Bunbury: “Curso de Levitación Intensivo”


Por: Javier González

Si hacer un disco notable resulta una labor harto complicada, facturar dos de dicho calado en el transcurso de un año natural es poco menos que en el terreno de las quimeras. Casi tanto como lo es sobrevivir en un mundo donde las circunstancias son realmente complicadas; un lugar plagado de dirigentes inútiles que cuentan con el poder y la inacción de las personas trabajadoras, aquellas que en muchos casos apuntan desde el anonimato de las redes y azuzan el fuego ajeno contra quienes piensan distinto, acabando por ser solo la punta de lanza de oscuros intereses que no buscan sino rematar las pocas libertades que hoy en día nos quedan, haciendo el caldo gordo a las grandes corporaciones y a las siempre presentes fuerzas de ideologías totalitarias que luchan por volver al poder. Pues sobre todo eso y mucho más versa la nueva entrega del gran Bunbury

En “Curso de Levitación Intensivo” encontramos un disco de denuncia contra la alienación y el pasotismo, escrito con mala baba y grandes dosis de sarcasmo, envuelto en un sonido de raíces rockeras, bastante orgánico, con miras cosmopolitas y decididamente modernista por su electrónica tan presente en la base rítmica, siguiendo la senda marcada en trabajos precedentes, algo que se muestra a las claras en “N.O.M.” y “El Día de Mañana”, dos composiciones que nos ponen sobre aviso acerca de la temática que sobrevuela todo el minutaje y que no esconden la voluntad de Bunbury de crear un contenido al que se debe acudir con cautela, paso a paso y en diversas escuchas para ser disfrutado en toda su extensión. 

Musicalmente destaca la elegancia ululante y los vientos de “El Precio que Hay que Pagar”, donde sobrevuela el fantasma de David Bowie, y “El Momento de Aprovechar el Momento”, una canción en la que se invita a ser incorrecto, cuyos mensajes nos llevan hasta las aguas tranquilas de “Malditos Charlatanes”, donde resuenan las teclas amables y las secuencias que nos hacen flotar por el espacio exterior, mientras se dispara con dardos envenenados a los interesados creadores de opinión, en un corte que parece haber nacido de la más cruda experiencia propia, merced al azote reciente que padeció el maño en las redes por expresar opiniones desde la libertad absoluta. 

El arranque de “Tsunami” nos hace balancearnos de modo hipnótico en una suerte de “Golden Brown”, el clasicazo de los míticos The Stranglers, revisitada que va creciendo hasta convertirse en un grito que nos invita a despertar y de una vez levantar la voz ante las injusticias, y en “El Pálido punto Azul” se plante la posibilidad de tomar conciencia de lo pequeños e insignificantes que somos en el hiperespacio, pero con un mensaje casi oculto que llama a seguir haciendo fuerza para conseguir avanzar, entroncando con un punteo final que es de lo mejor de todo el disco; algo similar ocurre con “Ezequiel y Todo el Asunto del Big-Bang”, donde no es descabellado pensar en una belleza que la acerca al “Cosmic Dancer” de T.Rex, en otro tema donde Bunbury mira al universo y a las estrellas, recordando por instantes en sus falsetes a “San Cosme y San Damián”, lanzando la pregunta de si habrá vida más allá de nuestra galaxia, de que será más inteligente no cabe la menor duda. 

A mitad de camino entre la rumba, el calypso, la cumbia y el rico universo sonoro del caribe nos regala “La Gran Estafa”, un rock bastardo que reluce como oro de las mismas indias y que sirve como perfecto anticipo al agradecimiento hecho canción que supone “Tenías Razón en Todo”, un corte cercano, de candorosa interpretación y amor incondicional, muy a la manera de “Los Términos de mi Rendición”, en la que uno no puede evitar pensar que sin duda se vuelve a tratar de un tema en el que Enrique tiene muy claro la receptora de dicho mensaje. 

Este “Curso de Levitación Intensivo” es una manual de visceralidad reposada y puro sentimiento, escrito desde un reflexivo arrebato que quizás lo convierta en el cancionero más beligerante de Bunbury, quien en su decidida apuesta por hacernos pensar se da un paseo por las estrellas, entre ambientaciones y teclas relucientes, para reinvindicar su decidida apuesta por seguir haciendo un rock de miras abiertas y absolutamente vigente con el que cierra un periplo musical iniciado en “Palosanto”, cuyo denominador común bien podría ser el haber centrado el tiro en este siglo XXI que nos tiene atemorizados y ante el que no quedará más remedio que ser críticos, valientes y no adoctrinados, materias en las que el aragonés es todo un maestro.