Carlos Escobedo: Lirismo acústico y emociones a flor de piel


Teatro Eslava, Madrid. Sábado, 20 Diciembre 2025 

Texto y fotografías: Fran Llorente. 

Carlos Escobedo, cantante, bajista y principal compositor de SÔBER, debuta en solitario con un primer álbum muy lírico e introspectivo. En el Teatro Eslava aprovechó para presentar algunos temas de su nueva cosecha, si bien el grueso del show pivotó sobre el repertorio de la banda madre. Damos todos los detalles a continuación, en esta crónica entusiasta y fogosa…

Acompañado por un cuarteto de grandes músicos, muy bien arropado por los estelares Raúl Perona a los teclados y Charlie López al violín (y coros), más la notable participación de David Lozano como segunda guitarra acústica y Sergio Bernal a la batería, Carlos Escobedo como coronado Príncipe de las brumas buceó entre melancolías varias con afinado pulso en una velada muy provechosa para los amantes de la música con mayúsculas. De inicio suenan cinco clásicos a quemarropa: “Vulcano”, “Blanca Nieve”, “Tic-Tac”, “La Escalera” y “Estrella polar” como rotunda declaración de intenciones de lo que está por venir. 

Para entonces ya hemos constatado la solidez de la banda semi-acústica que le acompaña, mientras “Mañana” y “Eternidad” inyectan nuevas dosis de dinamismo a un espectáculo sobrado de palpitación y buen gusto. Asoman entonces los ecos de Antonio Vega con esa perla tan especial, “Lucha de Gigantes”, y esos insuperables versos: ‘En un mundo descomunal, siento mi fragilidad, deja que pasemos sin miedo…’. El artista frente al vacío y la hoja en blanco. Nunca suficientemente valorado, Carlos Escobedo, se refleja en el espejo de uno de los mejores compositores que dio el país, el malogrado autor de piezas mágicas como “Persiguiendo sombras”, “Desordenada habitación”, “Océano de Sol”, “Vapor”, “Ángel caído” y tantas otras… 

Excelso y seductor, Escobedo también persigue de alguna manera a sus propios fantasmas y sus vivencias de la infancia, cuando fuimos niños felices en un tiempo bastante más propicio que el actual, pese a todas las carencias materiales de la época. Esos anhelos de un mundo mejor que se perdieron en la neblina del olvido y el recuerdo. Aquel lejano "Elixir de juventud" que para todos ya queda demasiado remoto, los dulces aromas ochenteros con los crecimos y nos enamoramos de esta bendita locura que es la música.

Carlos se mete a la parroquia en el bolsillo cuando se lanza por la autopista de las emociones a flor de piel. Ahí no tiene rival. Tiempo para “Papel Mojado”, donde nuestro protagonista afirma: ‘quiero ser el escritor que sangra y llora’, diseminando varios diamantes más para la eternidad, con las preciosas y radiantes “Arrepentido” y “Eclipse”. Arrebatados por un furioso latido nos sumergimos en “La luna me sabe a poco”, el clásico de Marea, donde el bardo madrileño lleva la harina a su costal, imprimiéndole una atmósfera y un ritmo muy personal a la pieza. “Sábanas vacías” la canción que abre su elepé “Solitud”(2025) y “El Hombre del Hielo” tiñeron de escalofríos armónicos una velada radiante y luminosa, antes de ceder el protagonismo a Raúl Perona, que se marca solo al piano “Un final mejor” para que Charly García haga lo propio a continuación en “Gritarle al mar”, no sin antes mencionar a Flores del Infierno y Bon Vivant, dos bandas muy recomendables donde militan los mencionados músicos. De este modo fue transcurriendo un show muy emocionante y con una cuidada escenografía que en su tramo final dejó andanadas del calibre de “Diez años” y “Nostalgia”.

Pero todavía quedaba algún plato fuerte y algunos invitados de postín por salir, como Ruth Lorenzo, con quien compartió, “Agua para tu sed” antes de poner el broche final con “Inmerso”, más una sorprendente “Loco” y marcar el punto definitivo, a pachas con Rulo. “Náufrago” finiquitó una excelsa función que nos dejó un sabor de boca inolvidable. Ver a estos chicos en directo siempre es un pleno al quince y nuevamente Carlos Escobedo no defraudó en un concierto muy especial y señalado, el segundo acústico suyo que vemos en dicho local. Chapeau.

Ashley Naylor: "Alexandria Sunset"


Por: Txema Mañeru. 

La verdad es que yo no recordaba el importante nombre del australiano Ashley Naylor. Eso, a pesar, del gran aprecio que tenemos muchos seguidores por estos lares y en El Giradiscos, en general, por todo el rock and roll que llega del continente de los canguros. Pues bien, conviene recordar que Ashley es un prestigioso y cotizado músico que ha tocado (o lo hace) con The Stems, The Church o Paul Kelly, entre una larga lista con más exquisitas propuestas.

"Alexandria Sunset" (El Reno) es ya el quinto trabajo en solitario del músico. Un artista que se ha hecho cargo de la total producción y composición del disco y que, además, se ha encargado de tocar al completo. ¡Y estamos ante un álbum de gran riqueza instrumental y vocal! Un vinilo con varias especiales ediciones limitadas en formato de lujo de 180 gramos. Las hay en diverso colorido: negro, amarillo, azul y dorado. Además, algunas traen tarjetas interiores con buenos y jugosos bonus-tracks y también con algunas curradas pegatinas. 

Pero ahora es momento de hablar de las buenas canciones aquí recogidas. Canciones de tonos mayormente folk-rock que viajan de grupos clave del sonido de Laurel Canyon a algunas de las mejores referencias británicas del estilo de todos los tiempos. A eso hay que sumar muchos destellos psicodélicos más o menos rockeros y/o ácidos. 

El estupendo vinilo comienza con el tema homónimo. Muy buenas acústicas y voces que emulan a ese sonido californiano americano de los años sesenta. Cuidados coros y un final con excelentes punteos eléctricos con arrebatos psych. Sigue el trabajo con su excelente último single, "As Good As Gold", una buena combinación entre guitarras acústicas y eléctricas que puede recordar a los Byrds del “Fifth Dimension”, pero también al mejor Robyn Hitchcock al frente de The Egyptians. El detalle con la armónica también es un punto a destacar, como lo es en varios momentos el muy presente y potente sonido de un brutal bajo en primer plano. Es el caso de "Turn On The Light", con un tono cercano al mítico "Walk On The Wild Side", de Lou Reed, con su pegadizo estribillo repitiendo “Anymore” y buenos coros sixties. Sorprende el cambio con los casi 6 minutos mágicos de "Semifree", un tema que recuerda, a la vez, a los mejores Spirit, pero con crescendos que pueden encantar a los seguidores de The Bevis Frond. Buen estribillo sobre esas intrincadas guitarras y de nuevo con ese bajo muy presente. Cierra la cara A "Green Spirit (Tumbling Away)", canción por encima de los 5 minutos y con un sonido más rock y soleado.

La cara B la abre el primer single del disco. Un tema de título muy explícito, "Donovan Dreams", con recuerdo al gran Donovan Leitch y a su folk más alucinado. "Caribou" tiene aires country-folk en la onda de Crosby, Stills & Nash, con buenas acústicas y una preciosa pedal steel guitar con cuidadas voces y con punteos rock que a mí me han hecho pensar en los Sotomonte de Jokin Salaberria (Jonny Kaplan, Rubia,…). Esa misma buena y cercana referencia se repite, sumando a clásicos gigantes como Buffalo Springfield, en la espectacular "Really Something" y las grandes voces en su arranque y un estribillo muy Laurel Canyon con un final muy rock con punteos dobles épicos. Sorprenden muchísimo, y para bien, los 6 minutos de "Racing Time" repletos de riffs, y con más guiñosa los The Who del “Who’s Next”. Tras ella llega el segundo single del disco titulado "A Blue Sky", otro precioso tema de country-folk con acústica y la buena voz de Ashley. 

El disco finaliza cerrando el círculo con "Alexandria Sunrise", retomando el tema de arranque, pero con arrebatos más eléctricos. Si puedes escuchar algunos de los bonus-tracks de las ediciones digitales podrás descubrir algunas perlas más. Estaría muy bien que pudiera venir a defender estas magníficas canciones entre nosotros y acompañado por una buena banda. Muchos disfrutaríamos ampliamente con este disco en vivo.

Alcalá Norte, la ciudad a sus pies


La Riviera, Madrid, lunes 22 de diciembre del 2025. 

Por: Javier González. 
Fotos: Estefanía Romero. 

Alcalá Norte dieron por finalizada anoche su estancia de tres días en “La Riviera”, lo hicieron con el enésimo “sold out”, confirmando con un auténtico fiestón la grandeza y los parabienes que vienen recogiendo desde hace poco más de un año cuando, tras la publicación de su primer y hasta el momento único trabajo en el mercado, pasaron a convertirse meteóricamente en una de las grandes esperanzas de nuestro nuevo pop-rock. 

A medida que nos acercábamos a la madrileña sala pudimos comprobar que el ambiente era de lo más festivo. Era fácil rastrear bastantes corrillos de gente tomando apresuradamente la última caña antes de entrar, grupos de amigos disfrazados de “Power Rangers”, dando color a la noche, y cómo no, fans customizados con emblemas del grupo para demostrar militancia, todo ello sin duda potenciado por las fechas en que nos encontramos donde las festividades invitan al desenfado. Pero cuidado, todo ello no sería posible si detrás no hubiera un proyecto dotado de la capacidad de transmitir sensaciones distintas, con el talento suficiente para facturar  canciones con marchamo de himnos,  defendidas en el escenario con mucha solvencia y un descaro y cercanía en el trato al público que les eleva por encima de la media, convirtiéndolos con toda justicia en una de nuestras propuestas actuales más frescas y sinceras. 

Mareas de gentes totalmente intergeneracionales accedían hasta el recinto capitalino, el cual poco a poco se fue poblando, presentando un aspecto como pocas veces recordamos, con la intención de disfrutar del que quizás pueda ser uno de los últimos conciertos de la banda en una sala de mediano aforo, toda vez que hoy mismo salen a la venta las entradas del que será su primer concierto en el Movistar Arena, hecho que deja claro que lo suyo, con toda probabilidad, comience a ser algo más propio de grandes audiencias que de citas en petit cómite. 

Irrumpieron en escena con cierto retraso, pasadas las nueve de la noche, pero lo hicieron tirando de paso firme y regalando carisma, acercándose al borde del escenario, saludando y sabiéndose ganadores de antemano. Fue Barbosa, parlanchín y dicharachero durante toda la velada, el encargado de hacer el “protocolario” saludo, casi a la par que pegaba tientos a una bota de vida que posteriormente hizo volar por los aires para regalársela al personal, instantes antes de arrancar con la oscuridad de las pétreas “Dr. Kozhev” y “Superman”, con las que ya pusieron al personal a enardecer, para posteriormente atacar “El Guerrero Marroquí”, “420N”, absolutamente celebrada por una audiencia ya entregadísima, una tonada antigua como “Codere” y “La Sangre del Pobre”, cuya fenomenal intro nos puso los pelos de punta y que coreamos como una sola voz hasta rematarla con el mítico “Sustancia, que solo pones patata, macho”, dando un sentido generacional a la desesperación que tan bien dibujan los madrileños a través de sus curiosas y castizas imágenes. 

Con el público en todo lo alto acometieron una de las mejores tandas de canciones de la velada. Se hicieron la planetaria “10k”, sacando a relucir más tarde sus mejores galas para mostrar una elegancia deudora de La Mode en “No Llores, Dr.G”, un bombazo de afterpunk calmado que es pura adicción, donde la interactuación de guitarras entre René Sharrocks-Carlos Elías, los teclados de Laura de Diego junto al buen hacer empastando bajo y batería del “Admin” y Barbosa, son el perfecto sustento para que junto a la actitud impertérrita de Rivas consiguieron elevarla al cielo. Posteriormente continuaron con “El Rey de los Judíos” (“Cosquilleo”), “Arteligencia” y su acertada revisión de ABBA en “Gimme Gimme”, robándonos una sonrisa, pero sin dar tregua ni permitir que cogiéramos el más mínimo resuello. 

Barbosa
abandonó momentáneamente su batería para coronar a Rivas, era el momento de invitarnos a pasar un rato en “La Calle Elfo”, acercándose musicalmente a La Dama se Esconde, mientras seguían mezclando su mensaje subversivo con melodías vaporosas y arpegios hipnóticos que hacían corear y bailar al personal con cara de satisfacción. Antes de rematar la velada, sin posibilidad de bises, lo cual resultó todo un acierto por su parte, sonaron su adaptación de Icare, “Fils de Lucifer”, que Barbosa presentó como “una versión de heavy francés”, la pontetísima “Los Chavales”, “Barbacoa en el Cementerio”, cercana en su sonoridad a los míticos Parálisis Permanente y a los primeros Gabinete Caligari, “Langemarck” y la casi industrial “Westmister”, donde Rivas se abrió paso entre las primeras filas que arrodilladas le confirmaban como su pastor. 

Tocaba cerrar y vaya cómo lo hicieron. Barbosa tomó la palabra para presentar “La Vida Cañón”, inspirada, tal y como explicó, en un artículo que vio la luz en “Mundo Gráfico” un 25 de diciembre de 1935 que recogía la opinión de un vecino de las corralas de “Lavapiés”, quien mostraba toda la lucidez y sabiduría centenaria de los barrios populares de Madrid abogando por disfrutar de la vida apurando las pequeñas cosas en un alarde de inteligencia. Instantes después, “La Riviera” botaba en un interminable pogo repleto de buen rollo, mientras quien más y quien menos canturreaba, imaginando a su chica con peineta y mantón, o a él mismo apurando un puro y disfrutando en el tendido de sombra en Las Ventas para  así dejar de pensar en una existencia que no es tanto horror si la música que suena de fondo pertenece a Alcalá Norte

La noche terminaba como empezó, con los Alcalá Norte acercándose al borde del escenario, sonrientes y sabedores de su victoria, mientras como banda sonora atronaba de fondo un divertido “All Right” de Cristopher Cross, ante un público que les despedía como lo que son: una de las grandes bandas de nuestra música actual. Para cerrar del todo la fiesta y como si de una boda se tratase, Barbosa abrió un par de cajas de puros y los lanzó al respetable con toda naturalidad, demostrando lo salado e incorregible que es, pero también que la cercanía y la personalidad tienen todavía cabida en una era de falsas apariencias y vacuidad. En un mundo podrido y sin ética, la esperanza reside en unos cuantos chavales de barrio que se dedican a hacer lo que les da la real gana. No lo olviden, lo de anoche fue tan épico como histórico. Tres noches de absoluta confirmación donde Alcalá Norte pusieron la ciudad a sus pies. Próxima parada: Movistar Arena. O como dijo el ya más que mencionado Barbosa, en el Palacio de los Deportes, coño.

Santi Campos: “Desnudarse en cada verso es narcisista, masoquista y terapéutico”


Por: Javier González. 

Que un artesano de canciones como Santi Campos cumpla treinta años en el mundo de la música siempre es un hecho a celebrar. Tres décadas donde siempre se ha movido a su aire, trazando un camino propio, repleto de dignidad en cada paso, las cuales ahora recoge en una representativa porción en el recopilatorio “Ruinas de Interior” (1995-2025), un trabajo de bella facturación que ve la luz bajo el manto de Rock Indiana

En estas semanas el bueno de Santi anda inmerso en una gira sin red de seguridad, recorriendo parte de nuestra geografía, agarrando el volante de día y parapetado tras las seis cuerdas de noche, demostrando que su relación con la música es tan profunda y sincera como cada una de las canciones que escribe. Días atrás nos pusimos en contacto con él para celebrar estos primeros treinta años de trayectoria con una charla tan cercana y emotiva como siempre acostumbra a concedernos. Brindamos copa en alto por muchos años más de grandes composiciones. 

¿Cómo estás, Santi? ¿Qué tal va la vida? Y sobre todo, ¿dónde andas ahora? Sabemos que has ido cambiando de residencia y la última vez que hablamos, de lo que hace bastante tiempo, estabas residiendo en Barcelona. 

Santi: Me mudé de Barcelona a Castelló, justo después de la pandemia, y en parte empujado por los efectos que esta catástrofe tuvo en mí... Si estás interesado en saber más detalles de cómo afectó todo aquello a mi música y a mi estado de ánimo, hay un documental que puedes encontrar en YouTube, que hice con mi móvil, que se llama “No somos zombis”. Llevo cinco años en Castelló y estoy contento con la decisión tomada.

Cumples treinta años en este negociado de la música, efeméride que celebras de la mejor forma posible con la publicación de un recopilatorio y una gira que te llevará a recorrer las principales ciudades del país. Vayamos por partes, si te parece. ¿Qué sientes al comprobar una cifra tan redonda y potente? 

Santi: Siento que soy más viejo de lo que me creo... Además, ten en cuenta que cuando empecé a publicar discos ya había cumplido los 25 años. De cualquier manera, estoy más que orgulloso de mi discografía y creo que ha envejecido muy bien. 

¿Es la tuya una demostración palpable que la independencia y el compromiso artístico son posibles en una tierra tan ingrata como esta? 

Santi: Es la demostración palpable de que el empecinamiento mueve montañas, y de que más allá de la vocación está una cosa que se parece más a una adicción que a algo realmente sano. (Risas) 

¿Qué ha sido lo más complicado de toda esta andadura? Y al contrario. ¿Qué ha sido lo que más has disfrutado en este caminar de tres décadas?

Santi: Lo más complicado ha sido ir poco a poco dándome cuenta de que mi música no iba a llegar a un número relevante de gente, lo que hace todo el proceso mucho más duro. Lo que más he disfrutado, todo lo demás. Me encanta componer, grabar, tocar en directo... También he disfrutado mucho la amistad y la hermandad que me han ofrecido mis compañeros de viaje durante todos estos años, ya sean Malconsejo, Amigos Imaginarios, Herederos, Hijos, 4rbre o Back to the Hills; todos ellos son mucho más que músicos que comparten escenario y estudio conmigo... Es como tener varias familias a las que acudir y ser comprendido. 

“Estoy orgulloso de mi discografía, creo que ha envejecido muy bien” 

¿Cómo es eso de llevar 30 años desnudándose emocionalmente en cada verso? 

Santi: Narcisista, masoquista y terapéutico. También te digo que cuando hago la canción no estoy valorando nada, solo intento contar de una forma bonita algo que me importa en ese momento. 

Si tuvieras que definir las siguientes etapas en pocas palabras cuáles elegirías. 

-Malconsejo. Santi: Mi familia más antigua y mi escuela, con ellos lo aprendí todo menos a cantar, que por entonces se me daba fatal. Seguimos estando muy unidos, intentamos ensayar al menos un par de veces al mes. 

-Amigos Imaginarios. Santi: Fueron mi universidad, con ellos aprendí a cantar (Ester me enseñó, con la ayuda de Charlie). Grabamos un puñado de discos buenísimos. También son mi familia, nos vemos menos porque viven en Madrid. 

-Herederos. Santi: Asunto serio. Perdona que me repita, pero también son mi familia, esta vez la de Barcelona. Ten en cuenta que ninguno de estos grupos se ha disuelto, el hecho de que no estén en activo tiene más que ver con la distancia geográfica que con motivos personales y musicales. En directo, Herederos somos una apisonadora, y también hemos grabado un buen puñado de grandes discos. 

-Santi Campos aquí y ahora. Santi: Aprendiendo. Estoy grabando el disco más importante de mi vida, se va a llamar “Áprie”. Está escrito a raíz del fallecimiento de mi padre, y habla de ser hijo, no haber sido padre y nuestra relación con la muerte. Musicalmente es muy íntimo y frágil. 

¿Cómo se plantea la posibilidad de hacer un recopilatorio al estilo de “Ruinas de Interior” (1995-2025)? 

Santi: Me lo propuso Pablo Carrero y me encantó la idea. Me costó mucho reducirlo a 40 canciones, se quedaron muchas canciones fuera, también un buen puñado de inéditas. 

“Rock Indiana me ha sentirme importante y valioso” 

Imagino que gran parte de la culpa la tiene la gente que hay detrás de Rock Indiana, una familia para ti que siempre ha creído ciegamente en lo que has hecho. ¿Qué puedes decirnos de una relación que sabemos va más allá de lo profesional? ¿Hubiera sido posible la carrera de Santi Campos sin su presencia? 

Santi: Rock Indiana, Pablo, es otro de esos hermanos que tengo por elección y no por sangre, nos queremos mucho. Como he dicho antes, soy un empecinado, así que sí que creo que no habría habido forma humana de que yo no hubiera hecho música durante estos años, pero Rock Indiana me ha hecho sentirme importante y valioso, y siempre ha confiado ciegamente en los pasos que he ido dando. Además, me gusta mucho la música que publica, hay discos gigantes en Indiana. Por otra parte, nunca le perdonaré a Pablo que no fuera él quién inicialmente fichara a Malconsejo para el sello, si no Fito, su socio, quien claramente tiene mucho mejor gusto musical. (Risas) 

Volvamos al recopilatorio, el álbum incluye 40 canciones que recorren todas o casi todas tus épocas. ¿Qué criterio se sigue a la hora de seleccionar cuáles serán los temas incluidos? 

Santi: No lo sé muy bien. Consulté a Pablo y a Rogelio Enríquez, alguien que conoce muy bien mi repertorio, y luego no les hice mucho caso. El problema básico era la duración de los CDs, esa fue la razón por la que se quedaron fuera algunas canciones, pero también fue un handicap que me ayudó a centrarme un poco. También quería que tuviera un buen número de inéditas que representaran a todas las épocas. Sí que me sorprendieron las inéditas, algunas de ellas creo que son realmente buenas y no recuerdo la razón por la que se quedaron fuera... Lo más sorprendente es que todavía hay muchas canciones inéditas. La única canción que no podía faltar era “Cleopatra, reina de África”... La que me dolió dejar fuera es “Arder”, pero ahora me alegro, porque es la única que –en formato físico- solo existe en un single de vinilo de 7”, y eso la hace muy especial. 

Del álbum se podría hablar largo y tendido, pero creo que dado que es un recopilatorio lo ideal es que la gente escuche todo lo bueno que has incluido. Sin embargo, quiero pararme en las seis canciones que incluyes por primera vez en formato físico, algunas de ellas versiones de gente como Townes Van Zandt o Elliot Smith. ¿A qué se ha debido este hecho? 

Santi: Siempre me ha gustado traducir al castellano canciones de músicos anglosajones que me han influenciado, tengo un montón... Podría hacer un disco entero de versiones de ese tipo. 

También incluyes “Los torpes” con Jero Romero, otro de nuestros grandes autores de canciones pop con sensibilidad y estilo propio. ¿Qué tal salud goza nuestro colectivo de grandes escritores de público relativamente minoritario? ¿Por qué no es posible romper la barrera del gran público salvo en contadas excepciones? 

Santi: Creo que Jero, que en mi opinión es un genio, no tiene un público minoritario, desde luego no tiene la repercusión de Dani Martín, pero podría llenar una sala de 200 o 300 personas en cualquier ciudad del país. Tiene un estatus muy cómodo y que envidio... creo que él está exactamente en el lugar que quiere estar, porque no me da la sensación de que quiera ser un artista masivo (yo tampoco querría). Sobre el acceso al gran público, creo que si mi música rompiera esa barrera significaría que algo estaría haciendo mal. No quiero eso, envidio el estatus de Jero, de Josele Santiago y de Tulsa. Gente que hace lo que le da la gana y sin embargo gusta a una cantidad suficiente de público. 

Al escuchar otra vez “De qué sirve”, cuya letra está basada en “Contra Jaime Gil de Biedma”, sobre versos del fenomenal autor barcelonés, he vuelto a sentir tu cercanía con otro maestro que ya no está como Rafael Berrio. ¿Cómo de grande era Berrio? 

Santi: Enorme. No llegué a conocerle, de hecho, me enganché a su música muy poco antes de su muerte, pero ahora me acompaña siempre. 

Los próximos dos meses estarán más que ocupado con la gira que comentábamos más atrás. ¿Qué tal se plantea esta celebración en vivo? 

Santi: Estoy en plena gira. Está siendo intensa, dura y emocionante... Habría sido un gran documental: un cantautor de 56 años metido durante semanas en un coche de 25, tocando casi todos los días, con un repertorio de 160 canciones de las que el público selecciona las que van a ser tocadas. 

Estamos de celebración y con un recopilata recién salido del horno, no queremos quemar la fiesta antes de empezar, pero ya sabes que esto no para. ¿En qué andas trabajando con visos a un futuro más o menos cercano? 

Santi: El disco de mi padre, “Áprie”. Estoy estrenando algunas de estas canciones durante la gira y creo que no soy el único que piensa que va a ser algo verdaderamente importante.

Sidecars: "Everest"


Por: Javier Capapé. 

Me gustan Sidecars, pero últimamente me habían dejado frío. No conseguí conectar con "Trece" y "Ruido de Fondo" pasó rápido a un segundo plano dentro de mis necesidades. Sin embargo no se habían ido. Ahí estaban. Volver a escuchar después de este tiempo a Juancho, Ruly y Gerbass me ha vuelto a entusiasmar, y es que este "Everest" bien lo merece. Un salto de altura, pero no porque perciba en él un gran cambio sino porque las canciones se sienten más compactas.

Hace unos años, al hilo de la publicación de "Cuestión de Gravedad", afirmaba que ese bien podía ser el disco para su consagración, pero también aseguraba que su mejor disco estaba por llegar. Quizá el momento sea éste y las trece canciones que conforman "Everest" sean de las más logradas de su carrera, al menos así lo sienten también sus protagonistas, porque es cierto que encierran grandes aciertos entre su lírica y melodías. "Everest" nos muestra las distintas fases por las que pasa una relación de pareja, con su emoción inicial, sus subidas y bajadas, sus ilusiones y decepciones, hasta su final, que lleva unida esa necesidad de acostumbrarse a la pérdida. Todo ello se nos presenta sin orden, tal y como llegan a nosotros los recuerdos y las emociones por las que pasan nuestras relaciones. Un disco hecho de retazos universales y sin impostura, de ahí que nuestra conexión con el mismo sea casi instantánea. Hay pocas de estas canciones que se alejen de este planteamiento, por eso mismo se convierten en una obra totalmente conectada y coherente.

Ocho discos y algunos altibajos vitales después (que de eso mismo beben las canciones), Juancho ha firmado algunas de sus composiciones más urgentes y necesarias, más llenas de verdad, llevando al trío de Alameda de Osuna a la cumbre. Quizá por eso mismo el título del disco le sienta tan bien y no se trate de una mera casualidad. Sin embargo en el arte de su portada lo que se nos muestra no es la cumbre, sino esa grieta a la que tenemos que agarrarnos y trepar con firmeza y decisión si queremos alcanzar la meta. Porque precisamente con esas grietas y dificultades forjamos nuestro camino y hacemos cima. Ahí está la clave de "Everest", no sabemos si la cima de Sidecars, pero es muy probable que si no lo es se quede cerca.

Aciertan de pleno al compartir la producción con Paco Salazar y despojarse de su sonido más clásico tejido hasta ahora por Nigel Walker. No es que Salazar les ayude a dar un cambio de timón, pues muchos de estos pequeños giros ya se intuían antes, pero consigue potenciar en ellos cierta sutileza y la chispa necesaria para salir de ese toque más plano en el que se habían acomodado. Sidecars arriesgan algo más con este disco, sacando a relucir líneas melódicas más emocionales (ayudan mucho en esto los coros de Esmeralda Escalante) y arreglos medidos, aunque sin salirse en exceso del tiesto. De hecho, así comienzan con "A cámara lenta", como queriendo dejar claro este pequeño viraje mentado desde los primeros compases del disco. Este arranque suena al clasicismo y la tragedia de Bambino, con esas cuerdas tan de los setenta junto a un ritmo sostenido bien marcado donde las guitarras tocan la fibra de puntillas. Sugieren más que marcan, mientras la voz de Juancho resalta lo justo. Es ese toque sutil y medido lo que le da carácter, algo que continúa con "El momento exacto", donde las teclas y el slide se mezclan con un buen arpegio de guitarra que conduce las estrofas. Concisa y clara. Cuando llegamos al tema titular se incorporan las cuerdas y un piano muy Beatle, del que se encarga Sergio Valdehita, buscando la épica con acierto.

La melancolía es una constante en estas letras y en "La última canción" se afronta con pulso y ritmo, donde el bajo la conduce con firmeza, algo que se repite a lo largo del disco, y es que Gerbass está más presente que nunca con sus cuatro cuerdas bien marcadas. Además, uno de los momentos más inspirados de esta colección lo encontramos también en esta canción, concretamente en su coda, que hace magia mientras Juancho entona ese "te da igual lo que te intento decir" y nuestro corazón se desploma mientras la canción se desvanece como queriendo decirnos que lo irremediable siempre llega aunque nos cueste aceptarlo. Con los "la la las" que termina ésta comienza "Ahora", que remite a formas más clásicas y bien exploradas por el trío, con menos riesgos aunque con un estribillo muy resultón.

Electrónica retro en sus estrofas y estribillos de pop luminoso. Eso es "Lo que queda", una canción donde se elimina lo superfluo para que la voz de Juancho se refuerce y entre directa, porque al final eso es lo que importa en estas canciones que pretenden entrar a la primera, aunque porten consigo algunos pequeños elementos distintivos algo más lejos de lo esperado. Así llegamos a "Diez segundos", donde los recuerdos que duelen se tratan con energía en una canción muy luminosa a pesar de ser de las más duras en su lírica. Su particular versión rock de las "sad bangers", donde la guinda la pone Iván Ferreiro con su cameo entonando "El pensamiento circular", canción en la que Juancho se inspiró para dar con el toque preciso en ésta.

"Eclipse" puede parecer más plana en una primera escucha, aunque recuerda al Quique González más ligero con sus imágenes, juegos de palabras y ese hammond de fondo que le da cuerpo. También puede llevarnos hasta Leiva, algo que se ha convertido en una constante en su trayectoria, pero es evidente que la influencia está ahí y no se oculta, no sólo por su apellido sino también por su admiración mutua.

De aquí hasta el final no hay grandes sobresaltos. "Hasta que cierro los ojos" tiene otro de esos estribillos tan redondos que domina el trío, pero sin destacar por mucho más. En una línea similar siguen "A mil metros de profundidad" y "Sin conexión", lo que demuestra que la segunda parte del disco es más continuista con sus anteriores trabajos y puede hacernos desconectar en algún momento, aunque destaquen la más acústica "Un granito de arena", de factura americana, y "Los reyes del caos", que cierra el disco de forma más suave y costumbrista, con imágenes muy directas y un estribillo in crescendo, perfecto para poner el broche entre la calma y la épica.

No sabemos si "Everest" se convertirá en el disco referencial de este trío cuya carrera está más que consagrada tras veinte años en la brecha, pero desde luego que es una colección de canciones que se sienten, se disfrutan y logran que las vivamos como hechas a nuestra medida. Sentimientos y lenguaje universales hechos canción para construir con ellos nuestro particular manual de ascensión a la cima.

Nacho Vegas: "Cajas de música difíciles de parar"


Por: Txema Mañeru. 

La verdad es que el asturiano Nacho Vegas a comienzos del nuevo milenio era un cerebro en ebullición creativa con un genio difícil de parar. Poco después de finalizar con sus Manta Ray fue la gran sorpresa del 2001 con un “Actos Inexplicables” que todavía tratamos de explicar por la gran transformación que supuso. Pronto siguió (igual hubo alguno esos golosos EPs por medio que están englobados en la espectacular colección “Los Hermanos Pequeños”, también en Limbo Starr) otra obra mayor aún (fue doble compacto y casi 2 horas de magia y poder) que fue, muy merecidamente, disco del año en Rockdelux y, posteriormente, tercer mejor disco de toda esa década. ¡Casi nada! Si a esos 20 temazos sumas el bonus track con la preciosa "El Fulgor", te acercas casi a esa duración citada. Más de 7 minutos de pausada paz que aparecieron, en su día, en el “Canciones Inexplicables 2001-2005”.

Pues bien, dicha maravilla la tenemos en una especial y lujosa edición en triple vinilo de color verde oscuro y con un sonido muy finamente remasterizado. Por cierto, el citado debut con “Actos Inexplicables”, "Desaparezca Aquí" y el recopilatorio doble "Canciones Inexplicables 2001-2009" o "El Manifiesto Desastre" también tienen chulas y cuidadas ediciones limitadas en vinilo que puedes conseguir en www.limbostarr.com, al igual que otro buen material del asturiano. Es una buena idea la de sacar ahora esta joyita en triple vinilo. Y es que tiene a punto su nuevo y esperado disco y otra de sus grandes y emocionantes giras.

La magna obra comienza de manera impecable con la psicodélica, expansiva y opresiva "Noches Árticas", moviéndose entre los mejores Bad Seeds de Nick Cave y los Swans de Michael Gira y con la ayuda vocal de J, de Los Planetas. Bien es cierto que, sobre todo, en sus temas más reposados y cercanos al folk eran muy buenas referencias las citadas en su sello de Townes Van Zandt y Leonard Cohen (a los que ya había versionado traduciendo al castellano) o Smog y Will Oldham (Palace Brothers). Seguía con "N.V. Por La Paz Mundial" con una de sus preciosas melodías, el destacado piano de Iker y ese acordeón tan presente y destacado a lo largo de todo el disco a cargo de Diego. También destacan los teclados de un Paco Loco que tocó en varios temas más y que fue el brillante productor de la obra. 

"Todos Ellos" era uno de esos vals alucinados que le siguen gustando crear y "Sólo Viento" se trata de un himno con esos coros que te llevan al firmamento y más arriba ayudado por los buenos coros de Jairo e Iker. "En El Jardín De La Duermevela" vuelve a provocar inquietud y desasosiego. Algo más de paz y aires a Townes Van Zandt trae con "Tu Nuevo Humificador" mientras que "La Plaza de la Soledá" es otro de sus himnos mágicos y melódicos. Brilla otra vez ese acordeón y el piano, además de una guitarra math-rock realmente matemática. "Por Culpa De La Humedad" es otro lento espectral, desolador y tristísimo. Le sigue el tema que cerraba el primer compacto (en dicha edición) y uno de sus clásicos absolutos. Te hablamos de una "En La Sed Mortal" (creo recuperada de un EP anterior) que supura tristeza con una melodía que ya empezaba a ser marca de la casa.

"El Salitre" es una tormenta que pica y va en crescendo. Destacan las preciosas cuerdas, además del sempiterno acordeón y tiene un apoteósico final recordando a El Capitán Ahab y superando los 8 minutos. El nadador "Mark Spitz" nos trae aires al folk americano, pero con un violín casi de sonoridades clásicas. Vuelve a sonar pausado y con toques de vals en "Gang-Bang". "Stanislavsky" es un huracán eléctrico al estilo de los Bad Seeds del “Tender Prey”. No nos cansamos de beber la preciosa y evocativa melodía vocal sólo tarareada de "La Sed" en su estribillo. Paco Loco se sale con la pedal steel y le insufla aires country a "Monomanía". Es fácil acordarse de nuevo de su adorado Townes Van Zandt o de Guy Clark. Me encanta la delicadeza vocal y el combate entre guitarra y piano de "Etcétera", donde al sumarle las cuerdas es fácil acordarse del “The Boatman’s Call” del australiano. "Historia de un Perdedor" es otro tema a cámara lenta (¿sadcore?) con toques de vals y, de nuevo, con evocativo acordeón. 

El álbum se cerraba con la música folk asturiana de "La Canción De La Duermevela", que la transforma en apoteósico y explosivo folk-punk y era un excelente colofón a uno de sus mejores y más completos trabajos. Ha sido una auténtica gozada regresar a él mientras esperamos su inminente próximo disco.

Sabina, ante su último vals


Movistar Arena, Madrid. Domingo, 30 de noviembre de 2025. 

Texto y fotografías: Ricardo Virtanen. 

Joaquín Sabina (Úbeda, 1949) cerró el pasado 30 de noviembre, a los 76 años, su gloriosa carrera musical después de cinco décadas en los escenarios. Veremos ahora qué rol desarrolla dentro la música. Y lo hizo en Madrid, en su Movistar Arena, ante 12.000 personas, donde precisamente en 2020 se caía con estrépito del escenario. Fue un concierto a dos manos junto a Joan Manuel Serrat, que a larga también ha sido el último de la dupla de amigos. Esta gira de despedida se inició en febrero de 2025, y le ha llevado a actuar en 71 ocasiones en España, Londres, París, Hispanoamérica y los EE.UU. En Madrid ofreció diez (mayo, junio, julio, octubre y noviembre).

En cierta manera, el que ahora escribe, le ha seguido durante prácticamente toda su larguísima carrera (45 años, que se dice pronto) y significa, como para tantos seguidores, una educación sentimental a través de un hilo de canciones que nos han marcado para siempre en distintas décadas. Uno le recuerda en sus inicios (¿1979?), actuando en pequeñas salas de Madrid, en los inicios de la Movida, como El Rincón del Arte Nuevo, La Aurora o el sótano de La Mandrágora (no le vi en el Rockola, 1982). Tras la aparición de su segundo disco, "Malas compañías" (1980), y el grabado en "La Mandrágora" (1981), se le veía girar ya con grupo, y sus apariciones en la Tele fueron cruciales. Lo vi en las Fiestas del PCE y en el Parque de Atracciones, y acudí al teatro Salamanca. Yo acababa de llegar de la Mili a principios de febrero de 1986, y me encontré en Madrid con un recital doble que significó un giro vital en su trayectoria. Después los Veranos de la Villa (1986), San Isidro (1987) y sus divertidas apariciones en la Sala Elígeme, de su copropiedad, hacia 1987/88. Ya en los 90, me gustó mucho escucharle en la presentación de "Yo, mí, me contigo" en la Sala Galileo (1996). No olvido, por supuesto, los llenazos en Las Ventas (1990 y 1994). En las dos últimas décadas, sus conciertos en los sucesivos Palacio de los Deportes/Wizink Center/Movistar Arena, ya con la perspectiva de concierto multitudinario. 

Para esta gira, el de Úbeda escogió un selecto repertorio de canciones de todas las épocas, de todos sus discos, salvo el primero e inefable "Inventario, Ruleta rusa" (1982) y los últimos "Alivio de luto" (2005) y "Vinagre y rosas" (2009), los cuales coinciden con su etapa más prescindible. El concierto de más de dos horas, que yo calificaría de emocionante, íntimo, soberbio, se adecuó en todo momento al estado de su voz, cambiando en no pocas veces antiguas melodías. Aparecieron sus éxitos más perennes, una colección de himnos que ya conocíamos por conciertos anteriores, con ligeras variantes. Su banda fue escogida con mimo y tino. La formaron Antonio García de Diego (teclado y guitarras), Jaime Asúa (guitarra y voz), Mara Barros (voz), Pedro Barceló (Batería), Laura Gómez Palma (bajo), Josemi Sagaste (guitarra y voces) y Borja Montenegro (saxo, acordeón y percusión).
 
El concierto comenzó con un vídeo de la canción “El último vals”, el último trabajo del cantautor, antes de que los siete músicos llenaran el escenario, comandados por el gran eslabón que une la carrera de Sabina de 1988 a hoy: Antonio García de Diego, una vez que el inefable y protagonista de tantos éxitos sabinianos, Pancho Varona, fuera apartado de la banda por motivos internos. García de Diego, un músico español mítico, quien inició el concierto al teclado, pasó a la guitarra e, incluso, templó el laúd. Muy al contrario de otros conciertos de esta gira (como los que ofreció en Madrid recientemente), la canción que entreabrió la despedida fue una significativa declaración de amor a la ciudad que le ha dado todo: “Yo me bajo en Atocha”, una vez que desde los años noventa defenestrara aquel éxito sin parangón que fue “Pongamos que hablo de Madrid”. El concierto prosiguió con un Sabina renqueante en el andar, y sombrero negro (después cambiado por el blanco), con dos temas del último y fantástico disco "Lo niego todo" (2025). Los temas, “Lágrimas de mármol” (que subraya a un Sabina superviviente) y la deliciosa “Lo niego todo”, acaso la mejor canción del disco, por lo que era comenzar por el final. Prosiguió con la antigua “Mentiras piadosas” (que sin duda yo hubiese cambiado por algún otro éxito sabiniano ausente). 

El cantante iba a tocar todos los palos, todos los discos, en un aquí y allá desbocado. Con “Y ahora qué” se animó el patio del Movistar un poco más, cuando García de Diego cogía la guitarra (había tres ahora en el escenario), y el saxofonista pasaba a la percusión. Un tema con ínfulas latinas (sonaba muy Carlos Santana), con una fantástica Laura Gómez, su bajista argentina, y un inspirado P. Barceló. Después la intimidad más impúdica de “Calle Melancolía”, que estuvo demasiado tiempo desaparecida de sus repertorios (“oxidada y semiolvidada”, dijo el de Úbeda). Aquí, emocionado, afirmó que estaba ante “el último concierto de mi vida”. Ell griterío del auditorio se negaba a aceptar lo irremediable. “Calle melancolía” (uno de sus viejos éxitos recuperados para este último vals) enervó los sentimientos y fue dedicada a todos “sus viejos amigos”. Una interpretación limpia, delicada, casi doliente, con guitarra y voz en gran parte del tema, e interpretación del público en uno de los estribillos. Tras la ingrata melancolía que nos desgarró a todos, llegó la juerga de “19 días y 500 noches”, brillantísima canción cantada de principio a fin por el numeroso público. Por cierto, el nombre de esta gira final lo entresacó del inicio de una de sus estrofas. Antes de otro de sus viejos éxitos, y acaso su tema más dylaniano, “¿Quién me ha robado el mes de abril?”, presentó al staff de sonido. Después hacía lo propio con la banda que le ha acompañado en esta Gira. Y sonó “Más cien mentiras”, otra de las irrenunciables letanías poéticas del maestro.

El cantautor se tomó un breve descanso, y fue el turno de dos de sus músicos más destacados. La ranchera “Camas vacías”, del disco Te espero en la calle (2002), del que se interpretaron cuatro canciones, fue cantada por la malagueña Mara Barrios, quien hizo las delicias del público. Barrios acompañó al cantante con maestría y discreción durante toda la velada. El gran Jaime Asúa, que inició sus colaboraciones con Sabina en el álbum "El hombre del traje gris" (1988), tomaba el micrófono para dar pulso a su éxito antiguo “Pacto entre caballeros”, uno de los hits que no han faltado nunca de sus repertorios en décadas, imprimiendo cierta aceleración rockanrolera al concierto, que transcurría con cierta intimidad. 

A su regreso, Sabina y Barrios se acomodaron solos en una mesa de café de una parte del escenario para interpretar su éxito coplero “De purísima y oro”, intrincada en un triste ambiente de posguerra. “Peces de ciudad” proseguía el carácter de concierto íntimo (guitarras y piano), con un viaje melancólico y poético, donde se vindican los amores efímeros. Llegó otro de los momentos cumbres: “Una canción para la Magdalena”, aquella mítica canción que elevaba a las putas de carretera a mitos de nuestra cotidianidad. Sonó después “Por el bulevar de los sueños rotos”. Aquí el cantautor contó la anécdota de su título, el cual nació a raíz de un verso de Chavela Vargas, entregado a Sabina, quien se puso manos a la obra, componiendo una de las canciones más eternas de su discografía. También señaló que una vez compuesta, fue interpretada a la cantante mexicana en intimidad, dándole ésta su bendición. La copla “Y sin embargo te quiero”, de Quintero, León y Quiroga, mostró una soberbia interpretación vocal de Mara Barrios, a la que unieron “Sin embargo”, de nuevo otra de las letanías poéticas de Sabina, y uno de sus temas mejores. Esto desembocó en el folclórico y mexicano “Noches de boda” (otra canción del sublime 19 noches y 500 días, la obra cumbre del de Úbeda del que se cantaron cinco temas), que se encadenó con la divertida “Y nos dieron las diez”, otro de los corridos sabinianos, que tiene su parangón existencial con “Ojos de gata” de E. Urquijo.

Los músicos se retiraron, aunque bien sabíamos que en esta última gira aún le quedaban cuatro canciones míticas (anunciado por él mismo al salir de nuevo). La primera, “La canción más hermosa del mundo”, interpretada por García de Diego, y al poco se incorporaba el maestro para entonar “Tan joven y tan viejo”, otra de sus letanías interpretada delicadamente con voz, guitarra y piano. Le llegó el turno al credo sabiniano por excelencia: “Contigo”, una especie de bolero sin ritmo marcado, entresacada de "Yo, mí, me contigo" (1996), muy coreada por el público presente. Como broche de oro a esta carrera única, Joaquín Sabina dejaba para los anales el otro pelotazo del repertorio: “Princesa”, recuperada del álbum clave Juez y parte (1985). Este último hit puso de pie al recinto y rompía el carácter intimista de casi todo el recital. 

La emoción había aparecido en muchas partes del concierto, pero fue ahora cuando Joaquín decía, no “¡Hola y adiós!”, sino “¡Adiós!”. Los 12.000 entusiastas seguidores comprendían que se consumaba la carrera del mayor de nuestros cantautores (Serrat mediante), ya con una voz frágil, pero eterna. Es una incógnita hacia dónde irá el arte de este anticantautor urbano. Seguro que continuará su carrera de poeta, y además se multiplicarán sus participaciones en proyectos musicales ajenos (salud mediante). La puerta de Joaquín Sabina sonó como un signo de interrogación. ¡Gracias por este último vals, Maestro!