Por: Oky Aguirre
Parece que los Cornershop nos echaban de menos tanto como nosotros a ellos. Nueve años han tenido que pasar para volver a sentir esas cosquillitas en el estómago que nos producen sus canciones, con su brillante y delicioso “England Is a Garden”, un regreso que los sitúa en lo más alto de las críticas y de nuestras prioridades.
Esperar una década desde “Judy Sucks A Lemon For Breakfast” ha merecido la pena para encontrarnos con unos Cornershop radiantes, con composiciones claramente reconocibles por ese sonido con el sello inconfundible de buen rollito, en este caso trasladado a la forma artesanal de hacer canciones, alejados de una electrónica siempre positiva, que ya sabemos que dominan gracias a últimos trabajos como “Handcream for a Generation”, “Urban Turban” y “Hold on it´s Easy”. Una propuesta siempre etiquetada dentro del indie aunque pertenezca a registros más “ancianos”, como el simple rock, reggae, pop o soul. Sonidos ancestrales entre los que se arropan y que le da esa particularidad reconocible a la música creada por Tjinder Singh y Ben Ayres, cuando hace más de 30 años aparecían desde Leicester para comerse el mundo con “Brimful of Asha”, ese tema que si le pides al DJ, siempre te pondrá con una sonrisa.
Porque en cuanto reconoces a los Stones o a Roy Orbison en los primeros golpes de batería de “St. Marie Under The Canyon”, ya sabes que estos chicos te van a dar gloria bendita, ya sea con órganos Hammond, riffs setenteros o coros femeninos. En “Slingshot” nos vamos a encontrar con una flauta deliciosa, predominante en casi todo el disco, que ya va a formar parte de nuestras vidas, guiándonos ensimismados por ese mundo de estos chicos “de la tienda de la esquina” como si fuéramos ratitas llevadas por el flautista de Hamelín, y que en “No Rock Save in Roll” trasladarán incluso referencias guitarreras como ZZ Top o Black Sabbath.
En el cuarto corte asistimos a la auténtica ceremonia de bienvenida para los que andábamos huérfanos de canciones positivas, “Everywhere That Wog Army Roam” vuelve a ese estribillo eterno, que Singh repite una y otra vez con su voz aterciopelada y pausada, ya sea cantando a través de un megáfono o como si tuviera puesta una mascarilla, todo envuelto en múltiples sonidos que encajan perfectamente entre coros y vientos.
Pero volvamos a la flauta. “Highly Amplified” es sin duda el tema que vuelve a poner a estos “puretas” en lugares predominantes del buen rollo, volviendo a dar en la tecla de aquellas canciones que revuelven tanto corazones como las ganas de bailar, que surgen al oír violines y sitares juntos. Parece imposible no reconocer la hermosa crudeza de la Velvet en “Cash Money”, donde esa guitarra “cojonera” de Lou Reed, junto a secciones rítmicas sacadas de los mismos demonios de Sly & Robbie, se pasean en armonía perfecta con pausados recitados de aromas punjabi, volviendo al garage y al vintage en la simple pero gloriosa “Wooden Soldier”, con sonidos planetarios altamente cercanos a un Glam-rock que, por supuesto, resulta un homenaje a Marc Bolan.
Y sin que te des cuenta, te encuentras con “One Uncarefull Lady Owner”, toda una amalgama que engloba lo que estos ingleses no han olvidado durante su ausencia, recordándonos que no se habían ido, reivindicando esos bongos primitivos enfrentados a un sinfín de instrumentos meticulosamente compenetrados. “The Holy Game” es el postre de sabor a fresas con nata que finaliza este delicioso disco. Y lo hace de esa manera que siempre has relacionado con ellos: con esas extensas canciones en las que corean niños, lo que inmediatamente te hace concebir esperanzas en el camino al que lleva la música, más todavía en estos tiempos de coronavirus muy dados a esperpentos como el “Resistiré”. Por eso era tan necesario este disco.