Quique González. "Copas de Yate (vol.1)"

 
Por: Javier Capapé

No estamos frente a un disco al uso. Esto es más bien una celebración, una manera de dar rienda suelta a lo que el corazón le pedía al detective González para dejar marcada una efeméride tan importante como sus 25 años en la música. Estos días se está hablando mucho de esto. De la gira con la que Quique González se está dejando la piel a modo de homenaje, de la reedición en vinilo de su discografía y de su nuevo disco "Copas de Yate (vol. 1)", que es lo que aquí nos ocupa.

Ocho canciones que tienen un denominador común: ser versiones de temas que le han marcado al madrileño, independientemente de su éxito o relevancia. Son las canciones que quería grabar, algunas de las que más le han llenado, pero no las más evidentes. Quique se cansa de decir que podría haber versionado a Antonio Vega, Sabina o Enrique Urquijo, pero ha preferido seleccionar canciones por encima de artistas. Música por encima de la música. Y el resultado no podía ser más suculento. Quique González se presenta cómodo y gozoso. Junto a sus cuatro escuderos (y por encima de todo, grandes compañeros) con los que está recorriendo los escenarios actualmente: Jacob Reguilón, Toni Brunet, Edu Olmedo y Raúl Bernal. Con ellos grabó en cuatro días y sin presión estas canciones que ha querido hacer suyas y pasarlas por su pátina personal, con las que no ha sentido la presión a la que se enfrenta cuando tiene una canción propia entre manos. Estas ocho grandes composiciones ya tenían un patrón y Quique González sólo tenía que encararlas con su particular visión, pero sin tener que preguntarse si serían mejor o peor entendidas y acogidas. Ya eran de todos nosotros, pero ahora tenían una nueva oportunidad, una segunda vida.
El título "Copas de Yate" hace referencia a la libertad, al disfrute del momento, del instante preciso, del regalo perfecto. Y es así como ha afrontado la grabación de estas canciones Quique González, desde la libertad y por el disfrute. Eso es algo que se respira en todas ellas. Sabes que están hechas desde el placer compartido.
La huella sonora del gran buscador de la raíz de la canción, Juan Perro, abre el lote con "A la media Luna", que Quique pasa por la negritud del soul y la convierte en la primera cumbre gracias a los vientos y a la aportación de las Golden Girls. La versión despista, pues abre el disco con mucha contundencia pero en él van a predominar los envites más reposados. 
"Jaques" se deja degustar con calma, permitiendo que nos detengamos en cada ocurrencia y detalle de una de las obras escondidas de Aute, pero no por ello de las menos bellas. Aquí González se acerca más a las formas del trovador que compuso "Al alba", en su manera de encarar los fraseos y detenerse en los silencios, y hace de esta belleza un exquisito ejercicio de estilo, algo que también le ocurre a la versión del gigante argentino Charly García, del que selecciona "De mí" y la viste de aires fronterizos, consiguiendo, como reza su estribillo, estimularnos y enamorarnos. El roquero argentino es un absoluto emblema en su tierra, pero ha pasado siempre más de puntillas por nuestro país, sin embargo el músico madrileño evoca con muy buenos resultados parte de esa personalidad arrolladora y adictiva que caracteriza al músico bonaerense del bigote bicolor.
"La casa cuartel" es una de las más cercanas al universo de González y una de las pocas del lote que ha interpretado en directo en más de una ocasión. Una maravilla costumbrista que le inspiró en su día y tal vez le hiciera inclinarse por esa manera de contar historias tan particular que tiene Kiko Veneno y que nos seduce aquí con una guitarra cristalina y los justos y comedidos arreglos de la banda como suave base. Sin duda la versión más previsible, pero no por ello menos intensa e interesante. Algo similar a lo que pasa con "Herida y cicatriz" del cantautor leonés Fabián D. Cuesta. Uno de los versionados que se encuentra más cerca del universo de nuestro protagonista, aunque la canción también consigue transformarse, ya que para esta ocasión baja las revoluciones y se desnuda con respecto a su original, dándole un espíritu similar al que consiguió en sus grabaciones con Brad Jones en Nashville. Consigue hacer más delicado lo que ya de por sí era un máster en contención y sutileza, algo de lo que Fabián es un absoluto virtuoso. Quique González ha llegado a decir que si alguien descubre a Fabián (el más underground de todos los compositores de estas canciones) después de hacer esta versión se da por satisfecho, porque es un tesoro y un regalo poder revisar preciosidades como ésta, algo con lo que no puedo estar más de acuerdo.
Como este primer volumen de "Copas de Yate" no se caracteriza por ser demasiado evidente, ahí está "¿Qué es lo que será?" de Carlos Cano para dejarnos a todos con la boca abierta. Nina de Juan construye junto a Quique una copla de "piano-bar" y cierto ambiente cabaretero. Brillante y conmovedora, aunque nunca nos hubiésemos imaginado antes a Carlos Cano en el particular universo de Quique González, pero aquí lo que importan son las canciones, y ésta merece la pena ser revisitada, por encima de géneros y prejuicios.
Pero detengámonos en las dos canciones más llamativas de las aquí presentadas. Una por su frescura y toque desprejuiciado y otra por su hondura y belleza extenuante. Me refiero a "Tócala, Uli", el clásico de Gabinete Caligari dedicado al saxofonista Ulises Montero incluido en "Camino Soria", y la introspectiva "Fractales", de su admirado Josele Santiago. En "Tócala, Uli" González se vislumbra canalla, con aires rocker en su deje vocal, algo que contrasta con la contención de la mayoría de las canciones previas en un tema que explota, al contrario del original, por sus versos y no tanto por su vitalidad instrumental, pues aquí son los mimbres acústicos los que conducen uno de los temas más populares de esta colección y broche final de la misma.
El caso de "Fractales" merece caso aparte porque esta canción se ha convertido en un monumento. Quique confesó que es con la que más ha disfrutado el grupo y se nota en todas sus costuras. Con esa guitarra arpegiada que te va captando con la tradición del mejor cantautor para tornarse más góspel gracias de nuevo a los coros de las Golden Girls y brillar en un ejercicio cercano al Dylan más emocional. El piano de Bernal conmueve y su Hammond nos envuelve, el bajo de Jacob nos lleva de la mano, los redobles de Olmedo nos mecen, y los múltiples arreglos de guitarra, tanto slide como acústicas de Brunet, nos estremecen justo cuando es necesario. Todos forman parte de una canción que se convierte en un himno inconmensurable, que engrandece más si cabe la misma y que consigue interpelarnos mucho más allá de su aparente significado. Sabemos que quiere narrar un brote psicótico, pero aquí se hace nuestra, nos permite descubrir que todos podemos abrir nuestra mente y ver nuevos colores en nuestro mundo, quizá solo al alcance de unos elegidos. Algo que advertiría el protagonista de esta canción y tal vez también en este caso su nuevo intérprete.
Este disco no tendría el mismo sentido sin este aniversario, pero en lugar de convertirse en un objeto únicamente para completistas, se erige como una obra con entidad única. Imprescindible para aquellos que hemos tenido presente a este músico como uno más de la familia durante estos veinticinco años. Toda la banda que rodea más recientemente a González se ha unido para dar forma a estas canciones y demuestran estar en plena forma, rendidos a estas tremendas versiones y remando en la misma dirección. Todos al servicio de la obra, que bien lo merece. Toni Brunet imprime sutileza, pues su guitarra adorna con los toques justos y consigue brillar en todos los registros, tanto en los arreglos de española como con el sugerente pedal steel. Sabe dar lo que cada canción requiere. El último escudero de este detective, siempre en busca de lo que la canción necesita, que se ha ganado merecidamente su sitio y se ha convertido en imprescindible en el universo del madrileño desde que desembarcara con "Las Palabras Vividas". Raúl Bernal arropa con sus teclas (incluso con el acordeón en "Herida y cicatriz") convirtiéndose en la argamasa o base de muchas de estas canciones, desde ese falso segundo plano. Jacob Reguilón da cuerpo con sus presentes bajo y contrabajo, siempre con mucha soltura y dibujando en su instrumento mucho más que cuerpo y esqueleto. Edu Olmedo acaricia con sus escobillas (grandes bases las de "La Casa Cuartel" o "Herida y cicatriz" apostando por el menos es más) o aporta mayor pegada cuando el tema lo requiere (atentos a "De mí" o "A la media luna"). Y ¡qué decir del patrón de este yate! Quique González canta cada día mejor, sin presión, deteniéndose en los silencios y ganando cuerpo y empaque. Una vez más, inconfundible e inquebrantable.
Así es "Copas de Yate (vol. 1)". Un disco para perderse en él con la misma libertad que le ha impreso esta banda. Esperemos que haya una segunda parte y que estos capítulos de versiones cumplan con su papel desengrasante entre los discos originales del artista, donde todo sea posible y los límites estén por descubrir. Levantemos pues esas copas y disfrutémoslas en la cubierta de este particular yate que, a pesar de estar repleto de estos pequeños lujos, tiene las puertas abiertas a para todos.