“Cousin” (2023), la sorpresa infinita de Wilco


Por: Guillermo García Domingo

Cuando todavía permanece el eco de los conciertos que Wilco ofreció este verano en nuestro país, y solamente ha transcurrido el intervalo de un año desde el anterior LP, el grupo estadounidense ha publicado a finales de septiembre “Cousin”.

La primera vez que lo escuché íntegramente fue de madrugada. Todavía no me he repuesto del todo de aquella experiencia, ni creo que lo haga mientras siga cayendo en la tentación de oírlo una y otra vez. ¿Habrá que atribuirlo a las peculiares características de este período del día? Es la hora que propicia las confesiones, y la voz de Tweedy además resulta más persuasiva que nunca en este conjunto de canciones. No se ha ponderado adecuadamente lo bien que canta el líder de esta banda. De hecho, este artículo es el intercambio de una confesión, la mía, a cambio de la suya aquella madrugada, de ahí la primera persona que he decidido adoptar. O tal vez sea porque, en esta hora nocturna en la que la frontera que separa la vigilia del sueño se desvanece, uno opone menos resistencia con sus prejuicios y está más dispuesto a recibir las revelaciones que ofrece este disco. Las siguientes escuchas han servido para dar una forma más precisa a esa sensación inicial. 

“The loft is a lab”. El loft, el estudio de Wilco en Chicago, es un laboratorio en el que todas las hipótesis son tenidas en cuenta. La demostración de la afirmación anterior es que este disco tiene muy poco que ver con “Cruel Country”, sin que ambos por esta razón dejen de llevar el sello, indiscutible a estas alturas, de Wilco. Lo que diferencia al más reciente del anterior es el pulso rítmico con el que han logrado dotar a “Cousin”. Han insertado un corazón que vive y late dentro de esta criatura proteica (que adopta diez formas distintas, tantas como el número de canciones de que consta el disco). ¿Habrá tenido que ver en ello la irrupción en los mandos del estudio de Cate La Bon, la artista galesa, como ya hiciera el productor Jim O´Rourke en “Yankee Hotel Foxtrot”? Probablemente. ¡Aquella vez no les salió nada mal! Es justo reconocer que en “Ode to Joy”, el disco que no pudo ser apreciado debidamente por la interrupción de la pandemia, ya se vislumbraba el camino que ahora su “primo”, “Cousin”, ha decidido recorrer sin disimulo. 

“Infinite Surprise” y “Meant to Be”, la primera y la última canción del disco, acuñan el carácter del disco. En ellas habita especialmente ese pulso al que nos hemos referido antes. La canción inicial es más contenida, aunque en ella se desate por momentos el caos sonoro, que esta banda siempre ha sido capaz de domeñar y dirigir a su antojo. En la canción de despedida, "Meant to Be", el pulso, por el contrario, se desboca y arrastra al oyente inane. Es una de las canciones más irresistibles que ha producido la banda en los últimos años. 

“Infinite Surprise” determina además el tono existencialista que suscitan los textos de Tweedy. Después de presenciar el concierto que ofrecieron en el Botánico pensé que el vocalista y guitarrista se asemejaba a un afable Buda, ahora que he tenido noticia de su afinidad por el judaísmo, sería mejor describirlo como uno de aquellos maestros jasídicos, cuyas anécdotas y enseñanzas recogían sus discípulos.

Destacaban en ellos el fervor exultante y alegre por la vida, no solo la suya, sino la de todos, porque esta es sagrada y es el resultado de un milagro irrepetible. Siempre que pienso en Jeff Tweedy, no puedo evitar pensar también en Mark Oliver Everett (Eels, ya sabes).  Ambos músicos han tenido que enfrentarse a un dolor emocional y físico fuera de lo común, sin que estas penosas circunstancias hayan teñido de pesimismo la manera en que conciben su existencia, muy al contrario, ambos han exaltado el valor inconmensurable de estar vivos, gracias a canciones tan hermosas como “Infinite Surprise”. Es asombroso ser conscientes de que estamos vivos y un día moriremos. “It’s good to be alive/ It’s good to know we die”. La meditación sobre la muerte es una de las principales contribuciones de la filosofía, pero no la muerte evitable y violenta, a la que alude la siguiente canción, “Ten Dead”, una de esas canciones engañosas de Wilco en las que los detalles cotidianos revelan los males políticos insoslayables, “nada más que diez muertes, enciendo la radio, esto es lo que ellos dicen”. A mediados de este año según la organización Gun Violence Archive, “en total se habían registrado 20.910 muertes por violencia con armas en Estados Unidos, y se han registrado al menos 331 tiroteos masivos (en los que están implicados más de 4 personas)”. La canción va por los derroteros del sarcasmo que transmite su estribillo, pero, como si ella misma fuese consciente de la gravedad de los hechos a los que se refiere, se vuelve cada vez más tenebrosa. Otro de los méritos del “tzadik” (maestro jasídico) Tweedy es que confía en el valor performativo de la palabra: Las palabras son lenitivas. Nombrar las borrascas que ensombrecen nuestro interior puede hacer que las nubes se despejen. Esto es lo que ocurre en “Levee”, no hay dique que valga cuando las crisis personales nos anegan, pero si cantamos acerca de ellas…

Desafortunadamente no forma parte de la educación masculina reconocer lo vulnerables que muchas veces nos sentimos, que, con frecuencia, no sabemos qué decir o decimos lo contrario de lo que los demás necesitan oír. Estas saludables confesiones masculinas forman parte de otras tantas canciones del disco. La siguiente en la lista, “Evicted”, es una de ellas. Tanto ésta como “Cousin”, fueron elegidas por el grupo como anticipo. Las dos recuerdan al álbum “The Whole Love” en general, y a “Born alone” en particular. Wilco y sus bucles de sonido de los que es tan difícil escapar. 

El asunto que evoca “Cousin” merece ser considerado. Nada me haría más ilusión que ser primo de Tweedy o de cualquier miembro de Wilco. Al ver aparecer por sorpresa (había estado convaleciente de COVID) al guitarrista solista en el escenario del Botánico en Madrid sentí un alivio tan grande como el que uno siente al reconocer a un primo al que hace mucho que no ve. Si fuera mi primo aprovecharía para preguntarle el secreto de ese pasaje musical que ha hecho que “Impossible Germany” sea imprescindible para los héroes de la guitarra. Si Mikael Jorgensen fuera mi primo le preguntaría por el origen de “Theologians”, y a Tweedy le haría una interminable entrevista, por supuesto. Sin embargo, visto el estado deplorable del mundo y la violencia fuera de control que se ha recrudecido en Oriente Medio, “donde los muertos despiertan en oleadas”, como dice la canción, no parece que estemos dispuestos a admitir nuestra común humanidad y familiaridad. La idea de que “tú eres mi primo, que yo soy tú” o podría serlo, no es descabellada, en absoluto, y está avalada, entre otros saberes, por la biología y la psicología social. Stanley Milgram y sus estudiantes universitarios demostraron mediante un curioso experimento de envío de cartas a personas de Boston, que solamente hay 5 o 6 grados de separación entre nosotros y cualquier persona del mundo. Somos primos lejanos unos de otros.

“Sunlight Ends” es un girasol que mira hacia donde sale el sol. Los instrumentos poco convencionales, los han utilizado a lo largo del disco, que intervienen le otorgan un aire oriental, japonés. De tan lejos proviene también “A Bowl and a Pudding”, pues hace veinte años podría haber tenido cabida en “Yankee Hotel Foxtrot”. Hay una obertura muy larga a la que se van sumando instrumentos, el último en llegar es la voz de Tweedy al que muy pocas palabras le bastan para erigir una escena entre dos personas en cualquier local de comida de Chicago, podría ser en “The Bear”, el restaurante de Carmy Berzatto (el cocinero de la serie, en cuya BSO hay varias canciones pertenecientes a Wilco), en la que alguien delante de un bol y un pudin sabe que la otra persona, por desgracia, no te ama a ti como tú la amas a ella. “Pittsburgh” es de las piezas más relevantes del disco, empieza con unos acordes que traen a la memoria la delicadeza de “Please, Be Patient With Me” de “Sky Blue Sky”, pero, sin avisar, se desata una tormenta eléctrica en la canción, y aunque los rayos han cesado de caer, el paisaje de la canción no vuelve a ser el mismo después de la lluvia. Las mejores canciones de Wilco siguen un curso imprevisible, a esta también le sucede. El protagonista de la canción, ¿quién será?, “siempre he tenido miedo de cantar”, descubre su desnudez, y no se avergüenza. A vueltas con la vulnerabilidad masculina continúa “Soldier Child”. Esta canción levanta un frente muy firme de guitarras, Wilco posee de sobra, que empuja el aire y agita el flequillo de los que estamos al otro lado, los que hemos asistimos con asiduidad a sus conciertos lo sabemos, hasta que al final de la canción, una guitarra, la de Cline, se desmarca para dejar huella como siempre hace. 

Hace poco más de 20 años, gracias al impulso del ciclo “Yankee Hotel Foxtrot” y “A Ghost Is Born” (nadie debería subestimar este álbum), la nube de gas de Wilco se convirtió en una estrella, un género musical en sí mismo. Algunas veces da la impresión de que se aleja y otras de que se acerca a nosotros y nos deslumbra como hace este disco. Pero somos nosotros los que nos movemos, ellos siempre brillan con la misma intensidad. Gracias, “primos”.