sus fans ya pasan la cuarentena (como mínimo), y la gran mayoría ya no acuden a las discotecas. Han transcurrido 25 años, y el mundo ha cambiado por completo.

De ahí que me atrevo a afirmar que "More" encaja bastante bien en su tiempo y, de hecho, enlaza con bastante naturalidad con el punto en el que la banda lo dejó en el lejano 2001. Si bien se trata de un disco maduro, que gana con las escuchas, no es un trabajo que se digiera a la primera: incluso tiene algún tramo tedioso y, por momentos, le falta cierta espontaneidad y frescura característica de los mejores momentos de la banda. Pero si uno escucha con atención el notable "We Love Life", percibirá esas ganas de experimentar y buscar nuevos caminos que rehúyen del estribillo fácil y pegadizo. Y eso es exactamente lo que encontramos aquí, con 25 años más de experiencia a sus espaldas.

Grabado el año pasado en los estudios Orbb (Londres) bajo la supervisión y dirección del productor de moda James Ford —habitual de los Arctic Monkeys y responsable de rejuvenecer los últimos pasos de Blur, Pet Shop Boys y Depeche Mode, además de haber catapultado a bandas como Fontaines D.C. o The Last Dinner Party—, el trabajo de estudio se escucha nítidamente en la pulcritud y el cuidado de las once nuevas canciones (doce en la edición japonesa), compuestas por Jarvis y los suyos. En ellas colaboran un viejo amigo y miembro de la banda, Richard Hawley (a la guitarra), así como el polifacético Chilly Gonzales.

De buenas a primeras nos encontramos con la que es, seguramente, la mejor canción del álbum y la más digna sucesora del legado de Pulp: hablamos del single de adelanto “Spike Island”, una pieza de melodía pegadiza en la que el dramatismo vocal de Jarvis se entrelaza con unos ritmos electrónicos. Aunque, si hablamos de dramatismo, nada mejor que una canción de deseo del antihéroe como “Tina”, con sus subidas y bajadas y esas modulaciones de voz que tan bien domina Jarvis. Como si hubieran reservado las mejores piezas para el principio, aparecen los estribillos de “Grown Ups”, donde reflexionan sobre la madurez, sostenidos por una excelente base rítmica de violines, especialmente lúcidos en la barroca “Partial Eclipse”.

“Farmer’s Market” tiene esos aires de musical; “My Sex” presenta "groove" mientras los susurros de Cocker narran una letra entre lo absurdo y lo humorístico. “Got to Have Love” es una versión 2.0 de su F.E.E.L.I.N.G. C.A.L.L.E.D. L.O.V.E., con un guiño directo al deletrear nuevamente la palabra “love”. “Background Noise” podría pasar por una pieza de Nick Cave, y “A Sunset” es una bonita oda al ocaso de la vida que refleja el carácter melancólico de estas nuevas canciones. Por cierto, prestad atención al inicio de la canción y os entrarán ganas de beber Coca-Cola.

¿Es "More" un disco malo? En absoluto. ¿Esperábamos más del regreso de Pulp? Podría ser, si lo miramos desde la nostalgia, convencidos de que los tiempos pasados siempre fueron mejores. Pero lo cierto es que, a pesar de no contener grandes éxitos pop, es un trabajo arriesgado que huye del camino fácil, para dar una nueva vuelta de tuerca a la carrera de esta maravillosa formación, sin que por ello pierdan su identidad.
 

Félix Lineker: "Creo firmemente en el poder catártico de las canciones, mías o de cualquiera"


Por: Kepa Arbizu. 

En muchas ocasiones, la música, tanto para el que la escucha como por parte de quien la ejecuta, ejerce de muleta anímica para enfrentar los baches emocionales. El nuevo título del disco de Félix Lineker es lo suficientemente explícito, "Canciones que devuelven la fe", a la hora de encomendar esa tarea de salvavidas a sus nuevas composiciones, las que se convierten en todo un itinerario personal reflejo de ese proceso huidizo de las fauces del abismo. Una recuperación de la autoestima existencial que además se entona alejado de su habitual manifestación acústica y envolvente de los ritmos tradicionales americanos para adentrarse en un terreno orgánico, donde la electricidad y el idioma roquero se convierten en brújula propicia para apartar las oscuras tinieblas del horizonte del autor. Sobre todas estas cosas y del resultado obtenido por este magnífico trabajo hablamos con su responsable. 

Tu nuevo disco tiene un título y contiene unos textos muy esclarecedores sobre el concepto que transmite, significando un recorrido por esa recobrada esperanza tanto en el plano musical como anímico, ¿son dos aspectos indisolublemente unidos? 

Félix Lineker: Totalmente. ¿Qué es la música sino un estado de ánimo capaz de alegrarnos, elevarnos o conducirnos a la más absoluta melancolía? Sin duda, no hay líneas que dividan los sentimientos de una rueda de acordes. La pandemia, por ejemplo, está representada en el disco, concretamente en la canción "Pesadilla". Creo que es imposible separar estos aspectos que comentas porque la música se hace desde el corazón y, evidentemente, la cabeza, pero debe primar lo primero sobre lo segundo. 

Estilísticamente es un trabajo especialmente orgánico, directo y eléctrico, ¿qué has encontrado en esa representación más roquera para encomendarle esa recuperación de la “fe”? 

Félix Lineker: Es curioso lo que comentas, no lo había pensado bajo ese prisma. La verdad es que, a la hora de componer, suelo dejarme llevar y no soy nada cerebral; solo dejo fluir y me dejo llevar por la melodía y los riffs, siendo un proceso que siempre tiene algo de misterioso. Como digo en "Canciones que devuelven la fe", me dejo llevar y son “canciones que ni llego a creer". Son esos riffs y acordes los que mandan en mi proceso creativo; la melodía me llega un poco antes, es como si la letra tuviera un pequeño delay, sucede casi a la vez, pero es la melodía la que va recogiendo palabras en el camino. Siempre había deseado hacer un disco de rock y creo que lo he conseguido, de ahí esa paz y calma de un músico que está satisfecho. 

¿Hasta qué punto la presencia en la producción de Omar Carrascosa ha supuesto un impulso a ese formato más roquero? 

Félix Lineker: La coproducción con Omar ha sido crucial para el resultado final del disco. Yo había sido arreglista de mis discos, pero esta vez me apetecía meterme de lleno en la producción. Tras diez años de carrera y siendo este ya mi cuarto disco, me apetecía dar un paso más allá y asumir la responsabilidad en las guitarras, tanto acústicas como eléctricas. Sin duda, Omar supo guiarme en los momentos de duda. Teníamos una sola premisa con todo lo que grabamos: esto lo hacemos para disfrutar. Creo que eso es lo que transmite el disco: positividad, alegría, festejo… 

¿Todos los condicionantes particulares que definen a este disco se han reflejado en un proceso de composición y/o grabación diferente a otros trabajos? 

Félix Lineker: Hacía seis años que no publicaba nada. Ese creo que ha sido el mayor condicionante de este disco. Tenía más de 20 canciones donde elegir, y el proceso de selección fue una tarea curiosa. En principio, iban a ser solo ocho temas, pero una tarde que estábamos en el estudio grabando unos arreglos al terminar le mostré, sin ninguna intención, una demo que tenía grabada con el móvil. A él le gustó tanto que incluso valoramos publicar esa propia versión recogida en el teléfono, pero al final decidimos incluirla y es la única canción grabada en directo, solamente guitarra y voz. Las demás, siguieron el proceso habitual, por pistas. Finalmente, me decanté por estas 9 canciones que creo que transmiten esa fe en la música de la que hablo en el disco. 

Podemos citar como referencias en estas canciones desde Dylan a Lou Reed, pero también a toda esa familia de bardos eléctricos más cercanos, como Berrio, Chencho Fernández o Iñigo Coppel, ¿tus inspiraciones van más allá de los clásicos anglosajones? 

Félix Lineker: Por supuesto. Quique González, por ejemplo, siempre ha sido mi ojito derecho. Nadie hace americana en castellano como él. También me gusta mucho Miren Iza de Tulsa; tiene una de las plumas más punzantes del panorama musical español. Nacho Vegas es otro artista que me interesa, aunque en pequeñas dosis porque te puede hundir (risas). Nombraría también a Señor Chinarro, es otro artista que me gusta por su manera única de hacer letras y siempre muy preocupado por el sonido de sus álbumes. Otra referencia importante para mí es Josele Santiago, tanto en solitario como en Enemigos. También me gusta dejarme llevar por las guitarras, los ambientes y las letras de Los Planetas. Aunque no había profundizado en las carrera de Berrio (solo conocía varios temas, en especial "Mis ayeres muertos", que me parece un tema a la altura de "Like a Rolling Stone" en castellano), estoy a tope ahora con "Paradoja". 

Tus discos siempre trasladan ese tono intimista y emocional, ¿cada uno de tus trabajos necesita de unas vivencias propias y determinadas para ponerse en marcha?

Félix Lineker: Sí, las canciones surgen a través de experiencias, propias o ajenas, al menos en mi caso. "No hay razón para escribir una canción a no ser que sea el corazón quien hable", digo en una de las composiciones nuevas que he compuesto. Los artistas, de cualquier tipo, trabajan con emociones, y yo no soy una excepción. Hay que intentar transmitir para que quien está al otro lado pueda conmoverse o ponerse a dar saltos de alegría. 

En toda esa mención a los ingredientes necesarios para la recuperación anímica que traslada el disco no solo hablas de puertas para adentro, también haces alusión a las canciones de otras personas, a las personas que te han acompañado, ¿ninguna recuperación plena puede ser entendida como un ejercicio individual, sino siempre colectivo? 

Félix Lineker: Desde luego. Todos necesitamos apoyarnos en los demás, sobre todo en los malos momentos. Cuando uno sufre una caída, es necesaria más que nunca esa mano tendida para salir del agujero. Son la familia y los amigos la base para cualquier tipo de recuperación mental o anímica, pero quiero aclarar que también están, obviamente, en los momentos de alegría o celebración. Es muy sencillo diferenciar a los amigos frente a esas personas tóxicas que solo se miran el ombligo. Me siento muy protegido y en calma por mi círculo de confianza; ellos me conocen más que nadie y saben de sobra en la onda que estoy en cada momento. Tengo mucha suerte. 

“En la brecha” me parece especialmente significativa en cuanto que explica a la perfección que este no es un disco que se vanagloria de haber llegado al paraíso, sino de haber encontrado las herramientas para intentar jugar la partida, en ese sentido, ¿percibes que has adquirido un aprendizaje del que ya no hay marcha atrás? 

Félix Lineker: La verdad es que quiero creer que sí. "En la brecha" es la canción con más texto que he escrito hasta la fecha. Creo que esta rima lo resume bien: "Aunque he temblado, este puede ser mi año". Tiene que ver con la confianza en lo que uno hace, como se dice ahora, estar en su "prime". No debemos tener miedo a tropezar, la vida es un constante aprendizaje. Aunque lo que queremos es no recibir esos tropiezos, es fundamental tener mecanismos para darle la vuelta a la tortilla, eso es "En la brecha". 

A pesar de esa constante mirada esperanzadora, también hay paisajes emocionales, como los de “Pesadilla” u “Ochomil”, duros y dolorosos, ¿la mejor forma de retratar esa recuperación era reflejar lo hondo que llegaste en el abismo? 

Félix Lineker: La vida es una constante subida a una montaña. Pretendemos subir a la cima, pero ese ascenso no resulta sencillo. Aunque hay momentos en los que uno siente que ha plantado la bandera en el pico más alto. Lo malo de esto es que después hay que descender, y la velocidad a la que bajamos puede jugarnos malas pasadas. Es hermoso estar en la cima, pero hay que pagar un peaje. Uno de los temas recurrentes del disco es la muerte y cómo afrontamos esa lucha y ese agarrarnos al clavo ardiendo que es la vida. En la vida no hay atajos, y son estas experiencias extremas donde está la oportunidad de hacer una gran canción.

 Precisamente “Ochomil” contiene uno de los versos más estremecedores del disco: “Prefiero morir que vivir en un absoluto letargo”. ¿A veces la apatía es peor que el dolor? 

Félix Lineker: Probablemente. Con el dolor, al menos sientes que estás vivo; de la otra manera, la vida pasa por delante como quien ve pasar un tren. Nadie quiere sufrir en la vida, pero por desgracia a todos nos toca pasar momentos difíciles. Nadie escapa de las garras de la muerte. Todos alguna vez hemos perdido a alguien que nos ha causado un gran dolor. "Ochomil" tiene un contraste porque, aunque aborda un tema tan serio, la música es un canto a la vida. La producción de esta canción es como la subida a una cima: cada vez hay más metros de distancia sobre el suelo, los instrumentos van entrando paulatinamente hasta explotar en el solo de armónica de Sendoa Bilbao. 

Cuando uno se enfrenta a ese momento crítico de tocar fondo, ¿siente que ha habido señales que le informaban de ese trágico destino o llega sin avisar? 

Félix Lineker: Forma parte de un proceso, como una bola de nieve que cae por la ladera y se va haciendo cada vez más y más grande. Uno no es consciente de lo grande que se está haciendo hasta que la bola tiene cierto tamaño. Cuando estás en esa vorágine creativa, no eres consciente de lo que estás haciendo. Es la perspectiva y el tiempo los que ponen a los sentimientos en su lugar. 

El álbum se cierra con un tema, “Oscuro renglón”, solo sostenido por voz y guitarra, simbólicamente se puede pensar que es una forma de reflejar el fin de un recorrido demostrando que ya no necesitas muletas instrumentales y te vale solo con esos dos elementos, ¿por qué has elegido ese tema, y ese formato, para cerrar el disco? 

Félix Lineker: Las canciones tienen el poder de llenar un palacio entero metiendo decenas de capas de instrumentos, pero siempre he creído firmemente que la buena canción es la que se sostiene solamente con la guitarra y la voz. Es como una invitación a que conozcan al Félix que está en el salón de su casa componiendo, en ese mismo instante en el que acaba de nacer una canción. 

“Calle Limón” retrata aquel Madrid donde encontraste tus primeras pulsiones roqueras, ¿es más un canto de nostalgia por lo desaparecido o un homenaje por todo aquello aportado? 

Félix Lineker: No siento nostalgia de esa época, porque hace relativamente poco, 6 años, que ha sucedido y la compuse creo que por 2021. Llevo más de veinte años en Madrid, y esta canción representa un pasado muy reciente. Por entonces, Conde Duque era un hervidero de cultura y música. Vivimos el nacimiento de fanzines, Listening Rooms, conciertos especiales y, sobre todo, mucha diversión. Es un canto a una época en la que un grupo de amigos se conocieron en torno a dos bares (Macanudo y Horacio) y forjaron una amistad que sigue vigente. 

En este disco hablas de la música, del arte, como herramienta de salvación, pero, ¿a veces también puede ejercer de lo contrario, de regocijo en la tragedia, o a su manera siempre te ha servido de salvavidas? 

Félix Lineker: Inevitablemente uno busca bandas sonoras para cada momento que vivimos. Actualmente, por lo que sea, lo que más me apetece es escuchar música rock, pero también encuentro paz en los discos de Kurt Vile y Kevin Morby. Especialmente, hay una canción que me encanta que se llama "I can see the pines are dancing", de A.A Bondy. Es una canción perfecta para pasear por las mañanas por el parque Tierno Galván y dejarte deslizar por ese Madrid más rural.

Es innegable el valor personal y anímico que este disco parece contener para ti, pero al margen de eso, ¿cuando uno se enfrenta a la creación también piensa en el resultado que podrá obtener de él los oyentes, o el trabajo artístico siempre es de naturaleza “egoísta” en ese sentido?

Félix Lineker: Creo firmemente en el poder catártico de las canciones, mías o de cualquiera. Cuando estás componiendo, al primero que tienes que convencer de algo es a ti mismo. Así que sí, hay una naturaleza egoísta en la cabeza del creador. Somos demasiado narcisistas (risas).