Rosendo: Mala vida, buena gente

Por: Kepa Arbizu 

La madrugada del domingo 23 de diciembre para una inmensa mayoría no tuvo mayor significado más allá de tratarse de una fecha cercada por días de fiesta y la confirmación de la ya casi inminente llegada del final de año. Para otros, sin embargo, ese instante del calendario alcanza una relevancia mucho más trascendente. Pocas horas antes, Rosendo había terminado su concierto en el Sant Jordi Club de Barcelona, el segundo consecutivo ofrecido en la ciudad condal, rematando así su gira "Mi tiempo señorías...", puesta en marcha en marzo y llamada a ser la materialización de la despedida de los escenarios del mítico intérprete. Poco importan en este momento los matices, algunos evidentes y otros probables, que se pueden aplicar al anuncio de dicho adiós. Una información que en todo momento ha dejado claro que no se trata de un alejamiento de la música sino del intenso engranaje -del que nunca ha sido un entusiasta precisamente- que impone la actualidad. Tampoco resulta tan evidente que no estemos frente a una interrupción de extensión considerable, o dicho en las palabras del comunicado lanzado, de unos puntos suspensivos. Pero sea cual sea la cara que vaya a adoptar el futuro, la decisión resulta lo suficientemente importante como para no velar ya por dicha ausencia. 

Como siempre existe una historia que contar, también la hay sobre la vida artística de Rosendo Mercado.  En este caso una iniciada con la destartalada guitarra que le regala su abuelo de pequeño y continuada a mediados de los setenta, cuando se encarga de las seis cuerdas en una banda de versiones, Fresa, que derivaría en uno de los nombres trascendentales del rock progresivo hecho en España, Ñu. Una singladura efímera y problemática, sobre todo por la relación siempre tirante con con el cantante José Carlos Molina, que le precipitó a abandonar rápidamente la banda y formar, ahora sí, un proyecto más sólido aunque también, pese a lo exitoso y posteriormente referencial, reducido en el tiempo: Leño. Un trío, apadrinado por el sello Chapa de Mariskal Romero, formado junto a Ramiro Penas y Chiqui Mariscal, pronto sustituido por Tony Urbano. Conscientes o no, el rock urbano acababa de nacer, y con él, un personaje de cotidiana genialidad. 

El disco homónimo inaugural de la formación exponía una serie de referencias, todavía deudoras de ciertas exposiciones sonoras largas y rebuscadas, con cambios de ritmo palpables, donde la inspiración vertida por Jethro Tull, Deep Purple, Grand Funk Railroad o Uriah Heep se fusionaba con otro esencial en la carrera del madrileño, Rory Gallagher. En el irlandés no solo vio evidentes virtudes artísticas, capaces de reunir la influencia blues con una punzada rockera, sino también un espejo en cuanto a su actitud alejado de divismos. Un primer episodio que recogía a la perfección esa morfología de barrio, plasmada ya sea en la bruma eléctrica como en la crudeza de unos textos ("Es una mierda este Madrid, que ni las ratas pueden vivir") capaces de cohabitar con complejas representaciones instrumentales ("Castigo", "La nana"). Un alambicado concepto que en su siguiente publicación, "Más madera", se torna más asequible y directa al mismo tiempo que sufre una de esas típicas producciones ochenteras (se inauguraba la década por entonces) artificiales y sobreactuadas, en este caso llevada a cabo por el que fuera también el encargado en su debut Teddy Bautista. A pesar de todo, esas composiciones de vestimenta recargada ("Insisto" o "Cucarachas") encontraban su antagonismo en frenético rock and roll ("Sí señor, sí señor") o en el reposado blues-rock nostálgico y desesperanzado de "Sin solución", con estupenda letra de Manolo Tena.

La publicación de "En directo", que evidenciaba la bisoñez de estos formatos por aquellos años dando forma a un precario en sonido pero vivaz trabajo, supuso no obstante un impulso para la banda que paradójicamente haría de su próximo capítulo el fin de la travesía. Antes de que eso llegara, dicha grabación dejaba la inmortal "Maneras de vivir", muestra fehaciente de la capacidad para convertir los riffs clásicos en un lógico fenómeno de masas. "Corre, corre" supondría la despedida de la banda, para entonces sumida en diferencias irreconciliables, no sin antes dar una muestra de poderío al desplazarse hasta Londres para registrarlo, encontrando allí una buena síntesis de las aspiraciones de su ánimo musical y sembrando algún que otro himno como "¡Que tire la toalla!" o "Sorprendente". Los ochenta se acababan para Leño, mientras, una “movida” en pleno apogeo era incapaz de aplacar, pese a su devoción por el espectáculo vacuo, una voz empeñada, sin desearlo, en hacerse representante de esa rabia que seguía sobresaliendo por encima de los kilos de purpurina. 

Pero el salto emprendido desde un proyecto grupal a uno en solitario no resultó fácil para el de Carabanchel. Los problemas burocráticos y la mala gestión previa a la la que había sido sometido complican su debut, y de manera trompicada edita un disco bajo explicito título ("Loco por incordiar") que pese a tener que contar con músicos de estudio transmite una naturalidad y desparpajo realmente vibrante y contagioso. La firma de su autor aparece ya nítida, heredera de sus pasos pretéritos, sin embargo adquiere una manifestación menos abrasiva y con unos textos que sin perder sus raíces van a ir paulatinamente cincelándose tan cerca del acervo popular como del costumbrismo crítico o de un, cada vez mayor, afán por encriptar el mensaje. De momento, su primer y sobresaliente debut recogía certeros y directos temas como "Agradecido", "Pan de higo" o el tema homónimo (nunca de manera tan sencilla se había definido el espíritu punk). Como colofón a ellos, y demostrando también el buen tino poseído a la hora de alterar el rumbo, "Buenas noches" se presenta como una deliciosa y delicada pieza. 

En multitud de ocasiones se ha hecho referencia a ese inamovible estilo que Rosendo ostentaba. Una relativa verdad que sin embargo arrincona, ya sea por cierto desconocimiento de su carrera o por una mirada demasiado fija a algunos de sus composiciones más reconocibles, la lucha ejercida, con resultados en ocasiones no del todo satisfactorios, por amoldar esa actitud totalmente representativa a diferentes propósitos y matices. Así, mientras que en "Fuera de lugar", pese a su fría acogida, daba una óptima salida al descaro ("Aguanta el tipo"), a su faceta más atropellado ("Navegando") e incluso a ambientes envolventes ("Entonces, duerme"), menor inspiración transmitiría "... A las lombrices", eso sí destacable por la entrada de Rafa J. Vegas al bajo, desde entonces pieza clave y personaje carismático en la historia del madrileño, y por la certificación de su cierre de etapa con el sello RCA. Ya en una nueva "casa", Twins, esa exploración que realiza de sus constantes musicales le lleva a introducir en "Jugar al gua"  lo que será a partir de ese momento uno de sus habituales acercamientos amables al concepto del reggae -aquí materializado en "De pulmón"- y a ofrecer una forma interpretativa más sentimental en "Flojos de pantalón", convirtiéndose a la larga en uno de sus temas icónicos. Igualmente significativa iba a suponer la entrada de Eugenio Muñoz en la producción de "Deja que les diga que no!". Un nombre que desde entonces también estará muy vinculado al desarrollo de un Rosendo que pese a dejar en el trayecto que le lleva hasta "Para mal o para bien" algunas canciones como "Majete!" (incluida en "La tortuga"), instaladas entre sus destacadas, será en el mencionado disco cuando destaque en toda su amplitud el buen jugo que sabe extraer de la comunión entre electricidad y teclados, perceptible en la burlona "De qué vas?", la excelente "Puedo ser más eficaz" o la incisiva "Como estatuas de sal".

Un "hito" como la llegada al poder del Partido Popular no pasa desapercibido para el músico madrileño, dándoles su bienvenida con un disco de irónico título, "Listos para lo reconversión", y una singular atmósfera menos inmediata y más recargada. Además, y en una paradoja del destino, abandonan la banda Miguel Ángel Jiménez y Gustavo Di Nóbile, propiciando desde ese instante la imposición, y consolidación, de un formato trío de piezas fuertemente ajustadas que completan el propio Rafa y Mariano Montero. Sumado al no tan anecdótico cambio de guitarra -sustituye la Fender por la Gibson-, todos esos elementos propician el encauzamiento hacia un sonido más orgánico y grueso que logrará sus mayores cotas en un apabullante "Canciones para normales y meros dementes", suponiendo un punto claro de inflexión a la hora de instalarle en unos parámetros realmente potentes y rotundos al igual que haciendo florecer los resultados de la dedicación puesta en su manera de cantar. En esa misma linea acumulará trabajos de destacadísimo bagaje, quizás el más atinado "Veo veo… mamoneo!, que incluso le transportan hasta manifestaciones de una exquisita prosa densa, conclusión del refinamiento en su forma de escribir, y piezas con un sentido cada vez más agrio, como las que dan forma a "El endémico embustero y el incauto pertinaz". Manteniendo hasta nuestros días la consistencia a la hora de entregar nuevos discos, siendo hasta la fecha su última obra "De escalde y trinchera", acumula a su vez  diversos reconocimientos, premios y honores. Todos merecidos y aceptados con elegancia pero haciéndose perceptible el poco entusiasmo que despiertan en él dichos menesteres.

Al igual que uno de pequeño, o no tanto, se aprendía las alineaciones de memoria de sus equipos de fútbol preferidos, la triada formada por Rosendo, Mariano y Rafa también tiene un hueco en ese imaginario popular. Si tantas veces se ha hablado elogiosamente de esos aditivos extramusicales que acompañan al rock and roll, cómo no van a merece honra aquellos que hicieron y hacen de su normalidad carisma y de su honradez norma. Porque si las tiendas de todo el planeta venden camisetas adornadas con el logotipo de unos chicos de Queens que portaban pintas nada elitistas, a muchos, un tipo de Carabanchel con su sempiterna melena, sus vaqueros, sus camisetas y una actitud más cercana a ese tímido pero entrañable vecino que al de una estrella nos resulta esencial para entender el verdadero significado del sonido huracanado de las guitarras. Puede que ya no tengamos la oportunidad de encontrárnoslo cara a cara encima de las tablas, pero sus enseñanzas caminan con nosotros, y quizás la más importante sea que el arte y el éxito también pueden ser conquistados por hombres buenos.