Vive Latino 2025, un nuevo encuentro entre latitudes musicales


Un año más, Vive Latino vuelve a Zaragoza. Y ya van cuatro ediciones. El festival iberoamericano de cultura musical vuelve a apostar por la mejor música en nuestro idioma uniendo ambas orillas del Atlántico en la ribera del Ebro. El primer fin de semana de septiembre se volverán a repartir artistas de diversa índole en los tres escenarios del Espacio Expo de la capital aragonesa. Desde el rap de uno de los artistas maños más internacionales, Kase.O, al rock combativo de Molotov, el mestizaje de Macaco, la escena alternativa con Alcalá Norte o el pop clásico de Los Secretos.

En Vive Latino España hay espacio para descubrir grandes talentos como Conociendo Rusia o Cala Vento, además de recrearse con apuestas seguras como Fangoria o Coque Malla. Tendremos el honor de volver a presenciar el excelso proyecto paralelo a la película La Estrella Azul y ser testigos del interesante dream team de la rumba conocido como G-

María José Llergo, Love of Lesbian, Maldita Vecindad, Los Punsetes, Zahara, Alizzz, Iván Ferreiro, Los Ángeles Azules o León Benavente. Todos juntos en un cartel que demuestra una firme apuesta por el eclecticismo y el buen gusto en este festival que año a año va consolidando una de las propuestas más atractivas del panorama patrio. Nos vemos a orillas del Ebro el próximo 5 y 6 de septiembre para celebrar música, cultura y vida.

Carlos Ares: “La boca del lobo”


Por: Javier Capapé. 

Hace tiempo que me hablaron de Carlos Ares y necesitaba tiempo para prestarle la atención que merecía. No quería escribir de su más reciente disco como quien escribe por encargo. Quería sentir lo que nos intenta transmitir con sus canciones. Impregnarme de su esencia. Y ahora puedo decir que “La Boca del Lobo” me ha atrapado y me ha hecho conocer de verdad a un artista en el que vale la pena detenerse. De los que dejan poso.

Me encanta, porque sé que todavía tiene mucho que decirnos y que ésta es sólo la punta de su particular iceberg. Si antes ya había destacado con las sugerentes canciones de “Peregrino”, esta vez da un paso más para dejarnos boquiabiertos y exhaustos con una propuesta tan transgresora como valiente, pero con un punto de pureza que tienen los proyectos con escaso recorrido todavía. No contaminados por las tendencias. Éste es el Carlos Ares genuino, el auténtico, porque después, con el paso del tiempo y el reconocimiento, estas sensaciones pueden cambiar, aunque esperemos que su autenticidad no se pierda nunca por el camino.

“La Boca del Lobo” es explosivo. Atrayente, inquietante y genuino. Nos permite gozar durante todos y cada uno de los treinta y dos minutos en los que se extienden sus diez canciones. Gozamos con su atrevimiento sonoro, entre la tradición folclórica y la vanguardia, y ante todo con su personalidad vocal. Todo desde un prisma que suena creíble y donde parece imponerse lo natural y espontáneo, además de no perder el contacto con la raíz. Porque parece que Ares se esté convirtiendo en este momento en adalid de las canciones con marcado espíritu tradicional y de raigambre autóctona. Ya lo dice en su canción, sin renegar de su origen pero atendiendo a ese papel que parece que muchos quieran darle como de representación de lo “Autóctono”. En esta canción (y en el álbum completo por extensión) no reniega de su Galicia natal. Al contrario, la pone al frente y reivindica con todos sus errores y aciertos. Nos demuestra así que desde Madrid también se puede reivindicar lo provinciano. “Peregrino” ya tenía esto mismo, incluso desde su título, pero ahora se incentiva con gusto. Al origen es “dónde uno siempre vuelve, dónde cogí el acento”, como nos canta Carlos.

En la canción que le da título a esta colección se imponen los instrumentos acústicos. La mandolina da forma a un riff campestre, mientras en “Días de Perros” es el violín el que marca el estribillo. “Lenguas calvas” es más rítmica y descarada, pero se distingue de la norma general por un estribillo atrevido que en lugar de subir, baja en intensidad. El folk sigue dominando en “Un beso de sol”. Una canción que parece no obedecer ninguna norma clara y en la que se va construyendo un intenso híbrido hasta que Begut (nombre tras el que se esconde la aragonesa Beatriz Gutiérrez) toma la voz cantante y el tema se relaja. “Con un solo dedo” se une a esta última aunque se desata acercándose al rock de factura clásica que nos lleva a los setenta. Más rock, pero acústico y con cierta contención, define a “Páramo”, que nos va metiendo poco a poco mientras Carlos va subiendo en intensidad para estallar al final con cierto descaro.

El neo folk de “Autóctono”, ya comentado, precede a “Ultimátum” más cruda y con furia contenida, aunque sigue manteniendo los pies más en lo acústico que en lo eléctrico. Y así llegamos a la piedra angular de la colección. La canción que más nos interroga y marca. “Importante” tiene unos toques de electrónica, que aportan matices a la sencilla acústica que sostiene toda la canción mientras la voz, sin apenas cortar la respiración, va creciendo mostrando a las claras su mensaje universal sobre el paso del tiempo y nuestra relevancia. Es despiadada en fondo y forma y nos lleva hasta nuestro yo más profundo. Una canción a reivindicar una y mil veces. Necesaria y vital, que por sí misma ya justifica nuestra reverencia hacia el músico gallego. Ya sólo nos queda tomar algo de aire con la coda instrumental que es “Mineral” y volver a darle al play para empezar de nuevo, como si este disco fuera más bien una suerte de terapia de autodescubrimiento y de comunión con la tierra y la raíz desde la que empezar a conocernos de veras. Partiendo de la base, del origen, para transformarlo con los dotes del presente. Sonando clásico a la par que moderno. Perviviendo la esencia, pero dando paso a la trascendencia. Siendo ejemplo de contemporaneidad sin olvidar el pasado. Así podemos definir esta “Boca del Lobo”. Lo apreciamos hasta en esa portada tan rural, que nos lleva hasta nuestros miedos más profundos, pero que a la vez es una oportunidad hacia la huida entendida como liberación.

Podremos encontrarnos en “La Boca del Lobo”, pero con Carlos Ares tenemos mayor seguridad para afirmar que de toda esa tragedia implícita, de esa dureza del camino y del lastre arrastrado, se consigue salir renovado y en paz, la que transmite por los cuatro costados este disco imperecedero e imperturbable.



Julián Hernández: "La supuesta moderación de la derecha se ha convertido en un discurso virulento"


Por: Kepa Arbizu. 

Si hay alguien dotado del suficiente ingenio como para desplegar un espacio donde puedan convivir las historietas de Mortadelo y Filemón con James Joyce, ese es Julián Hernández. Alma máter de la banda Siniestro Total, ahora dedicado a tareas literarias, su nueva novela, tras el debut en dicho formato con “Sustancia negra” (Espasa, 2015), titulada “Han de caer del todo” (Trama, 2025), observa con su habitual punzante ironía los últimos días de vida de Francisco Franco mientras radiografía la sociedad española de la época, un moribundo dictador capaz todavía de blandir su pluma para dictar sentencias de muerte. Un destino sanguinario del que la disparatada y cómica misión que trasladan estas páginas pretenden salvar a José Humberto Baena, uno de los últimos fusilados por el régimen. En una pirueta tan desternillante como apocalíptica, el libro supone una aleación entre la ciencia ficción, el idioma de los tebeos, el surrealismo o el relato costumbrista. Sobre todo ello, y otras cuantas cosas más, hablamos con el siempre locuaz y clarividente autor gallego. 

Siempre has reconocido que tanto para tu anterior novela, “Sustancia negra”, como para ésta fue un encargo el que te llevó a escribirlas, ¿sin ese empujón nunca habrías decidido entrar en el ámbito de la novela o al final era algo que acabaría cayendo por su propio peso? 

Julián Hernández: Dudo que hubiera acabado cayendo por su peso, fue Belén Bermejo quien no me dio otra opción en un contubernio con Mario Tascón, ambos tristemente ya no están con nosotros, quien le facilitó mi contacto y me llamó no para proponerme, sino ordenarme, (risas), que me pusiera a escribir. Yo le dije que no era capaz, que me dedicaba a otras cosas, pero no hubo manera. A partir de ahí cada quince días me pedía una sinopsis de lo que iba haciendo, y me inventé el delirio que luego sería “Sustancia negra”. 

“Han de caer del todo” no fue un encargo tampoco, porque no es que precisamente hubiera sido un "best seller" ni nada parecido el anterior libro, sino que significaba seguir escribiendo e ir mandándole el resultado. El proceso se me atragantó un poco, y después de diez años conseguí rebajar hasta las doscientas páginas el libro, porque en principio iba a ser un novelón con muchas cosas más, pero tampoco es que seamos Thomas Pynchon (risas), así que acabó quedando en lo que es ahora. 

“Han de caer del todo”, aunque parte de la premisa de intentar salvar a José Humberto Baena, uno de los últimos fusilados por el franquismo, transcurre en múltiples direcciones, ¿fue esa idea la central sobre la que surgieron todos los demás afluentes o ha sido más un ejercicio de montar un puzle con distintas piezas? 

J.H.: Desde el principio estaba claro lo de Humberto Baena y también toda la incursión en el monte del Pardo, más que nada porque esa idea viene de "Objetivo: la Luna", una de las aventuras de Tintín, donde aparece en unas instalaciones en Syldavia, hay una avioneta sobre la que pierden la pista y que ya ha conseguido colarse en ellas… A partir de ahí consistía en ir uniendo ambas cosas. Porque esos fusilamientos fueron tremendos, yo tenia quince años, es verdad que habían pasado episodios como los de Salvador Puig Antich, pero esto fue todavía más impactante. Se trataba de un Franco decrépito, con un Parkinson tremebundo, donde en imágenes se veía cómo era incapaz de saludar con la mano… Por eso que firmase sentencias de muerte suena hasta a chusco, y no digamos ya que fuera capaz de escribir perfectamente de su puño y letra un testamento, eso era imposible. Todas esas cosas encajaban para la historia, y para colmo de males, o bienes, di por casualidad con una profecía de los testigos de Jehová que situaba el Armagedón en el otoño de 1975; y por supuesto que lo fue. El problema a partir de ahí era encajarlo todo y que tuviera un sentido, que si eres Herman Melville puedes escribir “Moby Dick”, pero como uno no lo es y no sabe nada de ballenas, alcancé a que tuviera una estructura medianamente coherente. 

Que la nacionalidad del principal protagonista de esta misión sea incierta creo que ayuda a simbolizar la repercusión que tuvo el hecho de aquellos fusilamientos a nivel internacional...

J.H.: La intención era que todo estuviera visto desde fuera, cómo observaban esa España que resultaba totalmente delirante para un entorno que no era así. Valerme de esa mirada me salvaba muchas cuestiones prácticas, por ejemplo el dar por sentado ciertos aspectos religiosos, porque que Franco consultase con el Sagrado Sacramento si firmaba sentencias de muerte, para alguien de fuera debía de sonar a una marcianada, y aquí nos parecía algo normal tal aberración. Me venía mejor que nadie de esos protagonistas externos contara con una nacionalidad concreta y manejar esos puntos de vista, sorprendidos de todo lo que sucedía en España. 

Tus dos novelas comparten muchas y particulares características, desde el formato collage a unos trepidantes y humorísticos diálogos, la mixtura de géneros o incluso esa formula de narrar a una audiencia, ¿dirías que existe una forma diferenciadora e identificativa cuando te dedicas al hecho narrativo?

J.H.: No lo sé, la verdad es que no tengo ni idea, lo que sí es cierto es que el formato de la novela tiene un tipo de intensidad muy diferente a otros, y te permite jugar mucho con los puntos de vista. Miquel de Palol tiene una serie de novelas, “Ejercicios sobre el punto de vista”, donde de una forma muy elegante acaba intercambiando a los narradores, marcando de esa manera el formato; otro caso cósmico sería el “Ulises”, incluso el "Quijote", donde aparece de repente un nuevo narrador, o la ya mencionada "Moby Dick". Yo simplemente lo que he hecho es ir pasando de una otra, dividiéndolas en diferentes partes; la primera y la última pertenecen a una primera persona; las intermedias a una extraña tercera y luego una más periodística. En la práctica el estilo lo marca irte dando de narices con lo que vas escribiendo.

Lo que desde luego sí es común a todas las disciplinas que realizas es esa misma total falta de fronteras entre la llamada cultura popular y alta cultura, en esta ocasión podemos pasar de Tintín a Terry Pratchet, o de Mortadelo y Filemón a Gómez de la Serna o a Joyce…

J.H.: La verdad es que antes yo también tenía cierto prejuicios con eso, pero en una de las grabaciones, con Joe Hardy en Memphis, me cambió la manera de ver las cosas. Él era un lector compulsivo y además estaba escribiendo una novela, me pasó un montón de folios para que los ojeara, yo casi iba al estudio a hacer mi parte y aprovechaba el tiempo para leerlos. Le dije lo mismo que me comentas, sobre ese supuesto escalón insalvable, y hablando sobre la cultura americana me comentó que no era Mark Twain, sino la Coca Cola y Elvis Presley. Al final acabas viendo que puedes utilizar todo lo que te venga en gana y puede servir para lo mismo. Sucede incluso en la literatura clásica, "Ulises" usaba canciones de cabaret, que era baja cultura en ese momento, o Sancho Panza tiraba de refranes. Otra cosa es que luego en un determinado contexto tomen otras cotas y acaben por formar parte de un ejemplo de esa alta cultura. 

También tu forma de escribir tiene mucho de audiovisual, más allá de que en esta novela hay referencias explícitas al cine, como cuando se cita a Jean Gabin, o evidentes homenajes como en ciertos pasajes a "2001: una odisea del espacio", ¿sientes que en la construcción de tus novelas tiene importancia todo ese imaginario fílmico? 

J.H.: Lo que pasa es que el cine es una influencia para todo, incluso para las canciones, no sé cuántas habré escrito a partir de ciertas ideas provenientes de películas, porque es una disciplina que ha cambiado la manera de entender la narrativa, de cómo contar las cosas, fue una transformación global en la manera de ver las cosas. Pero es que lo visual en sí ha sido una influencia toda la vida, la pintura o la escultura siempre ha influido en la narración, lo que sucede es que el cine es muy dinámico y te lo pone en bandeja. 

Uno de los muchos ejemplos que utilizas para caricaturizar esa especie de “marca España” es el intento por crear su propia bomba atómica...

J.H.: La historia de la bomba atómica en realidad es muy divertida, dentro de todo su sentido trágico, porque ver a un país que se estaba muriendo de hambre que de repente se le pase por la cabeza montar una bomba para conseguir ser la hostia, mientras el país estaba en ruinas, es cómico. Todos esos elementos hacen que todo parezca una aventura de Mortadelo y Filemón, porque suena a eso, es como el sulfato atómico del Profesor Bacterio, es propio de un país de cuchufleta. A Ibáñez le vino bien todo eso, y a mí también. 

En el libro hay innumerables referencias, alteradas u originales, de pasajes costumbristas sucedidos durante esos últimos años del franquismo, ¿ha habido un ejercicio de documentación al respecto o al final es una mezcla de recuerdos y ficción? 

J.H.: Es verdad que alguna cosa tienes que mirar, si necesitas ciertas referencias debes recurrir a ellas, porque aunque los personajes sean de ficción algunas menciones son reales y puedes necesitar que encajen las fechas y los acontecimientos. Pero todo ese proceso exhaustivo de documentación y mantener una narración fiel a los hechos históricos me parece excesivo, por supuesto puedes valerte de ello en la medida que te venga bien, pero también decidir no hacerlo. Se trata de literatura, no hay nada obligatorio. 

Desde el inicio, cuando se me presentó aquella orden de Belén Bermejo, siempre pensé en el lenguaje de los dibujos animados, que es muy importante en el libro, y que te enseñan que cualquier cosa puede pasar. En un episodio, por ejemplo, Piolín se escapa de su jaula y mientras le persigue Silvestre, de repente se sube a un poste de teléfonos al que el gato no puede acceder, pero éste inmediatamente reflexiona en voz alta diciendo que es un dibujo animado y que puede hacer lo que quiera, y en ese momento dibuja una escalera para poder subir y alcanzarle. Es algo que sucede recurrentemente también en las historias de El Coyote y El Correcaminos, todo esas cosas son posibles escribiendo. 

Hay algunos momentos del libro especialmente explícitos y violentos, ¿al contrario que la música, donde tiende a identificarse siempre al cantante como protagonista de lo que dice, la literatura proporciona por su formato de ficción y la presentación de personajes una mayor facilidad para poner en boca de otros pensamientos propios? 

J.H.: Creo que estás dando en el clavo. Una vez me decía Josele Santiago que puedes escribir una novela, un cómic, o una película y poner lo que te dé la gana, pero no escribas una canción porque se te cae el pelo. Pero que esté escrito en primera persona no quiere decir absolutamente nada, que hable un asesino no quiere decir que el autor lo sea. En ese sentido la literatura sí que libera de ciertas identificaciones, yo estoy escribiendo en primera persona sobre un personaje con el que no tengo nada que ver. Luego hay una parte curiosa que decía Fellini cuando le preguntaban si sus películas, que fíjate cómo son, eran autobiográficas, y el respondía que todo lo es y nada, porque al final todo acaba por colarse: lo que has vivido, leído o recuerdes, que no tiene que ser la verdad, sino aquello que está en tu memoria. A ese respecto, Ben-Gurión, padre del estado de Israel, decía que el que crea que no se puede cambiar la historia es porque no ha escrito sus memorias. Un perfecto ejemplo de hasta qué punto se puede distorsionar la historia para justificar una acción. 

Sin hacer spolier, por supuesto, todo el humor y la sátira desemboca en un pasaje final desgarrador y apocalíptico, una vez más el humor demuestra ser un idioma perfecto para alojar un pensamiento trascedente… 

J.H.: La verdad es que viene de perlas, eso es innegable, para llegar a las conclusiones que quieras. Pero tampoco es necesariamente obligatorio, porque nada lo es. Si se decide escribir con un afán mucho más serio o solemne puede funcionar igual de bien, sin ningún problema, pero a mí no me sale. Al final la única manera que encuentro para tirar adelante es así, y es donde me encuentro cómodo, si no me acabo riendo yo mismo no funciona, lo de escribir sufriendo no acabo de verlo muy claro. 

En un momento de la narración dos de los protagonistas reconocen su condición de habitantes de una novela, lo que se relaciona directamente con que todos somos manipulados por los "escritores" de esas páginas de la historia que se venden como única verdad y que incluso pueden llegar a estar más noveladas e inventadas que este libro.

PJ.H.: Por supuesto. Hay una frase en "Ulises" que dice que la historia es esa pesadilla de la que hay que despertar. Si estamos viendo a diario lo poco fiable de la prensa, o los testimonios, no hay nada que indique que la historia escrita siglos atrás tenga que ser verdad. Hay cosas que no se pueden creer porque incluso están demostradas. Hay una serie del arqueólogo Israel Finkelstein, poco sospechoso de ser ario precisamente, llamada “La biblia desenterrada” en la que hablan diferentes expertos sobre la importancia en la datación de los hechos. Una de las cosas más curiosas por ejemplo es cuando Yahvé le dice a Abraham que se dirija al oeste, que allí estaba su tierra prometida, pero la ciencia ha demostrado que no existieron migraciones en esa dirección, fueron en sentido contraria, de la costa hacia Mesopotamia, eso es demostrable por los rastros humanos. Por si fuera poco lleva a toda su caravana guiada por camellos hacia el Mediterráneo, pero cuando eso pasa el problema es que el camello no estaba domesticado, es imposible, todo eso tiene que estar escrito siglos después, cuando esos animales eran de uso común. Incluso me fijé hace poco, volviendo a ver “La Biblia”, de John Huston, cuando sale lo de Noé, reuniendo un pareja de elefantes, leones, conejos y de repente también de canguros, que no estaban en Europa ni en Asia, sino aislados en Australia, nadie sabia de su existencia. Ese tipo de cosas me encantan, y si se me ocurre algo de ese estilo lo cuelo. 

Teniendo en cuenta que reconociste que uno de los principales motivos para poner punto final en los escenarios a Siniestro Total era el cansancio físico, ¿en este papel ahora de escritor te sientes cómodo y con vocación de darle continuidad?

J.H.: Decir eso de escritor se me hace cuesta arriba, (risas), pero sí que me resulta muy divertido escribir, cuentas con unos márgenes para hablar de cosas que te pueden gustar. Tengo varias cosas en mente pendientes de terminar, pero no lo considero como una opción totalmente cerrada ni lo tengo claro. Todo ha sido parte de una casualidad, como que se cumpla el cincuenta aniversario de los hechos narrados en esta novela, por muy de ficción que pueda ser. No estaba previsto que coincidiera con los actos del ciclo "España en libertad, 50 años", como si tras la muerte de Franco al día siguiente ya fuera esto un despiporre. Aquel anuncio de Pedro Sánchez sobre la conmemoración se ha ido desinflando, ya casi nadie se acuerda de todo lo sucedido, nosotros hemos dejado las presentaciones del libro para después del verano y que coincidan así las fechas, ¡nosotros sí que vamos a celebrar esos 50 años de historia de España, pero una España de Ibáñez! 

Retomando aquella canción de Siniestro Total, "El regreso del hijo del zombie Paco", vivimos tiempos en los que esa herencia se muestra cada vez más numerosa y envalentonada, supongo que habrá sido casualidad, o quizás no, pero el libro llega en un un momento que resulta tristemente necesario y actual.

J.H.: Es curioso, porque no ha sido premeditado pero es que tampoco creí nunca en un revival de tal calibre. Es muy extraño todo este fenómeno, pero creo que hay un libro, “Malismo”, de Mauro Entrialgo. donde se explican muy bien las razones de ese paso de una derecha medianamente coherente, dentro de lo que cabe, más relajada, que se cortaba un poco, a todo lo contrario. Se ha convertido en una especialmente violenta en lo verbal, y han vuelto a soltar a los perros a la calle, algo que creíamos superadas. Todo deriva de un capitalismo de fondos de inversión, de continua manipulación, antes se decía aquello de “obrero despedido, patrón colgado”, ahora ya no hay a quien a colgar, y eso es mucho peor. Todo está relacionado, incluso la llegada a la Casa Blanca de un gobierno, que si no fuera por lo terrorífico, es ridículo, con un presidente y su gorrita, eso no se le hubiera ocurrido a nadie. No es serio. Tenemos un parlamento español fuera de control con un partido que se quería hacer pasar por moderado, cuando dijo Aznar que se trataba de una derecha heredera de Azaña, y cosas así, estaba mintiendo. La moderación de Feijóo se ha transformado en un discurso virulento, o poner a alguien como Tellado que solo dice barbaridades. Todo eso ha coincido con el libro, pero evidentemente no estaba ni medianamente pensado, ni creo que incluso lo hubieran previsto tampoco los testigos de Jehová .

North Mississippi Allstars: "Still Shakin''"


Por: J.J. Caballero. 

Se dice que los North Mississippi Allstars son unos clásicos del nuevo blues, el contemporáneo y tan apegado a la tradición como imbuido de vientos frescos de diversas procedencias geográficas. Sin embargo, llevan apenas 25 años en activo, lo cual tampoco los convierte en unos advenedizos, y durante ese tiempo han facturado discos con especial hincapié en el groove implícito y a veces obviado que se le supone a dicha adscripción sonora. Desde que sorprendieran al mundo con su conocimiento profundo de las raíces pantanosas y los rasgueos arrastrados de los patriarcas, profundamente pegados a la raíz, han ido basculando y añadiendo especias a su concepto hasta casi revisionar en este “Still shakin’” aquel majestuoso “Short hands with shorty” con el que debutaron. 

Un disco el actual bastante alejado de la frondosa naturaleza del delta y orientado hacia el área norte en el que el gran Luther Dickinson vuelve a lucirse a la guitarra y coproduce con su hermano Cody (uno de los mejores baterías que puedan escucharse en directo, más allá de géneros) suaves piezas de psicodelia fina como “Don’t let the devil ride”, a la que se suma el ilustre Joey Williams. No es la única ocasión en que cuentan con aliados de renombre, pues aparecen en los créditos el bajo de Grahame Lesh (hijo de Phil Lesh, uno de los miembros fundadores de los mismísimos Grateful Dead) y la pericia de Robert Kimbrough –sí, el vástago aventajado de Junior- en “Stay all night”, que junto a “John Henry” forman el lote folkie. 

Para que todo cuadre aún más, meten en el estudio al que fuera segundo guitarrista de la banda, Dwayne Burnside, de cuyo progenitor ya pueden imaginar el nombre, para dotar de mayor profundidad rítmica a una joya titulada “Poor boy”, regrabada para la ocasión –sólo aparecía hasta ahora como bonus track en la edición europea del grandioso “Electric blue watermelon”- y elevándola a la categoría de obra de arte de lo que podríamos llamar hill country blues, otra de las subdivisiones que si quisiéramos podríamos reservar para la magia de artistas de su talento. 

No acaban ahí las cúspides del álbum, si tenemos en cuenta que además de modernizar a Robert Johnson en una fabulosa cover de “Preachin blues” añaden rarezas de cosecha propia y resultados sorprendentes, y sólo hay que escuchar “Monomyth (Folk hero’s last ride)” para darse cuenta de que a estas alturas, y aunque no lo parezca, aún pueden quedar cosas por inventar. 

Las maravillosas voces de Shontelle y Sharisse Norman, compartiendo protagonismo al micrófono con los hermanitos, son otro plus de incalculable valor en un disco lujoso y expansivo, donde el Memphis soul se marida con el jazz y se enfanga con el funk en un charco de incierta profundidad. El resultado de la aventura, no obstante, es plenamente satisfactorio.

Diego A. Manrique: “Nunca he dejado de ser un fan que por una serie de circunstancias se ha encontrado con gente como Bob Dylan y Lou Reed”


Por: Javier González. 
Fotografías: Domingo J. Casas.

Pocos nombres tan gloriosos hay en nuestro periodismo musical como Diego A. Manrique. Escasos deben ser los lugares donde no haya estado y menos aún los artistas del panorama internacional a los que no haya dedicado un reportaje, algo que queda perfectamente acreditado en el que hasta la fecha es su último libro, “El mejor oficio del mundo”, que nos llegó hace unas semanas gracias a la siempre acertada labor de los compañeros de la editorial Efe Eme

El mismo es una interesante colección de textos en los que narra aventuras, encuentros y desencuentros acaecidos a lo largo de un periplo profesional vibrante, donde muestra cómo la línea entre el aficionado musical y el crítico reputado quedó unida para siempre, permitiéndole conocer la cara más amable y carismática de un periodismo que vivió su particular “edad de oro” en unos tiempos ya lejanos, un ecosistema que pese a las prebendas propias de aquel periodo tampoco le ocultó su rostro más fiero y sórdido con vivencias que aquí suenan a risa, pero que bien podrían haber acabado de forma trágica, dando como resultado un relato notablemente entretenido y divertido en el que el bueno de Diego A. Manrique no se traga un juramento ni pretende edulcorar una sola línea. 

Semanas atrás descolgamos el teléfono para hablar con él por espacio de media hora, donde impartió una breve cátedra gratuita sobre lo que fue y ahora es un negocio que en su día fue llamado rock and roll. 

En primer lugar, darte las gracias por hablar con nosotros. Es un enorme privilegio hablar con una auténtica enciclopedia musical como tú. ¿Qué tal te trata la vida? 

Diego: Diría que muy bien. Entré en el mundo de la música por pura pasión, al poco descubrí que podía ser una forma de ganarse la vida, algo que mantengo, incluso ahora que el negocio musical está bastante chuchurrío.

Te llamamos por la reciente publicación de “El mejor oficio del mundo”, una recopilación de algunos de tus textos para la revista Efe Eme. En el mismo dices que jamás hubiera visto la luz sin el empeño personal de Juan Puchades. ¿A qué te refieres exactamente con dicha afirmación? 

Diego: Tiendo a ser vago, a pesar de mi fama de trabajador. Se me ocurren actividades mucho más placenteras que sentarme frente al ordenador para readaptar y reescribir textos ya publicados. Fue Puchades quien tuvo la visión de comprender que había lecciones dignas de ser aprovechadas, y sobre todo vivencias personales e interacción junto a estrellas nacionales e internacionales que merecían ver la luz en forma de libro. 

“Me siento afortunado de haber vivido una época de vacas gordas para la industria y el periodismo musical” 

Atendiendo a tu larga experiencia y la cantidad de lugares y anécdotas que has atesorado. ¿Cuál ha sido el criterio que has utilizado a la hora de elegir los textos que darían vida a este trabajo?

Diego: Creo que todos parten de la misma mirada. Nunca he dejado de ser un fan que por una serie de circunstancias se ha encontrado con gente como Bob Dylan y Lou Reed. De no haber estado en este oficio nunca hubiera disfrutado de viajar a Islandia, a Cuba en numerosas ocasiones, México y Argentina, entrando en esos países a fondo en el negocio musical. Me siento afortunado de haber vivido una época de vacas gordas para la industria y el periodismo musical. 

¿En algún momento inicial de tu trayectoria podías imaginar una vida entera dedica a este “oficio” con el nivel y reconocimiento del que has gozado? 

Diego: No, fue una concatenación de circunstancias. Primero escribí a la revista “Triunfo”, que era la principal revista de izquierdas en la España franquista, diciéndoles que lo sacaban sobre rock era malísimo. A lo que me respondieron que si era así mandara un artículo con mi visión del asunto. Mandé el artículo, lo publicaron y pagaron, entonces dije “caramba”. Más tarde comencé a hacer radio y televisión, de pronto me vi metido en el carrusel, pasaron años antes de que las discográficas me hicieran llegar copias promocionales. Ahí también pensé “¡qué bien!”. No necesariamente tenías que ir a buscar los discos a la tienda, te llegan a casa. Era lo más bonito del mundo.

“Hay artistas que son maestros en no decir nada como McCartney, casi prefería enfrentarme a Lou Reed”

Has tenido múltiples experiencias con grandes mitos de la música, en algunos casos teniendo que bregar con artistas con merecida fama de huraños como el enorme Lou Reed. ¿De qué manera se prepara una entrevista que en muchos casos depende más del humor del divo o diva en cuestión que de la pericia de llevar entre manos un buen cuestionario? 

Diego: Hay artistas que son maestros en no decir nada, por ejemplo, Paul McCartney. Es un simpático profesional que te hace los mismos chistes en distintas ocasiones. Casi prefieres enfrentarte a Lou Reed que podía ser extremadamente desagradable. Luego está el caso de David Bowie que buscaba seducirte. Recuerdo una entrevista en Madrid en la que teníamos 25 minutos de entrevista, en ese momento entraba la secretaria y te decía que había que terminar, entonces él decía “cinco minutos más que me lo estoy pasando muy bien”. Al marcharme vi que en el plan de promoción del día esos cinco minutos estaban ya programados. Otra vez le entrevisté en Nueva York, decía cosas ingenuas o que directamente eran mentira. En aquel tiempo no viajaba en avión, lo hacía en barco, y te preguntaba si le dejarían entrar en el Guggenheim el 1 de enero. Bueno, de haber querido le habrían dejado entrar a lomos de un caballo blanco. Bowie sabía el respeto y la fama que se le tenía algo que le facilitaba la vida, que preguntara aquellas cosas sonaba hasta tierno. 

¿Cuál era el truco para salir del atolladero cuando las cosas se ponen feas? 

Diego: Con McCartney no había problemas, era una oleada de simpatía. Con Lou Reed solo quedaba aguantar el tipo. En Atlanta se enfadaba con mi fotógrafo, no le gustaba que le hiciera fotos tumbado en el sofá. Decía que las fotos no le representaban. Según me contó luego, estaba dejando de fumar y estaba súper tenso. De hecho, le hicimos una foto con la chica con la que estaba y nos persiguió para que le diéramos el carrete, cosa que no hicimos. Cada situación es diferente. Luego están los estereotipos nacionales, los artistas británicos podía ser bordes, sin embargo, los estadounidenses entendían mejor la naturaleza del trato. Ellos te daban una hora de su tiempo y tú unas páginas del medio en que estás. Procuraban darte entrevistas correctas, sin grandes revelaciones, pero que cumplían con su parte del ritual. 

¿Cómo era el perfil del entrevistado medio en nuestro país? 

Diego: Es todo más moderado. Hay músicos que son más desconfiados, por ejemplo, Santiago Auserón. Un día fui a entrevistarle a su casa donde estaba su madre que se puso a contarme historias de la familia. Entró Santiago a la cocina y le dijo “mamá, no le digas esas cosas a Diego que luego las cuenta”. Normalmente los artistas nacionales… puedes encontrarte con un borde, como solía ser Loquillo en muchas ocasiones, pero suelen ser amables e incluso hospitalarios como Joaquín Sabina. 

¿Algún desencuentro sonado con mi querido Jorge Martínez? 

Diego: No, era muy amigo y recuerdo una vez que estuvo en mi casa. La gata estaba en celo y se empeñó en que había que meterle un bolígrafo, le dije “Jorge, no seas bestia”. Imagino que estaba jugando básicamente al estereotipo de rockero salvaje. 

Imaginamos que en algunas ocasiones habrás trabado amistad con músicos a los que en algún momento habrás tenido que criticar negativamente. ¿Cómo se juega en una línea tan estrecha y delicada?

Diego: Lo primero es que los músicos acepten que tú tienes el derecho a opinar cómo sea. Les fastidia mucho, pero que se acostumbren. En realidad, tengo la sospecha de que te la guardan, pero no protestan demasiado. El único caso de alguien que me protestó fue Luis Eduardo Aute, siendo muy correcto. Me preguntó porqué había dicho tal cosa, le di mis razones, él a mí las suyas y quedamos tan amigos.

Hoy día, quiero que pensar que por la falta de profesionalización del medio, da la sensación que las críticas negativas y las entrevistas a cara de perro se han tornado imposibles. Hay mucho amiguismo y una conexión constante en redes entre músicos y periodistas. Algo que unido a una falta de tiempo evidente hace que muchos periodistas se limiten a hablar solo de aquello que consideran positivo. ¿Tienes la misma sensación? ¿A qué crees que responde este hecho? 

Diego: Sí, es exactamente como dices. Si te pagan 30 euros por una crítica de un disco no te vas a dedicar a destruirlo, sobre todo si sabes que puedes encontrarte con el artista en un local esa misma noche. La cuestión es mantener tus criterios y que te respeten por lo que dices, aunque no les gusta lo que dices. 

“La obligación del crítico es con el público, ni con el artista ni con la discográfica” 

Personalmente creo que la gente que habla de música no vive de ello, existen como digo muchas “ciber amistades con los músicos” y una escasa importancia de la crítica para el público en general.

Diego: Sí, puede ser verdad, pero te aseguro que los artistas tienen memoria de elefante, aunque no te protesten dicen “ese hijo puta lo que digo de tal disco”. Dije lo que pensaba, sin más. Y en muchos casos a la larga te reconocen que aquel trabajo no se hizo ni con las mejores canciones ni en las mejores circunstancias. Mi regla principal es que no venimos a esto para hacernos amigos, si terminamos amigos, estupendo, pero la obligación del crítico y periodista no es con el artista ni la discográfica, sino con el público. Al público no le puedes mentir. 

En el libro no te guardas nada, describes a personajes de forma amable, efusiva y con cariño, como Carlos Tena, del mismo modo que criticas los usos y formas de moverse de otros profesionales, ya sean directivos de compañía o compañeros de trabajo. 

Diego: No uso los artículos para saldar deudas, por ejemplo, no hay artículos referentes a mis conflictos con Tomás Fernando Flores, director de Radio 3, quien tanto para este libro como para el anterior me ha vetado. Se niega a que vaya a cualquier programa de la emisora. Él dice de su emisora, pero no es su emisora, pertenece a Radio Nacional de España. Son detalles miserables que no tengo prisa por contar, se contarán en algún momento. En general intento ser cordial, incluso cuando son personajes que se hayan portado de forma abominable. Nosotros no estamos en su piel y no sabemos la presión que sienten.

“La vida del rock es muy atractiva y a la vez peligrosa” 

Tampoco te guardas las visitas a los bajos fondos, ni las noches blancas, donde el vicio aparecía en cada esquina. ¿Era una forma de aguantar la tralla, simple afición por pasarlo bien o una parte indispensable del juego? 

Diego: Creo que las tres cosas. La vida del rock, la vida nocturna, es muy atractiva y a la vez peligrosa. Cuento algún momento extremadamente desagradable. Que un policía de México de D.F. te apunte con su arma no tiene ninguna gracia. Luego sales del atolladero y lo recuerdas con risas, pero realmente no fue una situación nada agradable. 

“Willy DeVille era un personaje fantástico, fascinante, pero como cantante era formidable por lo que generaba una atracción” 

Dentro de los nombres que desfilan por las páginas que no son pocos y todos de gran categoría, me ha llamado mucho la atención la inclusión de dos nombres. El primero de ellos es mi adorado Willy DeVille, de quien haces una semblanza breve, pero muy acertada sobre su personaje, al que despides con un cariño sincero. ¿Por qué decidiste centrarte en la figura del “Rey Pachuco”? 

Diego: Tuve muchas ocasiones de tratarle, no solo en Madrid, también en Nueva Orleans o Málaga. La última vez fue en Málaga donde estaba muy agresivo y cabreado, no nos dimos cuenta de la realidad que era que estaba muy enfermo. Willy DeVille como personaje era fantástico y como cantante formidable por lo que generaba una atracción. La capacidad que tuvo para reinventarse con el tema del mariachi, se sumergió en la música de Nueva Orleans. Era un personaje fascinante. Aquella última vez no nos dimos cuenta que estaba de camino al cementerio.

“Cuando la prensa española tiene un muñeco de pim-pam-pum siempre tratan de vapulearle” 

Y ya en las últimas páginas pones en negro sobre blanco la figura de Teddy Bautista, un artista como la copa de un pino, cuya figura no ha sido reparada tras el escándalo de la SGAE. 

Diego: Aprovecho para denunciar los malos hábitos de la prensa española, cuando tiene un muñeco de pim-pam-pum todos intentan vapulearle, pero al terminar el calvario judicial y es declarado inocente todo el mundo se calla. Lo que me asombra de Teddy es que después de haber pasado por esa experiencia dolorosísima, de haber pasado de ser un personaje importante en el mundo musical a tener las cuentas bloqueadas y tener problemas para hacer la compra. Aún así, a nivel superficial, lo ha asumido y no se le nota especial amargura. En eso le respeto mucho, aunque nunca he sido parte de su club de fans por lo que hizo en la SGAE. Como músico es impresionante y hay que reconocerlo, igual que las malas decisiones en la SGAE son poca cosa para lo que hizo con los compositores de pequeñas canciones que vivieron años extraordinarios cuando él estaba en la sociedad. 

En varios capítulos haces referencia a las publicaciones y los programas, tanto radiofónicos como televisivos, en los que has participado. Podemos afirmar que los primeros se mantienen, quizás sin la preeminencia que tenían antaño, pero favorecidos por el formato podcast, sin embargo, asistimos a un panorama donde la música ha desaparecido de la tele, salvo casposas excepciones. ¿A qué crees que se debe dicha carencia? ¿Ausencia de cultura? ¿Desinterés? ¿U oscuros intereses ocultos? 

Diego: El problema es que la música en televisión tiene que competir con la biblioteca universal que es Youtube. Antes estrenabas vídeos, por lo menos en el ámbito español, te las arreglabas para conseguirlos a veces, porque hubo una época estando en FM2 donde TVE decidió que todos los vídeos tenían que ir al programa de Beatriz Pécker, por lo que teníamos que conseguirlos directamente desde Londres mediante trucos. Ahora es difícil crear la anticipación, los artistas difunden sus vídeos a través de redes sociales, quitándote el elemento principal del menú. Y luego hay otro problema básico, es muy complicado grabar música en televisión, sobre todo si estás en Prado de Rey, ya no te cuento hacerlo en locales. Cuando los artistas te ofrecen sus grabaciones te quitan la necesidad de grabarles en un estudio. 

“Vivimos una etapa de un enorme cantidad medios que cubren la música, pero que no tienen una valoración profesional correcta” 

En las páginas das cuenta de una paradoja que muestra muy a las claras la situación actual del periodismo musical, si es que dicha profesión existe actualmente. Hablas de unos comienzos no profesionales, donde casi se escribía por amor a la música, hasta una evolución en la que, al convertirse la música en un bien de consumo masivo, el crítico era tratado como una figura de primer nivel, algo paradigmático si lo comparamos con la situación actual, donde parece que hemos vuelto a una casilla de salida precaria, sin demasiados bisos de cambio. ¿Qué te parece la actual situación? ¿Por qué crees que hemos llegado a la misma? Y, sobre todo, ¿ves algún tipo de solución al tinglado? 

Diego: Sabes la respuesta. Primero, ahora puede haber precariedad profesional, pero abundancia de espacio donde periodistas-aficionados vuelcan sus pasiones y descubrimientos. Es algo que está bien, pero al fragmentarse tanto el universo periodístico-musical hemos disminuido en importancia. Hay medios que ya utilizan las barreras de pago, llegará un momento en que los se darán cuenta de que buena parte de su público, aquel que acude a sus páginas, buscará información musical a través de dicho sistema. Ahora el público es muy belicoso, antes podías decir cualquier barbaridad, en el sentido de salirte de la norma, pero lo más que ocurría es que te llegaban dos o tres cartas a la redacción; si pasa en este momento te crucifican en X o Facebook. Vivimos una etapa de enorme cantidad medios que cubren la música, pero que no tienen una valoración profesional correcta.

“Existe un síndrome del periodista que ha escuchado demasiada música”

¿Qué artistas novedosos no conviene que perdamos de vista? 

Diego: Hay un grupo de Texas que me tiene fascinado, se llaman Kheruxng bin, significa aviones en tailandés. Es una banda mayormente instrumental, un trío con una chica poderosa al bajo, un guitarrista y un baterista negro. Me encanta su sonido, aunque les faltan grandes canciones o melodías. Es uno de los problemas de haber escuchado mucha música, descubres un nuevo grupo que te gusta, pero al mismo tiempo detectas sus carencias, lo que refrena el entusiasmo. Hay un síndrome del periodista que ha escuchado demasiada música.

“Hay que ser “cool” con lo que descubres sin exagerar los superlativos” 

¿Qué le queda por hacer a Diego A. Manrique? ¿Cuál sería el consejo/enseñanza hacia las nuevas generaciones musicales?

Diego: Mantener la curiosidad, no caer en la trampa del “ya no se hace música como antes”. Se hacen todo tipo de música que se hacían antes y se mantienen vivas. Si eres un profesional del periodismo, mantener una cierta distancia para no convertirte en un periodista “hincha” de los que van detrás del artista y ser relativamente “cool” con lo que descubres sin exagerar los superlativos.

Muchas gracias por toda tu labor a lo largo de estos, espero no haberme puesto pesado preguntando por los tópicos de siempre. 

Diego: No, no. Al menos el planteamiento ha sido diferente. Gracias a ti por el interés.

Myron Elkins: “Nostalgia for Sale”


Por: Kepa Arbizu. 

Si como enuncia el dicho popular la cara es el espejo del alma, otorgando al rostro el papel de severo e incorruptible diagnóstico sobre el estado anímico, para un músico la identidad que desprende su voz supone también un factor altamente revelador respecto a la materia emocional del que está construido su idioma artístico. Por eso que en la garganta de este veinteañero de tez blanca llamado Myron Elkins anide, gracias a su textura fornida y gutural, todo el acervo interpretativo de veteranos representantes de los ritmos afroamericanos, más allá de la majestuosidad que representa esa cualidad, es el reflejo de toda una vocación por presentarse como un narrador sonoro de aquellos espíritus afligidos que extienden su sombra sobre noctámbulos y desvencijados rótulos luminosos. Un paisaje de anémicas esperanzas y brillos oxidados transformado sin embargo, tras atravesar el lenguaje de los ritmos clásicos estadounidenses, en un tapiz melódico estremecedor.

Siendo conscientes de que toda realidad es la consecuencia irradiada por la percepción particular, cuando en 2023 este compositor, catalogación necesitada de ser puesta en valor para las posibles definiciones que pretendan elogiar en exclusividad su virtud cantora, deslumbró con un álbum debut, “Factories, Farms & Amphetamines”, que recogía con identificativa presencia la herencia musical sureña, no esperábamos que su continuación, "Nostalgia for Sale", diseccionara precisamente las fatalidades sobrevenidas de aquel trabajo. Lo que en un principio, si nos regimos exclusivamente por su demostrada calidad, apuntaba a la pronta gestación de una firma llamada a sacudir la escena, sin embargo se fraguó como un cúmulo de decepciones, principalmente encarnadas en cuatros años de peregrinaje a través de unos escenarios escasamente ilustres negados a reconocer a esa precoz revelación y a la consiguiente retirada afectiva de manos amigas en las que poder sostener su tembloroso paso. Un abismo emocional del que huye, partiendo hacia la cuna de su tradición artística, Memphis, y contando con uno de los pocos apoyos todavía perceptibles, el productor Dave Cobb, para plasmar precisamente ese desasosiego existencial en un repertorio que asume su inevitable corte biográfico para hermanarse con esa legión de solitarios sentenciados por los hados del destino.

Un muestrario humano que es fácil adivinar morando tras la puerta de ese aislado edificio que recoge la portada del disco. Una reproducción en penumbra, reflejo del espíritu que acoge tras sus paredes, que pese a su aparente sencillez se muestra explícito en su simbología emocional, un resultado fraguado por lo que podría ser una entente compuesta por Edward Hopper, de haber tenido su propia “etapa azul”, y la ilustración escogida por Arthur Getz para anunciar en el New Yorker a sus lectores el ocaso de la esperanza. Y si un género musical está capacitado para trasladar a sus armonías esa paleta pictórica hecha de crepuscular romanticismo es el soul, un estilo claramente integrado en el ecosistema de este autor norteamericano en su álbum inaugural pero que en esta continuación asume un total liderazgo. Una dictadura del verbo desgarrado y melódicamente afligido que asume su condición de idioma vehicular para conceder voz al suspiro existencial.

Allí donde las palabras se muestran vulnerables a la hora de encapsular los sentimientos, la guitarra con la que se inicia el disco, apertura encomendada a "Red Ball", invoca toda el palpitar de un género. Una inicial desnudez que a modo de increscendo, tendido sobre un ambiente casi eclesiástico que extiende el gozo fraternal, en este caso como antídoto a episodios lacrimógenos, incorpora una compañía instrumental que sirve para trazar una genealogía que va desde el ancestral Josh White hasta otro “rastro pálido” contemporáneo de imponente voz como Anderson East pasando sobre todo por Van Morrison. Una figura que repite presencia en esa celebración de la lluvia que es "God Bless The Rain", metáfora climatológica instaurada desde el vetusto “The Sky Is Crying”, de Elmore James, aquí escenificada como esa infantil respuesta del chapoteo sobre unos charcos que inevitablemente tendrán cabida en nuestra narración vital. Herencias clásicas que no permiten caminar en solitario a un repertorio que tiene como inspiraciones, en distintas frecuencias y cantidades, a lo más ilustre de la biografía del soul, porque la concepción de la melancolía de contagiosa y majestuosa melodía que desprende el tema titular solo puede ser entendida y asumida si William Bell, Solomon Burke, James Carr o Clarence Carter han significado un ingrediente esencial en la dieta musical y anímica del autor.

Casi como delineada bajo una proporcional exactitud, el disco en su segunda parte decide, sin abandonar su inequívoco concepto, dirigirse a los cruces de caminos donde el soul encontró cobijo junto a otros géneros y tonalidades, situados eso sí, en la zona musical más austral. Eso significa que el recitar roquero de "Testimony" alude a Bob Seger y que la intensidad a la que se entrega "Givin Up And Givin In" sigue las pautas de unos Allman Brothers de sosegado ensimismamiento eléctrico. Contundencia que se conjuga en "Livin And Learnin" con el rock and roll para un tenaz y dinámico cierre que manda su carta de amor a la Creedence Clearwater Revival. Ejemplos, y despliegue de virtudes, alineados con una querencia más potente que incluso cuando amansa su voltaje no extraña un nervio que aflora en el folk acústico de "Easy Target", entonado en los bancos traseros de alguna iglesia remota, o cuando el intérprete se rasga la camisa para, hermanado con otro corazón roto de imponente presencia como Chris Stapleton, afrontar en "Get Home" ese aprendizaje que significa la vida, incluso cuando ésta se anuncia sobre renglones torcidos.

La nostalgia, igual que la energía, no se destruye, simplemente se transforma; siempre permanece apostada, a veces maniatada por el espíritu luminoso, otras agazapada royendo con delicadeza nuestro alma y en ocasiones desplegando su manto incierto para entorpecer el paso al futuro. Myron Elkins entona, con un disco absolutamente sublime, dicha disputa convirtiendo su imponente voz en mascarón de popa de un repertorio que dialoga con postales existenciales en penumbra. El joven compositor transforma su congoja en un emocionante clamor musical, añadiendo a la más estremecedora y genial historia del llanto sonoro una nueva bitácora que se enfrenta a un paisaje entre tinieblas.

Weezer, el intenso poder de las melodías


Sala Razzmatazz, Barcelona. Miércoles, 9 de julio del 2025. 

Texto: Àlex Guimerà. 
Fotografías: Antoni Bertran.

Hace unos meses Weezer colgaban el cartel de "sold out" a las pocas horas de ponerse las entradas a la venta. Era la venta telemática de sus entradas para el concierto de su regreso a Barcelona, ciudad que no pisaban desde el año 2002, cuando hicieron de teloneros de los Cranberries y de nuestros Dover. Años antes, en 1996, habían pasado por el "Pop Festival" con un cartel indie en donde tocaron al lado de gente como The Posies, Sexy Sadie o los Planetas. ¡Qué tiempos! Ha tenido que pasar casi un cuarto de siglo para que la banda californiana volviera a la Ciudad Condal y de nuevo apuntó bien y lo hizo en la sala más emblemática de la ciudad para el indie: la sala Razz. Apretujados entre el público, su legión de fans venidos de los noventa se dispuso a tomar posiciones antes de la aparición del quinteto inglés Bad Nervue, que para quienes no los conozcan son una banda bastante punk que se presentaba con su cantante enfundado en una camiseta de los amigos de esta casa, Biznaga (bonito detalle), para ofrecer un corto set muy enérgico y sudoroso. 

Horas antes, mientras los fans se aglomeraban haciendo cola en la calle Almogávers para poder entrar en la que años a fuera Sala Zeleste, Rivers Cuomo salía con la acústica en la mano para tocar un trozo de la cara B “Susanne” de modo sorpresivo y como forma de reconocimiento a esos seguidores barceloneses a los que tanto habían hecho esperar. Y con esa actitud y motivación, de agradar, de convencer y de rematar, salió junto a sus compañeros a comerse el escenario poco antes de las nueve con una inicial “Anonymous”, la única que tocaron de ese disco infravalorado dentro de su excelente discografía llamado “Everything Will Be Alright in the End” de 2014. Tras aquella, el fervor definitivo llegó con la mítica “Hash Pipe”, del álbum verde con la que el público despegó para seguir a tope toda la velada.

La verdad es que fue un auténtico conciertazo de principio a fin, intenso y dinámico, con la banda sonando potente, harmonizada y compacta, con los miembros originales Rivers Cuomo, como cabeza visible a la voz principal y guitarra, Brian Bell a la guitarra y teclados, y Patrick Wilson a la batería, junto con el bajista Scott Shriner, éste último con ellos desde 2001. Detrás de ellos la pantalla proyectaba unos videoclips con imágnes 3D apocalípticas o de la banda actuando en otros conciertos. 

A pesar de sus 55 años, Rivers no ha perdido su esencia de "nerd", aunque tras ese aspecto enclenque, sus gafas de pasta, su camiseta rayada y sus converse “all star”, se esconde un auténtico rock star, capaz de cantar registros complicados, tocar solos potentes y dominar a la audiencia. Él es el alma de esta maravillosa banda única en su especie, cuyo principal argumento son esas canciones de poderosas guitarras con melodías dulces y aparentemente vitalistas pero con su aliño de melancolía. Y de esas escuchamos muchas, pues tocaron todo el "Blue Album" entero, junto con algunos de sus éxitos (tienen tantos…) en un directo que fue intenso como pocos se han visto por estos lares.

Del disco azul gozamos de las memorables “My Name Is Jonas”, “Undone”, “Surf Wax America”, “In The Garage” o “Holiday”, celebrando su 30 aniversario, pero también saltamos y disfrutamos de otras como “Why Bother” o esa “Island In The Sun” con la que se hicieron famosos en nuestro país por culpa de (o gracias a) un anuncio de televisión de una compañía telefónica. Con “Pink Triangle” Cuomo nos hizo el símbolo de Weezer y del triángulo con las manos, y con “Beverly Hills” introdujeron “Barcelona” en su letra, pero me quedo con el himno que es “The Good Life”, aunque no la tocaron completa. El final llegó con “Only in Dreams”, esa joya de ocho minutos con el bajo marcando el pulso y las guitarras navegando entre tormentas eléctricas, para volver con los bises de la mano de los dos éxitos de su debut, “Say It Ain’ t So” y “Buddy Holly”, esa maravilla power pop que homenajeaba en su letra al genio de Lubbock con un videoclip inolvidable inspirado en las sitcoms vetustas americanas. 

Un final con el que todo el mundo saltó, coreó y se divirtió, tras el que el cuarteto celebró situado en primera línea del escenario la comunión con sus fans del reencuentro. Sorprendido ante la respuesta del público barcelonés Rivers se atrevió a prometer regresar “Every Summer”. A ver si es verdad porqué seguro que no nos los perderemos. Merecen mucho la pena.